Paralelismos – Por Carlos Schmerkin

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El COVID19 se expande por todo el planeta y en numerosos países existe lo que se llama “distanciamientos físicos” o “cuarentenas” que recluyen a miles de personas en sus hogares. Si bien se trata de evitar la propagación del virus, los confinamientos tienen múltiples efectos sobre ellas. En esta sección “reflexiones sobre la pandemia” NODAL comparte testimonios de quienes han pasado por diversas experiencias de falta de libertad. Es un espacio de pensamiento abierto, para contribuir a visibilizar otros aspectos de la pandemia.

Por Carlos Schmerkin, especial para NODAL

El confinamiento en Francia tiene fecha de caducidad: en mayo del 2020 gozaremos de una libertad restringida. El anuncio me hizo pensar en la « libertad vigilada » que me otorgaron los militares argentinos en enero de 1979. Aquel confinamiento al que fuimos sometidos los presos políticos por la más atroz dictadura militar, obviamente, no tiene nada que ver con el que vivimos actualmente en la era del coronavirus. 

Pero pensar en ciertos paralelismos es inevitable.

Cuando me encerraron en el calabozo de una comisaría en la ciudad de Buenos Aires en octubre de 1975 pensé que saldría pronto. También lo pensé al ingresar en el penal de Villa Devoto, ubicado en el centro de la ciudad, una semana después. Los días, los meses y los años pasaron; la cárcel se convirtió en mi lugar en el mundo. Al principio sentí un cierto alivio: ya no caería en un operativo de la Triple A, banda parapolicial que asesinó y desapareció a cientos de compañeros antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. La celda se transformó en un refugio. Los libros permitieron evadirme de ese mundo en el que ya no podía abrir puertas, ni encender o apagar la luz ni mirar las estrellas sino a través de los barrotes.

Confinado en mi casa de la región parisina con jardín en 2020 recordé aquella sensación de alivio, convencido de estar ahora protegido contra el Covid19. Claro que no hay comparación posible con la experiencia vivida hace 45 años en Argentina. Sin embargo, afloran recuerdos de aquella época con mas intensidad y los paralelismos se expresan también en el tiempo dedicado a la lectura. El humor desarrollado en aquellas circunstancias fue fundamental para preservarnos de la depresión y soportar un régimen carcelario dedicado a aniquilarnos. La ingeniosidad para comunicarnos con otras celdas a través de los inodoros o utilizando las “palomas”* y el lenguaje de señas, marcaron nuestro “confinamiento”. Fueron las formas primitivas de las redes sociales en la cárcel.

En aquella época, muchas veces fuimos privados de ver a nuestras familias, las visitas se hacían a través de los barrotes, a veces a distancia, ellas saludando desde la calle y a cientos de metros de nuestras ventanas. A pesar de que apenas podíamos distinguir la silueta de nuestros parientes y compañeras, nos sabíamos acompañados. “Distanciamiento carcelario…distanciamiento social”. Por suerte en esta época disponemos de herramientas digitales que nos permiten estar en contacto virtual con nuestros seres queridos aunque nada puede remplazar el contacto físico.

En la cárcel aprendimos a vivir con la incertidumbre. A disposición del “Poder ejecutivo”, los presos no teníamos fecha de “desconfinamiento”. Incluso muchos temíamos salir en libertad debido a los asesinatos de compañeros, ocurridos durante “traslados” o a cien metros de la prisión. La incertidumbre actual sobre cómo será nuestra vida después del desconfinamiento es menos angustiante pero la posibilidad de contagiarse para los que somos “personas de riesgo” es una preocupación permanente. Sabemos que los besos y los abrazos tardarán en volver a nuestro cotidiano social y afectivo. Ya nada será como antes.  Incluso si en prisión a veces soñábamos con volver a la vida anterior, presentíamos que nuestra vida ya no sería lo mismo. ¿Cómo reanudaremos nuestras relaciones amorosas, familiares y amistosas? ¿Cómo abordaremos nuestra actividad militante y profesional? ¿Podremos quedarnos en Argentina o tendremos que exiliarnos? ¿Cuánto tiempo permanecerán los militares en el poder?

Hoy puedo responder a todas esas preguntas después de cuarenta años de haber partido de Argentina. Después de pasar casi cuatro años en la cárcel, Francia me recibió como exiliado y se convirtió en mi país de residencia. Rehíce mi vida, me inserté profesionalmente, seguí militando y construí nuevas relaciones sin perder las de antaño. Fundé una nueva familia, tuve otro hijo, planté arboles en mi jardín y escribí un libro, cumpliendo inconscientemente con las premisas del poeta cubano José Martí. Y de golpe, surge esta pandemia que desestabiliza, que genera miedo y un caos económico mundial nunca visto. A los casi 71 años aparecen nuevamente las preguntas, no solo de como será mi vida después del desconfinamiento, sino mas bien, cual será el futuro de la humanidad. La incertidumbre vuelve a instalarse, reaparece con toda su fuerza, proyectándonos a una dimensión inédita.

Busco respuestas en innumerables textos de intelectuales, científicos, médicos, hasta poetas, que circulan en todo tipo de medios y redes sociales. En esa búsqueda encuentro esta pepita del sociólogo francés Edgar Morin que escribió hace muy poco que “la pos-epidemia será una aventura incierta donde se desarrollarán las fuerzas de lo peor y de lo mejor, siendo estas últimas todavía débiles y dispersas. Finalmente, sepamos que lo peor no es seguro, que lo improbable puede suceder, y que, en la batalla titánica e inextinguible entre los enemigos inseparables que son Eros y Thanatos, es saludable y estimulante ponerse del lado de Eros.”  

Al leerla me di cuenta que siempre supe de que lado estuve y estaré.

* En el lenguaje carcelario “Paloma” es un objeto (un cigarrillo, algo de tabaco, un poco de azúcar) o un mensaje que se hace llegar de una celda a otra de otro piso mediante un piolín, muchas veces trenzado con hilos arrancados de los míseros colchones de lana sin peinar ni limpiar, muchas veces con abrojos que nos hacían saltar con sus pinchazos. Si la “paloma” va de un patio a otro, se la ata a un objeto pesado, generalmente un trozo de baldosa de patio, que es así arrojado por el aire. Estar “engomado” es estar encerrado. Aún en el lenguaje carcelario hay poesía… 

Extracto de «La paloma engomada, relatos de prisión, Argentina, 1975-1979” de Félix Kaufman y Carlos Schmerkin, edición El Farol, 2005


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