América Latina: apuntes para caracterizar la nueva etapa que ya se vino – Por Pablo Solana

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Pablo Solana

Diversos relevamientos van dando cuenta del nuevo mundo y, dentro de este, de la insoportable crisis y la reforzada desigualdad en que quedará Nuestra América. Urge actualizar coordenadas. Las tácticas recientes quedan fuera de foco si no se ajustan análisis y se redefinen prioridades para la nueva etapa. Por Pablo Solana*.

Estamos entrando en una crisis solo comparable con la que dejó la Segunda Guerra Mundial, señala la Organización Internacional del Trabajo.

La OIT estima que la profundización de la pandemia estaría arrasando con más de 25 millones de puestos de trabajo en el corto plazo. “El consumo se desploma y durante un largo período millones solo tendrán para la subsistencia —en el mejor de los casos—“, analizan en este informe del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

Por su parte, la investigadora argentina del mundo del trabajo Paula Abal Medina aporta los siguientes datos sobre la realidad laboral global:

– Se estima que 436.000.000 (cuatrocientos treinta y seis millones) de empresas a nivel mundial ya están en crisis con riesgo de cierre definitivo.

– Durante el primer trimestre del año, con las primeras cuarentenas en algunos países, bajó 4.5% la cantidad de horas trabajadas a nivel mundial (ese es el indicador con el que se acostumbra graficar la pérdida de trabajo). Para el segundo trimestre se prevé un deterioro de 10.5% que equivale a 305.000.000 (trescientos cinco millones) de empleos a tiempo completo.

– Se estima que 1.600.000.000 (mil seiscientos millones) de los 2.000 millones de trabajadores informales a nivel mundial vean afectados sus ingresos en un 60%.

– En América Latina (la región más desigual del mundo) la pérdida de ingresos será proporcionalmente mayor al promedio global: abarcará al 80% de los trabajadores informales.

Las venas (más) abiertas

Con base en estimaciones elaboradas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el FMI, el Banco Mundial y la financiera Goldman Sachs, el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) estalece que:

– Se prevé una caída del PIB en toda América Latina de promedio del 5.3%.

– El retroceso en Nuestra América será mayor al esperado en EEUU (4.9%) y el doble del promedio mundial (2,5%).

– El único dato positivo para la región sería que China, el principal comprador de exportaciones latinoamericanas, seguirá sin interrumpir su crecimiento, a contrapelo de la tendencia mundial.

A los desastres de la pandemia deberán cargarse las taras estructurales que arrastra cada país. La dependencia del petróleo será un lastre difícil de superar. Así, según esas estimaciones, Venezuela, que se destaca entre los estados que mejor manejo viene dando a la crisis sanitaria, de todos modos sufrirá la peor recesión, arrastrada por el desplome de los precios del crudo: tanto Cepal como el FMI estiman un retroceso económico en torno al 15 / 18% para el país bolivariano.

Siguen en la saga de peores proyecciones económicas Ecuador, con una caída estimada de -6,1%; México, -5,9% y Argentina, -5,7%. Con indicadores negativos en torno al 3- 4 % se encuentran Perú, Chile y Uruguay. Siempre según las entidades de referencia para este estudio, algo menos peor estarán Colombia (-2,4%) y Paraguay (-1,2%).

Analiza Celag: “Los países que cuentan con ingresos petroleros están entre los más afectados, como Ecuador, México y Argentina. Colombia y Bolivia cuentan también con ingresos petroleros, pero presentan mejores proyecciones, posiblemente como resultado de los ingresos derivados de sus exportaciones extractivas no petroleras, menos afectadas por la pandemia; por el contrario, los países con menos recursos petroleros, como Uruguay, Chile y Paraguay, resultan menos afectados”.

El informe otorga una mención especial a la República Bolivariana, y agrega una recomendación: “El resultado esperado para Venezuela resalta la necesidad urgente de terminar con las sanciones aplicadas por EE. UU.”. Resulta urgente una campaña internacional en ese sentido, aunque el humanismo elemental que eso implicaría no estará entre los principios que orienten, en este contexto de crisis y rapiña, la política mundial. Por el contrario: las constantes agresiones que soporta Venezuela se apañan en la indiferencia y el dejar hacer de la “comunidad internacional”.

En el balance general, queda claro que no hay nada bueno que esperar. Las desigualdades estructurales se verán reforzadas, incluso cada vez más violentamente, de ahora en más.

Sobre las tácticas que nos trajeron hasta acá

Dentro de la multiplicidad de reclamos, sujetos y objetivos que se reflejaron en las luchas que vinieron protagonizando los pueblos de Nuestra América, hay dos ejes que, aun a riesgo de resultar esquemáticos, nos ayudan a entender los debates y alternativas en curso en la región.

Por un lado, hay países en donde la dinámica de protestas y acumulación de fuerzas de las organizaciones populares estuvo marcada por fuertes protestas callejeras (Chile, Colombia, Ecuador). Pasado ya algún tiempo, la táctica confrontativa no pareció afectar en gran modo las gestiones neoliberales (salvo en Chile, donde el escenario se mantiene asombrosamente abierto aun pandemia de por medio, los gobiernos de derecha en la región acumulan problemas pero la lucha popular no parece ser su principal amenaza).

Por otro lado, hay dos países donde la táctica determinante fue por otros carriles. En México y Argentina la coyuntura reciente pareció demostrar la eficacia de los “buenos modos” para frenar la ofensiva neoliberal: el pueblo sacó a Macri del gobierno argentino con votos, y de igual modo llevó a López Obrador a la presidencia del país norteamericano. En el caso argentino, el desenlace electoral se dio después de muchas movilizaciones, pero la táctica de la recta final, la determinante, fue la moderación y la apuesta a la alternativa electoral; también en México preexistieron dinámicas de movilización y sectores siempre activos por fuera de lo electoral, como el zapatismo, pero fue la elección de AMLO lo que movió el amperímetro de la política del país como no sucedía desde el alzamiento indígena de 1994. En Argentina, además, la nueva administración abrió espacios en el Estado a organizaciones populares, lo que en principio refuerza la opción institucional.

La coyuntura inmediata establece la imposibilidad callejera, pero ese no es el gran cambio: esa dificultad más temprano que tarde pasará y volverán las dinámicas conocidas (mientras tanto, los acumulados de fuerzas del último tiempo fungen como “espaldas” de legitimación para la lucha —provisoriamente— sin calles).

Hasta antes de la pandemia, no se podía afirmar que hubiera condiciones de cambio por otras vías distintas a la electoral en el corto plazo; aún con base en las realidades más confrontativas, resultaba arriesgado defender una perspectiva “insurreccional”, más allá de los hechos virtuosos de resistencia durante 2019. En lo que queda de 2020 debería haber elecciones en Bolivia y República Dominicana, y durante 2021 en Chile, Perú, Ecuador, Honduras y Nicaragua; a los condicionamientos reales que imponga la pandemia y su transición a una incierta “nueva normalidad”, deberá sumarse el aprovechamiento que las derechas en el gobierno hagan de la emergencia, especialmente en Chile y Bolivia donde hay condiciones y expectativas de cambio, por lo que sería audaz afirmar hoy que esos anhelos puedan concretarse.

Como sea, unos y otros caminos se verán problematizados de ahora en más, no tanto por las dinámicas de arrastre sino por las nuevas situaciones concretas que ya está dejando la pandemia.

Qué es lo que cruje

Lo que ya está cambiando de manera determinante es la condición general del capitalismo. Lo estamos sintiendo en nuestras vidas y en nuestra clase. Cómo va a quedar lo que se viene, en cierta medida estará definido por los datos duros sobre la economía que abren este artículo.

En los regímenes capitalistas, sean neoliberales o socialdemócratas, conservadores o progresistas, en mayor o menor medida las consecuencias de las crisis siempre se descargan sobre lxs de abajo. Un ejemplo: que cierren grandes fábricas no quiere decir que el capitalista pierda (ante la crisis, preserva el capital), pero es seguro que lxs trabajadorxs sí van a perder (el empleo, y las condiciones mínimas de subsistencia).

Las formas concretas de lucha para esta nueva etapa deberán evaluarse en la medida en que se consolide esa nueva realidad.

Algunas problemáticas dominantes del escenario que se viene ya están expuestas: la carencia alimentaria, la expulsión en masa de trabajadorxs de las fuentes de empleo, la exclusión social, se acercan más a convertirse en factores de largo plazo que coyunturales (las colas de estas semanas en los comedores populares de Argentina, la cantidad de viviendas con trapos rojos indicando el hambre en las barriadas de Colombia, ¿por qué irían a mermar? ¿cuándo?).

El hambre, el desempleo, la precarización: no cabe duda que éstas serán las principales coordenadas para el campo popular en toda la región.

Caracterización pendiente y urgente

Tener esto claro será fundamental. Caracterizar la etapa que se viene (vino) es un prerrequisito para el mediano plazo, y para ya. Cuáles serán las lógicas de acumulación sobre las que apoyar la militancia cotidiana, cómo podrán darse las imprescindibles dinámicas de demostración de fuerzas en las calles, cómo enfrentar a la derecha (especialmente, en estos tiempos, en la disputa de sentido): todo eso encontrará respuestas más claras si se basa en una buena caracterización general que, como vimos, ya no puede ser la que era un mes atrás.

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