Ana Longoni, escritora argentina: «Debemos darle vuelta a este mundo desgastado que no queremos volver a habitar»

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Entrevista a Ana Longoni, escritora argentina

Por Marcelo Expósito*, especial para NODAL

Los acontecimientos trágicos que tienen una influencia masiva se relatan por lo general diferenciando dos escalas. Se trate de una dictadura militar genocida o una crisis financiera cuyo coste se hace recaer sobre las espaldas de quienes no la provocaron, se representan habitualmente por un lado los seísmos políticos o los hundimientos económicos, y por otro lado los desgarramientos personales o los  sobresaltos íntimos. Aquellos cataclismos se consideran del orden colectivo de la historia, mientras que estos otros estremecimientos se identifican más bien con las escalas testimoniales del orden privado. La tarea de la política emancipatoria ha consistido siempre en romper esta diferenciación que violenta la experiencia que los sujetos tenemos de nuestra propia realidad: la experiencia real de cuando vivimos esas catástrofes en nuestras propias biografías. Se trata de llegar a comprender políticamente cuáles son las causas del daño personal que íntimamente sentimos y, en el sentido inverso, organizar la voluntad colectiva para trascender lo privado y modificar la historia. Este es el mecanismo que ha logrado poner en marcha las revoluciones de las que todavía somos herederos. Así se originó el movimiento obrero, de esta forma continúan operando los movimientos feministas y en esto ha consistido el modus operandi de las insumisiones  surgidas del interior de las violencias neoliberales durante cuatro décadas. Lograr que se desencadene este mecanismo complejo no es tan sencillo: se requiere articular el trabajo de la razón con la capacidad expresiva. Un movimiento social no transforma la realidad si no logra arrojar luz sobre la manera en que funciona la dominación. Pero tampoco trasciende lo meramente objetivo sin la virtud de elaborar aquellas vivencias que se corresponden con las escalas sensibles de nuestra existencia. Para atravesar esta crisis de salud pública global cumpliendo otro papel que no sea el de meramente víctimas, tenemos que desentrañar cuáles son las razones materiales profundas de la crisis sistémica global. Pero también necesitamos imaginar las maneras de procesar colectivamente el estremecimiento que nos producen la muerte masiva en cuarentena o la amenaza inminente de una vida sin futuro. ¿De qué maneras se pueden acometer estas complejidades —que en este momento resultan literalmente vitales— no solamente en la pequeña escala de la experiencia o en el seno de la sociedad civil, sino también a través de las grandes instituciones?

El trabajo de Ana Longoni (La Plata, 1967) ha desarrollado estas preocupaciones de varias maneras a lo largo de los años. Disfruta de un merecido reconocimiento como historiadora de arte especializada en las relaciones entre vanguardias artísticas y políticas en Latinoamérica. También ha ejercido como docente, curadora, poeta, dramaturga o gestora cultural. Desde 2018 desempeña el cargo de directora de Actividades Públicas del Museo Reina Sofía de Madrid. Se podría decir que su labor como investigadora se ha encauzado fundamentalmente a través de dos ejes que se prolongan en el conjunto de su actividad. Por un lado, ha desarrollado una virtuosa capacidad para construir narrativas historiográficas o museográficas de prácticas artísticas radicales que, de no haber sido convenientemente relatadas, se habrían incluso perdido en la historia. Es el caso de su acompañamiento de muchos años a la reconstrucción de la vertiginosa radicalización política de la vanguardia artística argentina sucedida en 1968, recuperación que comenzó con la publicación su celebrado primer libro: Del Di Tella a Tucumán Arde: vanguardia artística y política en el 68 argentino (con Mariano Mestman, 2000, reeditado en 2007). Al mismo tiempo, por otro lado, ha prestado siempre especial atención a la manera en que las prácticas estéticas construyen herramientas expresivas que juegan un papel determinante tanto en la organización de la protesta social como en su producción sensible: es el caso de su libro colectivo sobre El Siluetazo (editado con Gustavo Bruzzone, 2008), la manera más popularizada de señalizar la presencia del cuerpo ausente de los desaparecidos durante la última dictadura militar argentina.

Ana Longoni es una intelectual dotada de un carácter determinado, con una enorme valentía para emitir discursos públicos siempre posicionados que sin embargo se expresan mediante una delicadísima sensibilidad antiautoritaria. Era evidente que durante nuestra conversación sobre la pandemia y la cuarentena aparecerían, no tanto las experiencias de victimizaciones sobre las que ha trabajado en los últimos veinte años, sino sobre todo las que se podrían sintetizar en dos casos que enmarcan el comienzo y la actualidad de su vida reciente: la muerte del senegalés Mame Mbaye en 2018 y la del bangladesí Mohammed Hossein hace apenas dos meses, ambas ocurridas en el barrio de Lavapiés de Madrid donde ahora Ana reside. Apenas a unos centenares de metros del Museo Reina Sofía. Pero en nuestros preparativos ha sobrevenido también la muerte del afroamericano George Floyd a manos de la policía de Mineápolis. Registramos esta conversación el martes, 2 de junio de 2020, estando ella en su casa de Madrid y yo en la mía de Barcelona.

Naciste en Argentina, tu ciudad de adopción durante muchos años ha sido Buenos Aires y se podría decir que tu biografía está enraizada de manera general en el conjunto de América Latina. Viviste exiliada en Perú junto con tu familia y has impulsado redes de investigación transnacionales latinoamericanas, como es el caso muy notable de la Red Conceptualismos del Sur. Pero en 2018 te viniste a vivir Madrid por motivos de trabajo —actualmente eres directora de Actividades Públicas del Museo Reina Sofía— y el azar ha querido que hayas tenido que vivir la pandemia confinada en Europa. ¿Cómo has sentido este distanciamiento de Latinoamérica en estos dos meses en los que los recuerdos y los sentimientos se nos han intensificado enormemente? En el imaginario global, y desde luego en Latinoamérica, Europa se ha percibido durante muchas décadas como un territorio donde se disfruta de una estabilidad deseable. Pero a consecuencia de esta crisis de salud pública en la que el continente ha sido un epicentro mundial de la pandemia, Europa y más en concreto sus sociedades del sur están experimentando cómo su autoestima se desploma junto con las certidumbres a las que todavía se tenía la vaga esperanza de regresar tras la dura crisis posterior a 2008. ¿Qué impresión te provoca todo esto, cómo lo relatas a las personas con las que te habrás mantenido en contacto en Latinoamérica durante estos dos meses?

Efectivamente, me vine a vivir acá hace poco más de dos años, en febrero de 2018, para hacerme cargo de la dirección de Actividades Públicas del Museo Reina Sofía, un área amplia y compleja, lo que supuso un cambio bastante drástico no solamente del lugar en el que habito sino también en lo que venía siendo mi modo de trabajo. Con respecto a América Latina, viví la experiencia del confinamiento y también de la enfermedad —porque atravesé el virus entre marzo y mayo— en una tensión constante entre la atención y el aislamiento. Por un lado, la atención a lo que estaba pasando allá, por interpretar las señales que me llegaban, al mismo tiempo procurando no preocupar por mi estado. En síntesis, mucha preocupación por lo que está deviniendo de la pandemia en los países latinoamericanos, sobre todo en los contextos más vulnerables, más hacinados, pauperizados, y pienso en dos ciudades en las que he vivido y con las que tengo mucho vínculo como Guayaquil en Ecuador y Santiago de Chile, que hoy están tremendamente arrasadas. Y también me preocupa la irresponsable política de algunos gobiernos como es el caso de Brasil. Pero por otro lado estaba el aislamiento, que no ha sido un aislamiento particular sino parte de la propia experiencia del confinamiento mundial: conocemos una forma del cuidado que tiene que ver con poner el cuerpo, con acariciar, con estar allá… con querer abrazando. Sin embargo, en estos días hemos sufrido la imposibilidad de estar y hemos tenido que ejercitar un modo de cuidado que consiste en no poder estar. Obviamente por el cierre de las fronteras, pero también por la capacidad de contagio que un cuerpo tiene sobre otros. Sin duda, esa doble dimensión de una atención concentrada en entender y acompañar, y a la vez un aislamiento con respecto a la imposibilidad de dejarme acompañar en los modos conocidos, describe bien esta tensión. Alguna vez hemos hablado sobre cómo la pandemia afectó de una manera muy tremenda a los rituales de despedida, a las posibilidades de duelo frente a los muchos muertos y muertas que estamos teniendo.

Entonces, ¿cómo lo llevé?… Te diría que fundamentalmente gracias a una red muy preciosa y muy compleja que se activó como sostén afectivo y también material en el acompañamiento cotidiano, porque era la que me alcanzaba un termómetro o las comidas a la puerta. También otra red más diseminada de presencias que se activaron desde lejos. Pero a la vez, creo que tanto a mí como a muchas otras personas con las que he hablado se nos disparó como consecuencia de todo esto la pregunta ¿qué estoy haciendo acá? En mi caso, concretamente, qué estoy haciendo lejos de mi casa, de mi trama familiar más íntima: mi hijo, mi padre y mi madre, mis hermanos… Y la pregunta por el sentido que tiene estar acá sufrió también un tránsito, desde el abismo, el balbuceo, el empantanamiento inicial de no saber qué sentido darle a esa experiencia, hasta empezar a anclar en algunas posibilidades de sentido lo que me está aconteciendo.

Con respecto a tu segunda pregunta, cómo relatar o poner en palabras esta percepción extrañada de lo que está aconteciendo en Europa en relación a América Latina, quizá no me impactó tanto este derrumbe del mito europeo, por decirlo de alguna manera, de este Estado de bienestar que hace mucho que estaba dando señales de su desinflamiento, de su crisis. Sí me ha interesado más algo que hablas con Nelly Richard en tu última conversación [“Tendremos que hacer reaparecer el deseo en medio de la necesidad”, Nodal, 27/5/2020], y es el contrapunto entre el confinamiento y las situaciones de revuelta política, de convulsión. Pienso en mi último recuerdo fuerte en este sentido antes del confinamiento, que fue la enorme manifestación del 8M, la revuelta feminista con multitudes en las calles, o la situación del Chile despertó, esta inédita, inesperada revuelta popular chilena por sus grandes dimensiones. Pero fíjate también en lo que está pasando hoy con las manifestaciones en todo el mundo provocadas por el racismo policial en Estados Unidos, una revuelta que, aun con todos los límites que nos impone el confinamiento, está aconteciendo con una magnitud inesperada. Y aun así, seguimos sintiendo un contrapunto entre esta nueva revuelta y el detenimiento. Hablo de detenimiento en más de un sentido: el parar la máquina pero también el recogernos para pensar y sentir lo inesperado, aquello para lo que no tenemos todavía palabras para manifestarlo.

Es muy interesante algo que acabas de mencionar, que hemos pasado de una primera sensación, durante las primeras semanas, de que esos modos de ocupación del espacio público por la protesta no se iban a poder dar de nuevo durante muchísimo tiempo. Y sin embargo ahora, como estás describiendo muy bien, de una forma muy acelerada estamos pasando a percibir una combinación de dos ritmos. Existe de repente otra vez una furia y una energía que pone el cuerpo en la calle ante la evidencia de que muchas desigualdades o violencias estructurales que venían sucediendo se exacerban además por esta crisis. Pero estos desbordamientos imprevistos de la cuarentena global se da la mano con las dificultades, limitaciones, impedimentos para volver a sentirnos juntos y juntas en la calle…

Nos conocemos desde hace muchísimos años y he sido testigo muy cercano de cómo has ido desarrollando tu trabajo de una manera que muchas veces se percibe como escindida en diferentes prácticas. Tenemos tu labor como historiadora de las relaciones entre vanguardias artísticas y vanguardias políticas en Latinoamérica, ejercida casi siempre de manera colaborativa. Está también tu trabajo como curadora de exposiciones, que ha puesto un énfasis especial en construir una representación museográfica de figuras complejísimas que surgen del 68 argentino como Oscar Masotta o Roberto Jacoby. Escribiste Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión (2007), un libro con mucha repercusión al calor de la revisión histórico-crítica que se ha producido en Argentina durante la década pasada, a propósito de las organizaciones políticas de izquierda revolucionaria que operaron en los años sesenta-setenta alrededor de las dos últimas dictaduras militares. Y eres autora de textos de teatro y poesía que han sido hasta el momento las herramientas con las que más directamente has elaborado elementos biográficos. Sin embargo, a mí me parece que todas estas prácticas diferentes han estado siempre interconectadas. Me gustaría plantearte esta conversación de la siguiente manera: hagamos un intento de interpretar cómo has buscado intervenir en la situación específica de esta pandemia adaptando los instrumentos con los que llevas operando desde hace ya más de dos décadas. Comenzando por el principio. Se decreta el estado de alarma, el museo tiene que cerrar sus puertas pero paradójicamente no se detiene sino que se intensifica vuestra actividad para trasladarla al espacio virtual. Y la primera iniciativa que impulsas para intervenir desde el museo en esta situación sobrevenida es la exposición de 30 fotografías tomadas por Clemente Bernad en la ciudad de Madrid durante los momentos más duros del confinamiento. El escenario que se nos muestra es estremecedor por los vacíos y los silencios del espacio público. Pero seguramente nos impactan mucho más porque nos revelan un paisaje anímico de desolación, fragilidad y miedo. La serie fotográfica de Bernad se titula Ante el umbral. ¿De qué umbrales nos habla, ante qué umbrales nos sitúa? ¿Por qué te pareció que debía ser una intervención así de inmediata en un clima tan temprano de cuarentena?

En cuanto a la primera parte de tu reflexión, sí, completamente: creo que si hay un rasgo fuerte en todo el trabajo intelectual que articula todos mis formatos de intervención, es el que tiene que ver con esta dimensión colectiva o colaborativa. No me imagino en ningún caso trabajando a solas, siempre estoy intentando conformar esos impulsos de a muchas voces y manos. Y con respecto a lo que decís de la dimensión biográfica que sobre todo se ancla en la poesía y el teatro, pero que de alguna manera sobrevuela el conjunto de mis producciones, estoy también de acuerdo con vos. De hecho, no lo había pensado nunca pero sospecho que esa dimensión biográfica está de alguna manera implícita, no evidente, en todo lo que escribo o investigo, tenga el registro que tenga. Pensaba mientras me lo planteabas que justamente ese núcleo fuerte que de alguna manera ha sido el vertebrador de mis investigaciones sobre arte y política siempre tiene que ver con explicar aquella situación epocal que desencadena la última dictadura argentina entre 1976-1984 y lo que vino después. Y eso obviamente está relacionado con un acontecimiento completamente crucial en mi biografía familiar, algo que siempre me inquietó y me interrogó. En relación a Traiciones, ya que lo has mencionado, te pongo un ejemplo muy concreto de lo que estoy queriendo decir. La materia sobre la que indaga es un conjunto de textos de ficción y no ficción que refuerzan el estigma que pesa sobre los sobrevivientes de los campos de concentración en la Argentina, desparecidos que reaparecieron —por decirlo en pocas palabras—, y que están fuertemente acusados de traición: su supervivencia se entiende en términos de haber traicionado. Los desaparecidos como héroes, los sobrevivientes como traidores. Obviamente, para ello retomo el análisis literario, el análisis cultural y otras herramientas que aprendí en mi formación en la UBA (Universidad de Buenos Aires). Pero hay algo que está primero y que es el motor mismo de la escritura de este libro, que no fue nada fácil y me llevó mucho tiempo a animarme a publicar. Tiene que ver con lo que está inscripto en la dedicatoria del libro a dos personas muy queridas con quienes fui amiga desde la infancia: Mariana Kurlat y Daniel Retamar. Ambos sufrieron en carne propia el estigma que pesaba sobre su madre o su padre de haber sido traidores. Esa interrogación que me atravesó desde muy chica y que no me podía explicar creo que fue el motivo principal de haber escrito el libro. Por eso digo que das en la clave planteando que no escindo lo biográfico a un territorio de escritura determinado sino que está en todas partes.

Pensaba en algo muy lindo que dice Helena Maleno en la entrevista que le hiciste hace dos semanas [“La nueva normalidad se tiene que construir con los saberes migrantes”, CTXT, 21/5/2020], que el testimonio puede ser también una forma de pensamiento: que todos los cuerpos articulan ideas y son pensantes. Pienso en cómo la experiencia del confinamiento también nos precipita a un cuerpo que es una caja de resonancia de percepciones, de situaciones… Es un cuerpo como oreja, como superficie vibrante, y aquí retomo la idea de Suely Rolnik sobre el cuerpo vibrátil que es un cuerpo en contacto, en contacto con otros. En este punto quiero retomar también una idea muy bonita que se lanzó en un grupo de lectura que tenemos entre distintas personas que trabajamos, que habitamos de maneras distintas el Museo Reina Sofía. Un grupo al que denominamos Respirar y que está siendo realmente un espacio súper vital e importante para todas nosotras desde hace un par de meses. Allí, Isabel de Naverán planteó que la suya es una escritura somática, que parte del síntoma e intenta articularlo en palabras, una práctica sensible.

El título de la exposición de Clemente Bernad, Ante el umbral, fue tomado por su comisario, Jorge Moreno Andrés, de un poema de Luis Cernuda que termina hablando del fantasma de sí mismo. Clemente está pensando en el extrañamiento radical del espacio público, vaciado de personas pero todavía habitado por quienes no tienen casa y por quienes tienen que seguir saliendo a trabajar cuando todas las demás personas somos convocadas a quedarnos en nuestra casa. Un espacio habitado por esas sombras amenazantes y siniestras, apelando al concepto freudiano de lo siniestro, el lugar que conocemos, que nos resulta familiar pero que de golpe se nos vuelve completamente amenazante y extraño. Y por otro lado, en Con tres heridas yo, otra exposición también fotográfica pero en este caso colectiva que hicimos justo después, la curadora Inés Plasencia indaga en las formas tan diferentes que ha habido de transitar la intimidad del confinamiento en los espacios interiores: desde la residencia de mayores hasta los espacios de quienes pasaron el confinamiento solos. Creo que la agilidad con la que logramos intervenir tan pronto desde el museo fue posible por la contundencia de una serie de producciones en curso, con las que los fotógrafos fueron el ojo que espiaba donde nadie podía ver. Se arriesgaban a atravesar ese umbral para recorrer las calles vacías, las experiencias íntimas también, poniéndolas en imágenes y socializándolas.

Tu larga experiencia en impulsar y coordinar actividades de investigación en red se viene traduciendo desde 2018 en un tipo de programación museográfica que denominas con expresiones como Museo situado o Voces situadas. Consiste en reforzar los vínculos de la institución con el territorio donde se instala, intentando revertir la función habitualmente perturbadora e incluso a veces depredadora que las grandes instituciones artísticas o culturales ejercen sobre sus entornos cercanos. Saltamos de tus primeras propuestas de intervención en la cuarentena, las exposiciones  fotográficas, a una de las más recientes: el encuentro online de Silvia Federici con organizaciones de trabajadoras domésticas. Federici es muy conocida por sus libros donde ha venido aplicando una lectura feminista a las condiciones que el binomio capitalismo-patriarcado ha impuesto históricamente sobre el trabajo no reconocido y por supuesto no remunerado de las mujeres para la sostenibilidad de la vida. ¿Cuál es el motivo por el que consideras en tu actividad como programadora museográfica que se hace necesario intervenir en la situación de pandemia mediante una actividad como ésta?

El acto con Federici ha sido uno de esos momentos en los que el hecho de estar acá adquiere un sentido pleno, como me refería al principio. Obviamente, el término “situado” viene de la teoría feminista, de Donna Haraway concretamente, de su noción de conocimiento situado. Museo situado es una red de colaboración que venimos impulsando desde que ocurrió un hecho tan dramático como fue la muerte de Mame Mbaye [el 15 de marzo de 2018]. Mame era un migrante senegalés que formaba parte del Sindicato de Manteros [vendedores ambulantes] y murió a metros de su casa por un infarto después de correr durante horas huyendo de la policía. El resultado fue una micro rebelión del barrio que dijo “¡basta!” y estuvo durante tres días completamente convulsionado, trastornado, afectado y dolido, iracundo. Sin embargo, me impresionó mucho cómo el museo continuaba su vida cotidiana como si nada, imperturbable ante eso que estaba aconteciendo alrededor.

La idea de Museo situado tuvo que ver con intentar revertir ese aislamiento, esa hermeticidad, conectando al museo con la vitalidad y la larga historia de autogestión y de organización, de luchas. Con la cantidad de proyectos de colectividades migrantes, artísticas, culturales… que coexisten y conviven, no sin fricciones, en este territorio. Y a su vez, dándose la paradoja de que el museo es una de las puntas de lanza del proceso de gentrificación turística de este barrio. Se trataba de habitar esta paradoja no negándola, tampoco minizándola ni naturalizándola, sino que justamente sea el desgarro que significa esa contradicción el punto de partida de una asamblea, que actualmente es muy activa, en la que participan entre 30-40 colectivos muy variados. La componen desde Valiente Bangla [asociación formada originalmente por personas migrantes que lograron impedir ser deportadas mediante una lucha organizada en 2006] hasta Territorio Doméstico [sindicato de trabajadoras del hogar y cuidados fundado en 2006], que fue justamente el sindicato que nos propuso esta actividad con Silvia Federici. Originalmente estaba previsto que fuera presencial como parte de nuestro programa feminista de este año, y consistiría en una conversación entre Federici y Rafaela Pimentel, la vocera e impulsora de Territorio Doméstico. Obviamente, por la situación que estamos viviendo, la actividad presencial no pudo ocurrir como sucedió con tantas otras que hubo que cancelar o posponer. Y sin embargo, decidimos seguir adelante y, quizás por esa misma condición de virtualidad a la que nos forzó pandemia, pudimos ampliar la convocatoria y sumar a otros sindicatos. Participó Claribed Palacio, del sindicato colombiano Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico (UTRASD); la nicaragüense Lyudmila Montoya, del sindicato de reciente formación Trabajadoras No Domesticadas de Bilbao (TND); y la hondureña Eda Luna, de la Red de Trabajadoras Domésticas. Entonces, terminaron siendo cuatro voceras muy importantes que daban cuenta de diferentes condiciones, contextos y legislaciones en sus países, a la vez que se encontraba un denominador común: cómo en este momento de fuerte énfasis público en los cuidados como una noción central, como se ha evidenciado con la pandemia, sin embargo, ¿quién cuida a la cuidadora? Quién las cuida siendo además las más vulnerables, las que han quedado sin trabajo o han sido expuestas a contagio porque están siendo obligadas a seguir desplazándose por la ciudad, o que no pueden ver a su familia porque quedan encerradas cuidando a sus patrones… Y también está la situación de absoluta falta de derechos que se da de distintas formas en diversos contextos. La verdad es que Federici, con una generosidad muy hermosa, articuló este debate planteando en primer lugar la idea de un internacionalismo de los cuidados y de las cuidadoras a través de estas organizaciones, sean incipientes o de larga data, porque muchas de ellas no se conocen entre sí y sin embargo pueden articularse de una manera muy potente.

El artista, poeta y editor argentino Dani Zelko se encontraba en Madrid hace tres meses invitado por ti para realizar un proyecto. Su trabajo consiste habitualmente en producir una extraña forma de “poesía documental” a través de un mecanismo extremadamente sencillo: procesar mediante la expresividad poética testimonios habitualmente silenciados o que han encontrado dificultades para ser elaborados. La urgencia sobrevenida de la pandemia hizo que tuviera que regresar precipitadamente a Buenos Aires para pasar la cuarentena en su casa. Vuestra colaboración quedó momentáneamente congelada hasta que sucedió un acontecimiento dramático en tu barrio: la muerte del bangladesí Mohammed Hossein el 26 de marzo por trastornos derivados del coronavirus. Al parecer, había intentado comunicarse telefónicamente con los servicios de urgencia sanitarios pero, al no hablar bien el castellano, no logró hacerse entender. Propusiste entonces a Dani Zelko saltarse el modus operandi siempre presencial de su trabajo, adaptándolo para esta ocasión de una manera semejante a como durante la cuarentena hemos tenido que reinventar las relaciones de intimidad en la distancia. El trabajo resultante es un librito sobrecogedor que se titula Reunión: lengua o muerte. Nos habla de dos tipos de experiencias que nos han golpeado fuertemente durante esta cuarentena y para las que no estábamos exactamente preparados. Una es la dificultad de afrontar la muerte cuando resulta imposible elaborar el duelo por la imposición de un confinamiento estricto. La otra es la evidencia de que, dentro de nuestra fragilización colectiva, hay cuerpos que son doblemente debilitados, más expuestos aún a los riesgos de la pandemia. Hay cuerpos a los que afecta aún más la precarización del sistema de salud pública provocada por las políticas neoliberales. Y hay cuerpos a los que afectan todavía más durante la pandemia las dinámicas estructurales de desigualdad, como sucede en el caso de las personas migrantes. No me parece aventurado plantear que este proyecto de Dani Zelko está vinculado a tu propia experiencia en el barrio donde vives. Tú resides en Lavapiés, que está situado en el centro de Madrid y lo podemos considerar un territorio con las características del sur global que se reproducen cada vez más en las grandes ciudades europeas.

Lo primero que me gustaría apuntar es que la idea de rearmar el procedimiento, de alterarlo para trabajar a distancia, por teléfono, y es la primera vez que Dani se lo permite, no fue una propuesta mía sino que surgió de la conversación. Dani y yo intensificamos nuestra amistad a partir del cuidarnos mutuamente, él durante su confinamiento en Buenos Aires y yo en el mío acá en Madrid. Como nos comunicábamos cotidianamente, obviamente yo le conté lo que estaba pasando en Lavapiés. Y fue de esa conversación que nació la propuesta arriesgada de cambiar esa modalidad tan… tan bonita de escucha que él ha venido ensayando con el proyecto que se llama genéricamente Reunión. Consiste en sentarse con alguien a hablar mientras toma notas manuscritas, y cada vez que la persona se detiene a inspirar o a pensar, Dani cambia de renglón y de ello deriva una escritura cuya forma es poética. Inicialmente le produjo bastante desasosiego el tener que hacerlo por teléfono, pero se animó porque sintió que era necesario y no había otra manera. Finalmente resultó súper bien porque su capacidad de escucha es tanta, a pesar de la distancia y de la mediación técnica, que ha logrado que hasta algunas de las personas con las que conversó, familiares y amigos de Hossein, lo inviten a conocer Bangladesh. Eso habla de alguien que se hace querer y se comunica de una manera muy preciosa.

Con respecto a estos dos vectores que planteas en Reunión: lengua o muerte, estoy muy de acuerdo con vos en que el libro habla de la imposibilidad del duelo, de qué hacer con un cuerpo cuando fallece, porque para los bangladesíes es muy importante el tener el cuerpo enterrado en un lugar donde ir a llorar, homenajear al difundo, y ante la situación del coronavirus eso estaba puesto en cuestión. Y por otro lado también está el tema de la mayor precariedad de algunos, como por ejemplo las poblaciones migrantes. Particularmente la comunidad bangladesí del barrio ha sido muy afectada por el coronavirus. Pero creo que el punto clave inesperado y que con mucha contundencia plantea este libro tiene que ver con una tercera cuestión, que es la dimensión política de la lengua, es decir, el derecho a hablar la propia lengua. Me parece que el libro es en ese punto tremendamente contundente, no sólo por la historia particular de Bangladesh, cuyo origen como nación está vinculado a la larga lucha de ese pueblo por el derecho a hablar su lengua. También, más en concreto, por el reclamo de la figura de intérpretes mediadores que estén allá en los hospitales, en los centros sanitarios, en los tribunales, en las oficinas públicas, en donde hagan falta, para que una persona que no habla bien el castellano pueda comunicarse en su propia lengua con quien tenga que hacerse entender.

Me estás haciendo pensar en la relación que existe entre todos esos elementos… Está por un lado la reivindicación del uso de tu propia lengua para, incluso en un sentido muy sencillo, casi instrumental, hacerte entender en situaciones de urgencia. Pero está también la dificultad de elaborar el duelo que se experimenta de una manera muy atroz por la imposibilidad de acompañarnos en ese ritual expresándonos con una palabra presencial y encarnada. Está finalmente el hecho de que las condiciones de aislamiento que se nos imponen por la cuarentena exacerban estos problemas, que tienen un impacto mucho mayor sobre las comunidades concretas especialmente precarizadas o que sufren de manera más directa las desigualdades que ya venían siendo estructurales. Me parece muy revelador que hayáis elaborado estas problemáticas enfocadas sobre el caso específico de la muerte de Hossein precisamente a través de un trabajo con la palabra, reconstruyendo las relaciones de intimidad y de confianza mediante el diálogo: primero entre Dani Zelko y el Museo situado, después entre Dani y tú, finalmente de él con  la comunidad bangladesí y más en concreto con la familia y el entorno de Hossein… Y todavía más allá, materializando este trabajo en el formato de un libro construido de manera muy sencilla y frágil que, una vez se imprima, servirá para trasladar esa cadena de diálogos creando un espacio íntimo con quien lo lea. Resulta muy acertada la manera en que ponéis en valor no solamente la función instrumental del lenguaje, sino también la utilidad que la palabra tiene en estos días cumpliendo una función relacionada con la necesidad de elaborar nuestros estados anímicos. Me parece muy potente esta manera de, además de hacer un señalamiento directo de este caso muy grave que ha sido la muerte de Hossein, desarrollar un proyecto que ayuda a elaborar el duelo mediante herramientas expresivas frágiles y sencillas como la voz y la palabra, que sin embargo son tan centrales en este momento, utilizándolas de una manera que no es solamente enunciativa.

El libro está ahora en imprenta y va a haber una tirada en papel de distribución gratuita. Y te digo más: creo que a Dani Zelko lo incomodó más el no estar aquí para el día después de la salida del libro que el hecho de tener que producirlo a distancia. Siempre lleva consigo una imprenta portátil, lo imprime muy precariamente y lo presenta al día siguiente de haberlo escrito en colaboración con alguien. Y ese momento de lectura compartida con la colectividad con la que produjo el testimonio es un momento clave del proceso de cada reunión. Por eso está ahora muy entusiasmado produciendo una versión de Reunión: lengua o muerte en audiolibro: haciendo que personas migrantes de diversas partes del mundo, cuya lengua materna no es el castellano, lean partes del libro para armar un ensamblado de muchas voces con el fin de elaborar esta versión oral.

Vamos a tocar ahora un cuarto elemento de las diferentes maneras en las que has intervenido en este periodo de pandemia y cuarentena. El estado de alarma se decretó en España el pasado domingo 15 de marzo. Y al mes de iniciarse la cuarentena más estricta te atreviste a publicar un textito que se titulaba “No tener olfato” (Revista Anfibia, 17/4/2020). Nos contabas cómo a los pocos días de iniciarse la cuarentena te ocurrió un episodio doméstico aparentemente banal. El caso es que dejaste inadvertidamente que la humita se carbonizara en el horno. Eso significaba ni más ni menos que estabas experimentando los síntomas de estar infectada por el coronavirus. Tu texto adopta un registro formalmente testimonial. Pero por debajo de su sencillez incorpora un tejido de evocaciones enormemente complejas, en algunos momentos incluso sobrecogedoras. Me limito a leer uno de los fragmentos que más destaca: “Hoy me desperté pensando en que perder el olfato era otro modo de encierro. Ya perdimos la posibilidad de tocarnos la piel y hundir los dedos, de hablarnos y escucharnos en vivo, de rozarnos, de mirarnos a la cara. Y ahora no puedo oler al otrx ni a mí misma, ni saber si me merezco una ducha o si estoy desatando un incendio. El cuerpo ensimismado, aletargado, reducido. Sin papilas dispuestas al deleite o al peligro. Sin afuera. Capturada”. Es una descripción que te deja sin aliento sobre cómo, aún más que la cuarentena, la enfermedad te sella el cuerpo, imponiendo un aislamiento tan inmediato frente al entorno que bloquea tus capacidades de conectar con los olores u otras sensaciones domésticas. Te produce un extrañamiento de tu propio hábitat privado y genera angustia al impedirte conectar.

Qué decirte… El comienzo del confinamiento y sentir los síntomas de la enfermedad fueron en mi caso dos procesos superpuestos. Esa sensación de pantano de la que te hablaba antes empezó a destrabarse o a despejarse justamente a partir de que me pude volcar a la escritura. Más que la sensación de encierro, la escritura de ese texto quizás me resultó… algo así como una posibilidad de invención que consiste —volviendo a la politicidad de la lengua— en ser capaz de articular una lengua, un ejercicio escriturario idóneo para decir eso que me estaba pasando. Salir del balbuceo, del pantano o del encierro sobre mí misma fue una experiencia feliz dentro de lo duro de las circunstancias. Entonces, me cuesta asociar el texto con el encierro, aunque claramente entiendo que quien lo lea perciba que habla de eso, de situaciones duras, sin duda, aunque  hay muchísima gente a la que le tocaron circunstancias muchísimo peores que a mí. Y ahí me gustaría recuperar, de la serie de entrevistas que venís haciendo, una imagen en la primera con Bifo [“El capitalismo ya no es inevitable”, CTXT, 30/4/2020], que me gustó muchísimo, y que tiene que ver con respirar y con la conspiración como un ejercicio de co-inspirar, de inspirarse con otros. Hoy no puedo dejar de asociarlo al “I can’t breathe” (No puedo respirar) de George Floyd, que se ha convertido en una consigna política potentísima, enunciada en primera persona del singular: la frase de aquél a quien el policía le está oprimiendo el cuello de tal manera que no puede respirar. Lo enuncia, lo dice, y sin embargo igual la opresión continúa y se produce la muerte. Pensaba que ese “no puedo respirar”, lo que dice George Floyd, es lo que dicen hoy todos los manifestantes contra la discriminación racista y la violencia institucional que están sacudiendo Estados Unidos; pero es también lo que mucha gente afectada por el coronavirus siente. ¿Cómo podemos asociar ese “no puedo respirar” a los síntomas respiratorios de la neumonía, a veces gravísimos, que produce el virus? No sé… En fin, lo que quería decirte es que la escritura no fue para mí una manera de confirmación del encierro sino, al contrario, una modo de empezar a salir de él.

Te voy a contar para acabar un recuerdo que sé que compartimos. Cuando viniste a España para comenzar a trabajar en el museo, tuvimos una larga conversación sobre el siguiente problema que en ese momento nos era común: la dificultad para retomar el pulso de la escritura propia cuando se desempeñan tareas institucionales complejas. En ese momento, yo llevaba dos años en el Congreso de los Diputados y me sentí muy identificado con la sensación de bloqueo de la que me hablabas. La reflexión muy sencilla que nos hicimos fue la siguiente: parece improductivo insistir en dar continuidad a una manera de escribir que consideramos ya propia cuando las condiciones personales, biográficas, institucionales y materiales se nos modifican radicalmente. Mirado a través de esta reflexión tan obvia, el problema se nos convierte en otro: no se trata de cómo continuar escribiendo, sino más bien de cómo reinventar el modo de escribir desde el interior de las nuevas condiciones. Y con esto retomo el planteamiento que he buscado hacerte desde el inicio de nuestra conversación. Tengo la impresión de que, durante esta cuarentena, has realizado un ejercicio muy trabajoso, no tanto para proseguir con tus actividades anteriores con el fin de darles continuidad durante la cuarentena, sino para reconstruir tu modo de producir bajo una nuevas condiciones. No estoy seguro de si se ha tratado de un ejercicio que te hayas planteado de manera consciente, seguramente no tanto. Pero sí me parece que el repaso que hemos hecho de tus tareas en estos tres meses pasados, reconsiderándolas además a la luz del textito sobre tu experiencia de haber sido afectada por la enfermedad, algo nos dice sobre cómo debemos modificar nuestros modos de hacer en las nuevas condiciones que ha provocado el impacto de la pandemia y nuestra vivencia de este encierro.

Sí, recuerdo que cuando hablamos de eso hace un par de años vos me decías que no tenía que insistir en los proyectos de investigación o de escritura de largo aliento en los que habíamos estado embarcados antes. Yo suelo trabajar proyectos de escritura largos, investigaciones, libros, exposiciones… que me llevan tres, cuatro, cinco o diez años de trabajo. Esa es la temporalidad larga de la investigación y de la construcción de esos procesos colectivos de los que hablábamos antes. Pero, claro, vos me hablabas entonces de que, en este nuevo contexto, en mi caso una primera experiencia de gestión cultural en un gran museo, en tu caso como diputado, lo que se imponían eran los formatos de escritura breves, me acuerdo que me planteabas: “no te propongas ahora mismo escribir textos de más de cuatro páginas”. Se trataba más bien de hacer textos sencillos, urgentes, de intervenciones precisas en coyunturas dadas. Textos que respiren de otra manera, los que las propias condiciones nos llevaban a escribir y que sirvieran para ir haciendo progresivamente construcciones más complejas. En lo que se refiere a la escritura en particular, la verdad es que he escrito muy poco, mucho menos de lo que quisiera, y ahora al volver a escribir me he dado cuenta de lo feliz que me hace, cómo extraño eso en mi vida cotidiana. Un ejercicio en el que siempre me siento mucho más cómoda y más fluida que hablando. Sin perder de vista que lo que estamos pudiendo hacer acá en el museo es para mí una experiencia imperdible, impresionante, de formación y de articulación.

Sí te contaría para cerrar por qué le pusimos Respirar al grupo de lectura del que antes te hablaba. Surgió de alguna manera de esa idea de co-inspiración mencionada en tu conversación con Bifo. Nos reunimos semanalmente para compartir lecturas, producciones, ideas, experiencias, sensaciones… Está siendo un espacio de respiración colectiva para todas nosotras. Te lo explico para pensar un poco en lo que planteas sobre la necesidad de inventar nuevos formatos insólitos. Hoy, una de las personas que forman este grupo me decía: “qué bueno que nos podamos dar un espacio así en el ámbito de trabajo, dentro de una institución tan exigente y compleja como el Reina, para compartir esas lecturas y esos momentos”. Incluso para compartir silencios, porque hay momentos en los que nos quedamos todas calladas. Dentro de estos formatos inéditos, este viernes vamos a empezar también un experimento que tiene que ver asimismo con sencillamente juntar a muchas personas. En este caso, personas que comparten el interés por pensar la cuestión del duelo, de cómo se han quebrado los rituales de despedida durante esta pandemia, elaborando la cuestión desde lugares completamente diversos: lenguajes artísticos, saberes, experiencias muy diferentes. Y no hay formato ni plazo, nada más que las ganas de ponernos a ver qué pasa con esa articulación de voces, a ver qué ocurre allá, qué resulta de eso, ¿no? Y creo que es muy bueno que nos permitamos respirar de esas otras maneras para empezar a darle una vuelta a este mundo desgastado que habitamos y que ya no queremos volver a habitar.

 

Esta conversación forma parte de La pandemia en germinal. Conversaciones sobre un mundo en cuarentena, una serie producida para El Aleph. Festival de Arte y Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con la colaboración de Galería Àngels Barcelona, La Maleta de Portbou. Revista de Humanidades y Economía, Revista CTXT y Nodal (Noticias de América Latina y el Caribe).

Versión en pódcast:  http://culturaunam.mx/elaleph/podcast-la-pandemia-germinal/.

*Marcelo Expósito

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