La pandemia acelera una crisis que ya existía – Por Nils Castro

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Nils Castro *

Lo pandemia del Covid‑19 no es la causa de una gran crisis económica, sino quien la aceleró. Esa crisis ya era efectiva antes de que esta plaga vinera a precipitar su expansión. A su vez, para abordar otro aspecto de la cuestión, en abril Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations publicó un valiente artículo en Foreign Affairs.

Allí sostiene que la pandemia, más que provocar una nueva situación, desnuda y fortalece ciertos rasgos de la geopolítica mundial que ya estaba dándose. Y afirma que, cuando la pandemia termine, habrá dejado un liderazgo estadunidense disminuido, una cooperación internacional incierta y más discordia entre los grandes poderes. Lo cual no va a constituir otro escenario, sino el agravamiento del mismo, justo cuando más se necesitará lo contrario.

Esa dimensión política y diplomática de la crisis no empezó ahora. Antes del Covid‑19, recuerda Haass, Estados Unidos ya estaba lejos de constituir un ejemplo capaz de sostener un liderazgo. El modelo norteamericano había caído por el persistente estancamiento político, la violencia armada, la mala gestión que condujo a la crisis financiera mundial de 2008, y la plaga de opioides, además de la tardía, incoherente e ineficaz respuesta estadunidense a la epidemia, que motivan la percepción global de que ese país perdió el rumbo.

Hoy por hoy, concluye Haass, nadie puede superar por sí solo un problema de la magnitud de esta pandemia, ni el de la crisis climática, después de que las políticas de Washington han dañado las condiciones para la cooperación con China y las demás potencias.

Aunque Haass se centra en el caso norteamericano, lo hace con una visión global que también abarca a los demás países, en sus aciertos y fallas. La peor de las cuales es dar por sentado que la realidad que habrá tras la pandemia –ya sea un nuevo orden mundial, el fin de la globalización u otra fantasía­­­­ predecible– será un desenlace que suceda de por sí, en lugar de ser producto de la acción humana; es decir, de los desafíos nacionales y transnacionales entre las propuestas e iniciativas de los grupos y liderazgos que querrán imponer una u otras alternativas.

En todo caso, la plaga del Covid‑19 que ahora precipita estas consecuencias surgió encabalgada sobre una amenaza económica que ya tensionaba al planeta. Hoy esta pandemia acelera y agrava esa crisis, y le imprime cierto sesgo y prioridades, pero ella continuará activa luego de cuando la ciencia supere al Covid‑19. Por otra parte, esta plaga contrasta con las nueve mortíferas pandemias del siglo XX, en que ninguna de ellas anticipó un cambio de época, como ahora sucede. Por consiguiente, examinar la crisis económica subyacente es indispensable para avizorar cualquier futuro.

Este colapso económico venía incubándose hace años; es efecto de los grandes desequilibrios acumulados por el capitalismo contemporáneo durante las últimas décadas. Como lo recuerda William Robinson, antes de esta pandemia ya Estados Unidos mostraba síntomas de una crisis con visos de sobreacumulación y estancamiento y, junto con Europa, daba síntomas recesivos. Y mientras gran parte de Latinoamérica y África entraban en recesión, Asia prolongaba una baja de crecimiento. Al caer sobre ese escenario, el Covid‑19 paralizó la mayor parte de la fuerza laboral del planeta y generalizó una calamidad que ya afectaba a varios puntos del planeta.

Pero, como agrega el argentino Claudio Katz, a diferencia de la crisis que emergió en 2008, esta vez la pandemia disparó el problema desde su ámbito financiero ­­–hoy más centrado en las deudas de las empresas y Estados– sobre la totalidad del sistema. En breves días, cortó los suministros en las cadenas globales de valor y suscitó el mayor derrumbe de Wall Street en 30 años, y un episodio de superproducción que hundió los precios del petróleo.

Esto es un duro golpe a las políticas neoliberales, al generalizar una intervención estatal cuyo alcance y duración podrán superar los de 2008. Ante el drama sanitario esa intervención es recibida con alivio por la mayor parte de la gente y vista como alternativa para resolver otros problemas. Los tutores del neoliberalismo tienen motivos para temer que esto lleve a revertir la exaltación privatizadora y mercantilista de las últimas décadas, que tan graves daños ha provocado asimismo a otros sectores tan sensitivos como los de vivienda, transporte público, educación y alimentación popular.

La instrumentación de la agenda neoliberal –desnacionalizar y privatizar todo lo que se pueda, achicar el Estado, desregular economía, desatar sin restricciones “las fuerzas del mercado” y facilitar el saqueo corporativo transnacional–, requirió hechas abajo tanto antiguas como recientes conquistas y derechos sociales y democráticos. Como sostenía el mexicano Alejandro Nadal, el sector financiero impuso su racionalidad a la economía para incrementar su rentabilidad mediante la especulación, y así la política macroeconómica pasó a responder a las demandas del capital financiero, no a las necesidades y expectativas sociales.

Con eso el mercado internacional, tutelado por el capital financiero a través de las transnacionales, hegemonizó el proceso de globalización. Como observa el panameño Guillermo Castro Herrera, esto implicó un incremento sostenido de la circulación de capitales y mercancías hasta poner en crisis los organismos de tutela internacional creados en la segunda mitad del siglo anterior.

No obstante, al cabo el manejo neoliberal de la globalización causa una gradual desaceleración y estancamiento económicos, al mermar la tasa de ganancias, suscitando la caída de la inversión. Además, margina al sector productivo y desestima las innovaciones tecnológicas y competitivas ofrecidas por la tercera y cuarta revoluciones industriales, y con ello los segmentos más innovadores del capital son perjudicados por una política económica que dificulta el desarrollo y aprovechamiento de las fuerzas productivas.

En los últimos años, la ofensiva política e ideológica de las derechas le buscó una salida estatal a esos factores de estancamiento y crisis. Sin embargo, pese a haber ocasionado derrotas políticas a las izquierdas, su esfuerzo por restaurar la hegemonía neoliberal cae en terreno inestable. La gestión neoliberal agrava el desempleo y la informalidad, la carestía, el deterioro de los servicios públicos, la inseguridad social, el deterioro ambiental. Pese al reflujo de las izquierdas, la inconformidad social crece y demanda orientación política.

Antes de la aparición del Covid‑19 ya proliferaban las protestas populares en Cataluña, Colombia, Chile, Ecuador, Francia, Haití, Hong Kong y Puerto Rico, aparte del incremento de los deshielos polares y los grandes incendios en la Amazonia, Australia, Bolivia, California y Siberia. Aunque el gran capital, sirviéndose de la política y los prejuicios conservadores, domina los medios de comunicación de mayor difusión, es obvio que cuando amaine la epidemia resurgirán las rebeliones sociales, puesto que durante este período sus causas se han agravado.

Resulta baladí el estribillo sobre el “regreso” a una “nueva normalidad”. ¿Acaso hay acaso un pasado al que volver por apenas cierto barniz de nuevos hábitos? ¿No fue en la pasada “normalidad” que se engendraron las causas del presente desastre? Y ¿quiénes implantarán ese “nuevo orden”? Si lo más pregonado de esa normalidad es lavarse las manos –y volver a las mismas, como en el 2008–, entonces lo que proponen es retornar a Poncio Pilatos.

No en balde, el drama y el reto del cual hoy todos somos parte –ante la cuestión sanitaria y una mayor polarización social‑‑ anticipa malos signos, como el empleo represivo de la cuarentena y el “distanciamiento social” (como en Chile, Bolivia y Ecuador) para impedir asambleas y reclamos, o como la sutil afloración de cierto nuevo autoritarismo al aplicarlo en otros países. Además, el reclamo de volver a la “normalidad” se usa para promover una “nueva” derecha populista.

Pero la actual coyuntura también mueve relevantes reivindicaciones, como la revalorización de la salud como bien público y, junto con ella, la de otros reclamos igualmente humanitarios, como la alimentación popular, la seguridad social y laboral, el control de la usura y el desalojo, y las exigencias de equidad económica y castigo a la corrupción. Pero estas expectativas solo se concretarán donde las organizaciones sociales involucradas desarrollen, en la movilización ciudadana, el poder popular necesario para materializarlas.

Más allá de la pandemia que hoy realza la cuestión, el asunto está en que, más allá de la crisis económica, nos hallamos en medio de una transición que no dará vuelta atrás: embrollados entre el reflujo de una época y la emersión de otra. Y la visión de las vicisitudes políticas y socioculturales de este viraje estará más erizado de incertidumbres mientras más demoremos en dirimir lo esencial: qué cambios deseamos, cuáles no estamos dispuestos a aceptar, y con qué fuerzas de apoyo podrán contar las opciones para enrumbar esa transición.

A esas fuerzas hay que formarlas. En tiempos de crisis históricas, surgen nuevas demandas emancipatorias, otros modos de pensar y hacer política, y nuevas formas de liderazgo. El impulso progresista que ahora anhela hacer la revolución democrática que las pasadas generaciones no pudieron legarnos no viene de una propuesta ideológica dominante. Pero puede construir una convergencia de fuerzas con base en un conjunto de reivindicaciones comunes, como esfuerzo de liberación y reconstrucción nacionales.

Si queremos compartir un futuro que valga la pena, más allá del Covid‑19 hay bastante que hacer.

* Escritor y catedrático panameño.


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