Las derivas del neoliberalismo pospandémico a las tinieblas de la “izquierda” – Por Nicolás Centurión y Eduardo Camin

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Por Nicolás Centurión y Eduardo Camin (*)

En nuestros días, el ritmo vertiginoso de transformación del mundo globalizado, de complicación técnica, de automatización laboral, de creación científica, de mentiras reales y verdades virtuales, nos impone una ráfaga de necesarias innovaciones en la convivencia social.

Una innovación impuesta, un armado que nos excede y que al mutar la realidad nos obliga a pensar alternativas, a llevar el análisis un poco más allá de lo que se nos presenta como aparente y a descartar de una vez por todas, viejas recetas esquemáticas y dogmáticas.

Es tentadora la situación de querer anticiparnos a lo que va a suceder. De poder prever aunque sea una pequeña escena de este guión incierto. Hoy, académicos e intelectuales aparecen confundidos en las redes sociales, presionados por su narcisismo y las exigencias del mercado editorial o mediático, buscando pruebas que avalen sus posiciones ideológicas y que les ayuden a distinguir quienes son los buenos y quiénes son los malos.

Pero los intelectuales de izquierdas ya no buscan construir armas de lucha contra el capitalismo, ni alimentar las resistencias: sólo se ocupan de encontrar ese dato, esa historia humana, ese argumento que les permita seguir publicando libros, seguir dando entrevistas a los medios masivos y sosteniendo sus posiciones como si en ello les fuera la vida. Unas posiciones que coinciden con los intereses y las lógicas de expansión capitalista.

Es un hecho que el mundo está cambiando y para peor. Los horizontes posibles que se nos aproximan no auguran buenas nuevas para los que vivimos en América Lapobre como diría un compatriota uruguayo. El horizonte ya no se nos aparece lejano como la utopía para caminar, como diría otro uruguayo más, sino que viene hacia nosotros a paso firme como una distopía. O visto del otro lado del mostrador, como la utopía de la élite mundial.

Estados más policiales, generaciones enteras de niños y adolescentes criados en un higienismo extremo. Los cuerpos dóciles, las mentes palpitando paranoia en cada exhalación, la voluntad de las almas predigitada. Las empresas farmacéuticas calzándose las botas de siete leguas para avanzar en su fortuna, el sistema financiero ampliando sideralmente su ventaja con respecto al capital industrial.

Hasta no hace mucho estábamos debatiendo sobre el ascenso de los nacionalismos de ultraderecha en la vieja Europa, sobre la guerra comercial entre Estados Unidos y China, sobre la disputa de la hegemonía por el 5G y más. En unos pocos meses poder lavarse las manos pasó de ser un bien suntuoso en esta “nueva normalidad.”

Ciertas certezas a las que nos aferrábamos y daban estabilidad intelectual y de acción hoy las sentimos temblar y resquebrajarse bajo nuestras suelas. ¿No sería una estrategia más eficaz el intentar ver las carencias de nuestro pensamiento y de nuestra acción política que han otorgado tal ventaja al sistema económico capitalista (y a la ideología neoliberal que lo sostiene y legitima) que parece ya irreversible?

Pensar, por lo tanto, desde la izquierda nos debe situar, en la esfera de reflexión cuya potencia radica en la capacidad para desarrollar y constituir una razón crítica. Las razones de la democracia, es decir la construcción del hombre ético y político, son, al igual que las razones de la libertad, es decir el bien común, objetivos irrenunciables para lograr el total desarrollo de la condición humana.

Romper el bloqueo teórico y político que teje esta sociedad del conformismo regido por el mercado, acabar con el miedo que impone el poder, asumir el valor crítico de un proyecto alternativo, deben de ser estas las razones de la democracia.

Hasta que no se elabore una propuesta real y valiente para intentar salir de la situación presente – y no simplemente para paliar sus efectos más atroces, con planes de emergencia, y ayudas sociales- su destino político seguirá preñado de melancolía.

¿Acaso el mundo de las modernidades nacionales, y la retórica del discurso del neoliberalismo conservador globalista, seguirá marcando el sentido de los tiempos?

Alzar la vista

Hoy los proyectos de las izquierdas y derechas regionales imponen un modelo del no-ser. Son en cuanto no son como el otro y se dibujan caricaturas grotescas en espejos deformes. Ni volvernos la Venezuela de Maduro o Cuba según la derecha, ni ser la Argentina de Macri o el Brasil de Bolsonaro según la izquierda.

¿Cuál es el horizonte que plantea la derecha? Ninguno. Su horizonte se mira en el retrovisor de un tiempo pasado que nunca fue y que paradójicamente si se pudiera volver a ese pasado, sería un presente nefasto. De allí se evocará al pasado nuevamente, ¿y hasta cuándo?

¿Cuál es el horizonte que plantea la izquierda? Ninguno. Estos expertos en denunciar y realizar sesudos análisis sobre el acontecer, ¿qué ofrece para levantar la frente y la mirada, para soñar despierto con un mundo de iguales?

Los parias no entran dentro los cálculos del 1% más rico (y podríamos ampliar más esa cifra). Más robotización y menos trabajo son la ecuación mundial. Las películas de ciencia ficción futuristas fueron el avant-premiere de la nueva era del anunciado esclavismo digital.

El ejército de reserva se engrosa día a día mientras la inventiva ideológica se estrecha cada vez más. Las consignas de barricada se refugian en un efímero hashtag.

Frente a los sembradores de tinieblas, la verdad actúa siempre como la luz de la razón.

El topo de la historia aún persiste, subterráneamente, en seguir haciendo andar el motor de la historia y desplegando sus luchas.

¿Seremos ilustrados y valientes, creativos y heroicos? ¿Estaremos a la talla?

(*) Analistas asociados al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la). Centurión desde Montevideo, Camín desde Ginebra.

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