Diego Hurtado, funcionario de Ciencia, Tecnología e Innovación: “En la Argentina la ciencia es potente pero la tecnología es débil”
Por Nadia Luna
Diego Hurtado suele deambular con un libro en la mano, una colita en el pelo y mil ideas en la cabeza. Aunque camina apurado, su andar suele ser interrumpido por estudiantes, profesores e investigadores que lo saludan en el campus de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y le sacan charla. Así fue, sobre todo, en los últimos años, en los que asistía a cada mesa de debate sobre el futuro de la ciencia y la tecnología en la Argentina y a cada marcha convocada en rechazo a las medidas de ajuste, mientras delineaba políticas de reconstrucción del sector junto con el entonces diputado y actual ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Roberto Salvarezza.
Hurtado es doctor en física, docente en la UNSAM y experto en una problemática que lo desvela: el desarrollo tecnológico en países semiperiféricos. También fue presidente de la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN) y miembro del directorio de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Hoy es la mano derecha de Salvarezza bajo el cargo de secretario de Planeamiento y Políticas de Ciencia, Tecnología e Innovación. En esta entrevista con TSS, agencia de noticias que creó y dirigió, se refirió a cómo la nueva gestión del área científico-tecnológica enfrentará las deudas que dejó la gestión anterior, reconstruirá un sistema desmantelado y enfrentará diversas problemáticas como la vinculación con el sector productivo, el extractivismo, la articulación con otros ministerios y la necesidad de profundizar la federalización de la ciencia en la Argentina.
¿Cuál va a ser el rol del MINCYT en el nuevo Gobierno?
Las primeras iniciativas muestran un giro de 180 grados respecto de las políticas de desindustrialización, financierización, extranjerización y endeudamiento del macrismo. En este proceso de recuperación de un sendero de desarrollo, el nuevo MINCYT debe responder a esta reorientación con todas sus capacidades. Por eso, vamos a trabajar en agendas de investigación y desarrollo alineadas con las políticas de áreas como desarrollo social, salud, energía, industria, ambiente, agro y defensa. Lograr reorientar las agendas del sector de ciencia y tecnología en la dirección de un proyecto de democracia con industria, generación de empleo y ampliación de derechos es un problema político que debe ser atendido, con una política científica que acompañe el fortalecimiento de nuestras pymes y garantice un desarrollo con sustentabilidad ambiental.
¿Cómo se pueden lograr estos objetivos en un marco de pobreza en aumento y emergencia alimentaria?
Si nos comparamos con las economías denominadas centrales, la primera diferencia crucial que encontramos en las actividades de ciencia y tecnología, a lo largo de su historia, es su desconexión con la realidad socioeconómica. Para ser más preciso, hoy podemos decir “desconexión parcial”, porque podemos mostrar muchos ejemplos, aunque no los suficientes, de desarrollos científicos y tecnológicos con distintos grados de impacto, que son justamente las experiencias que nuestro país debe ser capaz de comprender y multiplicar. Acá hago un paréntesis necesario para evitar malentendidos: la historia enseña que esto que llamo “desconexión” no se explica por un pecado original de la ciencia argentina, sino por la condición de país semiperiférico con una economía extranjerizada. Es un problema político vinculado a una historia de inestabilidad institucional, de gobiernos de facto y neoliberales que han logrado obstruir los procesos de aprendizaje, acumulación de capacidades y enraizamiento de las actividades de I+D, y que las desconectaron de la realidad socioeconómica. Hoy, en lo que hace a la emergencia alimentaria, es importante lograr una mayor vinculación entre el conocimiento científico y sectores como la agricultura familiar, los pequeños productores y las pymes, y esto supone empezar a resignificar qué ciencia y qué tecnología necesitamos. Un ejemplo bien concreto es que el MINCYT se sumó rápidamente al “Plan Argentina contra el hambre” y estamos evaluando más de 100 proyectos para seleccionar entre los que puedan dar una respuesta rápida al hambre y la malnutrición. Hoy contamos con información georreferenciada de peso y talla de población infantil para seguir en tiempo real la situación nutricional. Es muy alentador tener como aliados a Ginés González García yDaniel Gollán en los ministerios de Salud nacional y bonaerense, a Daniel Arroyo y Victoria Tolosa Paz en el área social, a Luis Basterra en Agricultura, y a referentes de la producción popular como Enrique Martínez, todas y todos trabajando en la misma dirección. La unidad política ayuda a potenciar todo lo que nos proponemos desde el MINCYT.
¿Qué situación encontraron en la Secretaría de Ciencia que dejó Lino Barañao?
La gestión de Macri dejó un área de Ciencia devastada y sin rumbo. Tenemos deudas por millones de euros en cooperación científica con la Unión Europea (UE), por ejemplo. Al mismo tiempo, nos dejó para pagar 400.000 euros por un trabajo de consultoría de la UE que consiste en entrevistar a actores locales para que les digan a la UE qué nos tiene que recomendar. Es surrealista. Si le pedimos a la UE que nos diga qué hacer, la UE nos va a decir que hagamos aquello que necesitan las pymes europeas. Hace mal a la salud ir descubriendo la herencia de Barañao cuando había becas por debajo de la línea de pobreza y subsidios paralizados. Es decir, no arrancamos de cero, arrancamos de menos diez. Sin embargo, la ciencia argentina es relativamente potente y logra sobrevivir en contextos de enorme adversidad. Ya estamos trabajando en la reconstrucción de las agendas de investigación y desarrollo con absoluta percepción de la realidad nacional. Ahora bien, en la Argentina la ciencia es potente pero la tecnología es débil. Necesitamos, de manera urgente, respuestas tecnológicas que ayuden a escalar capacidades en nuestras economías regionales y en los sectores industriales con potencial exportador. Hay que poner un mayor esfuerzo en estos eslabones. No estoy diciendo que nos sobre la ciencia básica, más bien nos falta, pero el problema que arrastramos como un rasgo de subdesarrollo es la debilidad de los eslabones relacionados con la gestión del cambio tecnológico.
¿Por qué la tecnología argentina es débil?
Porque son los procesos de cambio tecnológico los que padecen las mayores obstrucciones en un país en desarrollo. El lugar asignado a la Argentina en el capitalismo global es el de país comprador de tecnología, de valor agregado y de conocimiento. Las capacidades tecnológicas son el blanco de las políticas de desindustrialización y extranjerización de los gobiernos neoliberales. Es la tecnología la que no logra sobrevivir con estas políticas. Macri llegó para clausurar el Arsat 3 o dárselo a la empresa norteamericana Hughes. También para desmantelar las capacidades nacionales en aerogeneradores, la producción local de medicamentos, la agricultura familiar, los desarrollos de vagones de ferrocarril y la producción en Astilleros Río Santiago, para desguazar el INTI y paralizar el plan nuclear con permanentes mentiras. El alineamiento incondicional como política exterior de gestiones como las de Menem y Macri presuponen la venta de materias primas con escaso valor agregado y el achicamiento de las actividades de ciencia y tecnología, que pasan a ser ornamentales. Por eso es imprescindible una política exterior que defienda los objetivos tecnológicos argentinos que propone el gobierno de Alberto Fernández, que van a contracorriente del ideal de América Latina como patio trasero. Para eso necesitamos producir y exportar satélites, medicamentos, radares, reactores nucleares, energías renovables, software y biotecnología.
Si la Argentina no pudo superar estos obstáculos en los últimos 60 años, ¿por qué podría superarlos ahora?
Yo creo que es posible por la experiencia y los aprendizajes que tuvimos en el período que se transitó de 2003 a 2015. La primera lección que nos dejó ese período es que, cuando un gobierno tiene la decisión de impulsar la ciencia y la tecnología, el sector responde y se aceleran los procesos. Durante ese período hubo éxitos y fracasos pero sobre todo hubo enormes aprendizajes en la gestión. Si bien el macrismo clausuró este proceso, los aprendizajes pueden ser recuperados y mejorados. La segunda gran lección de ese período es que, a pesar de Barañao, las ciencias sociales fueron ganando un lugar crucial. Yo creo que este es el principal signo de que es posible comenzar a construir un Estado para un proceso de desarrollo sostenible y, en el largo plazo, de cambio estructural. Basta con darle una mirada al Estado argentino hoy: Sabina Frederic y su equipo en Seguridad, Axel Kicillof en la Provincia de Buenos Aires, Matías Kulfas en Desarrollo Productivo, Roberto Salvarezza en Ciencia, Agustín Rossi en Defensa, Nicolás Trotta en Educación, todos con equipos que incluyen a cientistas sociales de primera. El Estado se llenó de ciencias sociales para la gestión y el desarrollo. Sumo a Tristán Bauer y a Claudio Martínez en sectores como Cultura y Medios, que me generan enormes esperanzas para dar la batalla cultural por una ciencia y tecnología propias, necesarias para escalar el Aconcagua del desarrollo. Hay que superar la pesadilla del péndulo industrialización-desindustrialización, sostenido por una derecha anacrónica que no quiere que nos desarrollemos porque solo sabe extraer rentas extraordinarias de los negocios financieros, que se sostiene sobreexplotando el trabajo argentino y apropiándose de los recursos naturales.
El problema del extractivismo es una deuda pendiente de los gobiernos desarrollistas latinoamericanos y los pueblos demandan cada vez más ir hacia nuevos modelos de producción. ¿Cómo piensan atender este reclamo?
Hay una izquierda académica, rigurosa, un poco idealista, y está bien que lo sea, que nos llama neodesarrollistas, una izquierda que, a pesar de la necedad de tender a igualarnos al macrismo, yo creo que es necesaria para obligarnos al debate y al pensamiento crítico, que tiene el mérito de habernos empujado a enfrentar algunas de nuestras debilidades con relación al problema de la sustentabilidad del desarrollo y la justicia ambiental.Ahora bien, escribir libros sobre los desastres socioambientales del capitalismo es imprescindible, pero cuando te toca gobernar en un país en desarrollo los libros no alcanzan. Hay puntos ciegos, por ejemplo, en las relaciones de poder en juego, que se expresan de forma incompleta en la investigación académica. El problema que enfrenta un gobierno progresista en la Argentina es, simplificando, la temporalidad del desarrollo con un punto de partida donde la correlación de fuerzas es muy negativa. Como en diciembre de 1983, o en enero de 2002, o en diciembre de 2019, la derecha deja los restos de una orgía obscena. Perdón por la imagen, pero el macrismo fue una orgía de mentiras y negocios que dejó un 40% de pobreza y una deuda impagable. Neutralizar esta correlación de fuerzas supone un proceso de construcción de legitimidad y poder político. La sustentabilidad ambiental es el punto de llegada de un proceso. El punto de partida es una economía extranjerizada y un gobierno con el 30% del poder político. En paralelo, hay que avanzar en la generación de un contexto democrático para trabajar la cuestión de la licencia social o los consensos sobre los proyectos provinciales de desarrollo, como audiencias públicas y consultas libres e informadas a las comunidades. No se trata de sí o no a la minería, a la energía nuclear, al fracking o a los transgénicos. Una cosa es Monsanto y otra bien diferente son las semillas desarrolladas con conocimiento argentino. Una cosa es la minería de oro, que nos deja poco o nada a cambio de lo mucho que se llevan corporaciones extranjeras, y otra cosa es la minería de uranio cuando existe la cadena de valor del combustible nuclear, que es un producto de altísimo valor agregado. Es obvio que estoy simplificando mucho sobre un problema complejo, pero tenemos que animarnos a hablar con claridad de estas cuestiones. Son temas muy sensibles que funcionan como atractores de oportunismo e intereses difíciles de desenredar, porque somos un país con un Estado débil y con capacidades regulatorias deficientes. El sector de ciencia y tecnología tiene un papel enorme que cumplir en esta agenda y creemos que es fundamental el respeto de las comunidades y de la licencia social. En ese sentido, una novedad positiva es que tenemos un ministro de Desarrollo Productivo que tomó la iniciativa de comenzar a trabajar con sus pares de Ambiente y de Ciencia y Tecnología para atender este tipo de problemáticas.
En este escenario, ¿qué relación hay entre ciencia y democracia?
Lo que va a garantizar que la Argentina pueda convertirse en un modelo de democracia latinoamericana es la apuesta a producir conocimiento, ciencia y tecnología en estrecha relación con sus políticas públicas. En esta dirección, otra lección que aprendimos es que es imprescindible pensar las políticas de ciencia y tecnología con las categorías correctas, para generar acciones y procesos compatibles con la realidad social y productiva del país. Si me hablan de industria 4.0 y de frontera tecnológica sin entender qué tecnología es capaz de asimilar nuestra matriz productiva me están vendiendo humo y así se termina comprando conocimiento llave en mano. La venta discursiva de frontera tecnológica en abstracto le hizo perder mucho tiempo a nuestro país y a la región. Los países en desarrollo, como la Argentina, tienen que aprender a generar procesos de acumulación de capacidades y de coordinación con el sector productivo para crear pymes tecnológicas. Un ejemplo claro es Arsat. Con los Arsat 1 y 2 el Estado recauda alrededor de 50 millones de dólares por año, lo que posibilita financiar el Arsat 3 para recaudar un poco más y permitirles a empresas nacionales de telecomunicaciones hacer negocios con la banda ancha. Pero la magia comienza cuando podamos exportar un Arsat mientras generamos una plataforma de desarrollo satelital para que las empresas nacionales hagan negocios tecnológicos. Además, si fabricamos y exportamos satélites, recaudamos divisas. El conjunto queda capturado en los conceptos de soberanía tecnológica e independencia económica. Este ejemplo podría replicarse en biotecnología, aeronáutica, informática. Lo importante es visualizar el sendero y sostenerlo con políticas públicas y estabilidad institucional.
Un aspecto que ha sido deficiente en la búsqueda de una vinculación exitosa entre el sector científico-tecnológico y el productivo es la articulación interministerial. ¿Qué harán al respecto?
Por un lado, está la construcción política de esta articulación. Desde el día uno de la nueva gestión, el ministro Salvarezza empezó a reunirse con sus pares para definir agendas y armar grupos de trabajo bilaterales o multilaterales. Una orientación exactamente opuesta a la de Barañao, que tendió a encapsular a su ministerio, luego degradado en secretaría. Hoy, avanzamos en la definición de agendas perentorias y de mediano plazo. El siguiente paso será activar el Gabinete Científico-Tecnológico (GACTEC), que es el recurso institucional formal donde los y las ministras acuerdan metas concretas, plazos, compromisos y formas de coordinación con el MINCYT. En lo personal, creo que la iniciativa política de poner en la primera línea del MINCYT la demanda de los otros sectores del Estado supone una transformación histórica que abre una nueva etapa superadora de la ciencia y la tecnología en la Argentina, que va a producir impactos muy positivos en el mediano plazo.
Otro aspecto sobre el que suele llamar la atención la comunidad científica es la necesidad de una mayor federalización de la ciencia y la tecnología. ¿Qué harán para avanzar en este sentido?
El desequilibrio geográfico del sector de ciencia y tecnología es apabullante. Tiene su problema espejo en el desequilibrio de los diferentes dinamismos y capacidades de incorporación de conocimiento de las economías regionales. Enfrentar el problema es complejo y requiere de la decisión política, por un lado, del Gobierno nacional y, por otro lado, de las administraciones provinciales y municipales. Alguien que dirige un instituto importante en la región metropolitana me decía: “Hay más investigadores en este laboratorio que en todo el noreste argentino”. El nuevo MINCYT va a enfrentar esta debilidad con todos sus recursos. El COFECYT es el recurso formal que nos va a ayudar a impulsar una política coordinada de federalización. Sin embargo, al COFECYT lo vamos a potenciar con un trabajo de diagnóstico y de impulso de municipios que funcionen como casos testigo, que nos ayuden a mostrar resultados que pueden ser multiplicados en otros lugares.
¿Cómo lo ve a Salvarezza como ministro?
Salvarezza es un ministro que surgió como producto de un proceso de construcción política. Como presidente del CONICET, impulsó novedades como la empresa Y-TEC y, como diputado nacional, defendió al sector de las anti-políticas del macrismo. Así, se posicionó, casi naturalmente, como la figura de la convergencia y, me animo a decir, del consenso de buena parte del sector. Se trata de un hecho político inédito y que el ministro de Ciencia y Tecnología sea un emergente del sector es para ilusionarse porque supone la articulación de un liderazgo. Eso significa compromiso y protagonismo de la ciencia y la tecnología en la primera línea de las políticas públicas. En el corto plazo, protagonismo para la salida de la crisis. En el mediano plazo, protagonismo para el despegue económico.
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