Uruguay | Pero esas golondrinas no volverán – Por Fernando Moyano

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Fernando Moyano(*)

En Uruguay, con el desplazamiento del Frente Amplio del gobierno y el retorno de la derecha rancia, varios ciclos se han cumplido. Y a su ritmo y como siempre, el país acompaña los ciclos del continente, aunque no quiera.

Hoy, la pregunta es cómo y hasta dónde  se producirá ese desplazamiento, y si habrá luego un nuevo ciclo «progresista», y, en todo caso, cómo sería. Pero para la izquierda uruguaya, en todas sus formas y variantes, se ha cumplido también un ciclo

El Frente Amplio, además de ser hoy el partido político más grande en la política uruguaya, es un partido tradicional. Cumplirá pronto 50 años de existencia, que no han pasado sin dejar huella. Habiendo sido siempre una fuerza de impulso de reformas dentro del capitalismo y no más que eso, no lo ha sido sin embargo de la misma manera y grado en todo ese período.

También como forma política ha sufrido una transformación orgánica, tampoco demasiado lineal. Haremos una somera simplificación. Nació como coalición y movimiento, alianza entre fuerzas diversas que más o menos se respetaban mutuamente, y además dando espacio para la expresión de militantes independientes.

Siempre tuvo el predominio de corrientes políticas reformistas, pero conservaba la presencia de corrientes radicales, de intención revolucionaria al menos. Incluso aquellos reformistas eran, siquiera en el discurso, «etapistas», queriendo decir con eso que también aspiraban a construir una sociedad pos capitalista, alguna forma de «socialismo», aunque no inmediatamente sino diferido para mañana, porque antes consideraban necesaria una etapa de «acumulación de fuerzas» dentro del capitalismo.

Nada de eso queda ya. Cuando la candidata a vice Graciela Villar sacó del cajón de los recuerdos el discurso de barricada «oligarquía o pueblo» (después de todo para eso mismo la habían elegido para ese lugar, para agitar a la tribuna) le llovieron los palos. Ya hacía dos décadas que el guión había cambiado, y se debía hablar de acuerdo social y no confrontación social.

Hubo un acuerdo del Club Naval, aunque en ese momento casi no más que eso. Pero el crecimiento electoral del Frente, que fue ocurriendo gradualmente, se fue acompañando de un proceso de adaptación política a la función a la que se aspiraba, gobernar para la gestión del capitalismo.

Fueron necesarios cambios programáticos, ideológicos y políticos. El objetivo del triunfo electoral justificó cualquier claudicación, como renunciar a impugnar la ley de impunidad. Y se necesitó también pasar el examen práctico demostrando que se iba a gobernar realmente para sostener el capitalismo, y ese fue el examen del bombero en el 2002.

La llegada al gobierno requirió culminar ese cambio político gradual. Para vender a la clase dominante ese gobierno con la idea «para que todo siga como está es necesario que todo cambie», era preciso también un cambio interno. Se dejó de lado todo planteo ulterior o de cambio futuro o acumulación de fuerzas para lo que fuese, y se hizo totalmente explícito el planteo de acuerdo social para bien gestionar el capitalismo, y nada más. Para eso, a su vez, había que vender la contraparte a los explotados.

En vez de poner énfasis en propuestas de cambios estructurales a largo plazo, ahora había que centrarse solamente en el cambio mínimo pero posible. Esto tomó una forma explícita en la propuesta de cambio de identidad: bajar la bandera frenteamplista y levantar la bandera «progresista». Ese proyecto fracasó en su forma (quién sabe dónde metió Tabaré aquella muy fea bandera del «Encuentro Progresista») pero funcionó en su contenido.

Pero al tiempo de esa transformación política, se fue dando también la transformación orgánica. La participación de las bases fue desactivada, o cooptada por las organizaciones políticas y repartida. Independientes quedaron sólo algunos de adorno. Luego, el frente de partidos pasó a ser de hecho un gran partido de fracciones, ya que ninguno de esos partidos menores podrían desligarse del conglomerado sin una pérdida crucial de relevancia política, es decir dejaron de ser fuerzas políticamente autónomas.

Por último, con la llegada al gobierno en el primer período de Tabaré Vázquez, ese macro partido pasó a tener una forma ultra-centralista y vertical, una jefatura unipersonal muy autoritaria. Los parlamentarios perdieron toda libertad de acción ante la «disciplina partidaria», y la fuerza política pasó a ser a su vez dependiente del gobierno. De hecho, una dictadura interna.

El análisis de este fenómeno requiere comprender el peso de la burocracia estatal dentro de la política como una «invariable» histórica (a lo Carlos Real de Azúa). La débil base estructural de nuestro «capitalismo sin Sector I» no permite una gran dinámica productiva, la debilidad relativa de las clases polares abre el espacio del colchón de sectores medios.

Pero la pequeño-burguesía moderna de profesionales, técnicos, pequeños emprendimientos, en esas condiciones de débil dinámica de nuestra sociedad, necesita del paraguas del Estado. Nuestra izquierda, y en particular el Frente Amplio a medida que se ha ido desarrollando como fuerza política de primera magnitud, tiene dos bases sociales diferentes.

Su base de apoyo, su clientela político-electoral en términos de importancia numérica, son los sectores subalternos, el pobrerío del país, los explotados y marginados. Pero sus cuadros, su aparato, sus comunicadores, vienen de los sectores medios. Estas dos franjas sociales tienen intereses últimos diferentes, aunque pueden coincidir coyunturalmente.

Si la necesidad de los explotados es el cambio radical de sistema social y modo de producción, la perspectiva de los sectores medios es la ventana de oportunidad que ofrece el desarrollo parcial dentro del capitalismo, que es posible en determinadas coyunturas. La fase de auge del «ciclo progresista» ocurrió precisamente en una de esas situaciones coyunturales.

Esto permitía satisfacer a la vez las dos demandas: el cambio mínimo o mejora parcial para algunos sectores importantes de los explotados (aunque no todos), y la oportunidad de los sectores medios. Así funcionó el progresismo en su fase de ascenso.

Y veamos aquí el aspecto que mencionamos: el gobierno del Frente significaba para muchos elementos de sectores medios, cazar la presa del aparato del Estado. Y desde el principio de la historia, caza mayor significa reparto, y reparto un jefe distribuidor; con el jefe la autoridad. Eso explica la política de unidad de acción en ese momento, la dura y exitosa disciplina partidaria, y la jefatura verticalista de Tabaré Vázquez. Callate o a vos no te toca.

Eso ya fue, las cosas han cambiado radicalmente. El asentamiento y colonización significan producción en cada parcela, y ahora el jefe debe ser un recaudador, y un organizador general. Tiene que negociar sector por sector y caso por caso. Tabaré para eso, ni ahí. El Pepe lo hizo mejor al principio, después fue desbordado. La timorata burocracia frentista no se animó a encarar la renovación necesaria y reincidió con Tabaré, la peor elección para lo que se venía.

Es cierto que las causas profundas de la derrota hay que verlas en el cambio de coyuntura y el fin de la «bonanza» (en realidad un aflojamiento temporal de los lazos de dependencia, y había que ser muy ignorante para esperar que durase); pero es necesario comprender también las causas concretas en situación: el conservadurismo de la burocracia. Eso precipitó la derrota.

El Frente ha «vuelto», en el sentido de que vuelve a ser un Frente, la lucha fraccional ha pasado al primer plano. Es la lucha por retener lo que se pueda, y cada cual por su lado. Las intendencias y en primer lugar Montevideo, es lo que va quedando. La noticia más importante es el acuerdo logrado con el gobierno entrante por las cuotas de cargos; por supuesto que tendrá su contrapartida en la política de «gobernabilidad» u oposición seria y colaboracionista.

Y como el nuevo gobierno no gobernará nada, y dependerá en un todo de vender política, que es lo que puede vender un Uruguay en decadencia, seguramente hará las cosas a lo Macri y precipitará lo peor, y ya se ven las cartas. Y entonces al final es posible que el Frente «vuelva» dentro de cinco años.

Pero hay cosas que no volverán.

No volverá la mística ni la ilusión, ni una nueva teoría de «revolución por etapas», ni de acumulación de fuerzas, ni de cambio posible; ni siquiera el discurso de última hora de conservar las conquistas logradas, porque ya se habrán perdido. No es esperable un nuevo ciclo de bonanza coyuntural que permita una mejora dentro del capitalismo. Tampoco acompañar los «nuevos tiempos» en el continente. No nacerá una nueva esperanza. No volverá el Frente del 71, ni del 85, ni del 2004.

¿Y a quién va a mover ese palo sin zanahoria? Porque si algo nuevo emerge en el continente no será a lo Chile de Bachelet sino a lo del que eche a Piñera, no será el diálogo y el acuerdo social y el cambio mínimo y ordenado. sino la lucha abierta. No será a lo Frente Amplio.

Digamos algo sobre la burocracia sindical, para comprender los nuevos tiempos. Cuando el Secretariado del PIT-CNT decide por estrecha mayoría y sin pasar por la Mesa ni ninguna discusión un homenaje a Tabaré Vázquez, provocando un conflicto interno, podemos preguntarnos: ¿Son, o se hacen?

Un poco de cada cosa, en realidad. Tomar esa resolución arbitraria y polémica, y en esas condiciones, puede considerarse un error político. Pero también puede ser una distracción, arriesgada pero justificable. Distrae de la discusión sobre la Ley de urgente consideración, un tema en el que hay muchas diferencias, o sobre UPM2 que se sigue postergando. Porque la burocracia sindical tiene que ganarse el pan, y evitar que se precipiten los conflictos. En realidad, ese homenaje es muy revelador.

Por supuesto que el ultra-autoritario Tabaré, que llegó a actitudes abiertamente reaccionarias como vetar la ley del aborto, querer embarcarse en una guerra con Argentina, declarar medidas de esencialidad contra los docentes, etc. etc. etc., es algo anecdótico en este caso. Lo que importa es que, con los gobiernos del Frente Amplio, la burocracia sindical alcanzó un estatus inédito hasta el momento, de participación de hecho (aunque en su papel de sirviente) en la gestión del Estado, porque contener la rebelión social pasa a ser cada vez más el punto clave.

Este período ha sido el de los fueros, las financiaciones, la consolidación de una capa social estable de funcionarios profesionales de la contención, funcionarios de carrera con todos los privilegios de la función. Eso, está ahora en riesgo, y para conservarlo hay que ponerle un precio. Si el gobierno entrante comprará ese servicio, o por el contrario hará un recorte, no lo sabemos. Es una incógnita más.

Trataremos de seguir con estos temas en notas futuras, pero hay algo que no podemos dejar de mencionar ahora.

Si hemos visto una derrota política del Frente Amplio, y en cierto sentido también retroceso histórico irreversible del reformismo, henos visto también, más que una derrota, el colapso de la izquierda extrafrentista. Y por lo que parece, un colapso irreversible. Es algo que no se puede ocultar, ni tampoco correspondería hacerlo.

Ese colapso comprende a la expresión principal de esa izquierda extra-frentista, Unidad Popular, y también a los muy pequeños y dispersos sectores de una posible izquierda alternativa, incluyendo la opción extra-electoral.

Cualquiera pude comprender que este hecho es mucho más grave todavía si entendemos que se da, supuestamente, en las mejores condiciones para su desarrollo político, como lo son las de la crisis y decadencia del Frente Amplio. Cuando mejores condiciones tiene, peor le va. Y además por lo que vemos, en lo que ha sido consecuencia indudable de errores propios, se aferran al error.

No entraremos ahora en detalles. La idea general es obvia. Si el bombero que tiene que contener el incendio ahora no puede, y al mismo tiempo nadie consigue encender el fuego, entonces, la cosa no estaba en el bombero.

Durante todos estos años ha predominado en los sectores de izquierda extra frentista el discurso que pone la causas de la contención de las luchas sociales y el escaso desarrollo de los sectores combativos, en el papel que juega el reformismo, socialdemocracia, bonapartismo, progresismo o como se lo caracterice. Porque ellos están ahí, nosotros no podemos.

Es el discurso que se sintetiza en la expresión «Fraude Amplio», lo que pasa es que estos embagayaron a un pueblo. En el juego de la silla, ese se sentó primero y te dejó parado. Pero cuando te deja la silla vacía, ahora, es cuando menos llegás. No es que no lograste llegar, es que ni te acercaste siquiera. Es momento de poner un pienso.

(*) Investigador y militante político. Fue coordinador de la revista Alfaguara y el portal La lucha continúa, y fundador del Encuentro Latinoamericano de Revistas Marxistas. Es colaborador de varias publicaciones (Hemisferio Izquierdo entre otras) y centros de debate.


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