Brasil, laboratorio mundial de la ultraderecha – Por Aram Aharonian

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Aram Aharonian(*)

Brasil se ha constituido en un laboratorio mundial para un nuevo tipo de extrema derecha. No se trata sólo de una nueva hegemonía de poder sino de un proyecto de cambio de la sociedad, de una revolución cultural conservadora, donde Jair Bolsonaro representa un proyecto transitorio, con claras tendencias fascistas.

El papel de Bolsonaro en este juego de poder pareciera ser el de distractor del modelo final que se quiere imponer desde el juicio político a la expresidenta Dilma Rousseff en 2016. Brasil es hoy el único país del mundo que, en medio de la pandemia, vive una gran crisis política que puede llegar a ser una crisis del régimen político.

Bolsonaro es tan descartable como el ministro de Economía Paulo Guedes, un neoliberal proestadounidense que fue funcionario del dictador chileno Augusto Pinochet, quien parece haber sido detenido en su embestida por el plan de emergencia presentado por el general Walter Souza Braga Netto, jefe del gabinete de la Presidencia, a quien todos ven hoy como el presidente operativo.

En esta puja de poderes, donde se entremezclan hoy disputas entre sectores militares, la Corte Suprema de Justicia, el Congreso, las elites económicas, la prensa hegemónica y la iglesia evangélica, sobresale el nombre de Sergio Moro, renunciante ministro de Justicia, cargo al que llegó tras haber encarcelado –siendo juez- al expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, sin causa, sacándolo de la disputa electoral, permitiendo el triunfo de Bolsonaro.

Moro, el destructor

La renuncia de Sergio Moro tiene tiene varias causas, pero la primordial es la de diferenciarse de Bolsonaro. La causa puntual fue  que bajo su protección, la Policía Federal estaba a punto de incriminar a los hijos de Bolsonaro (y quizá hasta al mismo presidente) en actos de corrupción y vínculos con mafias paramilitares.

Moro es hombre de Estados Unidos y el candidato de Washington para las elecciones de 2022, y por eso había que desprenderlo de un  gobierno en caída.

Hay un punto que hay que destacar: durante su gestión como juez del Lava Jato fue cumpliendo punto por punto el plan de destrucción de la economía y la institucionalidad brasileña, además de aniquilar la izquierda para que posibilitar un gobierno de extrema derecha, pero de transición, que le abriera el camino a su candidatura.

Y por ende, no se debe descartar que detrás de todos estos movimientos en los escenarios del poder, esté la embajada de Estados Unidos. Hoy, para Moro, Bolsonaro ya no es un recurso que facilite su candidatura, sino un estorbo descartable. La popularidad del exministro de Justicia está por encima del presidente. En medio de la crisis, Moro ha hecho mutis por el foro, dejando que otros se desgasten.

Escarceos

La guerra de poder institucional sigue en Brasil: Por un lado, el Supremo Tribunal Federal abrió una investigación sobre abusos de poder de  Bolsonaro e hizo público un video de una reunión ministerial en la que el mandatario hizo explícita su intención de prescindir de cualquier funcionario que osara investigar a su familia.

A raíz de la divulgación integral de lo ocurrido, se profundizaron en Brasil nuevas grietas institucionales, cuyas consecuencias se harán ver en breve, donde los militares, sobre todos aquellos que integran el gabinete de Bolsonaro, tendrán mucha injerencia. Si en el campo jurídico es muy difícil prever cuáles serán los próximos pasos, en términos institucionales lo que se reveló al país es un desastre.

Lo serio de todo esto es la inmersión de los militares en la política con el claro mensaje de que las Fuerzas Armadas apoyan a Bolsonaro en esta guerra que comienza contra la Corte Suprema.  Nunca antes un golpe de Estado fascista había sido tan publicitado, tan televisado y tan replicado en las redes sociales.

Por lo mismo, es urgente que la totalidad de las fuerzas democráticas renuncien a sus diferencias históricas y/o coyunturales en pos de un objetivo común que es la creación de un frente en defensa de la democracia. Ciertamente no es una tarea fácil, considerando el comportamiento golpista contra el gobierno de Dilma Rousseff que tuvieron ciertos sectores que hoy día se presentan como paladines de la democracia.

La posibilidad de conformar un Frente Democrático, significa, ante todo, renunciar a desavenencias y conflictos del pasado por parte de partidos y movimientos sociales, como el de los Trabajadores sin Tierra (MST), el de Trabajadores sin Techo (MTST) o el LGBT, junto a decenas de  organizaciones de género, ecologistas, de economía social y solidaria.

Surgen algunas iniciativas, como la de 400 organizaciones sociales y siete partidos  que manifestaron su intención de solicitar un juicio político al presidente, en momentos en que la centroizquierda está en desbande, la socialdemocracia tibia quiere ocupar su espacio tradicional, y la puja por el poder –en realidad- está centrada entre las diversas bandas de ultraderecha y la derecha política. También un llamamiento en las redes bajo el lema #Somos70porcento.

Las manifestaciones de grupos organizados antifascistas comenzaron a disputar las calles a los bolsonaristas . No habrá salida institucional para la crisis profunda, si ésta no es impulsada, empujada, por una gran movilización ciudadana, ganando las calles y la opinión pública.

Revolución

Hay quienes hablan de una derecha revolucionaria: así como grupos armados en los ’60 o ’70 eran capaces de arriesgar su vida por una idea.  Esta lógica revolucionaria podría ser una contrapartida de la extrema derecha.

Y las Fuerzas Armadas están en una posición afín y lo único que podría detener su marcha es el surgimiento de una fuerza popular fuerte, de izquierda real, que los enfrente.

Ya existen milicias armadas de derecha, con el plan de “ucranizar” el país (término que ellos utilizan), ante la imposibilidad de gobernar Brasil, en la tentativa de lograr un cambio radical a través de un golpe de Estado o un cogobierno con las milicias. La estructura se desarrolla desde las redes sociales (youtube, whatsapp, twitter), donde los hijos de Bolsonaro tienen el control del llamado “gabinete del terror”.

Militares con libreto ajeno

A algunos analistas les llama la atención que las Fuerzas Armadas apoyen un modelo neoliberal como el de Paulo Guedes, dada la tradición desarrollista que tuvo el golpe de 1964. Hoy apenas hay un grupo de militares que insisten en preservar algunas estructuras del Estado, sobre todo las que manejan y se sirven de ellas (como Petrobras), pero no existe nada como un gran proyecto nacional ni un estratega como Golbery do Couto e Silva.

La puja en la ultraderecha llevó al ensayista Olavo de Carvalho, considerado un referente ideológico del mandatario,  a distanciarse de Bolsonaro al afirmar que derrocaría a este “gobierno de mierda” si sigue “inactivo” y “cobarde”. Desde Virginia, Estados Unidos, donde reside, Olavo ha influido en la designación de varios funcionarios. Ahora, en un video, señala que Bolsonaro nunca fue su amigoAlgunos analistas señalan que el presidente fue remiso en otorgarle la condecoración que le había prometido.

Incluso la derecha  ha olvidado el proyecto de Brasil “potencia industrial”: hoy la que maneja el país no es una elite industrial sino financiera, que no tiene intenciones de ser una burguesía nacional sino insiste en ser socio muy minoritario de la burguesía global, y gendarme, o capataz regional.

Por primera vez en su historia, Brasil ha insistido en un fuerte alineamiento absurdo con Estados Unidos. Ni siquiera había ocurrido cuando envió tropas a Europa a combatir contra los nazis. No debiera extrañar: sus principales cuadros han sido adoctrinados por EEUU.

Ciro Gomes, candidato a Presidente por el PDT, señala, por ejemplo, que el general  Heleno Ribeiro Pereira, Ministro de la Secretaria de la Presidencia y con apatencias de ser presidente, “es golpista, no tiene aprecio a la vida, mató muchos pobres en Haití, fue echado de  las fuerzas de Naciones Unidas y ya fue jefe de gabinete del general golpista Sylvio Frota. Es americanófilo fanático”.

Fascismo, izquierda

El fascismo no es nuevo en Brasil, ya existía hace 90 años: el partido fascista brasileño, la Acción Integralista Nacional, tenía un milón 200.000 miembros y un candidato a presidente en 1955, Plinio Salgado. Y ese fascismo está reapareciendo, resucitando.

Brasil careció –como por ejemplo Argentina- un trabajo de memoria sobre la dictadura cívico-militar y no se procesó a un solo torturador, pese a los sucesivos gobiernos “izquierdistas”.

En esta estructura, el militarismo brasileño, que no es homogéneo pero incluye tendencias fascistas muy fuertes y es una pieza importante en la política brasileña, Bolsonaro representaría el ala dura, un sector que ni siquiera en la dictadura fue hegemónica, salvo con Emilio Garrastazú Médici (1969-1974).

La izquierda brasileña ya no existe y ni siquiera la oposición a Bolsonaro, que es liderada por la derecha. Los movimientos sociales y sindicales desaparecieron de las calles, cooptados hace unos años por el aparato de gobierno del Partido de los Trabajadores, o desilusionados y sin timón.

 En momentos de radicalización de la política, la izquierda –convertida en legalista y defensora de las instituciones del Estado burgués- no supo juntarse y menos aún radicalizarse. Hoy la lucha política en Brasil se da entre la ultraderecha y la derecha y el liderazgo es ejercido por dos gobernadores de derecha, el de Sao Paulo (Joao Doria) y el de Rio de Janeiro (Wilson Witzel).

Y es para no creer: en un momento Lula tuvo el 80% de aprobación y credibilidad popular. Pero su política era de reformas puntuales, quizá con la idea de conservar lo ganado. Pero… la única verdad es la realidad y el resultado fue una catástrofe.

Aspiraciones expansionistas

Las aspiraciones geopolíticas de Brasil desde su restricción regional, estuvo siempre centrada en convertirse en satélite privilegiado de EEUU para hegemonizar Sudamérica, hasta sus devaneos globales contemporáneos, pese a los retos internos como la pobreza extrema, 14 millones de desempleados, el hambre, la desnutrición.

Ya en los primeros días de su presidencia, hubo mandos militares brasileños “reacios” al plan de Jair Bolsonaro de albergar bases militares de Estados Unidos (en Alcántara, la frontera noreste, la Triple Frontera con Argentina y Paraguay o la Amazonia), que lo consideraron innecesario e inoportuno, no afinado a la política nacional de Defensa

 Paradojalmente, las bases de EEUU en Brasil llegaron en el ámbito de la participación en los combates al nazifascismo con la Fuerza Expedicionaria Brasileña (FEB), al comienzo de la década de 1940.  El temor cobró fuerza cuando al final de 1941 los japoneses atacaron Pearl Harbor y EEUU –convertido en beligerante- presionó a Brasil a negociar el uso de las bases de Belém, Natal e Recife, a lo que no se opuso el presidente Getúlio Vargas

Las tesis del expansionismo brasileño y su política exterior, netamente colonialista, no son nuevas, y tomaron especial vuelo durante la dictadura militar-empresarial de 1964-1985, donde el general Golbery do Couto e Silva –autor en 1966 de Geopolitica do Brasil- se convirtió en el teórico de la dictadura (y luego también de la apertura democrática, con la fragmentación total de la oposición civil en varios partidos).

De la Escuela Superior de Guerra surgieron varias teorías netamente expan­sionistas que fueron motor de la dictadura: las de las fronteras ideológicas, la de la Fuerza Interamericana de Paz, la del gendarme mantenedor del orden continental, la del satélite privilegiado, la del destino manifiesto de Brasil al sur del Caribe, la de su vocación rioplatense, la de las fronteras en los Andes y las aperturas hacia el Pací­fico, la del puerto libre en el Caribe, la del control del Atlántico Sur, la de la instalación en la Antártida, etcétera.

También surgieron de allí los frenos a los procesos de integración latinoamericanos y caribeños, con el desmantelamiento del Mercado Común del Sur (Mercosur), la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), aun cuando fue, con Lula da Silva, uno de los promotores del fracaso del Área de Libre Comercio de América Latina (ALCA), que proponía Estados Unidos.

Pero, incluso en los años de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (2002-2017), pasaron a proliferar entre los militares de derecha (en las escuelas Superior de Guerra y de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas) y también entre los diplomáticos brasileños, teorías sobre el papel hegemónico que estaría reservado a Brasil en Amé­rica del Sur.

Hoy, aquellas viejas tesis y teorías parecen haber reflotado con el gobierno de Jair Bolsonaro, quien cree que la Unión Soviética aún existe y por ello hay que combatir al comunismo. Y por eso incluso ha amenazado con intervenir militarmente contra Venezuela.

Para comprender las posiciones de Brasil en relación con sus vecinos, que llegan hasta a las amenazas más o menos veladas de intervención militar, es necesario volver a analizar la teoría del satélite privilegiado o del subimperialismo brasileño y la tesis de las fronteras ideológicas, señalada ya en 1971 por analista y politólogo brasileño Paulo Schilling.

El general Golbery exponía así el problema: “Las naciones pequeñas se ven de la noche a la mañana reducidas a la condición de estados pigmeos y ya se prevé su melancólico fin, bajo los planes de inevitables integraciones regionales; la ecuación de poder en el mundo se reduce a un pequeño número de factores, y en ella se perciben solamente pocas constelaciones feudales – estados barones- rodeadas de estados satélites y vasallos (…)”.

“No hay otra alternativa para nosotros sino aceptarlos (los planes de integración del imperio) y aceptarlos conscientemente…”, señalaba el estratega. En resumen, según los geopolíticos de la “Sorbonne” (la inteligencia vernácula), Estados Unidas deberían reconocer el destino manifiesto de Brasil en América del Sur, eligiéndolo “satélite privilegiado”: “También Brasil puede invocar un destino manifiesto tanto más cuanto que éste no choca, en el Caribe, con el de nuestros hermanos del Norte”, agregaban

Con el golpe militar del 1º de abril de 1964 y la eliminación de las fuerzas nacionalistas populares, las tesis de la Escuela Superior de Guerra pasaron a constituir la estrategia para América latina de ltamaratí, la cancillería brasileña. La idea de la creación de un estado militarista subdesarrollado al servicio del plan imperialista de integración latinoamericano y del mantenimiento de la paz imperial, podría ser entonces puesta en práctica, señalaba Schilling, hace ya medio siglo.

¿Nuevos tiempos?

Hay mandos militares que entienden que la situación es muy diferente y que insisten en que no están dispuestos a entregar territorios (y menos la Amazonia) al hegemón del Norte. Sobre todo cuando la economía brasileña depende de sus exportaciones a China y de sus posibles inversiones en proyectos de infraestructura. Ya EEUU exigió a Brasil que reduzca su dependencia económica con China, su mayor socio comercial.

Casi la mitad de lo que el país produce de esos commodities (47.300 millones de dólares sobre un total de 53.200 millones) tuvieron como destino China, mientas que hacia EEUU viajó el 12% del total. Desde 2001 que las exportaciones de productos primarios no estaban tan concentradas en un único destino, cuando la Unión Europea ostentaba el 50,6% de las ventas, con un monto de 13.200 millones de dólares.

Las fuerzas de la ultraderecha -aún siendo minoritarias- se encuentran bien articuladas en las redes y en la calle, con el sustento financiero de algunos empresarios y comerciantes que apoyan ciegamente a un Bolsonaro sin capacidad de líder nato y agitador carismático, de organizador experto, de orador cautivante y convincente.

Ni tiene un proyecto ni ideas de peso, salvo armar a toda la población para defender una nación imaginaria que está en campaña contra el marxismo cultural, la ideología de género y la globalización.

Existen innumerables sitios de milicianos digitales que se han dedicado a desperdigar noticias falsas sobre las instituciones y las personas, profiriendo injurias y amenazas a miembros del Supremo Tribunal Federal, a congresistas, políticos, periodistas o representantes de asociaciones que han denunciado el avance de sectores exaltados de la extrema derecha.

Potencialmemente, puede sumar a sus impulsos golpistas y dictatoriales a una parte significativa de las Fuerzas Armadas que se vean tentados con la obtención de mayor poder dentro de un gobierno que ya posee un cuerpo grupo numeroso de ministros, subsecretarios y funcionarios de alto escalón provenientes de las corporaciones castrenses.

(*) Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) y susrysurtv.


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