Corrupción e impunidad en Panamá – Por Pedro Rivera Ramos

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Corrupcion e impunidad en Panamá

Por Pedro Rivera Ramos

Es evidente que la corrupción y la impunidad en Panamá han alcanzado, sobre todo en los últimos años, niveles tan alarmantes como vergonzosos, que ya parece que ningún nuevo descubrimiento y la correspondiente falta de condena, puedan sorprender a una población que no siempre logra ponderar a cabalidad, los impactos negativos y perversos de tanto desenfreno.

El fenómeno de la corrupción y su salvaguarda correspondiente, la impunidad, son dos de los principales problemas que han afectado a las sociedades pasadas y que con mayor fuerza lo hacen con las modernas. Tal vez la raíz principal de estos problemas no está precisamente en la misma corrupción como tal, sino en la certeza de que no habrá consecuencia alguna, que cada día es creciente el número de personas por encima de la ley y que además, hay visibles deficiencias en los sistemas de justicia, derechos humanos y seguridad, para combatir y castigar los delitos de corrupción; situaciones éstas que a corto y mediano plazo, hacen que otros sientan la tentación de actuar de igual forma. De aquí nace seguramente el axioma, que a mayor impunidad, mayor corrupción.

En el Conjunto de Principios Actualizados para la Protección y la Promoción de los Derechos Humanos mediante la Lucha contra la Impunidad, publicado por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en el 2005, se puede encontrar la siguiente definición de impunidad: La inexistencia, de hecho o de derecho, de responsabilidad penal por parte de los autores de violaciones [o de crímenes], así como de responsabilidad civil, administrativa o disciplinaria, porque escapan a toda investigación con miras a su inculpación, detención, procesamiento y, en caso de ser reconocidos culpables, condena a penas apropiadas, incluso a la indemnización del daño causado a sus víctimas”. De modo que tanto la corrupción como la impunidad, son dos vicios que van deteriorando las bases mismas de las sociedades, hasta parecer legítimo las conductas deshonestas, el “juega vivo”, el enriquecimiento ilícito y la apelación a valores que se difunden, pero generalmente no se practican.

La corrupción tiene muchas formas y manifestaciones, y por tratarse de una práctica donde la cuantificación de sus costos e impactos no siempre pueden ser detectados, se utiliza a menudo las llamadas mediciones de percepción. Así, según el Índice de Percepción de la Corrupción en el Mundo, informe que anualmente prepara Transparencia Internacional, Panamá desde el 2012 hasta el 2018, no supera los 39 puntos de un total de 100, formando parte de los más de dos tercios de los países que alcanzan menos de 50 puntos, en una media de tan solo 43.

El ofrecimiento de una coima para eludir una multa de tránsito, la compra de servicios y bienes con sobreprecios, sobornos, dinero ilícito en campañas políticas, pagos u obsequios para agilizar trámites, desvíos de recursos públicos o utilizar información privilegiada para obtener licitaciones, son solo algunas manifestaciones de la corrupción en países como el nuestro, donde ha penetrado casi todos los ámbitos de la vida social, política y económica.

Aquí la corrupción es posible porque cuenta con complicidades y redes bien estructuradas y que para el caso de políticos, figuras encumbradas, grandes empresarios, monos gordos o “gente de apellido”, la cárcel, a diferencia de los humildes, es una excepción y nunca la regla. Para evitar la prisión de los miembros prominentes de esa casta, están los grandes bufetes de abogados, magistrados venales que aceptan que venden fallos, reciprocidades entre partidos y poderes del Estado para no tocarse, imprudencias técnicos-jurídicos imperdonables de investigadores, jueces y fiscales; en fin, todo un modelo de justicia y encubrimiento infame, levantado y protegido para permitir la corrupción y garantizar la impunidad.

Es evidente que la corrupción y la impunidad en Panamá han alcanzado, sobre todo en los últimos años, niveles tan alarmantes como vergonzosos, que ya parece que ningún nuevo descubrimiento y la correspondiente falta de condena, puedan sorprender a una población que no siempre logra ponderar a cabalidad, los impactos negativos y perversos de tanto desenfreno. Y es que todo lo que se le robe a la población, toda la malversación de recursos que se produce, todo el enriquecimiento ilícito que algunos rufianes alcancen, van en detrimento del mejoramiento de la salud, la educación, la vivienda y otros servicios sociales de la población.

La corrupción tan generalizada que reina en este país es tan insultante, que puede considerarse un crimen contra todos esos niños y niñas panameñas, que con mucha frecuencia nos lastiman en los medios de comunicación con enfermedades curables, que no pueden ser atendidas por la pobreza de sus padres y tienen que recurrir a la caridad de la población para salvar sus vidas. Mientras diputados, ministros, presidentes, empresarios, políticos, jueces y magistrados, se benefician de todo el sistema diseñado y bien aceitado, para privar a las mayorías de las riquezas que les pertenecen y que deberían ser usadas en su beneficio.

Odebrecht, Pandeportes, Riego de Tonosí, planillas 172 y 080 de los diputados y el Programa PAN, son solo algunos de los escándalos de corrupción más sonados recientemente en Panamá. Estos ejemplos y el claro encubrimiento que los rodea, demuestran ciertamente que estamos frente a un modelo de perversión, corrupción e impunidad, difícil de transformar y donde víctimas y denunciantes, llegan hasta ser amenazados o amedrentados por los corruptos y sus cómplices.

Sin embargo, existen muchas cosas que se pueden hacer en los ámbitos del sistema educativo, familiar, medios de comunicación y ciudadanía, para ir en la dirección correcta y detener la descomposición ética de la sociedad, la viveza criolla, y el culto al dinero fácil, a la doble moral, al individualismo, egoísmo y la falta de solidaridad y sensibilidad sociales.

Tenemos sobradas razones para no creer en las promesas de los gobernantes de turno, sobre un genuino interés en combatir la corrupción, por eso creemos que el “Vamos a hacer sin robar” no es suficiente. Falta que exista además, un verdadero compromiso para castigar ejemplarmente a los corruptos de antes y de ahora. Todo lo demás es cuento.


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