Pandemia, exclusiones y el futuro posible – Por Rafael Cuevas Molina
Por Rafael Cuevas Molina *
La pandemia provocada por el Covid19 ha puesto en evidencia a la sociedad de las exclusiones. Ha profundizado y les ha dado nuevas facetas a algunas, y puesto en evidencia otras que, hasta ahora, permanecían más en la penumbra.
Seguramente, una de las más evidentes, y sobre la que se ha vuelto repetidamente, es la existencia de amplios sectores de la población que se encuentran en los márgenes de la sociedad, por carecer de características que los hagan atractivos para la reproducción del capital. Estos grupos sociales son cada vez más grandes. Viven en estado de precariedad y son los más expuestos a los embates de la pandemia.
Otro grupo de marginados, sujeto de discriminación, sobre el cual se cierne también con frecuencia la persecución, y sobre quien recae muchas veces la culpa de los males de la sociedad que el deterioro de la aplicación del modelo neoliberal ha provocado, son los migrantes. Se les achaca el deterioro de los servicios de salud, de la educación, la falta de trabajo y el acaparamiento de las ayudas que eventualmente pueda proporcionar el Estado.
La exclusión, expresada como marginación, desprecio y violencia hacia los pobres y los migrantes es de larga data, de tal forma que prácticamente se ha naturalizado. La idea de Donald Trump de construir un muro en la frontera de su país con México, que en este caso es lo mismo que decir con América Latina, es un proyecto que no solo es suyo, sino de otros países que reciben migrantes y que añoran uno en secreto, pero también de gente común y corriente, que no solo estaría de acuerdo con construir muros en las fronteras estatales, sino que efectivamente los construyen para separar el conjunto de viviendas en los que viven, de los peligrosos pobres que los acechan.
En estos casos, la exclusión adquiere connotaciones físicas, palpables, que se expresan en el paisaje urbano, creando bolsones de bienestar, islas rodeadas de mares en los que se carece hasta de los más básico, como la electricidad y el agua potable, mientras que en las islas hay una calidad de vida similar, a veces mejor, que la de países desarrollados.
Pero la pandemia del Coronavirus ha venido a poner en evidencia otras exclusiones, que no aparecían tan evidentes anteriormente. Una de ellas es las de los viejos, eufemísticamente llamados personas de la tercera edad. Ha sido, tal vez, el estamento social cuya marginación, discriminación y exclusión ha salido más dramáticamente a la luz.
En el pasado, su condición de precariedad salía con alguna frecuencia a la luz pública, cuando sus pensiones eran objeto de la rapiña neoliberal y protestaban en las calles. Eran vistos, entonces, como los pensionados, una condición a la que se accede en la vejez.
Pero ahora, se sea pensionado o no, por el simple hecho de ser viejo, la sociedad te condena. Has dejado de ser productivo y, por lo tanto, ya no eres necesario para la reproducción del capital y, por lo tanto, eres desechable, un estorbo.
Estamos en la sociedad del descarte, no solo de los objetos, sino de las personas: úselo y tírelo, y si no se puede usar, que no estorbe. Esta sociedad utilitarista, que cada vez necesitará menos de las personas para producir, parece enrumbarse hacia la distopía de una sociedad sin gente que produce en un mundo de marginados.
La propuesta de un ingreso mínimo vital tiene también ese rostro. Habría que darle un mínimo de posibilidades de consumo a esa creciente masa de marginados que ya ni para producir necesita el sistema, y que cada vez necesitará menos por la robotización y otras innovaciones tecnológicas. Ese ingreso sería el que mantendría funcionando al sistema.
El futuro que tenemos a la vuelta de la esquina, el llamado futuro posCovid19, será un futuro en el que las tendencias, que ya se manifiestan y caracterizan a nuestra época, se acentuarán. Si nuestro presente es excluyente, el futuro lo será más. Eso, si nosotros, los que no tenemos la sartén por el mango, pero somos la mayoría, no hacemos nada; pero lo que nos muestra nuestro presente es que la oposición y la resistencia no tiene el vigor que sería necesario. Ojalá eso logremos cambiarlo. El futuro está en juego.
* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.
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