«¿Qué nos pasó? «Chile despertó» – Por Agustin Squella y Pedro Cayuqueo
¿Qué nos pasó?
Por Agustin Squella
Nos pasó que la mayor parte de la satisfecha élite política, económica e intelectual no percibió que venía incubándose un malestar que podría transformarse en indignación y esta en violencia. Nos pasó que esas élites, cuando lograban ver algún malestar, lo atribuyeron solo a una crisis de expectativas, o sea, se lo interpretó como una mera incomodidad propia de una sociedad que había alcanzado metas importantes y que lo que ahora pedía era solo más de lo que ya había alcanzado.
Nos pasó que no se vio que había también una muy extendida crisis de carencias, porque si una familia o una pareja de pensionados no alcanzan a llegar a fin de mes y se ven forzadas a endeudarse no para progresar, sino para subsistir, lo que esa pareja y familia tienen realmente son carencias, carencias básicas, y no una simple frustración de expectativas.
Nos pasó que la rentabilidad del capital se cuidó e incrementó mucho más allá de lo que se cuidó e incrementó la del trabajo y que nuestras élites pusieron el grito en el cielo cada vez que se quiso pasar de un sueldo mínimo a un sueldo ético y cada vez que algún gobierno intentó favorecer la sindicalización, la negociación colectiva y la huelga efectiva como una manera de emparejar el poder negociador de empleadores y trabajadores. Nos pasó que esas mismas élites debilitaron las organizaciones de trabajadores y propiciaron que cada empleador negociara uno a uno con sus debilitados y desarticulados empleados. Nos pasó que hubo extendidos abusos en términos de jornada laboral y modalidades de contratación para no efectuar cotizaciones previsionales y de salud. Nos pasó que la protección social sustituyó a la justicia social y que tomamos por bienestar lo que no era más que resignación.
Nos pasó que los grandes patrimonios y hasta sociedades de profesionales de altos ingresos contrataron legiones de abogados y contadores que les ayudaran a evadir o eludir el pago de impuestos y que algunas universidades ofrecieran programas de posgrado con ese mismo fin. Nos pasó que algunos, no contentos con eso, sacaron mucho dinero fuera del país hacia paraísos fiscales que les garantizaran el secreto y la deseada exención tributaria, no obstante que la riqueza que sacaban había sido producida aquí, en Chile, con la colaboración de trabajadores chilenos y de instituciones e infraestructura también nacional.
Nos pasó que un sector importante del país no creyó en los derechos sociales a la atención sanitaria, a la educación, a la vivienda, a una previsión oportuna y justa, mofándose incluso de los que defendían la existencia de esos derechos que fueron consagrados en 1966 por un pacto de la ONU suscrito por Chile. Nos pasó que los cuatro campos que se corresponden con ese igual número de derechos fueron transformados en oportunidades de negocios para inversionistas privados de los que no se podía esperar otra cosa que maximizaran sus beneficios y no las necesidades de sus afiliados y usuarios. Nos pasó que ignoramos las profundas desigualdades que empezaban a producirse en las condiciones materiales de vida de las personas y sus familias, pronosticando con ingenuidad o mala fe que ya llegaría el día en que, por pura obra del crecimiento de la economía, todos los bienes básicos relacionados con los derechos sociales llegarían también a todos con pareja abundancia y calidad.
Nos pasó que creímos que bienes de uso público como el agua podían dar lugar a lucrativos derechos de aprovechamiento privado. Nos pasó que con una mezcla de crueldad, abuso y frivolidad, las élites empezaron a hablar de “zonas de sacrificio” para referirse a lugares en que viven miles de compatriotas que pagan el precio del medio ambiente contaminado por industrias públicas y privadas. Nos pasó que durante décadas las élites descalificaron a los ecologistas como un grupo minoritario, fundamentalista y exaltado, llamándolos “lomos de toro” del desarrollo.
Y todo eso nos pasó en medio de cuantiosos y reiterados cuadros de corrupción política, de corrupción empresarial, de corrupción político-empresarial, de corrupción en dos ramas de las Fuerzas Armadas, de corrupción en el fútbol y de descomposición incluso de las iglesias que predicaban lo que no eran capaces de practicar. ¿Que pongo todo en un mismo saco? Sí, en el mismo saco, y ese saco se llama Chile.
¿Qué sociedad puede digerir todas esas toxinas a la vez sin enfermar y mostrar fiebre?
Todo lo antes expresado contiene una interpretación de lo que nos está pasando. Pero hay también otras interpretaciones, y lo que todas estas deberían hacer es conversar unas con otras y no presentarse alguna de ellas como la única posible o acertada, como si se tratara de una suerte de bala de plata de las interpretaciones. Ninguna de estas debería infatuarse hasta el extremo de presentarse como la única verdadera, puesto que la comprensión cabal de situaciones complejas es siempre colaborativa. Nada conseguiremos si cada cual sigue atrincherado en su propia interpretación y llama a los demás no para conversar con ellos, sino para convertirlos.
Chile despertó
Por Pedro Cayuqueo
Fue la consigna que pobló calles, muros y hashtag en redes sociales, dando cuenta del fin de una larga siesta neoliberal. Dicen que las grandes revoluciones estallan por la ausencia de un bien básico, como el pan en la Revolución Francesa. O por un alza en el costo de la vida. En Chile fue el aumento en el valor del pasaje del metro, insignificante para la élite de los 25 mil dólares per cápita pero una bofetada para millones que sobreviven con apenas cuatrocientos dólares al mes, el mínimo.
Ello gatilló masivas evasiones protagonizadas por estudiantes que hace años gambetean a las autoridades y la fuerza pública. Ya lo habían hecho el 2011 en un estallido juvenil que tumbó a sucesivos ministros de Educación, logrando reponer, tras meses de movilizaciones, la gratuidad en la educación pública universitaria. También gobernaba Piñera. En el país donde el libre mercado es un dogma esos cabros mostraron a varios un camino.
Hoy el detonante fue un alza en el metro pero el combustible un descontento de larga data con un modelo económico y social excluyente como pocos en el mundo; sueldos y pensiones miserables, mercantilización de derechos sociales básicos como salud, educación y vivienda, precarización laboral, el lado B del también llamado «milagro chileno» y su aparente estabilidad en la región, aquel «oasis» del que habló Piñera en Financial Times.
Otro factor fue la clase política y sus chambonadas.
Es tal la desconexión de las autoridades con el ciudadano de a pie que un ministro sugirió que madrugaran para enfrentar el alza del metro. Mientras más temprano, más barato, les dijo a los usuarios, sin caer en cuenta que por la lejanía de sus hogares los condenaba básicamente a no dormir. Otro ministro, también emplazado por las alzas, aseguró que las flores habían bajado de precio. Sean todos más románticos, propuso burlesco. Está en los diarios lo que sus palabras desataron.
“No es por treinta pesos, es por treinta años”, otra de las consignas en una semana de protestas, sublevación y violencia. Sí, violencia, en gran parte espontánea y sin agenda política detrás. Ello descolocó a las autoridades; la magnitud de los saqueos y el fuego consumiendo infraestructura pública y privada en varias ciudades. “Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión alienígena”, se escucha decir a la primera dama, Cecilia Morel, en un audio filtrado los primeros días del estallido.
Pero no eran extraterrestres.
Lumpenproletariado les llamó Frantz Fanon al teorizar sobre las luchas de descolonización en África. Marginados sociales, bandidos y desclasados de la periferia urbana, aquellos que bien dirigidos -escribió Mao- pueden devenir en una gran fuerza revolucionaria. Pero ninguna utopía ideológica empujó a estos chilenos al caos callejero. Tampoco Nicolás Maduro como llegó a insinuar un febril comunicado de la OEA. Fue la rabia. El enojo. Santiago era Ciudad Gótica y el Guasón parecía estar a cargo, no Batman.
Pero la violencia, tan rápido como apareció, dio paso a masivas concentraciones pacíficas. Valparaiso, Viña del Mar y Concepción, tres ciudades que han sido protagonistas, todas bajo control militar. Qué decir de Santiago, la capital. El viernes más de un millón de personas marcharon por sus calles exigiendo dignidad y no más abusos. Para muchos ello significa un cambio en el modelo económico y el fin del pacto social derivado de la Constitución de 1980, ambas herencias de la dictadura de Pinochet.
La encrucijada para el presidente Piñera no es menor; oponerse a un reclamo ciudadano que ha desbordado su gobierno o bien enmendar el rumbo con un nuevo gabinete y, sobre todo, un nuevo relato. Lo primero implica agravar la actual crisis y lo segundo dar cauce político a un sorpresivo momento constituyente que Michelle Bachelet, su antecesora, nunca tuvo. Si me lo pregunta, Piñera debería tomar nota. La historia pocas veces toca la puerta de un mandatario de esta manera.
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