Ecuador – Patricio Vallejo, director del FIAVL: «Lo que se está creando en la escena regional es de un valor impresionante»

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Entrevista de NODALCultura a Patricio Vallejo, director del Festival Internacional de Artes Vivas de Loja

Por Daniel Cholakian

Patricio Vallejo Aristizábal es uno de los más reconocidos creadores escénicos de Ecuador. Desde 1991 dirige el grupo Contraelviento Teatro, con el cual ha llevado a escena más de una veintena de espectáculos, la mayoría de su autoría. Contraelviento se ha presentado en encuentros teatrales de Ecuador, Argentina, Austria, Cuba, Colombia, España, México, Dinamarca, Perú, Uruguay, Estados Unidos, Suiza y Brasil.

Vallejo es director artístico del Festival Internacional de Artes Vivas de Loja (FIAVL), que se llevará a cabo en esa ciudad ecuatoriana entre el 15 y el 24 de noviembre. El mismo fue el director artístico de la primera edición que por decisión presidencial se en esta pequeña ciudad, considerada la capital de las artes, en 2016.

Si en un comienzo se imaginó que el Festival sería bienal, el éxito de organización y la sorprendente respuesta masiva del público -del lojano en particular y del ecuatoriano en general- hizo que se decidiera organizarlo anualmente.

Esa respuesta popular es desde ese comienzo una de las marcas centrales del FIAVL. Cuando estuvimos allí, en 2016, nuestra principal sorpresa fue encontrarnos con esa respuesta en las calles. “Una de las más bonitas expresiones de la expresión popular que ha tenido la ciudad de Loja en estos días son los dibujos hechos con tizas de colores sobre el pavimento de la calle Bolívar, eje de la participación ciudadana en los días del Festival. Cerrada al tránsito a lo largo de varias cuadras, estas muestras de arte efímero revelan no tanto la creatividad, que la hay, sino la apropiación colectiva del pueblo lojano de la relación entre el arte y el espacio público, que es una de las bases de la organización de este Festival”.

Para Patricio Vallejo Aristizábal ese es uno de los rasgos que hacen único al FIAVL. En materia de programación el Festival se organiza en una muestra de sala y una muestra off que se desarrolla en las calles y en escenarios no tradicionales. La curaduría artística tiene desde aquella primera edición una identidad en la cual se articula una compleja y móvil diversidad cultural. El mundo andino, el mundo afro y el mundo occidental conviven sin perder sus especificidades. Esto permite el acople géneros artísticos diferentes como el teatro, la danza, la tradicional, la contemporánea, el ballet, la ópera, el circo, el mimo, los títeres.

Además, según lo explica el propio director artístico, el FIAVL presta especial atención a la presencia de la escena de América Latina.

Nodal Cultura dialogó con Patricio Vallejo Aristizábal sobre la concepción artística que guía la programación de esta 4° edición, su visión sobre la relación entre tradición y vanguardia en la teatralidad latinoaméricana, la presencia de las artes escénicas ecuatorianas en el Festival y la respuesta del público local a este encuentro, que es considerado el más importante de Ecuador.
Dirigiste el Festival en otras oportunidades. ¿Cual fue tu objetivo este año como director artístico para armar la programación?

Yo pienso que como todo en la vida y en el arte es importante seguir renovando y transformando. Siempre imaginé la programación del festival como si se tratara de una puesta en escena, de la dramaturgia de un gran espectáculo de diez días. Entonces, al igual que lo hacemos en mi grupo Contraelviento, que cada vez que iniciamos un nuevo proceso creativo vemos una necesidad íntima de transformar, recurrir a nuevas fuentes, moderar y modelar con otros lenguajes, eso he procurado hacer con la nueva programación: integrar a espectáculos que a su vez tejen distintos lenguajes artísticos en el propia concepción. Desde el comienzo la intención del festival fue mostrar todas las disciplinas artísticas que acuden al arte escénico, las llamadas ‘artes vivas’. Pero esta vez procuré que en un mismo espectáculo acudan distintas disciplinas: el circo, la música, el canto, el teatro, la danza. Eso fue lo que buscamos al elaborar la programación.

En la primera edición los espectáculos de sala, particularmente, tenían un marcada pertenencia disciplinar. La programación de este año aparecen tendencias nuevas: no sólo los cruces entre disciplinas, sino también estéticas emancipadas de ciertas tradiciones que fueron hegemónicas en la teatralidad.

Sí. Cuando en 2016 propuse esa programación yo me planteé a mí mismo anclarme en un punto de partida coherente con la tradición escénica latinoamericana. El arte escénico latinoamericano en los últimos 30 o 40 años consolidó una forma de teatro y danza independiente, y además un modelo de producción de grupo, de colectivo. Ese era el punto de partida. Para mí iniciar el festival tenía que anclarse con algo que nos es pertinente, que es nuestro punto de partida.

Pero en los últimos 20 años esa forma del arte escénico se ha ido enriqueciendo con otras formas de creación, de elaborar el espectáculo, que no solamente corresponden al trabajo del grupo independiente.

De ahí esa necesidad de renovación, no sólo en lo estético sino en cómo se llega a la conclusión del espectáculo. Es pertinente reconocer las formas contemporáneas, donde la exposición del cuerpo es aún más preponderante que en períodos anteriores. Mi interés era darle un punto de partida, porque si no no hubiera sido coherente o justo con lo que ha sido nuestra tradición escénica.

Ahora perviven los grupos, claro que si y de hecho en esta programación está Teatro de los Andes de Bolivia, uno de los más reconocidos de la región. Pero también hay que ver cómo los jóvenes artistas latinoamericanos encaran la creación escénica: hay espectáculos como Canción para dueto, de Colombia, que lo dirige un joven coreógrafo, Jimmy Rangel, que es muy importante en la escena de su país. Él fue discípulo de mi compañía aquí en Ecuador e hizo una carrera muy interesante en EEUU y fue enriqueciendose. Hace algo que no existía en los ’70 o los ’80, que es una co-producción con el Teatro Colón de Bogotá y produce teatro físico, danza-teatro. También hay otras variantes, como el trabajo de Murgamadre de Montevideo, en el que se juntan dos músicos actores con un director y tejen un espectáculo muy bello, una historia muy humana, de dos personajes de la tradición popular uruguaya del carnaval y la murga, donde canto y la actuación se encuentran de una forma novedosa.

Es haber tomado un punto de partida, ser coherentes con nuestra tradición pero entender que esa fórmula del teatro de grupo independiente también se enriquece con otras fórmulas, y hay que hacerlas parte de la programación.

Canción para dueto – de Jimmy Rangel (Colombia)

En ese sentido hay cierta conexión con aquella primera edición de 2016, donde estuvieron invitados Yuyachkani (Perú) y La Candelaria (Colombia) , grupos de gran tradición en el teatro latinoamericano, articulados a la vez con otro tipo de propuestas. Allí ya parecía proponerse una suerte transición entre tradición y renovación en el marco del FIAVL

Si, y esto tiene que ver con una manera muy personal de mirar el ethos histórico de América Latina. Fui muy influido por el pensamiento de Bolivar Echeverría y esta suerte de existencia en el medio de una tensión que genera un territorio un poco ambiguo. Esta tensión se corresponde con el ethos barroco que sugiere Echeverría, que a mi manera de ver es lo que hace el arte latinoamericano. Siempre hemos estado en este movimiento entre la tradición y la contemporaneidad. Siempre estamos retornando a raíces y las estamos renovando, como una especie de resistencia y de construcción de una identidad en lo diverso. Pero esto es más personal y no es la mirada oficial del Festival.

Nosotros hemos construido nuestra modernidad no a partir de la idea de superar y conquistar el desarrollo y la vanguardia, sino como una motivación que va hacia otras tradiciones culturales. La nuestra siempre ha estado acudiendo a las fuentes, a las raíces. Entonces, esto también lo sostengo desde una mirada personal, está siendo expuesto en el Festival. Sobre todo, en lo que corresponde a la programación latinoamericana.
Evidentemente en Europa hay un movimiento distinto, tiene una noción de la modernidad diferente. Ellos se sustentan mucho en la idea de vanguardia.

Pero curiosamente espectáculos como Amazonas, del grupo Andanzas sevillano, nos trae un tejido muy interesante del flamenco tradicional con el teatro y con la danza contemporánea, con lo que sale un espectáculo muy bello que parte de un texto griego clásico. Pareciera que esta tendencia de acudir a las tradiciones también empieza a ser fuerte en otros lugares.

Lo mismo podría pensar sobre el espectáculo que viene desde Japón, Sakura de Keiin Yoshimura, que es una hermosura y trabaja también con distintas variantes: toma una danza tradicional muy antigua japonesa y la teje con el butoh, que es una danza más bien contemporánea y muy renovadora que surge a partir del holocausto japonés de la segunda guerra, probablemente una de las disciplinas contemporáneas más renovadoras en el arte escénico.

Entonces, mira que curiosamente en Asia y Europa también hay esta tendencia a no alejarse de las tradiciones.

¿Qué nos puedes contar a propósito de la programación de elencos ecuatorianos en el FIAVL?

El arte escénico ecuatoriano también está entrando en esta necesidad de experimentar con diversos lenguajes, tal vez no aun con la intensidad que se está haciendo en otros lugares, pero los espectáculos que el comité curatorial escogió tienen en conjunto ese tejido. Podemos encontrar desde un espectáculo de Esmeraldas sostenido en la danza popular tradicional de la marimba, que es la forma afro ecuatoriana más fuerte, hasta espectáculos como un muy bello espectáculo de títeres que llega desde Macas una de las ciudades amazónicas del Ecuador, que es formalmente tradicional, pero con una temática que plantea la defensa de la naturaleza.
Me gusta mucho la diversidad de procedencias, aunque es innegable la preponderancia cuantativa de Quito, básicamente por como se han dado las cosas en el arte escénico ecuatoriano. Tenemos espectáculos que vienen de Guayaquil, de Manabí, de Esmeraldas, de Cuenca, de Ibarra –una pequeña ciudad de la que viene dos espectáculos muy interesantes-. De allí viene uno de los más experimentales que se presentarán en el FIAVL, además de otro que trae danzas tradicionales del mundo cultural andino indígena.

Esto acrecienta la posibilidad de que la programación nacional de a poco se vaya consolidando, que vaya haciéndose visible, hacia latinoamérica y el mundo, lo que se hace por parte de los creadores ecuatorianos, tanto aquellos más consagrados como los más jóvenes. Esa es otra de las tareas del Festival.

Si bien todavía el Festival es joven ¿ustedes creen que Loja puede tener impacto en los creadores escénicos ecuatorianos?

Si, claro. El encuentro y el diálogo acontece de una manera efímera, son apenas 10 días, pero de un modo muy fuerte. Queda en la memoria, en la piel. De este tipo de abrazos, de encuentros y de diálogos es donde comienzan a tejerse las influencias.

Normalmente a posteriori de estos encuentros se mantiene el diálogo entre creadores. Para los artistas ecuatorianos es muy importante.

Pienso sobre todo en relación a América Latina porque soy un convencido que lo que se está creando en la escena regional es de un valor impresionante. Es como una estrategia de romper esa mirada permanente hacia Europa, sobre todo. Tenemos la posibilidad de mirar y establecer influencias mutuas entre los creadores latinoamericanos. Yo he tenido la fortuna, como director del grupo Contraelviento de viajar con las obras a varios festivales, sobre todo en latinoamerica y me doy cuenta de la importancia de poder tener referentes, de mirar, de conocer con nombre y apellido una actriz, un director, un dramaturgo, que en Chile, en Brasil, en Argentina está produciendo y modelando cosas que me son, como creador, fundamentales.

Los festivales evidentemente ofrecen un ramillete de arte escénico al espectador, pero intímamente producen esos abrazos y esos encuentros entre creadores, producen influencias, desatan movimientos y transformaciones.

Lo deseable sería que llegue un momento en que América Latina pueda llegar a mirarse a si misma con ese valor, con ese reconocimiento que todos buscamos.

Al comienzo hablaste de que pensás el FIAVL como en una puesta en escena y eso me llevó a lo que vimos en Loja en 2016, el año del nacimiento, donde el despliegue de la gente y el arte en las calles pareció una puesta en escena espontánea y sorprendente. Loja se puso en escena a si misma alrededor del Festival ¿lograron sostener ese impulso inicial de una comunidad que tomó las calles y se apropió del arte?

Esto es lo que todos deseamos. En la segunda edición esto se potenció enormente y nuestra expectativa es que siga así. El acierto de haber ubicado el festival en Loja es justamente porque es una ciudad que fácilmente se vuelca hacia si misma y construye su propia dramaturgia, esa dramaturgia de abuelos y nietos con tizas dibujando en el piso, de artistas espontáneos que en una esquina bailan hip-hop, en la otra tocan tango o montan un trío de jazz. Esos artistas que no estaban programados ni en la programación “in” ni en la “off”, pero que no querían perderse el festival. Y el de la gente que acudía, que también es parte de esa dramaturgia, que transitaba y bailaban o coreaban.

Esa puesta en escena de la ciudad sobre si misma es nuestra expectativa, porque eso es lo que le da una particularidad a Loja. Es la ciudad la que lo cobija, lo teje y lo impulsa. Esto hace al FIAVL un Festival único.


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