Miedo y política en tiempos de la pandemia
Por Ernesto Salas
La medida en que nuestras vidas habían sido trastocadas de manera inédita la dio el hecho de no haber podido juntarnos para marchar el 24 de marzo. Para nosotros, la fecha es un compromiso inamovible que nos reúne desde 1985 cuando las Madres y otros organismos empezaron a convocarla. Allí nos encontramos, cada año, con nuestros carteles, las fotos de nuestros compañeros desaparecidos, nos abrazamos, evocamos, nos emocionamos y lloramos. Las palabras encuentro, abrazo, beso y hasta las propias palabras emitidas a menos de un metro y medio de distancia quedaron postergadas por el miedo al contagio. La creatividad hizo que igual nos manifestáramos de manera imperfecta colgando los pañuelos en las ventanas de nuestras casas hacia una ciudad semidesierta. El abandono de las calles, se me ocurre, no es igual en estos tiempos para nuestras/os compañeras/os chilenos, ahora militarizados o para los y las militantes de Bolivia después del golpe de estado del mes de octubre.
Abundan en las redes reflexiones de intelectuales notables sobre lo que significa, o puede significar a futuro, la pandemia, contradictorias entre sí, a veces coyunturales, suerte de profecías intuidas desde el saber especializado de quien las emite. Cuando se conoció la existencia de un nuevo virus que se expandía por el mundo sin contar con una vacuna, muchos —tal el caso de Giorgio Agamben— llamaron a la desobediencia y dos semanas después estaban también ellos en cuarentena por el miedo. El por las dudas es el argumento más fuerte del momento.
En la mayor parte de los análisis de muchos de los más prestigiosos intelectuales —recopilados en el libro “Sopa de Wuhan”— se hace referencia al tema del miedo que nos habita como forma de control social pero sin abundar en un tratamiento específico sobre su significado social, dentro o fuera de una pandemia.
La concepción política del miedo ha sido tratada repetidas veces, desde el pionero El miedo en occidente (siglos XIV a XVII). Una ciudad sitiada de Jean Delumeau —con un apartado sobre la “tipología de los comportamientos colectivos en tiempos de peste”—, hasta los más recientes de Corey Robin (2006) —Miedo, historia de una idea política— y Patrick Boucheron (2013) —Conjurar el miedo. Ensayo sobre la fuerza política de las imágenes.
Para aproximarnos al tema, es necesaria la diferencia emocional entre la ansiedad, el miedo/temor y el pánico/terror. La ansiedad concierne a lo que podría pasar y se presenta en condiciones no bien definidas, lo segundo refiere a lo que se sabe que ocurrirá, y lo tercero a un estado de shock emocional profundo e inmovilizante. En el primer caso, un ejemplo podría ser el de los padres/madres que esperan el retorno de sus hijos que han salido por la noche; en el segundo, un miedo específico como el de la actual pandemia en nuestras mentes y el tercero el de los ya conocidos Terrorismos de Estado de décadas anteriores.
Del debate entre los dos últimos autores antes citados surge una primera aproximación: el miedo, lejos de ser espontáneo o irracional se ubica en el centro de una relación política. Y una segunda: atravesando todas las ideologías, el miedo es fundamental en el arte de gobernar, es constitutivo de la autoridad. Sea más lejana (difusa) o más cercana (evidente), la relación entre el miedo y la política se presenta no solo en la misma constitución social sino que también es parte central del buen gobierno “que suscita el miedo al tiempo que manifiesta su capacidad para calmarlo”.
Algunos de los intentos por teorizar el miedo contemporáneo surgieron después del 2001, tras el atentado a las Torres Gemelas y el reverdecer del “terrorismo” internacional. Se trata de la doble naturaleza del miedo que marca Corey Robin,: la “horizontal” refiere a un enemigo externo —el miedo de una nación o comunidad determinada a otra nación o comunidad que sirve de enemigo—; y la “vertical”, es decir, al interior de una sociedad, entre las clases dirigentes y los dirigidos, un miedo recíproco entre ambas jerarquías. De esto se deriva que aun en tiempos de paz, determinados tipos de miedo se simbolizan en cada sociedad en particular, a pesar de que en los últimos tiempos el triunfo del neoliberalismo haya aliviado el temor de las clases dominantes presente en el pasado. Para Corey Robin, la forma en que se organiza la política consiste en “identificar un objeto al que el público tendrá que tenerle miedo, […] interpretar la naturaleza de ese miedo y explicar las razones de su peligrosidad para, en un tercer momento, enfrentarlo […] Esta maniobra en tres tiempos representa una fuente inagotable de poder político”.
Tal vez sea por ello que muchos intelectuales y militantes tanto en Europa como en Latinoamérica hayan puesto el grito en el cielo porque entrevieron la exageración de la pandemia como una forma de control político usado por las ascendientes derechas en el poder.
Si el miedo es un sentimiento humano universal que atraviesa todas las épocas, ¿en qué sentido el miedo de la sociedad actual se diferencia de aquellos temores del pasado? Algunos autores han aplicado sus teorizaciones generales sobre la sociedad actual a la categoría del miedo. Una de las características del miedo contemporáneo es la velocidad. Se podría decir que alguien estornuda en Wuhan y otros se resfrían en Roma. Esta velocidad es propia de la difusión de las tecnologías de la información y de las comunicaciones. A partir de esta “realidad acelerada” —dice Paul Virilio—, el miedo se convierte en “un elemento constitutivo de un modo de vida y de una manera de relacionarse con los fenómenos”. De esta manera, para el autor, los Estados se sienten tentados a hacer del miedo, de su difusión mediática, de su gestión, una política.
Zygmunt Bauman considera que en la modernidad líquida el miedo es percibido por los individuos como omnipresente, surge de la incertidumbre: “es difuso, disperso, poco claro […] la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible de ver en ningún lugar concreto”. Nuestros miedos habitan todas las acciones de la vida cotidiana, tanto en nuestros hogares como en nuestros trayectos y en nuestros trabajos. No existe un inventario completo de peligros, pues nuevas amenazas se anuncian a diario. Sin embargo —para Bauman—, la principal tendencia del miedo actual es la de ser efímero. Muchos de ellos entran a nuestras vidas acompañados ya de los remedios. El miedo de hoy será reemplazado por el miedo del mañana.
En todo caso, el problema que generan los miedos en la sociedad global deviene en el análisis de su resolución; desde aquellos que piensan que ha llegado el límite de la capacidad del capitalismo para resolver las amenazas de la humanidad hasta los que piensan que la peor salida podría ser la de un Estado tecno-totalitario-perfecto. Habrá que ver si como dice Byung-Chul Han esta conmoción es un momento propicio para establecer un nuevo sistema de gobierno tal como sucedió con el neoliberalismo en el pasado.
Muchos gobiernos han apelado a la construcción de una causa nacional contra un “enemigo invisible”. Pero esta política se percibe de manera diferente en cada caso particular. El “estamos todos juntos en esto” oculta el rol de cada uno en la estructura productiva y de distribución. Para David Harvey, la clase trabajadora se enfrenta al dilema entre el desempleo o mantener los puntos clave de la economía (infectándose), mientras los asalariados (como nosotros) trabajan desde su casa y los altos ejecutivos vuelan en aviones y helicópteros privados.
La aprehensión de algunos de nuestros vecinos latinoamericanos ante la nueva centralidad del Estado en momentos que este es conducido por derechas represivas es la contracara de lo que sucede en nuestro país, que ha dado paso a la confianza en las acciones desplegadas por un nuevo gobierno peronista. Volviendo al comienzo de esta nota, el miedo se ubica en el centro de una relación política, y las formas de su resolución también lo serán.
BIBLIOGRAFÍA
AAVV (2020), Sopa de Wuhan, Pablo Amadeo editor.
Zygmunt Bauman (2003), Miedo líquido, México DF, Octaedro.
Patrick Boucheron; Corey Robin (2016), El miedo: historia y usos políticos de una emoción, Buenos Aires, Capital Intelectual.
Patrick Boucheron (2018), Conjurar el miedo: ensayo sobre la fuerza política de las imágenes, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Corey Robin (2006), Miedo, historia de una idea política, México DF, Fondo de Cultura Económica.
Richard Sennett (2006), La cultura del nuevo capitalismo, Barcelona, Anagrama.
Paul Virilio (2016), La administración del miedo, Madrid, Pasos Perdidos.
Acerca del autor Ernesto Salas
Licenciado en Historia, Universidad de Buenos Aires. Director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro), De resistencia y lucha armada (2014); Arturo Jauretche. Sobre su vida y obra (Comp.) (2015) y ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! (2017, junto a Charo López Marsano).
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