Lo que podemos aprender del sistema de salud de Cuba – Por Nicholas Kristof en The New York Times
Por Nicholas Kristof *
Claudia Fernández, de 29 años, es una contadora que carga en su vientre abultado a su primogénita, que nacerá en abril.
Fernández vive en un apartamento pequeño en una calle con baches y no le alcanza el dinero para comprar un auto. También se las arregla para sobrevivir sin un voto efectivo y sin el derecho a hablar de política con libertad. Sin embargo, la paradoja de Cuba es la siguiente: al parecer, su bebé tiene más probabilidades de sobrevivir de las que tendría si naciera en Estados Unidos.
Cuba es una nación pobre, con un régimen opresor y una economía disfuncional, pero en el ámbito de la atención médica realiza un trabajo asombroso del que podría aprender Estados Unidos. De acuerdo con estadísticas oficiales (las cuales, como veremos, han suscitado debates), la tasa de mortalidad infantil en Cuba es de solo 4,0 muertes por cada mil nacimientos. En Estados Unidos, es de 5,9.
En otras palabras, según las estadísticas oficiales, un bebé estadounidense tiene casi un 50 por ciento más de probabilidades de morir que uno cubano. De acuerdo con mis cálculos, eso significa que 7500 niños estadounidenses mueren cada año debido a que la tasa de mortalidad infantil de Estados Unidos no es tan buena como la que se reporta en Cuba.
¿Cómo es posible esto? Bueno, el porcentaje podría no ser del todo correcto. Las cifras deben considerarse con una dosis de escepticismo. Sin embargo, no cabe duda de que una de las fortalezas más importantes del sistema cubano es que garantiza el acceso universal. Cuba tiene el “Medicare para todos” que muchos estadounidenses anhelan.
“El ejemplo que representa Cuba es importante puesto que allá el concepto de ‘atención médica para todos’ ha sido más que una consigna durante décadas”, dijo Paul Farmer, el legendario trotamundos que fundó Partners in Health. “Las familias cubanas no quedan en la ruina financiera a causa de enfermedades o lesiones catastróficas, como sucede tan a menudo en otros lugares de la región”.
En La Habana, acompañé a una doctora local, Lisett Rodríguez, durante la consulta a domicilio que le dio a Fernández. Esa era la vigésima vez que Rodríguez había ido al apartamento de Fernández para revisarla a lo largo de sus seis meses de embarazo; además, Fernández había acudido a catorce citas en el consultorio de la doctora y tuvo consultas aparte con un dentista, un psicólogo y un nutricionista, en relación con su embarazo.
Todo de manera gratuita, al igual que el resto del sistema de atención médica y dental. Cabe destacar que Cuba registra excelentes resultados en la salud a pesar de que el embargo comercial y financiero de Estados Unidos afecta gravemente la economía y restringe el acceso a equipo médico.
Fernández ha requerido más atención de lo normal porque padece hipotiroidismo, lo cual hace que su embarazo sea de más alto riesgo que el promedio. En el transcurso de un embarazo más común, una mujer cubana quizá vaya a diez consultas médicas y reciba ocho a domicilio.
Puede que 34 consultas, o incluso dieciocho, sean una exageración, pero sin duda son preferibles al cuidado promedio en Texas, por ejemplo, donde una tercera parte de las mujeres embarazadas no reciben una sola revisión prenatal durante su primer trimestre.
En Cuba es mucho menos probable quedarse sin una revisión médica prenatal gracias a un sistema de clínicas de atención primaria conocidas como consultorios. Por lo general, estas clínicas, cuyo personal consta solo de un doctor y un enfermero, están deterioradas y no cuentan con suficiente equipamiento, pero hacen que la atención médica esté al alcance de todos con facilidad: los doctores viven en el piso de arriba y están disponibles fuera de su horario laboral en casos de emergencia.
También son parte del vecindario. Mientras caminaba con la doctora por la calle, los vecinos la detenían y le preguntaban sobre las afecciones que los aquejaban: Rodríguez y su enfermera conocen a las 907 personas que están bajo su cuidado en el consultorio. Esta cercanía y practicidad, y no solo el hecho de que es gratuito, hacen que el sistema médico cubano sea accesible.
“Es útil que la doctora esté tan cerca, porque el traslado sería un problema”, me dijo Fernández.
Las consultas a domicilio también facilitan el cuidado de las personas de la tercera edad y las que tienen alguna discapacidad, la terapia para familias disfuncionales, como aquellas destrozadas por el alcoholismo (un problema común), y el trabajo de prevención. Por ejemplo, durante las consultas, Rodríguez le aclara dudas a Fernández sobre lactancia y hablan de cómo preparar la casa para que sea un lugar seguro para el bebé.
“No es ningún secreto que la mayoría de los problemas de salud se pueden resolver en el nivel de atención primaria con ayuda del doctor, el enfermero o el profesional de la salud más cercano a ti”, comentó Gail Reed, editora ejecutiva estadounidense de la revista de salud Medicc Review, que se enfoca en el sistema de salud de Cuba. “Por lo tanto, se debe reconocer la red nacional de atención primaria que Cuba ha construido al enviar profesionales de la salud a vecindarios de todo el país”.
En los consultorios, se supone que cada doctor debe atender a todas las personas en su área al menos una vez al año, si no para un examen físico formal, al menos para revisar su presión arterial.
Todo esto es posible gracias a que los doctores abundan en Cuba —tiene tres veces más que Estados Unidos por habitante— y se les paga muy poco. Un doctor recién egresado gana 45 dólares al mes y uno muy experimentado, 80 dólares.
La apertura de Cuba al turismo ha creado algunas tensiones. Un taxista que recibe propinas de extranjeros puede llegar a ganar mucho más que un cirujano destacado. A menos, claro, que el cirujano también trabaje medio tiempo como taxista.
Los críticos dentro y fuera del país han formulado distintas objeciones respecto del sistema cubano. La corrupción y la escasez de suministros y medicamentos son problemas graves y el sistema de salud podría implementar más medidas para mitigar el alcoholismo y el tabaquismo.
Existen también acusaciones de que Cuba manipula sus cifras. El país tiene una tasa excepcionalmente alta de muertes fetales tardías y los escépticos sostienen que cuando un bebé nace en una situación precaria y muere luego de unas pocas horas, esto a veces se clasifica como una muerte fetal para evitar el registro de una muerte infantil.
Roberto Álvarez, un pediatra cubano, me insistió en que esto no sucede y me dio explicaciones de por qué la tasa de muertes fetales es alta. Yo no estoy en posición para juzgar quién está en lo correcto, pero parece poco probable que la manipulación pueda marcar una gran diferencia en las cifras que se reportan.
Por lo general, los extranjeros expresan admiración por el sistema de salud cubano. La Organización Mundial de la Salud lo ha alabado y Ban Ki-moon, ex secretario general de las Naciones Unidas, lo describió como “un modelo para muchos países”.
En varios aspectos, los sistemas de salud de Cuba y Estados Unidos son polos opuestos. La atención médica en Cuba tiene carencias, no cuenta con tecnología avanzada y se ofrece de forma gratuita, pero es capaz de asegurar que nadie quede desatendido. La medicina estadounidense cuenta con tecnología de punta, es costosa y logra resultados extraordinarios, pero se tambalea con lo más básico: el porcentaje de niños que se vacunan en Estados Unidos es menor al de Cuba.
La diferencia también es evidente en el tratamiento contra el cáncer. En Cuba, todas las mujeres se examinan con regularidad para detectar cáncer de mama o de útero, así que el sistema es excelente en cuanto a la detección de la enfermedad, pero no se cuenta con las máquinas necesarias para las radioterapias. En cambio, en Estados Unidos muchas mujeres no se examinan con regularidad, por lo que el cáncer a veces se detecta de manera tardía, pero existen opciones de tratamientos avanzados.
A medida que la población de Cuba envejece y aumenta de peso (al igual que en Estados Unidos, el principal problema de nutrición es la cantidad de personas que están por encima de su peso saludable, no por debajo), las enfermedades cardiacas y el cáncer se están convirtiendo en una carga más significativa. Además, la falta de recursos es una limitación importante para tratar estos padecimientos.
Hay una expresión cubana que dice: “Vivimos como pobres, pero morimos como ricos”.
En cierta medida, Cuba invierte bastante en atención médica porque es un negocio lucrativo. Cuba exporta doctores a otros países, lo que se ha convertido en una fuente importante de ingresos (los doctores ganan un sueldo superior en el extranjero, pero gran parte de ese excedente termina en manos del gobierno).
Con sus doctores, Cuba crea un bien público global: me he encontrado con médicos cubanos en países pobres de todo el mundo; además, Cuba también ofrece capacitación para doctores de Haití y otros países. Cientos de médicos cubanos, por ejemplo, arriesgaron su vida al viajar a África occidental durante la crisis del ébola.
Cuba ha desarrollado su propia industria farmacéutica, en parte para eludir el embargo estadounidense pero también porque crea oportunidades financieras. Actualmente, se están realizando ensayos clínicos en Estados Unidos con un medicamento cubano para el cáncer pulmonar, y una colaboración similar cubano-estadounidense está dando seguimiento a un tratamiento cubano para las úlceras del pie diabético. Me parece que esas colaboraciones representan el camino hacia una cooperación que ambas naciones deberían procurar.
Debemos hacer un llamado para que las mujeres como Fernández tengan derechos políticos significativos en Cuba pero también debemos luchar para que los bebés estadounidenses de familias de bajos ingresos tengan el mismo acceso a la atención médica que tendrá la hija de Fernández.
* Columnista de The New York Times. Su libro más reciente, coescrito con Sheryl WuDunn, es «A Path Appears».
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