La Argentina “blanca”, antiperonista, y la esperanza depositada en los Fernández – Por Rubén Armendáriz
Por Rubén Armendáriz(*)
El quiebre socio-cultural en la Argentina quedó patente en las elecciones: los sectores populares y trabajadores se inclinaron por el peronismo y la candidatura de Alberto Fernández-Cristina Kirchner, mientras que las clases medias-altas lo hicieron por Juntos por el Cambio y por la reelección de Mauricio Macri, pese al desastre en que deja el país.
Con una interpretación más política, se dio nuevamente una lucha de clases, de la “argentina blanca” (y de aquellos que quieren parecerse a ella) y la de los “cabecitas negras”, quizá en una latinoamericanización del país, un retorno al 1945, cuando surgió la figura de Juan Domingo Perón, hace ya casi tres cuartos de siglo.
Argentina es un país dividido. Los sectores beneficiados por los commodities, la soja en especial, conservan su poder en la provincia de Buenos Aires. Mendoza, Córdoba, Santa Fe, San Luis, Capital Federal y Entre Ríos. El cordón del poder económico real y las burguesías y clases medias de esas zonas conservan su cabeza dependiente y colonizada y, obviamente, votaron por la continuidad del macrismo.
En materia legislativa y según la votación provisional, el Frente de Todos tendría 109 legisladores, que podrían llegar a 121 con los aliados más cercanos. El macrismo reuniría 120 diputados. El quórum para sesionar es de 129 diputados. La situación en el Senado es diferente. Su quórum, para sesionar, son 37 senadores y el FdT tendría esos 37 senadores y el macrismo 28.
Pero el hecho de que a pesar del gran naufragio del 11 de agosto en las elecciones primarias, la derecha logró sumar un 40% de los votos, es demostrativo que consolida su posición. Y ahí surgió la narrativa del “empate”, difundido por los medios hegemónicos: El Frente de Todos se impuso “por poquito”, es el nuevo mantra, repetido una y mil veces, que intenta (y a veces consigue) distraer, engañar, creando el guión que se escuchará repetidamente no solo en los medios, sino en las conversaciones.
La falacia trata de revitalizar la figura de Mauricio Macri como jefe indiscutible de la oposición, un papel desconocido en la historia argentina, seguramente diseñado como recurso para condicionar al presidente electo, quien según la falacia, deberá consensuar todo o no conseguirá aprobar leyes.
Mientras, Alberto Fernández, quizá convencido por sus asesores del peso que empezó a tener su palabra en el movimiento de los mercados, se puso el traje de presidente electo después de las primarias, abandonando la ofensiva contra su adversario, su enemigo.
Macri se colocó sólo el traje de candidato y organizó una gira para crear una mística del “sí, se puede” y reagrupar a sus bases en un cambio de estrategia radical en la campaña, con una estrategia tradicional de recorrida territorial y contactos con el país real, abandonando el trabajo en redes sociales.
Alberto Fernández, el presidente electo que debe esperar una cuarentena para poder acceder al gobierno, sabe que enfrenta una situación económico-financiera y social por demás delicada y, precisamente esa grieta socio-cultural le significa tomar la decisión primera, la de definir si el aumento de los recursos públicos será para afrontar los pagos de la deuda externa monumental que deja Macri, o para encarar políticas sociales urgentes e imprescindibles, reclamadas por aquellos que lo votaron.
No hay de muchos lugares de dónde obtener esos recursos: el aumento de las retenciones al agro y/o el incremento del impuesto a los bienes personales. Fernández tiene fama de cabildero, de negociador. Va a tener que aplicar toda su capacidad de seducción y convencimiento.
Sin dudas la tarea de gobernar afectará intereses y también dirimirá conflictos. Los juegos del todos-ganan, de suma positiva, no expresan el universo de lo real, ya que desdolarizar las tarifas de servicios públicos es exactamente todo lo contrario a las políticas macristas de redistribución regresiva del ingreso, en beneficio de unos pocos.
Es claro: revisar esa política damnifica a los ganadores del modelo macrista, argentinos y trasnacionales, pero significaría un gran respiro para las grandes mayorías.
Si algo ha caracterizado a esta dirigencia empresaria puesta a gobernar (no solo en Argentina) es en el desdén, maltrato y seducción financiera a los políticos y a los partidos, ya que acostumbran dar órdenes sin debatir. O en el mejor de los casos, rindiendo cuentas de sus acciones solo a un pequeño grupo de accionistas (no necesariamente argentinos).
Pero si Fernández cree que arreglando con los acreedores y el Fondo Monetario Internacional va a ir por el buen camino, su final será el mismo que Chile hoy, o del presidente-aviador Fernando de la Rúa, que en 2001 no soportó el estallido social y prefirió huir en helicóptero.
Loa analistas especulan sobre si es para los vencedores una buena noticia que el macrismo haya logrado el 40% o si era preferible un 30% que demostrara un rechazo social más amplio a las políticas oficiales. Quizá ese porcentaje logrado le permita a la alianza macrista Juntos por el Cambio mantenerse como coalición, con presencia institucional (en ciudades, provincias y, sobre todo, en el Congreso).
Así, su electorado podrá sentirse representado, podrá canalizar sus reclamos y se verá menos tentado a «querer romperlo todo». La transición «ordenada» dispuesta por Macri parece darle sustento a esa tesis.
No se puede olvidar que Macri es representante de una clase oligárquica que históricamente se escudó detrás de bambalinas o debajo de sotanas, o fue a golpear a las puertas de los cuarteles. Los “altos” empresarios argentinos, después de su nefasta participación en la dictadura cívico-militar de 1976-1983, preferían no dar la cara, aunque siempre fueron parte del círculo rojo del poder fáctico.
Las recientes elecciones presidenciales demostraron que el poder del triunfador Frente de Todos está en las provincias, los sindicatos (los votos en la Región Metropolitana de Buenos Aires lo demuestran) y entre los más sectores vulnerables, pobres y desclasados. Y confirmaron el poder electoral del peronismo, que persiste con relativa estabilidad en el tiempo.
El macrismo concentró su triunfo en la zona agropecuaria. El sector rural, a diferencia de otros factores económicos, como los bancos o las empresas prestadoras de servicios, tiene una base social, con una identificación, y fue beneficiado por medidas de la gestión macrista.
Peronismo y antipersonismo
Al final del gobierno de Cristina Kirchner daba la impresión de que el peronismo estaba perdiendo votos. Hay quienes interpretan que no los perdía, sino que se dispersaban en ese gran conglomerado paraperonista. La crisis económica y la decisión estratégica de Cristina (correrse a un lugar secundario) habilitaron la posibilidad de unidad en el peronismo, con su efecto demoledor en las urnas.
Mauricio Macri sorprendió a todos con su 40% que también da cuenta de otra persistencia: esto es, el del voto no peronista. Los no peronistas suelen votar a no peronistas. La campaña «sí, se puede», dando la cara en todo el país –después del descalabro sufrido en las elecciones internas PASO del 11 de agosto- le permitió a Macri acaparar a todo ese electorado disponible.
El futuro de la alianza macrista indica que la figura del jefe de gobierno capitalino Horacio Rodríguez Larreta irá adquiriendo preeminencia y de su manejo depende si la aún gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, autoinmolada tras la candidatura de Macri, tiene una nueva oportunidad.
Su socio, la Unión Cívica Radical, sufre de agudo malestar en sus bases y su futuro sigue monitoreado y manipulado desde las sombras por el exministro del Interior Enrique “Coti” Nosiglia
Para dar vuelta el descalabro macrista, el gobierno surgido de las elecciones va a necesitar de mucha política, mucha organización popular, mucha calle para construir un poder propio. La derecha conserva el poder económico de su lado, a lo que suma la presión del Fondo Monetario Internacional, del gobierno trumpista de EEUU y las trasnacionales de la tecnología y la comunicación.
En lo que respecta al nuevo oficialismo, un bloque de poder está constituido por el acuerdo de la mayor parte de los gobernadores (peronistas e independientes) con Alberto Fernández. En el otro, están Cristina, conduciendo con su hijo Máximo la fuerza territorial de agrupación kirchnerista La Cámpora y con una sólida base en el futuro gobierno de la Provincia de Buenos Aires, donde concentrarán su fuerza. También aportarán a este polo los gobiernos del Chaco, Formosa y La Pampa.
Y el gobierno que viene cuenta con el respaldo de los movimientos sociales, que han tenido la paciencia de mantener la protesta callejera y a la vez contener el estallido social, esperanzados en un cambio radical en las políticas sociales. Pero aún queda más de un mes para que Alberto Fernández se aloje en la Casa Rosada.
(*) Periodista y politólogo, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)