La memoria en el confinamiento y pandemia – Por Norma Espíndola

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El COVID19 se expande por todo el planeta y en numerosos países existe lo que se llama “distanciamientos físicos” o “cuarentenas” que recluyen a miles de personas en sus hogares. Si bien se trata de evitar la propagación del virus, los confinamientos tienen múltiples efectos sobre ellas. En esta sección “reflexiones sobre la pandemia” NODAL comparte testimonios de quienes han pasado por diversas experiencias de falta de libertad. Es un espacio de pensamiento abierto, para contribuir a visibilizar otros aspectos de la pandemia.

La memoria en el confinamiento y pandemia

Por Norma Espíndola*, especial para NODAL

«La memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda.

La memoria es un presente que nunca acaba de pasar.»

Octavio Paz

En pocos días se cumplen 45 años en los que una “patota” de Coordinación Federal -la policía argentina- me secuestrara. Fue un 11 de mayo de 1975 sin que nadie de mi familia supiera dónde estoy. Después de días penosos me declaran detenida, ingreso a la cárcel de Olmos, Provincia de Buenos Aires y un año y medio después me trasladan a a la cárcel de Devoto -en la ciudad de Buenosa Aires- hasta el 23 de diciembre de 1976, día de mi libertad, en plena dictadura militar. Me escondo y tres días después parto para Brasil, donde también, y desde hacía años regia una dictadura aplastante. Sufrí interrogatorios y persecuciones allí también, lo que me hace solicitar refugio a las Naciones Unidas, así es que un año y un mes después, parto desde Río hacia Francia, mi tierra de asilo.

Mi primera vuelta a Argentina ocurre en el año 84, en democracia, y en el 85 me instalo definitivamente en Buenos Aires. “Me instalo” es un decir, porque la crisis del 2001 me lleva a mi segundo exilio, ésta vez económico. Llego en ese año al Amazonas, Amapá, en Brasil y trabajo dos años allí, en el gobierno de João Capiberibe. Lula es electo Presidente en 2002 y en 2003 estoy trabajando en su gobierno radicada en Bahia durante seis años. Luego, en el gobierno de Río Grande do Sul hasta fines de 2014, período en el que obtengo mi ciudadanía brasileña.

Hace cinco años que volví nuevamente a Argentina, pocos días me faltan para cumplir 77 años. Llevo 50 días de confinamiento. Nada semejante a la estrecha celda en las catacumbas de Olmos, o a la superpoblada de Devoto. El sol nace del este en mi balcón, desde allí veo los árboles, tengo un horizonte amplio, el cielo, la calle donde vivo y otra que la cruza, algunos colectivos y coches pasan, algunos transeúntes conocidos, o no. Y sin embargo, es difícil conciliar el sueño, delimitar el tiempo, el espacio que se confunde. ¿Cuál es el adentro, cuál es el afuera?

La memoria llega sin ser convocada, momentos de encierro, de maltrato, de traslados amenazantes, de olores de miedo y encierro, de angustias, de impunidad, de impotencia porque no existía la ley. Había que recurrir a la fuerza interior, a la solidaridad de las compañeras, al apoyo de familiares muy cercanos y al amor resguardado.

Como me siento, y soy un ser atravesado por la historia y mi pertenencia, Brasil está tan presente en mi vida como Argentina. Temo la violencia instalada allí, por tantas personas queridas y con las cuales hasta hoy compartimos, aún en la distancia, nuestras vidas. Temo al estado de excepción instalado y su devenir, tanto o mas, que a los estragos del coronavirus. Temo también, que deje de ser mi tierra.

Así es, que en este momento, cuando lo traumático surge como convidado de piedra, lo acojo, y hago un gran esfuerzo de discriminación y resignificación, sabiendo que la incertidumbre existe, pero no es la misma, que a la muerte puedo jugarle una mala pasada cuidándome y que lo vivido, realizado y amado es poderosamente mucho más fuerte.

* Psicóloga Social, ex presa política y ex exiliada política.


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