Alejandro Villar, rector de UNQ: “Hoy podemos estar orgullosos de habernos convertido en un actor de referencia social”

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De manera reciente, la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) celebró su cumpleaños número 30. Alejandro Villar, su actual rector, ha estado presente en 27 de ellos, con lo cual, si algún día fuera necesario, con total justicia, podría ser escogido como el mejor biógrafo. Cuando ingresó, la UNQ era solo una promesa, un potencial, una ilusión a conquistar. Hoy, con tres décadas en la espalda, a pesar de su juventud hace gala de su madurez y de sus horizontes claros. Será la experiencia que convierte a este escenario en un lugar habitable. Una segunda casa, un sitio con una comunidad que desborda de ganas. Ganas de transformar una realidad compleja con la mejor herramienta disponible: el conocimiento. En esta entrevista, reflexiona sobre el pasado y el presente de una institución que en los próximos años profundizará “su espíritu dinámico e innovador”.
-Usted ingresó a la UNQ en 1992, ¿qué encontró en ese momento?
-Había un puñado de estudiantes y un grupo de profesores que le daban vida a un nuevo proyecto educativo en Quilmes. Ya se habían empezado a reciclar algunos galpones para dictar clases. En ese momento, la UNQ era tan solo una promesa.
-Una promesa que luego se cumplió…
-Por supuesto. Afortunadamente, me tocó ver este crecimiento de cerca y puedo asegurar que fue una experiencia riquísima, tanto en lo académico como en la gestión. La UNQ creció no solo en lo edilicio sino que también se fueron consolidando sus matrices básicas: la investigación, la política de becas, la innovación, la universidad virtual y la educación a distancia. Se veía un desarrollo sostenido donde lo más importante que tenía –y tiene– era la posibilidad de que aquellos que tienen ideas y proyectos los pueden llevar adelante.
-Qué interesante, no todas las instituciones brindan esta posibilidad. ¿Qué otras características nos distinguen?
-Pienso que un rasgo a subrayar es nuestra preocupación constante por la calidad y la inclusión. La relación profesor-alumno que procuramos generar representa una de las definiciones más relevantes del tipo de Universidad que queremos. El tamaño de las aulas habla de eso: la más grande alberga 70 personas, pero el resto tiene una capacidad máxima de 50. Este dato muestra nuestro interés en fomentar un proyecto educativo con proximidad. La lógica de “área” en lugar de “cátedra” es uno de los elementos que nos distinguen. Otra característica se vincula con la política de investigación, el financiamiento de programas y proyectos. El área ha tenido un crecimiento sostenido hasta avanzar con la creación de centros e institutos. Con respecto a la innovación, promovemos proyectos disruptivos como la educación virtual (donde hemos sido pioneros), la Planta de Alimentos Sociales y la Editorial UNQ, que ocupa un lugar importante en el espacio del debate académico y político nacional e internacional. También hemos tenido una política de becas consistente para que nuestros estudiantes puedan realizar y finalizar sus estudios.
-¿Qué hay de la extensión? Si algo nos diferencia es el anclaje territorial… 
-Los proyectos y programas de extensión generaron un vínculo muy aceitado entre la Universidad y sus alrededores. Es una institución que se imbrica con los actores de su territorio; de hecho, programas como “Cronistas barriales”, por ejemplo, han ayudado a visibilizar una perspectiva distinta, fresca, renovada respecto de voces en el pasado silenciadas. Hoy podemos estar orgullosos de habernos convertido en un actor de referencia para el desarrollo local.
-¿Cuál cree que fue el desafío principal de su gestión?
-Sin dudas, sostener los elementos centrales de la Universidad en un contexto tan hostil como el que hemos tenido durante los primeros tres años de nuestro mandato. Nuestra preocupación era conservar lo que teníamos y seguir creciendo en algunos aspectos. Aunque tuvimos una situación presupuestaria muy compleja, la enfrentamos trabajando en conjunto con todos los actores. Trabajamos conscientemente con la meta de que la UNQ siguiera trabajando y produciendo con menos recursos. Hemos logrado que la crisis brutal impuesta por el gobierno de Mauricio Macri a la sociedad argentina haya estado un poco atemperada aquí.
-¿Y las cuentas pendientes?
-Hay nuevos desafíos relacionados con la irrupción del mundo digital. Uno de ellos es la integración de la educación virtual con la modalidad presencial en un modelo más híbrido y bimodal, con el propósito de ofrecer mayores opciones a los estudiantes para que finalicen sus estudios. Otro es la necesidad de incorporar el mundo digital dentro de los procesos de gestión y comunicación de la Universidad. Esto significa no solo un cambio de herramientas sino también de cultura del trabajo. También concentraremos los esfuerzos en  profundizar los vínculos con el sector empresarial de la región para fortalecer nuestra política de vinculación tecnológica y de desarrollo de nuevos emprendimientos relacionados con la producción de conocimientos. Estamos convencidos de que la función que tiene la Universidad junto al sistema científico-tecnológico es proveer investigadores y profesionales adecuados a un mundo basado en el conocimiento. Y estamos convencidos de que hay proveemos un escenario amable para trabajar en esta línea.
-Por último, ya conversamos sobre el pasado y el presente, aunque resta lo más importante: el futuro. La UNQ cumplió 30 años, ¿qué realidad le gustaría narrar si tuviéramos esta charla en 2049?
-Es cierto, me gustaría que la UNQ conservara su espíritu dinámico e innovador. Tiene una personalidad que es reconocida entre sus pares universitarios y eso, seguramente, se profundizará. Será una Universidad gobernada por sus propios graduados y se convertirá en una referencia en el ámbito de la educación superior. Tenemos la mirada puesta en ese horizonte, seguro lo lograremos.

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