Sobre el bloqueo y «el país que ya no existe» – Por Franco Vielma
El embargo económico que hoy pesa sobre Venezuela mediante la formalización y agudización que fuera formulada el pasado 5 de agosto, abre un nuevo episodio para la vida económica y social del país al corto y, probablemente, al largo plazo.
Desde las instancias actuales es todavía difuso para las grandes mayorías nacionales, dilucidar la dimensión profunda de este evento y otros que han transversalizado la vida económica nacional en los últimos años.
Para acercarnos a una aproximación, acudamos a un breve relato.
Carlos es un venezolano de mediana edad que hoy vive en un país vecino. Hasta hace apenas unos años vio de cerca la última bonanza venezolana, viajó al extranjero con dólares subsidiados que le ofreció el Estado, consumía, se acomodó como cualquier ciudadano de clase media y era un venezolano «típico», de fiestas y encuentros con amigos los fines de semana, todo ello aupado en el marco de una economía en expansión que, mediante la política estatal, realizó actos de distribución social de la renta petrolera en modalidades directas y otras indirectas por vía de subsidios.
Ya saben a qué economía venezolana apunta la referencia. Tales condiciones no le son ofrecidas en Venezuela hoy, por eso Carlos no regresa.
Hoy, Carlos dice extrañar Venezuela y más allá de los afectos y lugares, extraña la forma en que él vivía, las cosas que hacía y los detalles de su cotidianidad. La «tragedia» de Carlos, que pesa en sus adentros estando fuera, yace en el «país que ya no existe», según sus palabras.
Pero la verdadera tragedia, así sin comillas, es más profunda. Es probable que el país en que Carlos vivió, en realidad, nunca existió.
El largo episodio del rentismo
La cuestión venezolana ha estado delineada por la materialidad que se impuso en el modelo capitalista rentista, una construcción económica que ha trascendido la historia económica y social del país durante los últimos 100 años y que también ha subrayado el devenir político.
Sin ánimos de hacer un recuento de la conocida historia, es indispensable recordar que las últimas más grandes inflexiones de la vida nacional tuvieron un claro vínculo con el destino y la salud del modelo rentista petrolero. El viernes negro de los 80, la crisis y auge del neoliberalismo a finales de los 80 y principios de los 90 y, en los últimos años, la pugna por el poder político mediante una economía caotizada y en guerra.
Un común denominador en estos eventos fue la pérdida neta de ingreso de renta y las subsiguientes crisis monetarias que devaluaron de manera diferenciada la materialidad conformada alrededor de la médula petrolera. Estos eventos, con sus particularidades y motivos, han tenido a la renta petrolera como un importante sigma, un punto de bifurcación que trazó la política, la subjetividad y también el clima socioemocional del país.
La lógica del modelo rentista es el epicentro conceptual adonde es dirigida la artillería que hoy intenta desmantelar al Estado-nación venezolano, concretamente por obra de Washington y la agenda destituyente que hoy se desarrolla ordenadamente.
Mirando los adentros del embargo y asfixia económica que la Administración Trump ha instrumentado, todos los caminos conducen a la desfiguración del rentismo venezolano, no sólo por ser un punto débil esencial de la vida económica, sino por ser, evidentemente, el alma de las relaciones materiales y subjetivas del país.
El bloqueo a las exportaciones petroleras, la inhabilitación de la nación de los mercados financieros, el bloqueo a otras exportaciones estratégicas del Estado (como el oro), la asfixia al relacionamiento comercial nacional, las presiones incluso contra factores del sector privado nacional y extranjero que de manera directa e indirecta tengan asociaciones con el Estado venezolano y paremos de contar, son actos diseñados para generar una onda expansiva en todo el entramado de relaciones económicas, y por ende sociales, en Venezuela.
Esto aplica desde la supresión de las exportaciones del Estado para captar divisas, hasta la capacidad del Estado para colocar insumos en un hospital. Desde la procura de un megatransformador para estabilizar el sistema eléctrico, hasta para la compra de alimentos en el extranjero. Desde la adquisición de equipos para producir gasolina, hasta para equipar los servicios de telecomunicaciones.
Pero más allá del Estado, el bloqueo apunta a la salud del sistema de empresas privadas de Venezuela, que tienen una cualidad histórica parasitaria y dependiente de la renta, vinculados siempre directa o indirectamente con el Estado.
El bloqueo también degrada las formas de capacidad adquisitiva en todos los tramos de la vida económica, acelerando y profundizando la inflexión que vino desde 2014, cuando cae el precio petrolero y tiene lugar el sabotaje económico interno que ha disfigurado la vida nacional.
Es así, entonces, que las medidas coercitivas y unilaterales contra Venezuela se suman como un nuevo cenit en la remodelación cruenta de la vida nacional, deformando al rentismo y sus derivaciones concretas y subjetivas.
Al degradar la materialidad, el pesar venezolano se impone como una gran inercia de malestar e incertidumbre por el estado de la economía.
«El país que ya no existe»
Llamémoslo, también, el país que tal vez nunca existió o que tal vez nunca debió existir.
Venezuela también ha sido forjada a expensas de los espejismos formulados alrededor de las bonanzas y mieles del rentismo, como construcción económica en él yacen elementos de maneras profundas y en ocasiones insondables.
Veamos en esa quimera, el país que nunca existió, en realidad.
Además, hoy la lógica de funcionamiento del país está siendo desestructurada por el bloqueo. No hablemos solo del Estado y su expresión concreta , el gobierno, hablemos también de las formas de acumulación (económica y política) transversales a la vida nacional como las conocíamos, y cómo en la vorágine del bloqueo, se están yendo al traste.
Esta enorme turbulencia está poniendo al relieve el hecho de que lo que hemos entendido como «país» ha sido una seguidilla de escenas breves en el extenso episodio histórico del rentismo venezolano, como una construcción sin formalidad, sin consistencia, adquirida mediante los parpadeos de la economía petrolera.
La referencia apunta al país que arreglaba todo «a realazos». O de cómo la política y las relaciones entre los factores de poder se han cabildeado a expensas de cuotas formuladas alrededor de concesiones a partir de la renta. O de cómo durante prolongados ciclos, la economía se mantuvo «estable» a expensas de los petrodólares. O de cómo en la sociedad venezolana se estructuraron conceptos sobre el bienestar, el consumo, la «alegría», la «venezolanidad» y otros afines, claramente atravesados por un sentido identitario forjado a la sombra de la renta.
Todo eso se ha ido al traste a cuentagotas en los últimos años, y justo ahora el proceso se decanta, se acelera por obra del bloqueo económico. Las formas de gestionar la economía, la política y la sociedad, como las conocíamos, se están agotando. Estamos en el punto de sucesión entre el país que creíamos que existía, a otro que está comenzando a existir, a otro que está siendo forjado por las deformaciones del bloqueo.
Es indispensable desde este punto asumir que el país que creíamos que existía, en realidad nunca debió existir. Es ese un debate viejo, surgió desde las primeras expresiones sobre el «excremento del diablo» y otras afines. No es cuento nuevo. Pero esa construcción material y subjetiva está siendo remodelada.
Ahora bien, ¿es eso algo necesariamente trágico? Aunque difícil, no lo es.
Volviendo a la historia de Carlos, aunque él piense en los McFlurrys que ya no puede pagar o el teléfono Samsung que no puede comprar en Venezuela, él ha interiorizado de alguna manera (por supuesto, culpando a Maduro y siendo inmensamente miope) que el país que era Venezuela «ya no existe».
Y de alguna manera tiene razón, aunque lo vea desde la tragedia.
Para los sectores dirigentes de la política venezolana se hace imprescindible, ahora, entender que Carlos tiene razón, pero también asumir en simultáneo que ello en realidad es un espacio de oportunidad política. El rediseño en caliente que hoy concurre en la política se impone como nueva ley de gravedad, y navegarán en ella con eficacia quienes asuman con afinada claridad que todas las reglas están cambiando.
El momento, por el contrario, parece perfecto para asumir ese proceso de remodelación, también mediante mano propia, sin que todo quede en manos de los vientos del bloqueo y los intentos de desmembramiento de la República que hoy nos asedian.
Las circunstancias parecen apuntar a repensar el país. Yo me atrevería a ir más allá. Parecen apuntar a pensar un país, de manera definitiva, en lugar de que consideremos refaccionar la factoría y mina petrolera que hemos sido.
La contención y clausura temporal que el bloqueo intenta producir en Venezuela sobre su aparato de renta, es el estruendo económico más importante en Venezuela en los 100 años de rentismo, y en esas circunstancias navegaremos.
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