Décadas de neoliberalismo, neocolonialismo e injusticia climática han llevado a Haití al límite – Por Keston K. Perry

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Keston K. Perry *

Desde hace meses Haití se ha visto sacudido por la intensificación de las protestas. Una crisis económica cada vez más profunda y la creciente escasez de combustible y alimentos han enviado a las personas a las calles, exigiendo la renuncia del presidente respaldado por Estados Unidos, Jovenel Moise, quien hasta ahora se ha resistido a renunciar.

La crisis comenzó el año pasado y se vio agravada por los desastres naturales que devastaron repetidamente la nación isleña: los huracanes destruyeron viviendas, la producción de alimentos, medios de subsistencia e infraestructura y una sequía severa agotó los recursos hídricos de la isla.

Si bien los medios internacionales se han centrado en una historia familiar de corrupción y mala gestión, lo que subyace a esta crisis debilitante es mucho más grave: una combinación mortal de neocolonialismo, neoliberalismo e injusticia climática. De hecho, lo que está sucediendo ahora en Haití es extremo y debería asustarnos a todos, ya que presagia lo que podría pasarle al resto del planeta si no tomamos medidas inmediatas.

Petrocaribe y la crisis del combustible

En enero de 2006, Haití se unió al programa de solidaridad venezolano Petrocaribe, que le suministró petróleo en condiciones favorables. El país pudo comprar 60.000 barriles por día a un precio con descuento, con la mitad de los costos reembolsables durante 25 años a una tasa de interés del uno por ciento en efectivo, o a cambio de bienes que Haití exportó.

Se suponía que esto liberaría recursos para iniciativas de desarrollo económico en infraestructura e impulsaría la producción agrícola. Sin embargo, la corrupción a gran escala se tragó miles de millones de dólares de ganancias que el programa reportó al Gobierno, al tiempo que acumuló una deuda creciente con Venezuela.

Con la economía venezolana en ruinas, Caracas tuvo que detener los envíos de petróleo en marzo de 2018, lo que provocó la escasez de combustible en Haití. La crisis se vio agravada por la medida del Gbierno en julio de ese año para eliminar los subsidios a la energía, que aumentó los precios del combustible en más del 50 por ciento.

La decisión fue tomada bajo presión del Fondo Monetario Internacional, que prometió un paquete de préstamos financieros de 96 millones de dólares para ayudar al país a pagar su deuda, y el G20 y las agencias internacionales, que han estado pidiendo el fin de los subsidios de combustible. La medida también reflejó los compromisos de política de Haití en virtud del Acuerdo de París para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 31 por ciento para 2030.

El corte del suministro de petróleo del programa Petrocaribe también obligó al Gobierno haitiano a recurrir al mercado global, en particular al proveedor de energía con sede en Estados Unidos Novum Energy Corp, para suministrar combustible. A medida que el Gobierno ha caído más en deuda, ahora debiendo unos 130 millones de dólares a los proveedores de combustible, la escasez empeoró.

Subsidios de combustible muy necesarios

Al sucumbir a la presión internacional para recortar los subsidios, el Gobierno haitiano acomodó las agendas extranjeras pero puso en peligro la supervivencia de su propia población. El país produce solo el 0,02 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y, sin embargo, su gente está pagando un precio desproporcionado por cumplir con las normas financieras internacionales y los controles de emisiones.

Los subsidios a los combustibles se incrementaron en solo el 2,2 por ciento del PIB de Haití y fueron una de las formas en que el Gobierno pudo apoyar a los ciudadanos empobrecidos, aun luchando después del terremoto masivo de 2010 y las consecuencias de los desastres naturales anuales.

Después de los recientes huracanes, muchas comunidades quedaron fuera de la red y se ha necesitado mucho combustible para hacer funcionar los generadores de electricidad. La economía del país también ha sido devastada, con la mayoría de las personas empleadas en el sector informal y altamente dependientes de tener acceso a combustible más barato.

De hecho, estos subsidios energéticos estaban brindando el apoyo muy necesario a más de 6 millones de haitianos empobrecidos que viven con 2,41 dólares al día.

Desde mediados de 2018, la crisis ha empeorado progresivamente y, recientemente, las protestas contra el Gobierno se han intensificado.

Para cualquiera que visite Haití hoy está claro que las medidas de austeridad y las fuerzas de «libre mercado» no pueden resolver los problemas de un país que enfrenta los peores efectos del cambio climático, la disfunción del Gobierno, la corrupción de los donantes y una crisis de deuda interminable.

Al mismo tiempo, a pesar de los esfuerzos realizados para desprenderse de los combustibles fósiles y a pesar de estar clasificado entre los tres primeros países más vulnerables al cambio climático, Haití ha tenido problemas con la acción climática. Sus esfuerzos carecen de enfoque y son impulsados principalmente por donantes internacionales.

Por ejemplo, según una investigación que hice el año pasado, el país está luchando para acceder a financiamiento asignado a través de iniciativas globales como el Fondo Verde para el Clima (GCF). Las barreras burocráticas y los criterios onerosos hacen que sea casi imposible para el Gobierno aprovechar estos recursos.

Esto ha impedido que el país construya su resiliencia climática y, ahora, con cada desastre natural que le golpea, tiene que depender de las donaciones a corto plazo de las agencias de ayuda internacional para manejar sus consecuencias.

Neocolonialismo en tiempos de cambio climático

La crisis haitiana es producto de la combinación tóxica de colonialismo, neoliberalismo y un enfoque injusto para enfrentar el cambio climático.

La degradación ambiental, que se exacerba con cada temporada de sequía y huracán, se remonta al dominio colonial francés sobre Haití cuando se abusó de la tierra y los bosques, lo que hace que grandes extensiones del país sean estériles e infértiles.

Después de que Haití lograse liberarse del dominio colonial francés a principios del siglo XIX, cayó dentro de la creciente esfera de influencia de EE.UU. y no ha podido liberarse desde entonces. Estados Unidos no solo ocupó el país durante casi dos décadas e interfirió reiteradamente en sus asuntos, sino que hoy también está apoyando a un presidente muy impopular cuya dimisión sigue exigiendo el pueblo en sus protestas masivas.

Al tiempo que evita que el pueblo haitiano responsabilice a sus políticos y combata la corrupción, Washington también ha estado imponiendo políticas neoliberales en el país, lo que ha contribuido a su crisis económica.

El enfoque estadounidense de la economía haitiana ha sido predominantemente extractivo. El país tiene aproximadamente 2.000 millones en depósitos minerales explotados principalmente por corporaciones estadounidenses y canadienses.

Es hora de la justicia climática

Es hora de que el mundo comience a prestar atención a lo que está sucediendo en Haití, porque su crisis ilustra lo que sucederá al resto del mundo si las políticas neoliberales y neocoloniales continúan dominando la economía global.

Los haitianos ahora han despertado con la idea de que la economía de libre mercado al estilo estadounidense solo empeorará su creciente crisis frente al cambio climático y el subdesarrollo. Han estado luchando por su cuenta, totalmente conscientes de que sus élites nacionales no abordarán sus preocupaciones y solo podrán permanecer en el poder debido a la intervención de Estados Unidos.

Hasta este momento, el movimiento internacional de acción climática ha ignorado por completo lo que ha estado sucediendo en Haití. Si bien los llamamientos para un nuevo acuerdo verde global son encomiables, no pueden ignorar la continua injusticia climática que está ocurriendo en lugares como Haití.

Si realmente va a haber un «nuevo» acuerdo, entonces no puede seguir el enfoque paternalista de «sabemos lo que es mejor para usted». Necesita dar cuenta de las realidades en el terreno en el Sur global, de manera que no cause más daño que beneficio.

La transición a un nuevo sistema energético solo puede tener éxito si se reconoce el poder que el Norte global aún tiene sobre el Sur y la necesidad de justicia climática.

La acción climática solo puede generar un statu quo nuevo y sostenible si reconoce la acción y la experiencia de los países en desarrollo y los movimientos indígenas, de la clase trabajadora y campesina, y se basa en este conocimiento.

En Haití, el apoyo debe extenderse a los haitianos negros de la clase trabajadora, que constituyen la mayoría de la población, y satisfacer sus necesidades básicas. Las protestas populares y sus demandas deben ser respaldadas y se debe facilitar un proceso de asunción de responsabilidades.

El país también necesita una importante inversión sin compromisos realizada bajo un escrutinio anticorrupción para ayudar a alejar su economía del extractivismo y la dependencia de la exportación de recursos y ponerla en un camino hacia el desarrollo verde. Solo entonces puede comenzar el proceso de construcción de resiliencia climática bajo el liderazgo de los propios haitianos. De hecho, Haití será la primera gran prueba para el movimiento transnacional de justicia climática. Si no se hace justicia climática con los haitianos, entonces el nuevo acuerdo verde global está condenado al fracaso.

* Economista político con experiencia en política climática en el Caribe y América Latina. Publicado en Al Jazeera. Traducido del inglés para Rebelión por J. M.


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