8 años de crisis ¿y qué dicen los negadores del derrumbe?: Vergüenza de las ciencias sociales en Chile – Por Alberto Mayol

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

“Se me acaba el argumento

Y la metodología

Bruta, ciega, sordomuda

Torpe, traste y testaruda”.

Shakira, 1998

Nunca seremos suficientemente enfáticos en señalar las problemáticas y responsabilidades de los economistas en este estallido social y, ante todo, su prehistoria. De decisión técnica responsable en decisión técnica responsable terminamos donde estamos. ¿Su eslogan? De responsabilidad en responsabilidad hasta la irresponsabilidad final.

La ciencia económica ha operado como una máquina de producir anomia y desequilibrios normativos, no solo con un recorte epistémico que le impide ver fuera de la dimensión del mercado, sino que además con la arrogancia intelectual suficiente para denostar toda crítica sobre las posibles consecuencias no económicas del actuar económico. Cerrada a las consecuencias no deseadas y obnubilada por unas muy limitadas consecuencias deseadas, la economía se convirtió en ceguera científica y convirtió en imperativos políticos su propia precariedad. La economía, así, se tornó falso profeta del desarrollo. Supuestamente sus reglas nos conducirían al éxito total. Y he aquí. Más le apuntaron Los Prisioneros.

Pero no son la única disciplina que debe salir a dar explicaciones. En términos generales la conducta de las ciencias sociales ‘postergadas’ (porque la economía es también, más allá de sus dolores, ciencia social) no fue mucho mejor. El ciclo de crisis que se inicia en 2011 dejaba un amplio margen de trabajo para la sociología, la antropología, la psicología social, en fin. No solo dejaba un margen, también una responsabilidad. La necesidad de un diagnóstico claro, de hipótesis, era evidente. Seré injusto pues hay muchos académicos que han estado trabajando la problemática con distintas hipótesis, pero es natural fijarse en las interpretaciones que gozan de notoriedad y que articulan la discusión científica de un período. Y esa discusión, la verdad, es muy deficiente.

Durante el mismo 2011 surgieron pocas hipótesis que articulasen respuestas respecto a los hechos con una mirada que permitiera comprender más allá de la coyuntura ‘educativa’. En el sitio MovimientoEstudiantil.cl hay un largo recuento de todo lo publicado por varios años, a nivel de revistas (no hay naturalmente lo publicado que está en un formato no digital). Es posible llegar a ciertas conclusiones en su revisión.

Manuel Antonio Garretón, en pleno 2011, se pregunta quién se hará cargo de la problemática si los partidos de centro-izquierda están deslegitimados y si el sistema político corre la misma suerte. Y es que, señala, es claro que se ha de cambiar el sistema político y el modelo económico. Pero, ¿quién es el sujeto? Supone que es necesaria una síntesis, una agregación: un conjunto de actores políticos y un conjunto de organizaciones sociales por una causa común. Y agrega que es posible que un proceso constituyente permita las condiciones para ello.

Esta es la tesis de Garretón. Deja en claro que la crisis supone un camino donde se va reformando el modelo hasta su modificación y se va modificando la estructura transicional de la acción política y sus instituciones, llegando a la Constitución Política. Más allá de los grados de intensidad de lo descrito, la tesis de Garretón goza de buena salud a ocho años plazo. Estaba hablando de los objetos correctos y el horizonte descrito se cumple.

La otra hipótesis desde la sociología es la que propuse en 2011 en diversos artículos y en mi exposición en ENADE que se traduce en libros en 2012. Lo que señalo es que los desequilibrios generados por el modelo económico en Chile han generado una merma de legitimidad de la institucionalidad política y de la operación del modelo económico de tal magnitud que se ha generado una fractura de gran tamaño. Solo resta esperar un conjunto de años (cinco calculé entonces) para que esa fractura diera lugar al derrumbe, cayendo en ese acto tanto el modelo como los fundamentos políticos que lo sostenían. Además señalé que este proceso suponía el aumento de la intensidad de la política y que ese aumento de la intensidad provenía de las demandas sociales y las problemáticas de fondo que el modelo había generado en su relación con la sociedad. Y que la forma en que había sobrevivido el modelo era por la existencia de un dique de contención que eran las instituciones, que en el marco de un país institucionalista, había permitido evitar que el malestar y la operación cotidiana del modelo y la política fueran inundadas. Se sostuvo que la caída del dique, la inutilidad de las esclusas, generaron la inundación del sistema político. En este escenario fue que el agua de las demandas, del malestar, colapsó la sala de máquinas. Sin embargo, el efecto es potencialmente importante. La crisis a nivel institucional es también una puerta para la ciudadanía. Y aparentemente decidieron pasar por ella. ¿Puede esto (me pregunté entonces, refiriendo a la incorporación a la vida política de la sociedad civil) configurar una nueva transición a la democracia, esta vez de corte social?

La tesis del derrumbe es una predicción y su duración dependía de lo que hiciera la elite política. Por eso en 2013, en la nueva edición del libro “El derrumbe del modelo”, escribí que el proceso de derrumbe duraría un buen tiempo pues la elite política había devenido en los peones que reconstruyen sistemáticamente el muro, a pesar de (o precisamente por) su daño estructural.

Estas son las dos tesis que surgen en 2011 (si hay alguna otra, me la mandan por favor). La de Garretón no fue muy divulgada, por lo que casi todo el aparato intelectual decidió ir contra la tesis del derrumbe. No todo fue argumentación ni elegancia: Torche me declaró delirante y voluntarista, Joignant me declaró autista y voluntarista, Navia me declaró panfletario y dogmático. Más allá de los epítetos, las respuestas desde las ciencias sociales (no incluyo la tesis histórica de Gabriel Salazar que está en otro registro, pero fue el otro autor que tuvo tesis desde el inicio) comenzaron recién a aparecer desde 2012.

La negación a un derrumbe opera en grados, pero es generalizada hasta antes del estallido de 2019. Se puede hablar de malestar difuso con control institucional (Alfredo Joignant), de expectativas ampliadas por la modernización (Carlos Peña), del malestar más bien de las elites por el bienestar de las masas (Eugenio Tironi) y se puede llegar a los argumentos provenientes desde la derecha intelectual que acusan al diagnóstico del malestar como resultado de una operación estatista de intelectuales de izquierda que comprenden a Gramsci (Kaiser) o más bien la mera teoría más que diagnóstico (Eugenio Guzmán y Marcelo Oppliger), argumento este último que se reitera en diversas publicaciones del sector (Luis Larraín, Larroulet, entre otros, quienes además se paran en la misma tesis de Carlos Peña, que en rigor es de Brunner). En resumen, el grueso del mundo académico reaccionó que no había particular concentración de malestar en las capas medias y bajas, que de haber malestar era como resultado de los propios beneficios obtenidos y atendiendo el deseo de la consolidación de ese proceso o que, en el caso de reconocerse un cierto volumen de malestar, se señaló su carácter difuso. Prácticamente todos estos autores y quienes multiplicaron esa línea de análisis en diversas direcciones niegan la posibilidad de que este posible malestar tenga relación, para mal, con el modelo de sociedad. Y si la tiene, dirán, es para bien. Larroulet lo resumió y Piñera dio una versión abreviada del resumen: es el malestar del éxito, le llamó. Buen nombre para una obra de teatro. O una ópera. Ya veré eso.

En cualquier caso, uno de los rasgos centrales de la negación de la crisis de malestar y crisis de modelo radica en la construcción de un continuo conceptual entre masificación de bienes, democratización vía consumo, modernización, individuación y crecimiento económico. Este es el juguete de Carlos Peña y Tironi (la verdad es que en general omitiré a Tironi). La gente accede a más bienes, eso democratiza el consumo, eso es modernización de la economía y todo ello gracias a un crecimiento que, con este camino, se transforma en desarrollo, aunque tenga rasgos de malestar que crecen en este proceso por culpa de la individuación.

Este conjunto de hechos son unificados en la idea de modernización exitosa en un camino al desarrollo que estará lleno de dificultades, pero que son las dificultades de ese proceso (una crítica a esta tesis, de modernización en Chile, la hicimos con Ahumada en 2015 en “Economía política del fracaso”). Hay matices por supuesto, se puede creer parte de la tesis “Peña” sin la tesis completa. Carlos Ruiz es un ejemplo de ello. Señala que la tesis de Carlos Peña de que el 2011 no era un reclamo revolucionario, sino uno de consumidores enojados, es razonable. Considera que hay un triunfo del discurso meritocrático y su idea de que queremos más condiciones para competir. Agrega que Peña dice que los jóvenes el 2011 piden más capitalismo -un capitalismo sin constricción de apellidos-, y eso le golpeó fuerte a muchos sectores, que creían que con la demanda meritocrática estaban luchando contra el capitalismo. Y agrega: “¡Cómo se va a haber derrumbado el modelo!”. Es decir, Carlos Ruiz considera que la tesis de un malestar emergiendo en la misma lógica del modelo es un elemento central para comprender el proceso. No hay rutura, hay la tensión de la continuidad de un modelo cuya promesa se hace difícil de cumplir. No ve la opción de un desplome, ni siquiera por esta razón esgrimida.

Patricio Navia fue muy claro. Lo que pase con los movimientos sociales no será decisivo. Dijo: “En democracia, los votos pesan más que cualquier marcha”. Vaya cosa, ¿cuánto ha cambiado el modelo gracias a las elecciones y cuánto a las protestas? La tesis de Navia dura una pregunta.

De todos los argumentos de respuesta, el más completo (y con ello, al día de hoy, el más, pero mejor, equivocado) es el de José Joaquín Brunner. Lo interesante es que lo sostiene desde los primeros análisis sobre un malestar, pues su artículo es de 13 años antes en el CEP. Veamos:

“Frente al diagnóstico enunciado recientemente por intelectuales y dirigentes (…) en el sentido de que existiría en la sociedad chilena un difundido y generalizado malestar, este artículo procura rebatir dicho diagnóstico y ofrece una explicación alternativa sobre el estado de la opinión pública nacional. En particular, se muestra que la interpretación de los resultados de la elección parlamentaria del 11 de diciembre pasado efectuada por la intelligentsia concertacionista fue equivocada y que, en vez de existir el difundido malestar postulado por aquélla, lo que existe es una disyunción entre las altas expectativas creadas por la modernización y la desigual y sólo parcial satisfacción de las demandas generadas por dicho proceso. Asimismo, se rebaten los cuatro argumentos presentados por los sostenedores de la tesis del malestar para justificar su diagnóstico, mostrándose que ni las desigualdades sociales existentes, ni las políticas gubernamentales, ni una supuesta frustración con la transición democrática ni una sobrecarga de incertidumbres subjetivas pueden alegarse en favor de dicha tesis. Por último, se sugiere que el discurso de los malestares frente al desarrollo, la modernización y la modernidad se funda en una visión ideológicamente neoconservadora que, de sorpresa, se ha introducido en algunos círculos del pensamiento progresista chileno” (Brunner Ried, 1998, pp. 173-174).

Si se multiplica por -1 tiene razón en todo.

Es así como se configura un argumento que señala que el malestar existe, que es un hijo no legítimo de la modernización capitalista que el neoliberalismo genera, pero que su magnitud no es capaz de generar una crisis, bajo circunstancia alguna, ya que se encuentra bien enlazado cultural y políticamente. Brunner, al ver hoy este escrito, se equivoca en los cuatro puntos. Lo importante es que los distingue. Y la verdad es que un buen académico no es solo el que le apunta, sino el que distingue lo pertinente. Este artículo es, desde el punto de vista académico, impecable. Su error es irrelevante incluso, si no fuera porque ese discurso fue el que permeó todo el sistema como respuesta a los procesos de explicitación del malestar. Y esto terminó siendo el argumento que se consolidó desde, como decíamos, Larroulet a Peña, con avances hasta Carlos Ruiz.

La tesis del ‘malestar por la modernización’ de ciertos académicos y la tesis del ‘malestar por el éxito’ de otros son en rigor la misma tesis. La primera suele provenir de los académicos vinculados al corazón del proyecto de la Concertación de Partidos por la Democracia y la segunda se asocia a quienes vinculan su actividad académica con la derecha. En cualquier caso, ambos grupos de académicos creen que este hijo ilegítimo de la modernización, el malestar, no se rebelaría contra el padre. La tesis resultó falsa. Algunos se negaron a verlo en su versión de terremoto en 2011 y han llegado a reconocerlo parcialmente en la versión de cataclismo de 2019.

Por supuesto hay otras respuestas, como por ejemplo la de quienes sencillamente optan por trabajar el tema sin tener tesis alguna, ni aun cuando se les incentive para ello. El mejor ejemplo es Alfredo Joignant. Respecto al estallido de 2011 dice: “A decir verdad, es una casualidad que el malestar contra las élites haya estallado bajo el gobierno del presidente Piñera, puesto que sus lógicas sociales de incubación se encontraban presentes a mediados de los noventa” (Joignant Rondón, 2012b, p. 103). El argumento sería como si un oncólogo señalara que es casualidad que al minero que trabaja al interior de un yacimiento donde hay polvo de sílice le dé cáncer porque dicho minero tenía antecedentes genéticos que hacían probable una evolución cancerígena. Es evidente, como hemos señalado, que Sebastián Piñera como síntoma político de la sociedad neoliberal no solo tiene relevancia en su quehacer usualmente despolitizado, sino que la tiene además por su carácter de catalizador de la movilización social al unir en una sola figura los arquetipos del multimillonario, el economista monetarista, el protegido miembro de la elite política, el ejecutivo e inversionista despiadado y el político oportunista. Sebastián Piñera no cumple roles estabilizadores porque carece de rasgos institucionales, no obstante el cargo que ocupa. La capacidad de mantener la sociedad en calma, en su caso, suele depender de manera casi exclusiva de los resultados (una mala idea según Weber). Y aún así es débil pues en 2011 tuvo una crisis en un año excelente en términos económicos.

Como decíamos, las tesis de Joignant son ambivalentes. Respecto a la tesis predictiva del derrumbe del modelo señala lo siguiente:

“Hoy existe efectivamente la oportunidad histórica de cuestionar profundamente el modelo chileno, pero en ningún caso éste se ha derrumbado. Afirmar tal cosa es un voluntarismo autista que pasa por alto la demostración de algo de lo que – supongo- muchos nos habríamos dado cuenta. Sobre todo porque el manoseado modelo, además de haber sido humanizado mediante reformas desde 1990 al punto de que ya no es, exactamente, el modelo de Pinochet, consta de dimensiones que no sólo son económicas, sino también políticas, culturales y sociales. En tal sentido, digan lo que digan los ensayistas de moda, son demasiados los aspectos involucrados en el modelo, varios de los cuales son objeto de crítica: pero de allí a proclamar su derrumbe, o a negar el malestar que éste provoca, constituyen expresiones de ceguera o de sordera, o tal vez ambas cosas” (Joignant 2012).

Como se aprecia, apuesta a que hay un malestar relevante, pero que no se puede señalar ni cercanamente la idea de un derrumbe. Agrega que el modelo no es solo económico. Como se señala en todos los libros que he escrito sobre este ciclo de crisis, esa es justamente la razón por la que se podía predecir el derrumbe: porque el sostén político y la pertinencia cultural del modelo no alcanzaban o sencillamente escaseaban gravemente para compensar los desequilibrios en acceso a bienes, las contradicciones sociales y los desajustes normativos existentes. Es justamente la mirada general la que permite una tesis que, de mirarse solo la dimensión económica, sería administrable (y es la razón por la que los economistas no ven malestar).

Contra la tesis del derrumbe por malestar, Guzmán y Oppliger señalaron lo siguiente: “lo que no existe, sostenemos, es un malestar arraigado en la sociedad chilena, producto de la frustración de sus habitantes con aspectos medulares del sistema político y económico” (Oppliger, 2014).

Como hemos señalado las primeras observaciones sobre el malestar en el desarrollo del neoliberalismo en Chile provienen de los informes del PNUD. Sin embargo, por la naturaleza de la entidad probablemente, la redacción no es unívoca:

“El malestar antes mencionado no configura una inseguridad activa, expresada en protestas colectivas. Es un malestar difuso (y quizás confuso por el hecho mismo de no vislumbrar un motivo). No por ello debe ser descartado como una insatisfacción propia de la naturaleza humana. El malestar puede engendrar una desafiliación afectiva y motivacional que, en un contexto crítico, termina por socavar el orden social. Además, y por sobre todo, el malestar señaliza que la Seguridad Humana en Chile puede ser menos satisfactoria de lo que muestran los indicadores macrosociales” (PNUD, 1998).

Como vemos el texto no descarta ni que sea un malestar propio de la naturaleza humana (o sea, nada que temer) o un malestar que, en un contexto crítico, podría socavar el orden social (o sea, todo que temer). La verdad es que es difícil conducir una lectura disciplinaria si se pretende que organismos políticos sean los que desarrollen las herramientas más sofisticadas metodológicamente para comprender los fenómenos en juego. La idea de ‘malestar difuso’ sigue recorriendo la literatura durante casi veinte años. Recordemos que el PNUD señala que es difuso pues no parece localizado en zonas específicas de lo social. Este concepto, lo difuso, lo repiten Brunner, Peña y Joignant de modo sistemático. Y resulta que el malestar se expresó en temas ecológicos (Hidroaysén, Pascua Lama), regionales (Aysén, Magallanes, Calama, Antofagasta), en pensiones muy fuertemente (2016), en asuntos de género (2018) y con mucha intensidad en educación (2006, 2011, 2012 y 2019). ¿Y siguen hablando de malestar difuso? Finalmente, en 2019 el estallido abarca todo. No es difícil si el fenómeno del malestar había recorrido diversas dimensiones de la sociedad.Pasó de difuso a difuminado. Y no son capaces de decirlo.

Pero la mayor vergüenza académica es lo que ocurre con un gran proyecto de investigación que nace de un llamado a concurso del FONDAP en 2013. En ese año, derivado de las movilizaciones de 2011 y 2012, se convocó a postular con proyectos al concurso de “Áreas Prioritarias” con la temática de la conflictividad social. Se hizo a partir del Fondo de Financiamiento de Centros de Investigación en Áreas Prioritarias que otorga montos inusuales para la investigación en Chile (por lo elevados) y tiempos extremadamente cómodos para un trabajo profundo. En 2013 se convocó a este concurso con el siguiente llamado:

“El país exhibe índices de conflictividad social que son preocupantes para una sociedad que desea avanzar rápidamente hacia el desarrollo. Se propone conformar un grupo multidisciplinario de alcance nacional en el área de las ciencias sociales y humanidades que se aboque a la investigación de los conflictos sociales, sus formas y bases culturales, con miras a mejorar el clima de convivencia nacional. La investigación debiera contribuir a generar conocimiento y propuestas de acción que promuevan una mejor calidad de vida, la integración social y cultural de los ciudadanos y la generación de espacios para la búsqueda de diálogos y consensos. Se valorará la colaboración efectiva con centros internacionales en la temática” (CONICYT, 2013).

Debe quedar claro, este es todo el llamado que se hace, no hay más. A partir de esto se postula. No hay más. Ni hablaremos de las condiciones de resolución del concurso. Solo puedo decir que un equipo de la Universidad de Chile, donde yo estaba entonces, postulamos ante el requerimiento de la rectoría de entonces, que nos pidió participar a sabiendas (ellos lo dijeron, no nosotros) que perderíamos. Pero querían que quedara claro. No sé más. Me importa más la calidad del trabajo posterior de los que ganaron.

El concurso lo ganó el centro denominado COES (Centro de Estudios del Conflicto y Cohesión Social), que una a varias universidades (UDP, UC y FEN de la U de Chile principalmente). No contaré el contexto en que FEN apoyó el proyecto que ganaría y dejó al equipo de la Universidad de Chile sin la pata económica, contrariando a rectoría.

Lo cierto es que ese centro, que lleva ya 5 años en funcionamiento, no tiene en ninguna de sus publicaciones un tratamiento de la problemática que estalló en 2011, se volvió a manifestar en 2016 (pensiones), en 2018 (género) y en 2019 (estallido social). No hay estudios sobre desequilibrios normativos que puedan estar afectando a la sociedad chilena, no hay un análisis sobre el posible influjo del modelo económico en esta situación, nada de ello. Hay muchas publicaciones de alto estándar, hay muchos documentos interesantes. Pero no hay una respuesta al llamado original y al carácter urgente del malestar social. Ninguno de sus expertos ha investigado el malestar, esa es la verdad. No saben de qué se trata. Y no hay respuesta, todavía hoy, no hay respuesta. Se les pidió que comprendieran lo ocurrido en 2011 y su posible vía de desarrollo posterior. ¿Qué dijeron? Nada.

Es la señal de una ciencia social que prefiere cientos de publicaciones irrelevantes que mejoran el ranking que el estudio sistemático de los hilos que mueven la historia contemporánea.

Y disculpen el epígrafe, es que este tema solo da para Shakira.

The Clinic


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