Argentina: la nueva política de inclusión digital – Por Nicolás Welschinger y Sebastián Benítez Larghi

Imagen: Bruno Somoza
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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Argentina: la nueva política de inclusión digital

Por Nicolás Welschinger y Sebastián Benítez Larghi

El anuncio de una segunda oleada del Conectar Igualdad generó en redes sociales tantos aplausos como suspicacias. Nicolás Welschinger y Sebastián Benítez Larghi escapan al análisis de las políticas en términos de éxito o fracaso y plantean once puntos fundamentales para mirar con ojos críticos el futuro del Programa. ¿En qué se tienen que capacitar los docentes? ¿Qué lugar deben ocupar las familias? ¿Alcanza con pensar que la tecnología resolverá los desafíos de la escuela?

Desde su lanzamiento, hace ya más de diez años, el Programa Conectar Igualdad fue inscripto en el debate público dentro de la lógica de “éxito o fracaso”: la distribución por parte del Estado de más de seis millones de netbooks a estudiantes y docentes fue nafta para el fuego de las controversias argentinas. Su evaluación pública no escapó ni trascendió las miradas celebratorias o condenatorias. Si el neoliberalismo impregnó el juicio sobre el sentido de este tipo de políticas de inclusión bajo un lente binario, el gobierno de Cambiemos hizo el resto: decretó el fracaso del Conectar, suspendió la entrega de computadoras y lo relevó por un programa menor.

Por eso no debería sorprender que después de que el ministro de Educación Nicolás Trotta anunciara junto a la viceministra Adriana Puiggrós la vuelta de Conectar Igualdad (quizá bajo nuevo nombre) se generara en redes sociales una ola de entusiasmo y expectativas, pero también de suspicacias adversas. Frente a esta expectativa, ¿cómo debería ser una segunda oleada de una política de alfabetización e inclusión digital en las escuelas? ¿Qué podemos aprender de lo que sucedió con las experiencias de Conectar Igualdad y Aprender Conectados?

En su primera oleada el programa buscó cerrar la brecha digital y la brecha cultural. La segunda oleada que se anuncia tendrá el desafío de cerrar la brecha entre consumir y producir: agenciar docentes y estudiantes como creadores activos del proceso de enseñanza-aprendizaje.

Antes que clausurar el debate, proponemos trazar posibles ejes de acción basados en el análisis de la complejidad sobre lo que pasó con la primera experiencia. Si hasta ahora los expertos se han dedicado a interpretar la digitalización, de lo que se trata es de transformarla.

1. La alfabetización digital como derecho

La futura política debe ser de orientación universalista. Como dijo Juan Carlos Tedesco, en el Siglo XXI la alfabetización digital equivale a la alfabetización básica en lecto-comprensión: construye ciudadanía y amplía derechos. Pero lo digital es hoy además una nueva dimensión de la desigualdad: estar desconectado no solo significa quedar excluido de círculos de sociabilidad políticos, religiosos, amicales, educativos, sino también participar en condiciones desiguales dentro del mercado laboral.

Al constituirse como un programa universal -es decir, para todes- Conectar Igualdad perforó el monopolio del mercado sobre el circuito totalmente monetarizado de acceso individual a las nuevas tecnologías. Introdujo entre les jóvenes [L2] otras categorías de apreciación que tensionaron los criterios de asignación de recursos hasta entonces naturalizados. Son ejemplo de ello las largas discusiones en las que les jóvenes se embarcaban acerca de si una netbook comprada era o no mejor que una del Conectar, o si hoy es un derecho “saber de compus”, y por qué la escuela debería y no enseña más a usarlas.

La futura política conseguirá su legitimidad si se coloca dentro de una perspectiva de derechos: el derecho a la educación debe incluir la alfabetización digital de la misma forma que en el siglo XIX incluía tizas y pizarrones. Roza el absurdo negar que una alfabetización digital crítica en nuestra actualidad es ya tan necesaria como la enseñanza de operaciones aritméticas básicas, la lectoescritura o las nociones mínimas de formación cívica y ciencias sociales.

2. Nuevos objetivos

La nueva gestión del Ministerio de Educación no esconde su disconformidad con el presente de la escuela y se propone que la institución vuelva a quebrar las inequidades de origen, que sea el espacio prioritario donde atacar las desigualdades. Y hoy lo digital teje uno de los nudos más fuertes de la desigualdad social.[t4] [t5]

Desde su formulación el Conectar definió objetivos que se tramaron en dos dimensiones: terminar con la brecha digital y relegitimar a la escuela como una institución significativa en la vida cotidiana de los jóvenes, acortando la brecha cultural entre sus intereses y las propuestas escolares. Por eso fue mucho más que la entrega de más de seis millones de netbooks a estudiantes y docentes de las escuelas secundarias públicas e instituciones de formación docente del país. No sólo se trató de acabar con la injusticia de la brecha digital, se buscó desnaturalizar las prácticas educativas, redefinir el vínculo pedagógico y devolver a la escuela su poder de interpelación.

Hoy la segunda oleada tiene el desafío de volver a interpelar a partir de trabajar pedagógicamente sobre las potencialidades que habilitan las nuevas plataformas digitales: la invitación a cerrar la brecha entre consumir-producir y la actividad prosumidora que despliegan miles de jóvenes todos los días al participar en las narrativas transmediáticas, interviniendo imágenes que luego suman a las redes e impulsando nuevas tendencias a partir de sus experiencias.

Los últimos dos gobiernos emplearon metáforas distintas para nombrar sus políticas de alfabetización digital: Conectar Igualdad y Aprender Conectados. Desde allí hicieron explícita la orientación que pretendían: inclusión (con la centralidad de la igualdad) el kirchnerismo y calidad (con la centralidad en el aprender) el macrismo. El desafío de la futura política será reunir esas demandas y superar la falsa dicotomía entre inclusión y calidad. Y así garantizar el derecho a una educación de calidad, una especie de “crecimiento con inclusión” en el campo educativo, equivalente al mantra que se reitera como deseo y objetivo en la nueva gestión.

3. El debate por los dispositivos

“Los celulares son pequeñas computadoras”, “las netbooks habilitan la escritura”, “las tablets son más versátiles y livianas”. En 2020 se cumplen diez años de la implementación del Conectar Igualdad y durante este tiempo el desarrollo digital fue vertiginoso. En aquel entonces las netbooks era bienes de alta deseabilidad colectiva porque estaban tan o más actualizadas que las que se vendían en el mercado.

¿La futura política debería seguirle el paso a las novedades de mercado y su lógica de obsolescencia programada? ¿O debería sólo considerar los objetivos pedagógicos del programa y correr el riesgo del anacronismo?

En cualquier caso, la discusión no debe centrarse solo en la tecnología. ¿Qué dispositivos deberían ser el soporte para interpelar y dialogar con los imperativos de actualización y conectividad que regulan la sociabilidad juvenil? Como se sabe, cada uno de ellos habilita diferentes tipos de acción, de creación, acceso y consumo del conocimiento. También se sabe que no están exentos de quedar caducos tanto en términos de técnica como de deseabilidad. Los dispositivos no son meros objetos técnicos neutrales en términos de clase social, género, edad, etnia, orientación sexual e ideológica. Se impone entonces reformular el eje de la discusión a partir de estos interrogantes.

4. Garantizar la conectividad

El Conectar Igualdad fue lanzado a pesar de que la cobertura de acceso a Internet no alcanzaba al 80% de las escuelas. No se quiso desaprovechar la oportunidad de universalizar el acceso a la computadora entre les jóvenes porque se asumió que ello impulsaría a garantizar de manera equivalente la conectividad, que en 2015 llegó a cubrir la mitad de las escuelas del país. A pesar de la ya entonces difundida representación acerca de que una computadora sin Internet se volvía inútil, distintas investigaciones han mostrado cómo estudiantes y docentes exploraron usos conectados a través de redes caseras contradiciendo preventivamente lo que Macri ignoraría más tarde con su famosa frase: “¿De qué servía repartir computadoras si las escuelas no tenían conexión?”.

En el comienzo de esta nueva década, garantizar la conexión escolar en todo el país resulta central. Si la llegada de la netbooks del Conectar Igualdad impulsó la contratación de Internet privada en el hogar, la segunda oleada debe garantizar el acceso público a Internet para el 38% de las escuelas del sistema educativo que aún restan por conectar.

5. Apostar a la soberanía digital

Brecha de habilidades digitales, analfabetismo y ciudadanía digital, fakes news y ciber seguridad. Estos son algunos de los problemas que en la última década la Unión Europea y EEUU han buscado resolver a través de políticas de alfabetización digital.

La primera oleada del Conectar contribuyó a la soberanía informática y digital de nuestro país a través de distintos canales. Repasemos algunas medidas: apuntó a la distribución de equipos mayoritariamente producidos o ensamblados dentro del territorio argentino -incluso existió una iniciativa de producción interna de baterías de litio que no llegó a concretarse-. Utilizó un software propio de carácter libre y abierto, el sistema operativo Huayra, basado en Linux pero diseñado en Argentina y que se abría por defecto al iniciar las netbooks. Y desarrolló numerosos contenidos educativos originales que se instalaron en las netbooks de acuerdo al perfil del usuario- estudiantes, docentes y familias- y quedaron disponibles a través del portal Educ.ar. Por último, el Programa apostó al diseño de modelos de seguimiento y evaluación propios con el apoyo de numerosas Universidades Nacionales. De este modo, completó un círculo –no sin fallas o cortocircuitos– de desarrollo endógeno en el que cada engranaje aportaba a la producción nacional de bienes materiales e inmateriales y al desarrollo de fuerzas productivas locales.

La segunda oleada de Conectar Igualdad debería retomar y profundizar estos lineamientos. Aunque todavía quede un largo camino para garantizar el pleno desarrollo en términos de informática y contenidos digitales, el renacer de este sector contribuiría a dinamizar la economía y, sobre todo, ayudar a la construcción de la soberanía nacional del conocimiento.

6. Agenciar la renovación del rol docente

Una serie de investigaciones relevaron que el Conectar Igualdad agenció a les jóvenes. El acceso a las netbooks habilitó diferentes cursos de acción social que los chicos y chicas incorporaron rápido a sus vidas cotidianas. Sin proponérselo, el programa los impulsó para adquirir saberes descentrados del control escolar y así se configuraron procesos de aprendizaje autodidactas en que la información y el conocimiento no tuvieron como única fuente legítima el libro, ni la palabra escrita. Los docentes trabajan hoy sobre este nuevo escenario: la intensificación de la lucha por la atención o la pluralización de los saberes considerados significativos implican nuevas estrategias de negociación-resolución-recomposición del aula. Frente a estas transformaciones, el colectivo docente produjo figuras como la del “curador de contenidos”, el “conector” o el “mediador” para reflexionar sobre su rol.

Ahora, la segunda oleada del programa llega con el desafío de agenciar a les docentes. Es decir, encontrar los canales, medios y lenguajes para desarrollar de manera situada y reflexiva la experimentación en las aulas. En ello será clave hacer hincapié en las carreras de formación docente.

¿Cuáles son las potencialidades y los límites de la capacitación y la alfabetización digital? ¿Qué miedos y prejuicios deben enfrentarse a la hora de incorporar la tecnología en el aula? ¿Cómo superar visiones dicotómicas tan arraigadas como la metáfora de nativos e inmigrantes digitales?

Esta segunda ola debe recuperar y orientar un proceso que ya se viene dando “desde abajo”. Por eso el agenciamiento no puede venir solo “desde arriba”, o “de afuera hacia adentro” de las aulas, sino que debe retomar los modos en que se problematizó el papel del docente al interior de cada escuela con la primera experiencia.

7. La jerarquización de los saberes

La alfabetización digital no es solamente un tema, un ítem a incorporar en el currículum, sino que constituye un eje transversal a toda la formación. Digámoslo sin preámbulo: la digitalización es una dimensión que está presente en todos los temas de la cotidianeidad. Valga como ejemplo la Educación Sexual Integral. Hoy no se puede pensar esta formación sin atender el modo en que los géneros, las diferencias y desigualdades se co-constituyen con la apropiación de las tecnologías digitales. Algo similar ocurre con el bullying pero también con las asignaturas tradicionales. Las formas de aprendizaje juveniles con lo digital no distinguen entre procesos e instancias formales, no formales e informales. Oralidad y escritura, autoría individual y autoría colectiva impregnan todos los campos y la digitalización de la producción y el consumo de conocimientos constituye el motor de su redefinición. Es aquí donde les docentes deben estar preparados para dialogar con esa modalidad de aprendizajes autoactivados.

En este punto el nuevo Conectar debe asignarles un rol central en la articulación de los procesos de producción y de consumo, es decir, en la generación de sujetos prosumidores críticos. El futuro del Conectar Igualdad implicará pensar las pedagogías y reflexionar sobre los sentidos de las nuevas alfabetizaciones, sobre los modos de construir saberes jerarquizables y criterios transversales para avanzar sobre estos nuevos conocimientos.

El programa institucional de la escuela está configurado en una gramática analógica que entró en tensión con la lógica de la digitalización de la vida cotidiana. A los letrados estas tensiones entre saberes digitales y no digitales se nos presentaron como problemas a resolver en favor de la inclusión digital. Muchas veces elaborando el cuadro de situación como una lucha entre saberes residuales y emergentes. Cuando en realidad, la tensión analógico-digital en lo cotidiano responde a la persistencia del programa escolar en jerarquizar saberes y competencias que solo la escuela imparte. Lejos de la instantaneidad de un clik de corte y pegue, del uso de Google cual oráculo de Delfos, la escuela, como plantea Inés Dussel, “debe ser el lugar de lo difícil pero importante”.

8. Trascender el tecnologicismo

La noción de brecha digital impulsada por la primer oleada promovió una perspectiva centrada en la tecnología: al poner el foco en la cuestión del acceso, se tendió a pensarla como un agente de cambio en sí misma. El énfasis en ver su llegada como portadora de cambios per se (“llegaron las netbooks, una revolución”, “con la tecnología ahora docente y estudiantes son migrantes y nativos digitales”) limitó las potenciales perspectivas de la acción pedagógica. Pero distintas investigaciones han dado cuenta que este tecnocentrismo pasa por alto la riqueza y complejidad de las prácticas y representaciones que las personas construyen de manera situada (lo que implica considerar dimensiones como clase, género, etnia y pertenencia geográfica) cuando se apropian de ella. Las netbooks no cayeron a las aulas como un rayo en pleno cielo sereno, fueron recibidas y apropiadas dentro de marcos de sentido que ya se venían trazando en las escuelas, incluso desde antes que se lanzara el Conectar Igualdad. Es en la negociación simbólica, en la lucha por el sentido entre lo que los dispositivos habilitan y lo que les benefciaries hacen con esas habilitaciones, donde debe operar la futura política.

Por eso debemos abandonar la perspectiva de la brecha y construir la de las desigualdades socio-digitales. Hay que promocionar nuevos conceptos, que incluso pueden ser viejas categorías (socialización, sociabilidad, mediación), marcos interpretativos que enfaticen en que las innovaciones siempre son sobre las relaciones sociales y las lógicas organizacionales.

9. El rol mediador de las familias y el hogar

El Conectar Igualdad no sólo interpeló a las instituciones escolares sino también a la familia. Madres, padres y hermanos/as fueron alcanzados como destinatarios indirectos de la política. La introducción de las computadoras habilitó usos compartidos y procesos de intercambio de saberes pero también despertó disputas en torno al control de los horarios, de los espacios y de los contactos. Las netbooks desataron expectativas y, al mismo tiempo, temores y ansiedades respecto a la gestión de la alteridad desconocida.

Por eso las prácticas y representaciones construidas alrededor de la llegada de las netbooks a los hogares no pueden comprenderse si no se recupera la perspectiva de estos otros actores. Para mejorar la enseñanza-aprendizaje hay que poner el lente en la familia como agente productor de sentido y orientador de las prácticas de acceso, socialización y apropiación de las tecnologías digitales.

10. Una evaluación no binaria

La evaluación de las políticas de inclusión digital debe responder a marcos epistemológicos que trasciendan la lógica binaria éxito/fracaso. La medición del impacto, el análisis del cumplimiento (o no) de objetivos y la estimación de cuánto debería invertir el Estado en este tipo de programas resultan necesarios pero insuficientes. Se deben complementar con estudios más comprensivos que reconozcan que la introducción de la tecnología en las escuelas y en los hogares es un proceso lleno de ambivalencias e imponderables. Negar todo lo que estas políticas producen sin preverlo es omitir que la institución escolar constituye la condición de posibilidad de apropiaciones imprevistas y potentes que se desmarcan de ella.

A futuro habrá que evaluar la política en situación y analizarla de manera situada reconstruyendo la perspectiva de los distintos actores que participan. Evaluar no para castigar sino con el objetivo de saber con rigor qué se debe hacer mejor.

11. Construir una retórica legitimante

Toda política necesita de una retórica que la legitime, que explique y justifique a la ciudadanía por qué es importante emplear recursos públicos en lograr los objetivos propuestos. En su primera oleada, para lograr sus metas Conectar Igualdad promovió desde un comienzo un discurso de la necesidad del cambio institucional: se presentó a sí mismo como “la revolución educativa del siglo XXI”. Evitar reiterar el discurso re fundacional sería importante para no recaer en un “plus de retórica”. Por el contrario se debería centrar el programa en su capacidad de creación de bienes comunes, desde la necesidad de la calidad educativa, de la importancia de lo digital como habilidades alfabetizadoras. Ahora, la política de inclusión digital debe presentarse desde una perspectiva de derechos.

La legitimidad se conquista de abajo para arriba. Existen motivos para pensar que -ante la actual situación de deterioro de las capacidades estatales- la futura política debería ser focalizada y no universalista, dado que la primera oleada tuvo mayor impacto sobre el grupo más desfavorecido: sobre el 30% de los beneficiarios para los que la netbook fue su primer PC en el hogar. Aunque al mismo tiempo, la dinámica y los procesos de estigmatización que se lanzaron sobre si las netbooks eran “un derecho o un regalo”, socavaría la legitimidad de una programa que solo estuviera focalizada en ese 30% de los estudiantes.

Pocas cosas han sido tan sobresaturadas de sentidos como lo fueron las netbooks de Conectar Igualdad, sin embargo, es evidente el motivo de por qué éstas representaron el nuevo parquet de la narrativa que el gobierno de Macri retomó y radicalizó (repartir computadoras “es como hacer asado sin parrilla”). Al reconocer a los sectores populares como ciudadanos con derechos y obligaciones, las netbooks fueron la constancia de que las políticas públicas de calidad son posibles. Su uso en las aulas, en las casas, en los grupos de amigos, en las universidades, en las plazas, incluso su supervivencia a la obsolescencia y el paso del tiempo constatan en el cotidiano la viabilidad de políticas públicas inclusivas.

La futura política de inclusión digital será una fuerza clave en la lucha contra la desigualdad: nuestro principal obstáculo para desarrollar el país.

Revista Anfibia


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