La rebelión de las juventudes

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Chile: los escolares que prendieron la chispa

Por Oscar Miranda

La mayor revuelta social en la historia de Chile comenzó sin que muy pocos lo notaran, la tarde del lunes 7 de octubre, con un grupo de alumnos del Instituto Nacional José Miguel Carrera, el colegio secundario más importante del país.

Tres días antes, el gobierno había dispuesto el alza de los pasajes del tren subterráneo. Ese fin de semana, los chicos del Instituto Nacional se pasaron la voz: el lunes, después de clases, protestarían contra el alza haciendo una “evasión masiva”, es decir, entrando sin pagar a la estación del metro, saltando por encima de los molinetes.

Así lo hicieron. Los estudiantes –chicos de 13, 14, 15 años– se reunieron a las afueras del colegio y a una misma señal entraron en estampida a la estación Universidad de Chile. En el video que colgaron en Instagram se les ve corriendo con las mochilas en la espalda, traspasando las barreras y celebrando la hazaña entre gritos de euforia.

Lo volvieron a hacer el miércoles 9 y el viernes 11, y en los días siguientes otros colegios emblemáticos los imitaron.

Algún turista que los viera quizás haya pensado que se trataba todo de una gran travesura.

No lo era. En Chile los estudiantes secundarios son actores sociales y han protagonizado algunas de las luchas ciudadanas más importantes de ese país.

Pero ese lunes 7 nadie, ni siquiera ellos, fue consciente de que con esa primera evasión estaban encendiendo la mecha de una explosión social sin precedentes. Un estallido de descontento que el último viernes reunió a 1 millón de personas en la capital, todas bajo una misma bandera: el modelo económico tiene que cambiar ya.

MOCHILAS Y “PINGÜINOS”

–El rol de los estudiantes ha sido quitar el velo, llamar la atención, decirle a la sociedad “esto no está bien, esto no es verdad, no somos el país de éxito o, como dijo [Salvador] Piñera, un oasis de tranquilidad en la convulsionada Latinoamérica”– dice Claudio Duarte, investigador de la Universidad de Chile y experto en juventudes y política, en diálogo con DOMINGO.

Duarte explica que el movimiento estudiantil secundario tiene una historia de por lo menos 50 años y que fue un actor clave en los tiempos de la Unidad Popular de Salvador Allende y de la lucha contra la dictadura de Augusto Pinochet.

Nicolás Angelcos, sociólogo de la Universidad Andrés Bello, dice que, tras el retorno de la democracia, la organización estudiantil se desarticuló, pero que volvió a organizarse a inicios de los 2000 con el llamado “Mochilazo”, cuando miles de alumnos tomaron las calles para exigir la gratuidad del pasaje escolar.

El siguiente hito fue la llamada “Revolución de los pingüinos”, en 2006, cuando estudiantes secundarios de todo el país marcharon durante semanas y tomaron sus planteles para reclamar que los colegios volvieran al Estado y dejaran de estar en manos de los municipios, una situación que –explica Angelcos– perpetúa la desigualdad, ya que hace que los mejores colegios siempre estén en las comunas más ricas.

–La de los “pingüinos” fue la manifestación social más grande posdictadura– dice el sociólogo por vía telefónica, –pero no logró parar la municipalización.

Para Claudio Duarte, estas luchas por su derecho a una mejor educación lograron instalar a los secundarios como actores relevantes de la política chilena.

¿Cómo es que están tan politizados?, preguntamos.

Angelcos apunta a la gran promesa del Chile de los noventa: la educación como motor de movilidad social. Una promesa que al revelarse fallida –ya que el sistema no defiende la meritocracia sino el lucro– movilizó a los adolescentes a manifestarse.

Duarte piensa que su politización tiene que ver con la memoria histórica de las luchas que han desarrollado distintas generaciones de estudiantes.

Se lo preguntamos también a la socióloga peruana Lucía Dammert, investigadora de la Universidad de Santiago. Ella cree que un factor clave son los liceos emblemáticos, como el Instituto Nacional José Miguel Carrera y otros cuatro o cinco más, donde se han formado varios presidentes y figuras importantes de la política chilena y que en el imaginario de la sociedad de ese país constituyen la vanguardia de la educación nacional.

BANDERAS DE LUCHA

A partir del lunes 14, las evasiones en el metro que empezaron los chicos del Instituto Nacional empezaron a ser replicadas en media docena de colegios más.

Los chicos y chicas se convocaban por Instagram o Whatsapp y se grababan entrando a toda tromba en las estaciones, para desesperación de los vigilantes y sorpresa de los pasajeros.

Para el miércoles 16, ya se habían convertido en un asunto de interés nacional. Se sumaban algunos adultos y ya se empezaba a hablar de “desobediencia civil”.

El jueves 17 y el viernes 18, las protestas se salieron de control. Fueron ocupadas y destruidas una veintena de estaciones, lo que obligó a cerrar el servicio.

La gente se volcó a las calles en cacerolazos espontáneos, los vándalos aprovecharon el caos para cometer saqueos y desatar incendios. Piñera decretó el estado de excepción en Santiago y Chacabuco. Al día siguiente empezó el toque de queda.

Claudio Duarte dice que, al inicio, gran parte de la sociedad no recibió bien las evasiones y ataques al metro, y redujo la protesta estudiantil a acciones de muchachos inmaduros y hasta delincuentes. Pero que cuando se detuvo a escuchar su mensaje, empezó a entenderlo y a solidarizarse con su causa.

Nicolás Angelcos recuerda a la cajera de un supermercado al que acudió el viernes, que le decía a los clientes que los jóvenes estaban luchando por todos ellos y que había que apoyarlos.

–Había un entendimiento de que, una vez más, los jóvenes estaban alzando una bandera de lucha que correspondía a todos. Se empezó a propagar la idea de que si bien los escolares evadían el pago del pasaje, eso no era nada comparado con el presidente, que evadía el pago de las contribuciones de su casa, o los empresarios, que evadían el pago de impuestos.

Y, como anota Angelcos, un lema empezó a cobrar cada vez más fuerza, a medida que la protesta dejaba de ser solo estudiantil y se extendía a los demás sectores de la sociedad:

“No es por los 30 pesos [de alza del pasaje]. Es por los 30 años de neoliberalismo”.

Para el lunes 21, los estudiantes habían dejado de ser los protagonistas de la revuelta. Sin embargo, continuaron participando en las movilizaciones y, en muchos casos, siendo víctimas de la represión policial.

Al cierre de edición, después de la multitudinaria manifestación del viernes, el Instituto Nacional de Derechos Humanos reportó que había 3,162 personas detenidas en las comisarías y que 343 de ellas –el 11%– eran niños, niñas y adolescentes.

–Hay una percepción generalizada de que esta es una generación que tiene la valentía de enfrentarse por causas que considera justas– dice Nicolás Angelcos–, al punto de arriesgar su integridad física frente a la represión de los carabineros.

–Las jóvenes y los jóvenes son el grupo social que nos ha despertado– dice, por su parte, Claudio Duarte. –Que nos ha remecido y nos ha dicho: “Ya basta de abusos. Ahora vamos a construir un país solidario, un país igualitario, un país justo”.

La República


“Cabros, esto no prendió”: protestas estudiantiles, desobediencia civil y estallido social en Chile

Por Paula Luengo Kanacri *

Mientras presenciamos aturdidos y expectantes los efectos del estallido social en Chile, mi mirada viaja y vuelve a ellos y a ellas: estudiantes secundarios, adolescentes, movilizadores originarios de la protesta indignada que transformó en pocas horas el rostro de nuestro país. Les bastaron menos de cinco días para hacer emerger la punta del iceberg y la furia invisible acumulada a través de generaciones.

Fueron, de alguna manera, catalizadores del malestar de sus madres, padres, abuelas y abuelos. A través de ellos, el país y sus ciudadanos comenzaron a decir un “basta” que quizá ni ellos mismos podían entonces decodificar: un “basta” multidimensional y ensordecedor.

¿Quién hubiera sido capaz de anticipar que las manifestaciones estudiantiles del 18 de octubre, marcadas por una semana de evasiones masivas, escondían el anuncio de un quiebre institucional sin precedentes en Chile? ¿Cómo pasamos tan rápido de hechos que podían ser concebidos como actos de desobediencia civil a la radicalización de la protesta y, posteriormente, a la manifestación de la violencia y la represión desde distintos sectores?

Fuimos simplistas y los subestimamos.

El primero entre todos el expresidente del Directorio de Metro, Clemente Pérez, quien en entrevista un día antes del estallido del 18/O aseguraba con indolencia: “cabros, esto no prendió (…) ya no tuvieron el apoyo de la población…”. La lista suma y sigue hasta las fatídicas ironías del ministro de gobierno que hoy suenan demasiado mal como para repetirlas.

¿Fueron los estudiantes y sus petitorios solo la gota que rebalsó el vaso? Sin gota evidentemente no hay desborde y sin ellos, adolescentes líderes de las movilizaciones estudiantiles anti alza del pasaje del metro, hoy no estaríamos atónitos haciéndonos todas las preguntas que nos hacemos. Porque todos somos lo suficientemente inteligentes como para darnos cuenta que los $30 no eran $30: escondían la densidad de un tiempo dilatado cargado de inequidades ya demasiado insoportables como para ser ciertas.

Si fue desobediencia civil la acción de evasión masiva incitada por los estudiantes será debatible y dependerá de cómo entendemos el concepto. Originariamente, quien acuñó el término, David Thoureau (1849) la definió como la capacidad de, por una acción o inacción, realizar un acto de desobediencia o de transgresión con respecto de una ley, para hacer cambios. El ingrediente de pacifismo es generalmente requerido y grandes figuras como Luther King y Gandhi han dejado sus legados gracias a muchas acciones de desobediencia civil.

“Los adolescentes anticiparon lo que venía, como lo anticiparon el 2006 y el 2011, hoy lo hicieron con amplitudes aún mayores porque catalizaron contundentemente la depresión de sus abuelos y la impotencia endeudada de sus padres y no pudieron imaginar otro mundo posible de esta manera, se resistieron a la violencia estructural de un sistema económico que ya no tiene más sentido”.

Está claro que en el caso chileno no hablamos de un líder estudiantil único, específico y fuerte, sino de un actor social colectivo quizá no tan articulado y específico en sus petitorios, pero que termina llamando a su manera y pacíficamente a la evasión precursora del cambio que hoy vemos en la ley de alza del pasaje del metro.

Lo destacable aquí es la fase del desarrollo humano del actor colectivo que realizó el acto de desobediencia: no fueron actores políticos adultos, no fueron siquiera jóvenes universitarios, tampoco jóvenes en transición a la vida profesional, ni los trabajadores a quienes el alza apretó sus bolsillos. No, fueron adolescentes, “simplemente” adolescentes.

Es desde el paradigma adolescente que todo este estallido también puede y debe ser leído. La adolescencia más que una fase de la vida es una condición humana y social que mucho dice del (des)orden imperante. La adolescencia es también la punta del iceberg de una sociedad y expresa de forma explícita la forma con la cual una generación traspasa mandatos, expectativas, valores y creencias a otra; y como esa nueva generación se hace cargo, incorpora y se representa esa herencia valórica.

Hoy la psicología del desarrollo ha pasado de enfoques centrados en el déficit (la adolescencia entendida como “tormenta y estrés”) a enfoques positivos y promotores en los adolescentes, considerándolos no solo objetos de atención, sino actores y sujetos del cambio social. La educación ciudadana en adolescentes y jóvenes hoy en otras partes del mundo, de hecho, está pensando el concepto de ciudadanía para la inclusión y la cohesión social, como un objetivo trasversal en los nuevos currículos escolares.

Si vamos a los orígenes y devenires de la desobediencia civil, ella es siempre un acto de estatura moral y quiero pensar que una gran parte de la adolescencia chilena involucrada en las protestas estudiantiles estuvieron a la altura de un desarrollo moral autónomo y elevado. El árbol se ve por sus frutos y los frutos del remezón que hoy vivimos, que duele pero hace esperar, seguramente tuvo que estar anclado a desarrollados sistemas cognitivos y morales. Es en la adolescencia que despierta de forma contundente la posibilidad de un razonamiento que hace vislumbrar otros mundos posibles, hipótesis inexploradas, tomas de decisiones autónomas. Es desde ahí que creo que hay que leer también lo que nos pasó.

Los adolescentes anticiparon lo que venía, como lo anticiparon el 2006 y el 2011, hoy lo hicieron con amplitudes aún mayores porque catalizaron contundentemente la depresión de sus abuelos y la impotencia endeudada de sus padres y no pudieron imaginar otro mundo posible de esta manera, se resistieron a la violencia estructural de un sistema económico que ya no tiene más sentido. Greta Thunberg y muchos otros adolecentes en el mundo de alguna manera representan un descontento intergeneracional, cargan en sus espaldas la autodestrucción del ecosistema, son el ícono propositivo de un horizonte inexistente.

Si en todo este escenario, si en las mesas de diálogo, si en las soluciones que el gobierno aún no asume ni anuncia, no se convoca de manera contundente la voz de ellos, estudiantes adolescentes secundarios de nuestro país, seguramente nos perderemos una cita con la historia. El pacto social que hoy necesitamos rescribir en Chile los necesita, siempre que queramos dejarnos sacudir una y otra vez por sus preguntas, sin subestimarlos.

* Investigadora Asociada de la línea Interacciones grupales e individuales y profesora de planta de la Pontificia Universidad Católica de Chile. También es investigadora del Centro Interuniversitario de Investigación sobre la Génesis y las Motivaciones de los Comportamientos Prosociales y Antisociales (CIRGMP)

CIPER


¿Por qué protestan los jóvenes del barrio alto?

No están en una burbuja. Tampoco están en sus casas pensando en el próximo Lollapalooza como muchas veces los han caricaturizado. Los jóvenes de los estratos más acomodados del país también han salido a la calle a protestar y a manifestarse por las situaciones de abuso e inequidad que están ocurriendo en el país.

Prueba de ellos son las columnas que transitan por las calles de las comunas de los sectores altos de la Santiago y los grupos de jóvenes que se reúnen para limpiar paraderos y estaciones de metro a varias decenas de kilómetros de los lugares en que viven.

Según los expertos, las redes sociales, la movilidad social, los temas medioambientes y una mayor conciencia social pueden explicar su participación.

Antonio Stecher, doctor en Psicología Social y director alterno del Núcleo Milenio “Autoridad y Asimetrías de Poder” (Usach-UDP), dice que un elemento central de la fuerza y legitimidad del movimiento ciudadano es su transversalidad intergeneracional y su transversalidad socioeconómica, “así como su apelación a un horizonte moral de dignidad, decencia, reconocimiento y justicia en el que se pueden reconocer sujetos sociales muy heterogéneos en términos de su posición en la estructura social, sus trayectorias y experiencias biográficas, e incluso en términos de sus orientaciones políticas partidistas”.

Nicolás Freire, cientista político y director del Observatorio Política y Redes Sociales de la Universidad Central, señala que los jóvenes han adquirido una conciencia social que anteriormente no se tenía. “Creo que esto va de mano con los fenómenos de la globalización e interconexión. En la medida en que estos adultos jóvenes tienen acceso a realidades efectivas del país que antes eran más difíciles que se conocieran, como las violaciones a los derechos humanos o abuso policiales, hoy gracias a las redes sociales, por ejemplo, tienen acceso a una realidad que ya no solo está en los libros, sino también en los videos, entonces la pueden ver y tocar con lo mano”, explica.

Freire también plantea que los jóvenes hoy ponen mayor atención a problemas sociales que van más allá de su realidad pero que también se ven afectados por ellos. “Hay una preocupación inmediata y también por el futuro, por ejemplo en temas medioambientales. El impacto social de crisis como estás, no solo se orienta a un grupo específico de la población sino que hace de estos reclamos, un reclamo transversal de la sociedad chilena”.

Es más, el profesor de la Universidad Central, plantea que la participación de estos jóvenes es el ingrediente necesario para que gobiernos como el del Presidente Sebastián Piñera, “que es más representativo de esos sectores, se termine dando cuenta que esto no es una lucha de clases, sino in reclamo transversal de la sociedad”, insiste Freire. Si antes la demanda era del desarrollo económico, hoy los sectores acomodados -sin dejarla de lado- también alegan por una mayor atención a temas sociales, un poco más de equidad, de preocupación por el medioambiente, agrega.

Para Stecher, además de las redes sociales, también otros factores que influyen en la participación juvenil, como la globalización cultural, la masificación de la educación superior, la individualización, ampliación del consumo, pluralización de las formas de vida, expansión del valor de la autorrealización personal o el cuestionamiento de formas clásicas de disciplina. También, agrega, la participación en contextos democráticos en diversas movilizaciones sociales vinculadas a la educación, la diversidad, el medioambiente, el género, entre otros.

Todos ellos son producto de los procesos de modernización cultural de la sociedad chilena en las últimas décadas y que hacen que las nuevas generaciones de jóvenes de manera transversal en los distintos estratos socioeconómicos, “expresan una orientación normativa donde el valor de la autonomía individual, la igualdad en la dignidad personal y la horizontalidad de las relaciones sociales sea muy importante”, explica.

Movilidad Social y medioambiente

El acceso a los estudios superiores que se ha logrado en los últimos años, también ha permitido cierto nivel de movilidad social y en los sectores medios y medios altos, se han permeado a sujetos que provienen de otra clase, de una clase media y media baja, por lo que hacen suyos los reclamos.

El académico del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile, especialista en política y sociedad, Octavio Avendaño, dice que mucho de los jóvenes de clase media y alta están enfrentando un futuro incierto. En materia medioambiental, por ejemplo, los problemas de falta de agua también genera en ellos una sensación de incertidumbre y malestar.

A juicio de Stecher, la injusticia y desigualdad estructural de la sociedad chilena es percibida, sobre todo en contextos de fuerte politización como el actual, como algo que atenta contra esos valores que constituyen el horizonte moral de las nuevas generaciones. “La injusticia y desigualdad es percibida en términos de sus implicancias cotidianas, en el modo como implican negarle a muchas personas en su vida diaria la posibilidad de establecer relaciones horizontales y basadas en el respeto con otros, y la posibilidad de construir proyectos de vida autónomos y objeto de reconocimiento de la sociedad”, enfatiza.

Una forma nueva

Para Pablo de Tezanos, doctor en Piscología Social y profesor de la Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) no es extraño que los jóvenes de nivel socioeconómico más alto estén participando. “No es un movimiento por intereses particulares. Los que están protestando, participando o que sin estar participando están de acuerdo, no están pensando exclusivamente en su bolsillo, sino que en cómo es Chile y cómo debiera ser”.

El también investigador adjunto del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), señala que en las últimas elecciones se comprobó que las personas no se identifican con partidos políticos, coaliciones y tampoco con un eje de derecha o izquierda. Sin embargo, la no identificación, no implica que no quieran participar. “A las personas y a los jóvenes sí les interesa los temas sociales y políticas, les importan los temas de ciudadanía, lo que ocurre es que ninguna de las opciones que se presentan los representan y eso hace que las formas de participación menos tradicionales, cobren más relevancia”, indica de Tezanos.

La Tercera


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