Mercosur 2020 – Por Augusto Taglioni

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Los desafíos del Mercosur en un contexto de fragmentación regional y volatilidad global. 

Uno de los debates acalorados que se vienen en la región está vinculado con el perfil que debe adoptar el Mercosur. En el discurso de asunción, Alberto Fernández dijo que su objetivo es «robustecer» el bloque en un proceso de fortalecimiento de la integración regional bajo la idea de Latinoamericana como «casa común».

En ese contexto, la pregunta es ¿qué proyecto es viable teniendo en cuenta las diferencias ideológicas entre Argentina con el resto de los miembros? Sin dudas, el proyecto de Mercosur del Frente de Todos se asemeja al de la década progresistas cuando la prioridad era poner en valor la representación del 82,3 % del PBI total Sudamérica con la que cuenta el bloque en nuevo orden mundial.

El cambio en Argentina y Brasil entre 2015 y 2016 pusieron al Mercosur en un período de transición cuyas únicas decisiones relevante fueron la suspensión de Venezuela y el preacuerdo de libre comercio alcanzado con la Unión Europea.

La situación actual viene acompañada de un choque de proyectos entre las dos potencias del Sur. Por un lado, el sueño de Jair Bolsonaro y su ministro de Economía, Paulo Guedes, de reconvertir la unión aduanera en una zona de libre comercio que habilita acuerdos bilaterales y la nostalgia peronista de regionalismo autónomo que le permita al bloque intervenir en el mundo multipolar.

Es evidente que, a la luz de los acontecimientos, ninguno de esos dos caminos permitirá una convivencia estable dentro de un bloque que debe salir de la instrascendencia. En ese sentido, Brasil y Argentina tiene el desafío de acordar que Mercosur es posible construir a partir de las enormes deferencias estratégicas.

Para lograrlo, Fernandez y Bolsonaro tiene que ponerse de acuerdo en la necesidad de proteger la relación comercial entre ambas naciones que, según datos de la Cancillería de Brasil, cerró el año con 28.000 millones de dólares de intercambio comercial.

Si el libre comercio que desea nuestro vecino afecta el desarrollo industrial argentino (y brasileño) el camino debe ser otro. Al mismo tiempo, un regionalismo cerrado terminará forzando a Brasil a romper para priorizar acuerdos bilaterales de inversión con Estados Unidos o China con posibilidades de traicionar a Paraguay y Uruguay a la misma lógica. Para que eso no ocurra, Argentina tendrá que aceptar (con revisiones pero sin abandonarlo) el acuerdo con la Unión Europea y sostener los recientemente firmados con Corea del Sur, el EFTA y Singapur. También, materializar una confluencia natural con la Alianza del Pacífico.

El contexto obligará a nuestro país a ceder en estos puntos para evitar una mayor fragmentación y que tanto Uruguay como Paraguay terminen jugando para la estrategia de Bolsonaro.

Una condición que podría sumar el gobierno argentino es la aplicación de la carta democrática por la interrupción del orden democrático en Bolivia (tal como sucedió con Venezuela) que paralice el proceso de incorporación al bloque hasta que normalice la situación y se convoque a elecciones. Los gobierno de Paraguay y Uruguay están en condiciones de acompañar y exponer a Brasil, único país que reconoció al gobierno de facto.

Como vemos, el Mercosur no está para grandes cosas. En definitiva se trata de evitar una ruptura que agravaría la situación de vulnerabilidad nacional para trazarse dos objetivo bien modestos: sostener la relación comercial intrabloque y que  funcione como un paraguas en medio de una fenomenal volatilidad internacional.

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