Planificación para el desarrollo post-pandemia – Por Gabriel Montes Rojas y Eduardo Raíces, especial para NODAL

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Gabriel Montes Rojas y Eduardo Raíces *

El mercado asigna recursos de acuerdo a principios de eficiencia económica, cuya premisa última y realización efectiva es la obtención de lucro.

En situaciones normales el ensayo y error, o la creación y destruccióncreativa schumpeteriana del capitalismo se ha mostrado como un programa socialmente tolerable, si llamamos a eso el sistema imperante en la Argentina y en gran parte del mundo occidental. La situación de parate generalizado y sistémico ha puesto en una pausa el desarrollo “natural” capitalista.

A la espera de la señal de largada, existe un debate implícito sobre dos cuestiones que conviene separar. Por un lado, cuál es la mejor manera de mantener el sistema funcionando pasivamente con la menor pérdida de recursos y el menor daño social. Por otro lado, qué sociedad queremos cuando se logre una nueva estabilidad.

Para lo primero existe un cierto consenso acerca de la imposibilidad de lograr eficiencia con el mercado, dadas las restricciones de salubridad. La desigualdad en los tipos de actividades en cuanto a la propagación del Covid-19, genera efectos macroeconómicos desiguales por sectores que se amplifican al restringirse los flujos de recursos que el mercado hubiera considerado eficientes.

En este contexto se acepta como necesario mantener ingresos mínimos para la población a través de políticas activas. Por supuesto, están los aguerridos neoliberales y libertarios que ven una oportunidad culpar al estado por la recesión.Antes bien, la existencia de los estados nacionales es la propia condición de existencia de los mercados locales y globales como, de nuevo, lo viene a demostrar la situación existente.

Por definición, y como se demuestra en estos días de pandemia, el mercado no puede, no sabe, no quiere y carece de las herramientas para sostener acciones que alcancen al conjunto de la comunidad en términos del aseguramiento del bienestar, tal como define a la condición de salubridad la Organización Mundial de la Salud.

Para esto el arbitrio del Estado es necesario. Desde la lógica de la política pública, está orientado a planificar y satisfacer requerimientos en términos de derechos y a velar por el cumplimiento de las obligaciones establecidas por el sistema normativo asentado en torno a la carta constitucional y a las normas y pactos internacionales.

La rentabilidad estatal, se sabe, deviene de asegurar la capacidad en recursos de todo orden, para atender las demandas sociales insatisfechas, debiendo ser todo superávit financiero circunstancial un incentivo para potenciar y ampliar esa capacidad de intervención.

Hay una eficiencia estatal, que no se mide por la ganancia ni se desvirtúa en la burocracia y la corrupción, consistente en el deber y la posibilidad exigible de que todos puedan potencialmente tener una vida digna y sana.

Al mismo tiempo, es necesario pensar en la planificación para cuando las restricciones de salubridad no sean necesarias. El descalabro económico general de este parate habilita a pensar si será tan sencillo y deseable retomar el orden de los negocios luego de atravesado lo peor del drama.

Los daños económicos derivados de las actividades cerradas por necesidad no van a ser espontáneamente saneados, y las diferencias en cuanto a la espalda financiera y las deudas acumuladas generarán claros ganadores y muchos perdedores.

Sobre todo el propio Estado, tendrá más restricciones que las habituales para desarrollar sus actividades. Sobre este punto, hay que anticiparse y planificar antes que el mundo vuelva a correr. Un impuesto a las grandes fortunas, aceptado en los circuitos académicos occidentales (con las excepciones de siempre) sin duda va en la dirección correcta.

También dejar en claro que la participación estatal en empresas (cuando se paguen salarios y mantengan actividades sostén con el erario público) no tiene que ser un lastre a futuro sino una oportunidad para una mejor planificación social.

Quizás, una vez más, sea hora de pensar si queremos que prevalezca la competencia por sobre la solidaridad; la ganancia por sobre el bienestar de todes, especialmente los más desposeídos; la individualización pensada desde la capacidad de consumo frente a la ciudadanía que hace del otro un semejante en su diferencia.

En este momento, fortalecer las capacidades estatales y, sobre todo, consolidar las fuerzas sociales que las pueden apoyar de modo activo son un camino para confrontar la pandemia mercantil.

* Departamento de Derechos Humanos, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, Buenos Aires, Argentina


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