Las dudas de Boris Johnson sobre Augusto Pinochet – Por Miguel Orellana Benado

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Miguel Orellana Benado (*)

Temprano en la vida, antes de cumplir los 30, tuve una corazonada política. Y ésta acaba de confirmarse, 35 años más tarde. Una experiencia curiosa. Boris vino a Oxford desde Eton para leer Litterae Humaniores (las letras más humanas: la filosofía, historia y poesía griegas y latinas) o Clásicos en Balliol en 1983.

Apodado «Grandes», el curso cultiva un muy exitoso ejemplo de «fake news«. Quizás el más exitoso desde la Edad Media. A saber, que la cultura occidental tiene solo dos fuentes: Atenas y Roma. Nada de Jerusalén, ¿me entiende? Entre sus graduados se encuentran un virrey de la India, muchos ministros del gabinete británico y varios primeros ministros. ¿Por qué leer “Grandes”? Simple: para aprender a ser grande.

Me había matriculado dos años antes como «becario refugiado» («el Ref.» para mis amigos; oficialmente, el becario de la Junior Common Room de Balliol). Diez días después del golpe de Estado en Chile, en 1973, tratando de escapar de las tropas del general Pinochet, la secretaria del presidente Allende llegó a casa y pidió refugio a mis padres. Ellos temían que los soldados  pudieran tocar nuestra puerta en cualquier momento. Durante las pocas horas en que se levantaba el toque de queda, la opción más segura era que yo diera vueltas en coche por la ciudad con ella. Un adolescente con anteojos de sol en un elegante Mercedes verde y una mujer, vestida de enfermera y con enormes gafas ópticas, no levantarían sospechas. O eso esperaban mis padres. En enero de 1974, a los 18 años, ya había yo huido del país.

A su llegada a Balliol, Boris se unió al gueto de las grandes escuelas privadas inglesas: Hugo Dixon, Sebastiano O’Meara, Justin Rushbrooke et al. Pronto se hizo conocido. Era «un personaje», una característica muy valorada en Oxford. Un jabalí rubio. Nos conocimos en 1984, en la Sociedad Arnold & Brackenbury, una sociedad de debate estudiantil del siglo XIX. A diferencia de otras tales sociedades, la A & B cultiva el debate humorístico. Las mociones son cómicas. Y los argumentos, cuando son exitosos, ridículos. Un campo de entrenamiento soñado para políticos.

Boris era un orador carismático. Ingenioso, bien leído y divertido. Al escucharlo hacer reír a la gente ahí, tuve mi corazonada: «Algún día, este tipo será Primer Ministro». En 1985 logró ser elegido presidente de la A&B. En este pesebre cómico nació su carrera política. ¿Será éste un detalle revelador?

Un abismo existencial separa a quienes suben la escalera política por la derecha de quienes lo hacen desde la izquierda. Para jóvenes ambiciosos de derecha y con una educación patricia, como Boris, la política es un antídoto del aburrimiento. Y el aburrimiento es el fantasma que pena a quienes nacen libres de problemas poco elegantes (a saber, los que preocupan a las personas que viven en lo que el camarada Marx habría llamado «condiciones materiales de vida» miserables). El sector más rico de la sociedad, de cualquier sociedad, es una minoría. Y para muchos de sus líderes, la política es, a menudo, la continuación de la industria del espectáculo por otros medios.

Desde la izquierda, las cosas se ven diferentes: sombrías, pero con atisbos de redención inminente. Este sector es, por supuesto, mucho más numeroso. Pero el talento se extiende al azar en la sociedad. Por esta razón, hay menos personas inteligentes en la derecha que en la izquierda. ¿Qué ocupa los mejores esfuerzos de las pocas personas inteligentes en la derecha? No la política, por supuesto. Sino que las empresas productoras de riqueza material. Porque de su éxito depende que sus descendientes permanezcan en su clase de origen.

En la izquierda, las cosas se invierten. Hay más talento allí, solo porque hay mucha más gente. La competencia para convertirse en un líder es mucho más dura. El objetivo de tales líderes es mejorar su suerte promoviendo causas nobles: la justicia y los derechos humanos o el futuro del medio ambiente y el valor de la diversidad humana. Esta es la «forma lógica» de la lucha de clases dentro de las democracias occidentales: los más inteligentes de los que tienen menos se enfrentan a los necios que, en general, son los líderes políticos de los más acaudalados.

Después de demostrar que era capaz de hacer reír a jóvenes representantes de su clase social, Boris calificó para escalar los niveles superiores del poder. En 1986 fue elegido presidente de la Federación de Estudiantes (la Oxford Union). Y lo demás es historia (reciente): periodismo en Londres y Bruselas, siempre presionando por una retirada del Reino Unido de la Unión Europea, con una estrategia que en ocasiones despreciaba la realidad. Diputado en la Cámara de los Comunes. Alcalde de Londres. Regreso a la Cámara de los Comunes. Blufeando con el Primer Ministro Cameron hasta convencerlo de plebiscitar el Brexit. Promoviendo a Theresa May como su sucesora para que tuviera que hacerse cargo del mismo. Ministro de Relaciones Exteriores. Y, por fin, 10 Downing Street. Mi corazonada resultó correcta. Y el Reino Unido parece estar al borde del Brexit. ¿Las consecuencias? No importa. Los poderosos rara vez se quedan cortos de champán.

Me uní a la A & B defendiendo la moción «Que esta Cámara preferiría ser amplia de criterio (Broad-minded) antes que de criterio elevado (High-minded)» junto con Jonathan Barnes (un profesor de filosofía hermano de Julian). Barnes y yo éramos ambos de Balliol, cuya entrada da a Broad Street. Contra la moción estaban un invitado de University College, Oxford, que está ubicado en la High Street. Y mi amigo canadiense Larry Grafstein. Una broma interna típica de oxonienses. La moción, en rigor, era una broma: “Esta Cámara preferiría ser de Balliol College que de University College”. Bromas, bromas, ¿dónde estaría el mundo sin vosotras?

En los debates de A & B uno se dirige a un búho embalsamado llamado «Mr. Gladstone”, por razones que atestiguan su origen en el siglo XIX. Durante las reuniones, los varones miembros de la sociedad visten esmoquin y pajaritas rojas de pana. La sala en la que se fundó la sociedad, según me contaron, tenía cortinas de pana roja, que los fundadores rasgaron para hacer las primeras corbatas. Antes del debate, el Presidente de la Sociedad y los cuatro oradores invitados cenan con champán en la antigua sala de profesores. Durante el debate, ya en la sala Massey, los invitados pueden elegir entre beber vino tinto, blanco o bien agua mineral. El Presidente y los cuatro oradores continúan bebiendo champán. Uno debe siempre, usted comprende, mantener “las distancias necesarias”.

Una vez que los cuatro oradores invitados han pronunciado sus discursos, dos a favor y dos en contra, el debate se abre a los invitados. Quienes aspiran a ingresar a la A & B improvisan discursos, compitiendo para hacer reír al público. Luego viene la votación. Se cuentan los votos a favor y los votos en contra. Y se anuncia el resultado. En ese momento, el Presidente se inclina para consultar con «Mr. Gladstone». E invariablemente declara que, según el búho, las «no abstenciones negativas» han ganado por varios millones de votos. Así se entienden las votaciones en la A & B. Un ejercicio ridículo.

Durante mi tiempo en Oxford, Harold Macmillan, el entonces canciller de la Universidad y ex Primer Ministro, visitó Balliol, su alma mater después de Encaenia, la antigua ceremonia en memoria de los benefactores, cuando se otorgan títulos honorarios. Tenía más de 90 años y necesitaba ayuda para caminar. Boris fue designado para ayudarlo por un lado, y Harry Matovu (un graduado de Eton nacido en Uganda) por el otro. ¿Acaso nuestros profesores intuían que Boris haría carrera? Quizás. Boris es ahora el cuarto Primer Ministro británico egresado de Balliol. Y esto no es una broma. ¿O lo es acaso? Es irónico, Edward Heath, el egresado de Balliol que precedió a Boris como Primer Ministro, hizo al Reino Unido ingresar al entonces Mercado Común Europeo en 1973.

En 1998, Pinochet, a la sazón senador vitalicio, fue hecho prisionero en The London Clinic, a instancias de un juez español. En ese momento Boris trabajaba para The Spectator en Londres. La semana anterior, Jon Lee Anderson había publicado su perfil de Pinochet en The New Yorker, en el que me mencionaba al pasar. ¿Lo ha leído Boris? Probablemente. Tal vez refrescó su memoria. Porque logró rastrearme hasta Cardiff, donde yo estaba corrigiendo pruebas de filosofía para el Bachillerato Internacional. Quería que lo ayudara a dar sentido a la noticia. ¿Por qué el arresto de Pinochet causaba tanto escándalo en Chile? Boris estaba intrigado por el comportamiento del gobierno democrático chileno. ¿Por qué estaba tan ansioso por rescatar a Pinochet de enfrentar un juicio en Inglaterra o en España?

Nos volvimos a encontrar en 2006, en nuestra «Gaudy» en Balliol, la cena ritual a la que uno es invitado cada década después de la graduación. Boris fue el principal orador después de la cena. Nos hizo reír varias veces. Nuestros profesores habían acertado. Ya era Alcalde de Londres. Cruzó la gran sala donde bebíamos licor luego de la cena, para saludarme: “Hola, Miguel, ¡qué bueno verte!”. Siempre un político, fue directamente a saludar a «el Ref.».

El año pasado pasó algunas horas en Chile como Ministro de Relaciones Exteriores, antes de renunciar al gabinete de May. Inauguró una importante inversión británica en una clínica y se tomó el tiempo para conceder distinciones honoríficas. Cuando alguien le preguntó si me había conocido en Oxford, Boris respondió de inmediato: «Miguel es la encarnación de Oxford en Chile». Bromas, bromas, ¿dónde estaría el mundo sin vosotras?

(*) Profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. meorbe@gmail.com

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