Argentina | Ciencia en crisis: «Estamos poniendo plata de nuestro bolsillo para seguir investigando»

955

Argentina | Ciencia en crisis

Por Nadia Luna

El incendio comenzó en el laboratorio de química el 27 de diciembre por la madrugada. Al parecer, se soltó la manguera de una bomba de agua y mojó un circuito eléctrico. Las sustancias reactivas hicieron el resto. No hubo heridos, pero el laboratorio del Instituto Argentino de Oceanografía (IADO), en Bahía Blanca, quedó destruido y gran parte del edificio sufrió daños. Los investigadores estimaron el valor de las pérdidas en $20 millones. Sin embargo, el Conicet solo envió $500.000.

«No te puedo explicar la angustia de algunos compañeros que perdieron años de trabajo», dice Celeste López Abbate, investigadora del IADO, perteneciente al Conicet y a la Universidad Nacional del Sur. Todo estaba impregnado de hollín. Tuvieron que tirar muchos muebles y comprar otros con su plata.

El marido de Celeste donó la pintura de su negocio y un carpintero les hizo alacenas sin cobrarles la mano de obra.

Tuvimos que limpiar y pintar las oficinas nosotros. Lo único que pudimos cubrir con lo que mandaron fue la limpieza de residuos tóxicos. – Celeste López Abbate

«Nunca vino nadie del Conicet a ver qué pasó. Tuvimos que limpiar y pintar las oficinas nosotros. Lo único que pudimos cubrir con lo que mandaron fue la limpieza de residuos tóxicos», cuenta.

Celeste estudia los procesos de captación de dióxido de carbono en la plataforma argentina. Su trabajo depende de la iniciativa Pampa Azul, impulsada por el ex Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MinCyT) y enmarcada en la Ley 27.167, que establece un presupuesto anual de $250 millones para la realización de campañas oceanográficas. En 2018, solo se ejecutaron 7 millones, por lo que las campañas se redujeron de 18 a 3. Para continuar con sus proyectos, Celeste y otros colegas tuvieron que sumarse a barcos de otras instituciones que los recibieron «medio de gauchada».

Varias veces pensó en irse del país.

– Para este Gobierno, la ciencia no es prioridad y lo demuestra con hechos. Elimina el Ministerio, no paga subsidios, no tiene un plan. Porque no es que recorta acá y lo pone allá. Es pegar el hachazo y nada más.

El pasado 8 de mayo, el país amaneció hablando de la científica que fue al programa de TV ¿Quién quiere ser millonario? a buscar fondos para seguir trabajando. El caso de Marina Simian, investigadora del Conicet en la Universidad Nacional de San Martín, se difundió tanto que tuvo dos logros inéditos: que el reclamo llegara a personas ajenas al ámbito académico y que el presidente Mauricio Macri la recibiera. Ni los tres años de movilizaciones, ni las tomas del ex-MinCyT (degradado a Secretaría en 2018), ni la carta firmada por 245 directores de institutos que no podían pagar la luz lograron eso antes. Dos semanas antes de las PASO, Simian firmaba la carta de los intelectuales en apoyo a la candidatura de Mauricio Macri.

El Conicet es el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en Argentina, con 290 institutos nucleados en 16 Centros Científicos Tecnológicos (CCT). Fue creado en 1958 y atravesó varias crisis. Una de las más recordadas es la del 90, cuando el ministro de Economía Domingo Cavallo mandó a los científicos a lavar los platos. Esta vez, el Gobierno los mandó a un programa de televisión. También a limpiar pisos, hacer vaquitas, emparchar equipos y varias cosas más.

En Tucumán: hacer una vaquita

¿Te imaginás llegar a tu trabajo y que tu jefe te diga que tenés que poner dinero para pagar la luz? Así están hoy los institutos del Conicet. Ante la disyuntiva de cerrar o resistir, los trabajadores decidimos sostener los gastos indispensables de nuestro bolsillo.

El mensaje que se viralizó en redes el 6 de diciembre es de Luciana Cristóbal, profesional asistente en el Instituto de Biodiversidad Neotropical (IBN), que depende del Conicet y de la Universidad Nacional de Tucumán. Está situado en plena yunga junto a la Reserva Experimental Horco Molle, donde los científicos investigan la biodiversidad regional.

El año pasado, al igual que gran parte de los institutos del Conicet, el IBN solo recibió el 40% del monto que había tenido en 2017 para gastos de funcionamiento. La fuerte devaluación de agosto los terminó de complicar y, a fin de año, ya no tenían dinero para pagar la luz, la alarma ni el servicio de limpieza. Así que pusieron una alcancía y cada uno aportó lo que podía. «Yo pasé varias crisis como investigadora, pero era joven. Nunca me imaginé que a esta altura, con 59 años, iba a estar haciendo una vaquita para poder trabajar», dice Virginia Abdala, vicedirectora del IBN.

Nunca me imaginé que a esta altura, con 59 años, iba a estar haciendo una vaquita para poder trabajar. – Virginia Abdala

Está preocupada porque no puede pagar la publicación de los trabajos de sus becarias. En el ámbito científico, hay una frase que todos repiten como mantra: publicar o perecer (publish or perish). La cantidad de publicaciones en revistas científicas es un factor fundamental en la carrera de un investigador. «Para publicar en las revistas más prestigiosas, como Nature y Science, te piden US$2500 por paper: eso es mucho más que mi sueldo», dice Virginia.

Mientras trata de resolverlo, piensa en la próxima estrategia: «Estamos teniendo problemas de humedad en las paredes. Vamos a hacer una minga para comprar pintura y después nos juntaremos todos a pintar».

En Santa Fe: club del trueque

Para llegar al Conicet Santa Fe desde el centro de la ciudad, hay que atravesar el puente colgante. Del otro lado, junto a la Universidad Nacional del Litoral (UNL), hay un predio de 29 hectáreas que concentra varios institutos donde los investigadores ensayan una estrategia clave de supervivencia: el trueque.

Sergio de Miguel y Carlos Pieck son ingenieros químicos y trabajan en el Instituto de Investigaciones en Catálisis y Petroquímica (Incape – UNL / Conicet). Tienen varios proyectos parados porque la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (de la SeCyT) les debe subsidios. «Por eso recurrimos al trueque con otros grupos. Estamos intercambiando medidas de caracterización que nosotros podemos hacer por reactivos o gases que ellos puedan darnos», cuenta Sergio. Si un equipo se rompe, también tienen estrategias. «Hay un cromatógrafo que tiene una óptica que anda mal. La sacamos, hicimos un injerto y ma’o’meno funciona», se resigna Carlos.

Ulises Sedrán es el director del Incape y del CCT. Recuerda que atravesó varias crisis en la institución y que en el 87 pensó en abandonar. «Tenía dos hijos y no llegaba a fin de mes. Hoy muchos están en la misma situación», dice. Para Ulises, una falencia histórica es no haber consolidado la ciencia como política de Estado. «Este tipo de actividad no puede depender de la visión del Gobierno. Por eso estamos como estamos», señala.

Mientras idean métodos de rebusque, los científicos santafesinos organizan actividades para visibilizar el conflicto. Hasta Carlos, que siempre fue un poco reacio a las manifestaciones, comenzó a participar. Sergio destaca la fuerza del movimiento de los becarios.

Sergio -Siempre les digo que un día se les va a caer el techo encima, van a correr la compu y van a seguir trabajando. El tema es hasta qué punto seguir, ¿no?

Carlos -Hay que seguir. Si no hacemos nada, es peor.

En el barrio de Belgrano: salir a la calle

Año 2000. Los científicos salen a la calle. En la multitud, sobresale una bandera argentina que reza: «No al recorte de presupuesto». Fue confeccionada por científicos de dos institutos del Conicet que comparten edificio en el barrio porteño de Belgrano: el de Biología y Medicina Experimental (IByME) y el de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología (Ingebi). Uno de los que sostiene la bandera es Lino Barañao.

Diecinueve años más tarde, la bandera vuelve a salir a la calle, pero Lino, exministro y actual secretario de Ciencia, ya no la sostiene. Quienes sí lo hacen son los becarios, investigadores, técnicos y administrativos que forman parte de la Comisión Interna IByME-Ingebi. En diálogo con Brando, cuentan por qué están en la lucha.

Mónica Goggero, administrativa del IByME -Soy recepcionista desde hace 28 años y dentro de poco me jubilo. Es la primera vez que paso una situación así. El Conicet no está reponiendo el personal que se jubila y mis compañeros están saturados de trabajo. En vigilancia, hay una sola persona y cuando se va a almorzar, la reemplazo yo. Se achicó todo.

Marina Fernández, investigadora del IByME -Los subsidios que ganamos no llegan y, si llegan, están devaluados. Lo que estamos haciendo con mi grupo es buscar fondos a partir de servicios a terceros. Otro problema es que en mi laboratorio no tenemos becarios. Por un lado, las becas no salen y, por otro, la gente ya no se quiere presentar.

Mauro Morgenfeld, investigador del Ingebi -La diferencia con el 2001 es que todavía tiramos un poco porque venimos de años de expansión del sistema. Igual, hay luchas que vienen desde hace tiempo, como la de los becarios, con reclamos históricos de recomposición salarial, obra social y licencia por maternidad.

Verónica Giammaria, técnica del Ingebi -La crisis puede resumirse en ese edificio que ves ahí (señala uno en construcción). Iba a ser el nuevo instituto del Ingebi pero está paralizado. Para que te des una idea, la loza se empezó a hacer mucho antes que el edificio que está en frente y ese ya está a punto de inaugurarse.

Patricia Saragüeta, investigadora del IByME – Para mí, lo más preocupante es la crisis de sentido que hay en la actividad. La gente deja de pensar en ciencia. A la pregunta sobre cómo hacemos para llenar los huecos de financiamiento, la respuesta es que no se llenan. Y lo que más duele es perder recursos humanos.

Marcelo Rubinstein, director del Ingebi -Algunos colegas no tienen ni para comprar el alimento para las ratas. Muchos se están yendo. No sé qué le pasó a Barañao. Es otro tipo. Él trabajaba en un laboratorio de acá abajo e hicimos algunos proyectos juntos. Pero una persona coherente tendría que haber renunciado. Todo lo positivo que construyó como ministro, él mismo se encargó de destruirlo.

Mónica interviene -Él dice que se queda porque, si no, la situación sería peor. ¿Pero qué sería peor que esto?

En Córdoba: investigar, barrer y limpiar

Ricardo Pautassi llega al instituto y pasa por la sala donde están las ratas. Hace frío y parece que el aire se rompió otra vez. Observa a las decenas de ojos rojos que lo miran. Si se estresaron, habrá que comenzar el experimento de nuevo. Sale y vuelve con un técnico.

-Hay que cambiar la válvula.

-¿Se podrá emparchar?

El técnico le explica que si la siguen remendando se va a romper en cualquier momento, pero Ricardo sabe que no hay opción. Después se dirige a su laboratorio, donde se encuentra con Macarena Fernández, su becaria. Ella lo saluda y le señala una planilla.

-Hoy te toca, eh.

Desde hace seis meses, los científicos del Instituto de Investigación Médica Mercedes y Martín Ferreyra (Inimec), perteneciente al Conicet y a la Universidad Nacional de Córdoba, se turnan para limpiar sus laboratorios y sacar la basura.

Ricardo es psicólogo y doctor en Ciencias Biológicas. Estudia los efectos del consumo de alcohol en la adolescencia. » Una pregunta básica como saber si una parte del cerebro tiene incidencia en la dependencia del alcohol requiere que yo bloquee esa parte con una droga. Pero cada una cuesta US$1000 y se me hace imposible costearlo», afirma.

El científico cuenta que cuando Macri recibió a Simian por su participación en el programa, Macarena se deprimió un poco porque sintió que todo lo que la comunidad científica venía haciendo no tuvo el mismo efecto. «Siempre nos queda la duda respecto de cuánto de la lucha en las calles se traslada efectivamente a las políticas de ciencia y tecnología. Me parece que hay como una supraestructura política que es la que toma las decisiones y a la que no estamos pudiendo llegar, ¿me entendés?», reflexiona.

Después agarra el secador y se pone a trapear.

https://bucket3.glanacion.com/anexos/fotos/19/3098919w740.jpg

En Quilmes: plata propia y fuga de cerebros

Alejandra Zinni es investigadora y egresada de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), donde también dirige el Departamento de Ciencia y Tecnología. Es hija de un obrero y un ama de casa y tiene el orgullo de ser primera generación de universitarios. Por eso le dolió tanto cuando el año pasado la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal dijo que «nadie que nace en la pobreza llega a la universidad».

«La universidad pública tiene un valor simbólico que ningún gobierno se había atrevido a atacar», remarca Alejandra. «En épocas de crisis, las universidades del conurbano reciben más estudiantes. Por eso, tenemos un menú subvencionado a $16 que incluye plato, soda y fruta. Para algunos chicos quizás sea la única comida del día».

Como investigadora, también sufre los embates de la crisis. El otro día, tuvo que poner su tarjeta de crédito para sacar de la aduana unos reactivos que había comprado. Otra estrategia es juntar plata entre varios grupos y comprar un equipo para todos. Además,

aceptan donaciones de empresas, como computadoras viejas que reparan haciendo vaquita.

La fuga de cerebros se siente fuerte todos los días. Acá los profesores nos están renunciando a razón de 2 o 3 por mes. – Alejandra Zinni

La escasez de recursos humanos también les pegó fuerte: este año fue el primero que no entró ningún investigador del Departamento al Conicet. En todo el país, hubo 2595 postulaciones, pero solo ingresaron 450. El área más perjudicada fue la de Ciencias Sociales y Humanidades. En Economía, por ejemplo, entraron 2; en Arqueología, 3; en Filosofía, 4. «Quizás el ajuste se siente más en disciplinas experimentales porque los insumos están dolarizados. Pero las ciencias sociales nunca son consideradas estratégicas y sufren campañas de desprestigio todo el tiempo», dice Alejandra.

Las consecuencias del desfinanciamiento se reflejan en una película que la Argentina ya vio varias veces y ella grafica así: «La fuga de cerebros se siente fuerte todos los días. Acá los profesores nos están renunciando a razón de 2 o 3 por mes».

En La Plata: estrategias colectivas

El Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (Inifta) es uno de los 30 centros nucleados en el Conicet La Plata. En junio, tuvieron una de cal y una de arena. Por un lado, inauguraron un laboratorio. Por el otro, se percataron de que el agua les llegaba a los tobillos.

«Acabo de revisar los caños y desagües y hay que cambiarlos, pero con el escaso presupuesto no podemos», cuenta Félix Requejo, director del Inifta. «La verdad es que, gracias al esfuerzo de una investigadora, pudimos abrir un laboratorio, pero gracias a las políticas públicas, tuvimos que cerrar tres».

Los otros institutos platenses están igual o peor. Para llegar al Instituto Argentino de Radioastronomía (IAR), hay que atravesar altos pajonales porque hace rato que no se corta el pasto. En el Instituto de Física La Plata (IFLP) no pueden arreglar los ascensores y tuvieron que clausurarlos. Otros centros ni siquiera tienen edificio propio y hacen malabares para pagar el alquiler. «Es una situación de completo abandono», sentencia Félix.

Por eso, los directores y directoras de La Plata se reúnen periódicamente para elaborar estrategias colectivas. «Básicamente, el objetivo es mantener los institutos abiertos -dice-. Esto se irá cayendo a pedazos y cada vez nos iremos achicando más hasta que tengamos otras políticas. Mientras tanto, la ciencia argentina va rumbo a la extinción».

Desde Puerto Madryn: el dilema

«Mi nombre es Juan Emilio Sala y soy investigador del Conicet en el Centro Científico Patagónico (Cenpat), de Puerto Madryn. Con algunos compañeros siempre hablamos de la elasticidad que tiene nuestro sistema. Las políticas neoliberales nos hacen creer que no podemos dejar de producir y que el sector se puede estirar como si fuese un elástico que nunca se corta. Esto me genera una fuerte contradicción. Pienso que cuando hay crisis tenemos que parar como cualquier trabajador, pero también sé que, si paramos, estamos frenando nuestra carrera y el desarrollo de la ciencia. Entonces la pregunta es: ¿hasta dónde está bien hacer de todo para seguir laburando?»

La Nación


VOLVER

Más notas sobre el tema