La conquista de México no ocurrió – Por Pedro Salmerón Sanginés

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La conquista de México no ocurrió

Por Pedro Salmerón Sanginés

se es el polémico título del ensayo de Guy Rozat en la obra por él coordinada ( Repensar la conquista), en el que nos recuerda que toda la historiografía de los siglos XVIII al XX está montada en la lógica colonial de los cronistas de indias (entre los que destacan los conquistadores Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo) y la historia salvífica y teológica de los padres franciscanos de los siglos XVI y XVII, entre los que destacan los santos varones (dicho sin ninguna intención peyorativa ni sarcástica, porque vivieron coherentemente con ese modelo) Toribio de Benavente, Bernardino de Sahagún, Diego Durán y Juan de Torquemada.

Hemos mostrado, siguiendo a Rozat, que la mal llamada visión de los vencidos es en realidad la visión de esos padres franciscanos, y que Miguel León-Portilla (por otro lado, académico cultísimo, valiente, sagaz, que puso el pensamiento, la filosofía náhuatl en el universo académico del mundo entero) se equivocó al atribuirle a esas fuentes, la voz de los mexicas derrotados (https://bit.ly/3brhcbJ).

Sin embargo, el gran problema para estudiar la irrupción española y la guerra mesoamericana de 1517-50, es que parece no haber otras fuentes que esas. ¿Estamos, pues, limitados a repetirlas? Quizá no: quizá, como han hecho tantos historiadores para entender el pasado indígena, estamos obligados a leerlas con mucho más atención y mucho mayor sentido crítico.

En ese sentido, saludo dos libros ambiciosos y magistrales publicados el año pasado. El maestro Enrique Semo ( La conquista: catástrofe de los pueblos originarios) tiene el enorme acierto de situar lo que él sigue llamando conquista en su contexto mundial, para entenderlo como parte central de la primera expansión del capitalismo y, con ello, el carácter indudablemente colonial de la dominación española:

La conquista es el paso inicial en la creación del primer imperio colonial en la historia. El colonialismo surge al mismo tiempo que el capitalismo, a principios del siglo XVI; mejor dicho, como parte esencial del capitalismo desde su etapa temprana. Y sigue vigente en la forma de dependencia, hasta nuestros días.

Hay, señala Semo, un colonialismo ideológico que insiste en negar el carácter colonial de la dominación española, llamándoles reinos a las posesiones americanas de la corona. Semo desmonta los alambicados argumentos de ese neocolonialismo historiográfico, que pretende negar no sólo el carácter colonial, sino su formación económica como zonas periféricas del capitalismo.

Otro gran mérito de Semo es la descentralización del tema (ya habíamos señalado la necesidad de hacerlo: https://bit.ly/2HaOFJv). Don Enrique nos recuerda la enorme fragmentación política, lingüística y geográfica del ámbito mesoamericano, que explica la plasticidad de las alianzas en la faceta de la guerra contra Tenochtitlan y la prolongación de la guerra de conquista en el sureste y el norte, conquista que en algunos lugares nunca terminó de consumarse.

Y honrando el subtítulo del libro, explica las razones de la catástrofe demográfica. Lo que me lleva al segundo libro, porque entre muchas otras luminosas apuestas, Matthew Restall ( Cuando Moctezuma conoció a Cortés) liquida la discusión sobre el término genocidio: “Lo que opino es, por tanto, en términos retóricos en lugar de categóricos, que las guerras de invasión de los españoles fueron genocidas no en cuanto a su intención sino en su efecto. Dentro de lo que fue en realidad la guerra genocida hispano-azteca, ocurrieron episodios de genocidio de menor escala. En un poblado tras otro… la matanza de los combatientes fue seguida o acompañada de la matanza de civiles y de la esclavitud y frecuente destierro de los sobrevivientes (genocida en efecto) y marcado con un teatro de destrucción deliberada (genocida en su intención). Considerando acertadamente que había millones de indígenas mesoamericanos, los capitanes españoles estaban dispuestos a aniquilar a ciertas comunidades con el conocimiento de que había cientos más. La supervivencia de estas comunidades –la permanencia de los nahuas y de otros indígenas a través de estas guerras y hasta el presente– ha ayudado a ocultar la evidencia de estos genocidios menores”.

Con un agudo análisis de las fuentes (las que existen, las que mencionamos al principio), Restall destruye las justificaciones, los pretextos que los españoles (ya conquistadores, ya franciscanos) se dieron a sí mismos en el siglo XVI y que con ausencia total de reflexión historiográfica (Guy Rozat dixit) repite la historiografía nacionalista del siglo XX.

No quiero contar cómo, de qué forma tan brillante desmonta Matthew Restall esa justificación, para no spoilear el libro, pero también, para no adelantar más sobre el que estoy escribiendo. Porque durante mi breve periodo al frente del Inehrm (breve, pero personalmente satisfactorio y fructífero) descubrí que la de la llamada conquista es la peor contada de todas las historias sobre lo que hoy es México, y ahora, que tengo todo el tiempo necesario para hacerlo, me sumerjo en la escritura de La batalla por Tenochtitlan.

La Jornada


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