CELAC: Impulso integrador en tiempos turbulentos – Por Javier Tolcachier

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Javier Tolcachier(*)

Con una reunión de cancilleres y vicecancilleres de 29 países de América Latina y el Caribe, México dio el puntapié inicial para el relanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). La jornada inaugural se completa con la participación del primer mandatario Andrés Manuel López Obrador, quien asumirá formalmente la presidencia pro témpore del organismo durante el año 2020.

La sesión inaugural, que tuvo lugar a puertas cerradas en el Salón Iberoamericano de la Secretaría de Educación Pública de México, no contó con la presencia de Brasil, del régimen de facto de Bolivia – que fue invitado, según refirió el canciller mexicano Marcelo Ebrard– y dos países más que no pudieron llegar por dificultades climatológicas.

Según refirió Ebrard, “fue una reunión cordial, de mucho respeto”, centrada no en los temas políticos, “que ya son discutidos en otros foros e instancias” sino en aspectos concretos en los que hay acuerdo e interés común. El hecho de poder reunirnos y escucharnos, después de bastante tiempo sin hacerlo, es en sí mismo un éxito, declaró.

Años que parecen siglos

Hace cinco años la Celac, reunida en su Segunda Cumbre en la ciudad de La Habana, declaraba a América Latina y el Caribe como Zona de Paz.

Entre los considerandos de esa proclama señera, se reafirmaba el propósito de la integración como medio hacia un orden internacional justo, promoviendo una cultura de paz que excluyera el uso de la fuerza y los medios no-legítimos de defensa, entre ellos las armas de destrucción masiva y, en particular, las armas nucleares.

Entre los compromisos alcanzados entonces, destacaban principios como la “obligación de no intervenir, directa o indirectamente, en los asuntos internos de cualquier otro Estado y observar los principios de soberanía nacional, la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos”. Asimismo se promovía el respeto al “derecho inalienable de todo Estado a elegir su sistema político, económico, social y cultural, como condición esencial para asegurar la convivencia pacífica entre las naciones”.

A tan sólo un lustro de aquel cónclave, si uno observa el tenor de las declaraciones de gobiernos nucleados en el Grupo de Lima y en la OEA, es evidente que los elevados principios de aquella declaración fundamental han sido traicionados por los regímenes de la derecha continental.

Peor aún es constatar la flagrante violación, no sólo de aquella declaración de la Celac, sino de todos los principios del Derecho internacional vigente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la propia Carta de Naciones Unidas y unos cuantos instrumentos más, ocasionada por el golpe de Estado perpetrado en Bolivia, alimentado y avalado por la misma OEA.

A ver como Washington escribe el guión de las fantochadas de esbirros autoproclamados, que son ratificadas luego por gobiernos cómplices y validadas por medios de comunicación internacionales en un abandono total y lamentable del principio de veracidad.

La reconfiguración de vínculos políticos cercanos de todos esos gobiernos con la administración estadounidense habla a las claras de la planificación y el apoyo logístico y financiero brindado por ésta a la derechización regional.

Según un documento reciente del Foro de Comunicación para la Integración de NuestraAmérica (FCINA), estas acciones se encuadran en una guerra multidimensional contra los proyectos populares de emancipación, en la que el otrora indiscutido hegemón del Norte, enzarzado en una lucha sin cuartel por no perder su primacía, ha emprendido un ataque furibundo contra mecanismos de integración regional como la Unasur, ALBA-TCP, PetroCaribe y la Celac.

Frente a este panorama de quiebre de lazos intrarregionales, de recolonización e imposición de programas económicos y sociales a la medida del capital, se ha levantado una ola de sublevación. Ola que ha arrojado a la arena institucional a dos nuevos gobiernos de signo nacional y popular en México y Argentina y cuya marejada deparará todavía sorpresas relevantes en la relación de fuerzas hoy adversas al real progreso de los pueblos.

La propuesta mexicana

Según lo anunciado por el canciller Ebrard ya en noviembre, la propuesta de México para este período consiste en “trabajar para robustecer la institucionalidad del mecanismo y alcanzar nueva fortaleza en la unidad”. La convocatoria a “forjar logros concretos que beneficien a nuestra comunidad de manera práctica y eficaz, promoviendo con pasos precisos la integración regional latinoamericana y caribeña”, dejaba ya entrever una aproximación de corte pragmático, con la que se intenta interesar y acercar a países política- e ideológicamente distanciados.

El programa de acción expuesto en la reunión ministerial celebrada ahora, contiene 14 objetivos cuya consecución está prevista en el marco de los doce meses de duración de la gestión de México al frente de la presidencia pro témpore. Todos ellos relacionados con posibilidades de sinergia multilateral en distintos campos, entre los que figuran la cooperación aeronáutica y aeroespacial, la creación de una red de innovación y un ecosistema científico y una agenda común de universidades para facilitar la movilidad y el intercambio académico.

Asimismo se prevé un programa de acciones en el campo de la gestión de riesgo por desastres y la organización de compras en bloque -por ejemplo de medicamentos- para obtener mejores condiciones. Entre los puntos a consensuar está también la elaboración de una metodología anticorrupción, la realización de un Foro Celac-China para el segundo semestre del año como así también la realización de una reunión plenaria en el marco de la apertura de sesiones anual de Naciones Unidas en septiembre.

Entre las distintas iniciativas se propone crear un Premio Celac contra la desigualdad y la pobreza, el fomento a la gestión sustentable de recursos oceánicos y el impulso a una diplomacia turística para realizar eventos de promoción de la imagen regional.

Uno de los puntos más relevantes de la propuesta –el más acorde al carácter fundacional de la comunidad que nuclea a 33 naciones de Latinoamérica y el Caribe sin la participación de Estados Unidos y Canadá–, es el de la concertación política regional y el de hablar con voz común en los foros multilaterales.

Otro asunto abordado fue el estancamiento económico y social de la región. En este sentido cobró relevancia la presencia de Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal quien, entre otros indicadores señaló que en las últimas dos décadas, la desigualdad en América Latina y el Caribe, lejos de disminuir, aumentó.

En las conversaciones bilaterales estuvo presente el tema del posible recambio al frente de la Secretaría General de la OEA, tema que, sin guardar pertinencia directa con los propósitos de la Celac es relevante para los países de la región. Muchos de ellos, quizás la mayoría necesaria, apoyarán el intento de evitar otra gestión nefasta al frente de esa organización como la protagonizada por Luis Almagro.

De cualquier modo, mientras la OEA continúe siendo financiada en más de 60% por los Estados Unidos y su sede esté a pocos pasos de la Casa Blanca, cualquiera sea el o la personaje elegido/a, su sentido colonial no habrá de modificarse.

Por lo demás, en el contexto de una situación mundial turbulenta y sus repercusiones en la región, es de esperar que los cancilleres de la Celac, tal como lo señaló en su intervención el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, refrenden sin cortapisas la vocación de preservar la paz en América Latina y el Caribe declarada en 2014 en La Habana.

El sentido estratégico

Más allá del impulso cobrado por el organismo a partir de un programa relativamente desideologizado, de corto plazo y enfocado en logros de carácter práctico, es lícito pensar en el sentido estratégico de la Celac, y más ampliamente, de la integración regional.

La mera vecindad geográfica, a pesar de facilitar el intercambio comercial y la progresiva eliminación de fronteras no es el único factor, ni el más determinante para unir a las naciones de la región.

Tampoco el idioma, ya que además del castellano, el inglés, el portugués, el kréyòl y el neerlandés, hay más de 420 lenguas nativas habladas en la región.
Si se piensa la cultura como factor de cohesión, si bien hay aspectos en común, América Latina y el Caribe son un espacio profundamente multicultural, en el que se entrecruzan los aportes de los pueblos amerindios, las raíces africanas y los migrantes europeos, mediorientales y asiáticos.

Lograr unidad política estratégica para enfrentar embates en la arena geopolítica es ciertamente una necesidad de naciones cuya riqueza de recursos se presenta como un blanco de las apetencias de un capitalismo decadente y desesperadamente ávido de rédito y acumulación.

Pero lo decisivo se encuentra en los procesos históricos. En ellos se hace evidente que los pueblos latinoamericanos y caribeños comparten una huella profunda de colonización, explotación y discriminación. Herida que no comparten con los Estados Unidos y su socio Canadá.

Por eso es que un verdadero proyecto de integración regional, un proyecto de construcción sobre un sustento histórico sólido es aquel que tiene como centro la descolonización, al logro de igualdad de condiciones para los pueblos en un nuevo contexto geopolítico de paridad multilateral.

Justamente ése es el signo de la Celac, que lleva en su seno desde su misma fundación, más allá de las complicaciones e impedimentos de la circunstancia actual, un carácter emancipador y revolucionario de las relaciones internacionales, hoy todavía atascadas, aunque no por mucho más tiempo, por mecanismos de potestad del siglo pasado.

La paz, la cooperación y colaboración entre los pueblos, la reivindicación de la soberanía arrebatada, el rechazo a la colonización económica, política y cultural, la reparación por siglos de vejación, la resolución dialogada de controversias y la integración de las diversidades en una nación sin fronteras, son un signo claro del futuro que merecen los seres humanos que habitan este suelo.

(*) Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia de noticias Pressenza.

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