Es distanciamiento físico, no social. Ideas-fuerzas sobre la proximidad – Por Dhan Zunino Singh
La pandemia y lo social: Es distanciamiento físico, no social. Ideas-fuerzas sobre la proximidad
Por Dhan Zunino Singh (UNqui/Conicet)
Como el lema “aplanar la curva”, el “distanciamiento social” (una traducción literal de social distancing) se ha convertido en un imperativo de prevención de contagio y contención del coronavirus. Evita términos tan connotados como cuarentena o aislamiento, de modo de no estigmatizar al (posible) infectadx, pero el mismo tiempo trafica un sentido de lo social que traiciona el involucramiento que necesitamos para que la práctica individual de minimizar contactos físicos se convierta en cuidado colectivo o, mejor dicho, para comprender que lo individual es colectivo, y que frente a lo que se avecina, coordinación y cooperación serán esenciales.No quiero entrar en las definiciones clásicas de lo social que lxs sociólogxs manejamos, sino simplemente reparar en el hecho de que lo social no es la suma de los individuos sino las relaciones. En ese sentido, el mensaje que circula en las redes digitales con la imagen de una fila de fósforos quemados y otros sin quemarse porque uno de ellos se corre de la fila y evita un efecto dominó, puede ser efectivo en términos visuales -aunque tiene una fuerte imagen estigmatizadora hacia los infectados (éstos están quemados… cuando en rigor, hay un alto porcentaje que se recupera). La imagen refuerza la idea de acción individual: yo no me contagio, al aislarme o tomar distancia; no contagio a otros, rompo la transmisión (sobre esto volveré luego). El otro mensaje implícito allí es: la proximidad contagia. Pero esta imagen no es tan exacta de cómo funcionan las epidemias porque no ilustra las redes y lo múltiple de nuestros contactos (cuerpo a cuerpo, mediado por cosas). Para esa idea de red se puede recurrir a otra imagen compartida en redes que simula el contagio con y sin cuarentena, ilustrado con puntos (sanos y portadores) moviéndose y tocándose como pelotitas que rebotan unas contra otras en un recipiente rectangular. (imagen sublime, sin lugar a duda, que como todo lo sublime provoca fascinación y terror). Estamos acostumbrados a oír “lo social” en diferentes sentidos. Hay ministerios que llevan este nombre porque por lo social se entiende la pobreza. La cuestión social es la desigualdad socio-económica o los problemas sociales se asocian a enfermedades, seguridad, violencia, etc. Continuamente debemos lxs sociólogxs aclarar que aquellos pueden ser temas de estudio, pero nuestro metié son las relaciones. Y las relaciones son un aspecto central en infectología y epidemiología, donde la cuestión de las redes sociales ha sido altamente estudiada. Para quienes estudiamos la sociabilidad en el transporte público, la tensión entre proximidad física y distancia social es un objeto de estudio. Hay tradiciones en ciencias sociales que alimentan estas observaciones como Erving Goffman con su interaccionismo simbólico o la noción de proxemia de Edward Hall hasta la geografía fenomenológica que aborda cuerpos-ballet y coreografías sociales, donde se pone al cuerpo en lo social, al tiempo en el espacio. El coronavirus, mejor dicho, las medidas para contener el virus, invierte la cuestión. La pregunta que debemos hacernos es cómo mantenemos la distancia física sin perder la proximidad social. Y para no caer en un romanticismo de la proximidad, sostengo a la misma como horizonte de política pública. Hablo de política y ya no de sociología, porque pienso estas palabras orientadas a la posibilidad de la acción colectiva ante el coronavirus, el cual no solo afecta a la salud sino a la estructura social y económica, la política sanitaria (su infraestructura), nuestra disposición hacia lo común o el bien público. Y pongo acento en lo que nombramos, lo social, porque sabemos del rol de la palabra no sólo para las prácticas sino para la política. Entonces, ¿qué estamos nombrando? Estamos haciendo pasar la distancia física entre cuerpos como distanciamiento social cuando lo que requerimos para lidiar con el virus (e incluso para poner en cuestión nuestro orden social desigual) es proximidad social. Estar cerca del otro, acompañar, cuidar, respetar, poner en acción la responsabilidad social (no quiero usar la palabra vigilar, pero algún término debemos buscar también ante quienes no respetan la cuarentena o te suben los precios de artículos necesarios en este momento). En otras palabras, necesitamos de la acción para que lo que llamamos política pública funcione (hoy y en cualquier otra circunstancia). La política pública es un ensamblaje donde todes (humanos y no-humanos) actuamos. No es de arriba hacia abajo ni se soluciona como pase mágico con gestión participativa. Ya participamos, querramos o no, seamos conscientes o no. Y aquí vuelvo a la sociología. Lo social es relación, interdependencia (Norbert Elías), ya es cooperación y coordinación que ponés en juego cada vez que cruzás la calle, para poner un ejemplo: esperás que ese otro desconocido frene ante la luz roja para que vos puedas avanzar. Aún en una relación de conflicto o armonía (Georg Simmel) estás ligado al otro. Aún la más vivida soledad es tal, en la medida en que hay otros sobre quienes entendés que estás solo. Ese otro es constitutivo de tu identidad, eso ya lo sabemos. Lo que se impone hoy como única forma de parar el virus (lo de parar, ralentizar, es literal porque lo que preocupa es su aceleración) es una distancia física para no entrar en contacto con gotas que expulsamos de nuestras bocas o quedan en nuestras manos y luego tocan objetos que circulan o que están fijos y que otras manos tocan (meternos con la agencia de los objetos es para un artículo en sí mismo pero aquí el coronavirus también vuelve a poner de relieve que lo social es una co-producción de humanos y no-humanos). Entonces, distancia física. No es el aire el contagio como el sarampión, el virus necesita un vehículo (saliva, mocos). A partir de los 2 metros estás fuera de peligro. Distancia física, que en el contexto actual dista de ser un aislamiento social. Desde el siglo XIX hemos fabricado modos de conexión a distancia, como el telégrafo, rompiendo la distancia espacial y achicando el tiempo en que se produce una comunicación sobre la que tomamos acciones cotidianas. Con la revolución reciente de las tecnologías de comunicación hemos imaginado la cuasi-desaparición de las relaciones cara a cara sustituidas por las virtuales y remotas, pero de repente la idea de una cuarentena nos pone ansiosos -no sólo porque somos tan liberales, muy a nuestro pesar, que creemos que libertad es libre movimiento sino porque el encierro está connotado (hospitales, prisiones, psiquiátricos). Pasamos de la paranoia de la circulación al tedio del aislamiento sin mediación. Y, sin embargo, olvidamos que estamos hiperconectados por las redes digitales, que podemos comunicarnos, coordinar, traficar, llevar nuestra economía a distancia (no en todos los sectores de la economía, hay que advertir) y, por lo tanto, no estamos aislados socialmente. Tampoco estamos aislados socialmente cuando incluso no estamos conectados a las redes de comunicación porque cada lavado de mano, cada práctica corporal, acción individual como quedarse en casa y circular lo menos posible (y con precauciones) es una práctica social. Necesitamos confiar que el otro está realizando lo mismo que yo, que estamos realizando prácticas sociales coordinadas y que esa coordinación es una forma de cooperación, de cuidado colectivo (porque lo personal es colectivo, aunque no quieras). Pero, además, porque que cada acción individual es interdependiente de otras acciones. Tu inmovilidad (quedarte en casa e ir solo al comercio cercano) requiere de la movilidad de otros que deben hacer funcionar la infraestructura de la cuarentena: desde la electricidad, internet, el sistema sanitario hasta los empleados de comercio y transportistas que acercan los productos a tu barrio. Un ejemplo claro es el aumento de los servicios de delivery: alguien del supermercado te lleva las cosas (cosas altamente riesgosas de transportar el virus) a tu casa o el chico en bicicleta que te lleva la comida hecha. Todos, además, trabajos de bajos ingresos. Reconocer su función social, desde la sociedad, pero también desde el Estado, es algo sobre lo que debemos trabajar aún. La contracara de acompañarnos a distancia mediante las tecnologías de comunicación, a veces hasta romantizando la cuarentena, o siendo consciente que lo personal es colectivo, son prácticas de verdadero distanciamiento social como desabastecer acumulando, no cumplir una cuarentena en caso de riesgo, subir los precios especulativamente. Son formas de desapego. De desligarse. Re-ligar es la tarea. Una tarea que implica proximidad social (acercarte al otro, aunque el acercamiento esté mediado, por ejemplo, por la distancia física: formas de saludos a metros de distancia). ¿Estás en cuarentena o sos parte de un grupo de riesgo: necesitás ayuda? ¿Te compro o te llevo algo? Estás angustiado, ¿querés que hablemos? Es importante el número de gente que vive sola, muchas veces personas mayores, cuasi abandonadas. Xadres divorciadxs o a veces soletrxs que no tienen con quién dejar a sus hijxs. ¿Querés dejarlo en casa (tomando las debidas precauciones)? Las formas de proximidad son múltiples, incluso sin hablar, simplemente colaborando con las formas de cuidado. Pero implican hacer visible más que nunca los mecanismos que hacen posible lo social: coordinación, cooperación, interdependencia. Y lo último es esencial, porque allí donde alguien toma acciones de verdadero distanciamiento con la política de cuidado colectivo, desligándose, descoordinado, lo mismo afecta porque es interdependiente. Otra forma de comprender nuestra interdependencia y los límites de nuestra intimidad, en este contexto, es comprendernos como vehículos, no portadores. No sólo hemos creado vehículos para movernos, sino que somos vehículos que al movernos movemos cosas: desde ideas a virus. El portador tiene la connotación de que solo llevamos enfermedades contagiosas, pero si no tuvieras alguna lo mismo serías un portador: porque transportás cosas de un lugar a otro, como un chisme, por ejemplo. Entonces, somos un medio (no solo emisores de algo sino repetidoras). Lejos de cualquier fantasía de unidad que figura un cuerpo con límites cerrados, somos porosos. Podemos ser afectados tanto como que tenemos poder de afectar a otros (humanos y no humanos).Qué hacemos con ese poder hoy: ¡esa es la cuestión! Por ello, y frente a los diagnósticos ya conocidos acerca de la cultura y la sociedad contemporánea, del modo en que caló en nuestra subjetividad en neoliberalismo y las formas de poder que nos dominan, podemos aprovechar la crisis para hacer política. Revisar los modos de nombrar lo social para reconstruir las tramas de nuestras prácticas y relaciones no es sólo una cuestión de conocimiento sino de apuesta política donde lo próximo no requiera siempre de una espacialidad (del lugar cercano) sino que sea multiescalar (solidaridad a la distancia) ante una cuestión que, además, es global. Distanciarnos socialmente sólo alimenta el régimen que vivimos, acercarnos -estar próximos en la distancia física- es una política afectiva de cuidado, modos de tejer. ¿Utópico? Tal vez, porqué perder ese principio que es la esperanza de lo-por-venir, como nos enseñó Ernst BlochRevista Bordes