Esther Solano, socióloga especialista en política brasileña: «El discurso de Bolsonaro legitimó cierto fascismo cotidiano»

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Entrevista a Esther Solano, socióloga especialista en política brasileña

Por Carla Perelló, de la redacción de NODAL

El 1° de enero Jair Bolsonaro cumplió un año al frente del gobierno de Brasil. El presidente hizo campaña y asumió con un discurso de odio, racista y misógino. Se vendió como un outsider de la política pese a que llevaba más de 30 años en distintos puestos legislativos desde donde reivindicó la dictadura y a militares torturadores. El movimiento #EleNão advirtió sobre las consecuencias que podía traer su elección para mujeres y diversidades sexuales. Ganó las elecciones el 27 de octubre de 2018 mientras el expresidente Lula da Silva, principal favorito, estaba proscripto y en prisión. ¿Qué fue del gigante suramericano tras un año de su gestión? Un panorama en esta entrevista con Esther Solano, socióloga, profesora de la Universidad Federal de San Pablo y compiladora del libro “O ódio como política”.

En términos generales, ¿qué balance hace sobre este primer año de gobierno de Bolsonaro?

Para sus partidarios, en términos generales, ha sido un año bastante decepcionante. La evaluación positiva del gobierno está en 29 por ciento, que es la menor para este periodo de un gobierno en toda la historia de la democracia brasileña. En términos de mercado, en estos últimos tiempos ha habido un cierto respiro positivo por la aprobación de la reforma de las pensiones, pero el mercado tampoco está satisfecho porque están yendo muy lentas, básicamente por el propio obstáculo de la inhabilidad del gobierno. En términos de la población que le votó, ha habido una cierta frustración por su incompetencia y su incapacidad. La gente que lo votó comenta bastante eso y que es un personaje muy violento que no tiene habilidad de mantener la gobernabilidad, también porque realmente ha llevado a cabo pocas reformas conforme a lo que prometió de manera demagógica: anticorrupción y seguridad pública, entre otras.

Entre quienes no lo votaron hay un sentimiento dramático, bastante trágico, porque, así como a lo mejor no ha llevado a cabo las reformas drásticas que se esperaban, en algunos otros campos está siendo bastante escabroso, como con el medioambiente. O en el campo ideológico con declaraciones de algunos de sus ministros contra lo que denominan “ideología de género” o con la idea de erradicar al marxismo de las universidades. La postura internacional en Brasil está siendo bastante trágica. En el campo opositor, en el PT, en los movimientos sociales, tras un periodo de cierto trauma y shock social por la victoria de Bolsonaro, ahora empiezan a reorganizarse de cara a las elecciones municipales de este año que serán muy importantes y son un impulso para reorganizar la base opositora. La salida de la cárcel de Lula ha promovido un poco también esta reorganización.

Bolsonaro asumió con la promesa de hacer grandes cambios económicos y pareciera estar dando frutos, ya que hay algunos indicadores positivos como el PBI. Sin embargo, lo sucedido en Chile ha dejado en claro que los números de la macroeconomía no necesariamente son reflejo de lo que sucede a nivel social. ¿Cómo deben leerse estos indicadores? ¿Qué impacto tiene la reforma de Seguridad Social en este tema?

Más bien diría que su ministro de Economía, Paulo Guedes, que realmente fue el que tuvo la confianza del mercado, ha dejado una agenda neoliberal con varias reformas sobre trabajo, de pensiones y un plan de privatización de empresas estatales bastante grande. Sobre eso, se ha podido hacer relativamente poco justamente porque Brasil es un país muy complejo en términos de gobernabilidad. Tiene 32 partidos, un Congreso muy fuerte, un sistema que se llama presidencialismo de coalición, que hace que las alianzas con el Congreso sean importantísimas y Bolsonaro es una persona que no sabe realmente cómo hacer ese tipo de alianzas interpartidarias. La reforma de las pensiones ha tardado un año en votarse y van introduciendo cambios muy graduales. El impacto es en el largo plazo. Lo que sí se está viendo en el corto plazo es la consecuencia negativa de algunos recortes en políticas sociales. Por ejemplo, la desigualdad está llegando a los límites históricos, la pobreza continúa aumentando, la miseria ha aumentado de nuevo porque hay condiciones de precariedad laboral y el desempleo llega a unos niveles bastante altos. Se ha introducido otro tipo de desigualdad, porque la reforma de las pensiones que puede ser una forma de distribución de renta también puede ser una forma de aumentar la desigualdad. Eso es muy interesante porque los índices de aprobación de Bolsonaro entre la población más pobre es justamente donde más se está desinflando el apoyo.

Los vínculos de sus hijos con asociaciones ilícitas, el “paquete anticrimen” y los discursos misóginos, entre otras cuestiones, han prevalecido en la comunicación del presidente. ¿Es posible ver efectos de estas formas en la dinámica de la sociedad brasileña? ¿Cómo?

Creo que todo este continuo discurso de odio a veces es mucho más retórica que otra cosa porque se ve que no tiene el efecto práctico esperado. Cuando Bolsonaro habla o como cuando los hijos proponen cerrar el Congreso, volver a la dictadura, en sacar a los militares a la calle, la vuelta del AI-5 (N de R: Acto Institucional número 5) un acto básicamente que instaló la censura con la dictadura brasileña, se puede ver que es una retórica incendiaria, de odio, pero no tiene de hecho un efecto práctico. Otro tipo de retórica que sí tiene una consecuencia práctica absoluta es el discurso racista. Se ve en políticas que adoptan gobernadores de los estados bolsonaristas, como el de Río de Janeiro, con Wilson Witzel, que implementa proyectos de seguridad pública altamente racistas, letales y brutales. Tiene también un discurso muy misógino, muy machista, y se ven los efectos en las políticas de protección contra todo tipo de violencia machista, que están totalmente desinfladas. De la misma manera, que con las políticas de protección de la población LGBTI+. Lo que se ve, también, es que mucha gente se siente amparada y legitimada y eso ha generado un aumento del discurso de odio en la sociedad, de la violencia racista y contra la comunidad LGBTI+. Es que, si el presidente tiene un discurso de odio, por qué ellos no van a poder tenerlo. Hubo un aumento muy grande, muy expresivo contra la población LGBTI+ durante la campaña electoral en el discurso de Bolsonaro, ese discurso bárbaro legitimó cierto fascismo cotidiano.

En términos de política internacional Bolsonaro ha estado en el ojo de la tormenta por los cruces con el presidente de Francia, Manuel Macron, tras el incendio en el Amazonas, por ejemplo, y de hecho hay quienes afirman que Brasil ha desaparecido del escenario internacional. ¿Hay nuevas formas en la diplomacia y en la política exterior de Itamaraty? ¿En qué lugar ha quedado Brasil respecto de la política regional?

Creo que uno de los impactos más fuertes del gobierno de Bolsonaro ha sido exactamente el tema de la política exterior. Ya veníamos de una cierta desintegración del papel internacional del país, porque Lula lo llevó a un papel muy protagonista, pero con Dilma Rousseff disminuyó mucho y más con Michel Temer. Brasil se quedó básicamente como un gigante enano en las relaciones internacionales. Ahora con Bolsonaro la política internacional ha tomado un giro ideológico muy muy marcado. Para comentar algunas cosas: el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo, es un religioso fundamentalista que dice que estamos en manos de globalismo marxista cultural y que tenemos que volver el papel de Dios a las relaciones internacionales. Ese discurso muy anticomunista está totalmente alineado con la política estadounidense, con el abandono de la multilateralidad del Mercosur, porque la región latinoamericana no existe. Luego está la criminalización de Venezuela, de Bolivia y el bolivarianismo, muy alineado también con políticas neoconservadoras. Como la idea totalmente ideológica de mover la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén, que al final de cuentas no salió porque se impone la política práctica. Diría que Brasil ha perdido totalmente su protagonismo en los discursos de la ONU de Bolsonaro, que han sido bastante patéticos; en la COP 25, en Madrid, también vimos cómo fue uno de los que bloqueó una agenda de avance efectiva en medioambiente. Tiene un papel retrógrado, muy ultraconservador, con un cierto toque de fundamentalismo religioso muy alineado con los países del norte, pero con la forma de un vasallo con Estados Unidos y olvidando totalmente la región latinoamericana.

¿Cuáles son las expectativas para el 2020 y qué lugar supone que jugarán el PT, los partidos minoritarios, los feminismos y Lula ante esta coyuntura?

Los movimientos sociales como el feminismo y el movimiento negro son muy potentes, muy poderosos en cuanto a movilización, pero no tienen realmente una representación institucional partidaria fuerte. Entonces, esa gran energía social se queda diluida y no llega a tener incidencia de hecho en el Congreso y en las instancias de poder. Luego, la oposición de izquierda está muy centralizada en el PT, mucho más ahora que Lula está fuera de la cárcel, lo que tiene un impacto bastante fuerte. Creo que el PT continúa demarcándose como el gran panteón de izquierda que va a ser la oposición a Bolsonaro, una oposición de masa popular. Y ahora lo que está en construcción es el campo de la centro derecha. Digamos que tenemos la extrema derecha cubierta con Bolsonaro; la centroizquierda con el PT; y luego hay un campo que siempre fue muy tradicional e importante aquí, la centroderecha representada por el PSDB, desintegrada totalmente durante las elecciones. Ahora se ven movimientos para llenar ese campo. Allí hay representantes como João Doria, gobernador de San Pablo, que quiere un poco hincar el diente; y Ciro Gómes, excandidato presidencial, está pendiente jugando con el antibolsonarismo y el antipetismo al mismo tiempo. Hay un cierto centro conservador de derecha que muy probablemente pueda definir los próximos momentos electorales.


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