PASO 2019. ¡No maten al mensajero! – Por Matías Triguboff y Pablo Garibaldi
Las elecciones primarias celebradas el último 11 de agosto han mostrado un respaldo mayoritario de la ciudadanía a la fórmula presidencial del Frente de Todos, integrada por Alberto Fernández y Cristina Fernández. Esta fórmula obtuvo prácticamente el 50% de los votos válidos positivos emitidos, y una diferencia muy significativa -y de difícil reversión- respecto de la oferta oficialista liderada por el presidente Mauricio Macri, la cual contó con el apoyo de apenas un tercio de los votos. Este escenario convierte de hecho a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) en una primera vuelta, ya que estas inciden en las expectativas y estrategias de los votantes y de las élites políticas. En el último tiempo se puso en cuestión esta herramienta institucional y sus consecuencias no deseadas.
Siempre que surge un cuestionamiento a una herramienta institucional, es importante tener una mirada más allá de la coyuntura. Básicamente, las instituciones generan incentivos y restricciones al comportamiento de los actores. Al mismo tiempo, las prácticas y reglas responden a las preferencias e intereses de los individuos y organizaciones. La clave está en poder tener una mirada de mediano plazo que permita ponderar las ventajas y desventajas de un diseño institucional. La creación de las PASO buscó fortalecer los partidos, fomentando su democracia interna, mediante la participación de la ciudadanía en la selección de candidatos. También apuntó a reducir la cantidad de fuerzas partidarias en el sistema y a reorganizar la competencia en torno a un eje ideológico.
Desde su puesta en funcionamiento a nivel nacional en 2011 las PASO muestran un desenvolvimiento irregular. En términos generales, se observa que no fueron utilizadas extendidamente por las fuerzas políticas. Dicho de otro modo, en gran parte de las contiendas no hubo más de un candidato por categoría. No obstante, en los casos utilizados cumplieron su objetivo en términos de permitir un mayor protagonismo de la ciudadanía en la selección de representantes. Entre los casos más significativos podemos mencionar la compulsa en la Alianza UNEN para los cargos de diputados nacionales de la Ciudad de Buenos Aires en 2013 (Carrió, Lousteau, Gil Lavedra e Hipólito Illia), la competencia en la Alianza Cambiemos para el cargo a presidente de la Nación en 2015 (Macri, Sanz y Carrió) y recientemente la elección del candidato a gobernador por el Frente Todos en la provincia de Santa Fe (entre Perotti y María Eugenia Bielsa).
Un objetivo de las PASO que parece relativamente satisfecho es la reducción del número de partidos en las elecciones generales. También contribuyeron al ordenamiento ideológico de las ofertas partidarias, consolidando una propuesta de izquierda (Frente de Izquierda y de los Trabajadores), centro izquierda (Frente para la Victoria – Frente de Todos) y centro derecha (UNEN- Alianza Cambiemos- Juntos por el cambio).
Quizás la crítica más importante a las PASO esté asociada a que incentivan fuertemente el voto estratégico en un contexto de nula o baja competencia interna. Más precisamente al hecho de que en las elecciones generales la ciudadanía, en lugar de votar a su primera preferencia, intenta influir entre los partidos más votados a partir de los resultados obtenidos en las PASO. Pero si en las PASO sólo participaran aquellos partidos que tienen más de un candidato para la categoría en disputa, ¿qué sucedería con los electores que no quieren participar de la interna de ese partido?: ¿ deberían participar en esa interna a pesar de que no sea su partido de preferencia? ¿deberían votar en blanco?
Mucha tinta se ha destinado para descifrar las causas del resultado electoral registrado en las últimas elecciones primarias. Habría que agregar la evidencia de un efecto económico regresivo hasta ahora inobservado. Debido a su carácter obligatorio, las PASO pueden anticipar el triunfo de un candidato presidencial opositor sin consagrarlo como presidente electo, si este alcanzara -como ha sucedido- cómodamente los requisitos de mayoría que lo convierten en ganador de la contienda. De este modo, las primarias anticipan la derrota del oficialismo y nominan al próximo presidente, pero no lo designan como tal. Este escenario intensifica la incertidumbre económica que caracteriza a todo año electoral, contamina las expectativas de inversores, agrava el desempeño de una macroeconomía frágil y atravesada por intensas disputas distributivas y, finalmente, torna inviable la gestión de la transición presidencial.
Ahora bien, con o sin PASO, la relación entre elecciones, política y macroeconomía siempre ha sido conflictiva. El problema radica en cómo llevar adelante una transición presidencial ordenada con un gobierno débil en lo económico, pero sobre todo en lo político. Se puede preguntar si no hubiera sucedido lo mismo después de las elecciones generales del 27 de octubre. La diferencia es que ya tendríamos presidente electo. No obstante, seguimos sin poder garantizar una transición ordenada y previsible. La duda entonces sería: ¿es posible una transición ordenada cuando gobierna un partido de centro derecha que será sucedido por un partido de centro izquierda?
Tres argumentos han intentado dar cuenta de este vínculo crítico entre elecciones, política y macroeconomía. La literatura del political business cycle sostiene que hay ciclos en las variables económicas -crecimiento, inflación, desempleo, tipo de cambio- inducidos por factores políticos. En su versión “oportunista tradicional”, se afirma que los gobiernos implementan, en la etapa preelectoral, una política económica orientada a maximizar su rendimiento en las elecciones, la cual agrede el desempeño macroeconómico de largo plazo. Dado que la economía importa a la hora de decidir dónde cada uno coloca el voto, la política intenta proveer beneficios materiales individuales a los ciudadanos. En tiempos postelectorales, por el contrario, la política ajusta la economía.
En la versión “oportunista empírica” del political business cycle, las variaciones del comportamiento macroeconómico no responden al modelo tradicional. Es decir, las elecciones no desalientan políticas macroeconómicas saludables ni favorecen el expansionismo inflacionario orientado a la conquista de votos. Bien por el contrario, la competencia electoral opera como un catalizador que termina erigiendo una nueva administración con “capital político” para reparar una economía que arrastra fuertes desequilibrios (declive del ingreso per cápita, alta inflación, depreciación del tipo de cambio, desempleo en alza) generados por una recesión que precede largamente a la competencia electoral. Emerge así una lógica de anti political business cycle.
Por último, en un modelo partidario del political business cycle, las variaciones macroeconómicas son motivadas por desacuerdos ideológicos y programáticos entre los partidos que compiten, más precisamente acerca del equilibrio entre los niveles de inflación y desempleo. Las diferencias principales en la gestión y resultados económicos se observan de forma transitoria y se concentran en el inicio del mandato. Según este modelo, los partidos conservadores priorizan una lucha temprana contra la sistemática evolución ascendente de precios y generan recesión con sus políticas de estabilización. Pero luego del ajuste, la reactivación se hace notar con antelación a las elecciones y no es enfriada si la inflación asume valores moderados. Por otro lado, los gobiernos de izquierda, cuando son electos, estimulan rápidamente una expansión económica. No obstante, cuando la inflación empieza a elevarse, estos gobiernos aceptan una tasa de crecimiento más baja en períodos preelectorales debido a que el aumento sostenido de precios pasa a ser percibido masivamente como el problema económico principal del país.
Por lo expuesto, el patrón de “stop and go” a lo largo del mandato de los gobiernos conservadores -estabilización inicial y recuperación en las vísperas de las próximas elecciones- es también consistente con la “versión tradicional” del political business cycle, aunque el mismo no se observa en las administraciones de izquierda. Estos ciclos partidarios, sin embargo, tienden a mostrar resultados menos deseables en países polarizados y políticamente inestables. En estos últimos, las alternativas electorales ofrecen políticas económicas marcadamente divergentes y los actores persiguen metas de corto plazo. Esta divergencia programática incrementa la incertidumbre económica y desestabiliza las expectativas, contribuyendo a una situación crítica.
Teniendo en cuenta estos tres argumentos, la agudización de la inestabilidad macroeconómica post PASO parece estar asociada a un patrón anti political business cycle en un contexto de polarización política. Por un lado, el desempeño macroeconómico de la administración Macri arrastra graves desequilibrios con notoria antelación a las primarias. Adicionalmente, la debilidad electoral del presidente, exhibida de manera patente el último 11 de agosto, le impide conducir un plan efectivo de estabilización que reduzca la incertidumbre de la alternancia hacia una política divergente.
¿Es posible reducir la incertidumbre económica surgida de la alternancia política? Para esto se requiere un acuerdo entre las diferentes ofertas políticas en torno a reglas que restrinjan el poder discrecional de los gobiernos. Puesto de otro modo, estas reglas consensuadas implican un grado de coordinación política intertemporal entre gobiernos que redundaría en beneficios compartidos entre todos los candidatos competitivos si se reduce la excesiva variabilidad potencial de políticas partisanas y el uso electoral de la gestión macroeconómica.
Para concluir, el escenario configurado por las últimas elecciones primarias anticipó la derrota del oficialismo y nominó al ganador de la contienda sin consagrarlo como presidente electo. Esto, sin embargo, no debería impedir la cooperación intertemporal propuesta. Las transiciones presidenciales exitosas comienzan en la fase preelectoral -y deben hacerlo si pretenden llegar a un horizonte promisorio-, tanto en la designación por parte de cada una de las fuerzas políticas de un equipo dedicado a preparar el posible arribo a la gestión como en los intercambios de información, planes y perspectivas entre el oficialismo y los candidatos a sucederlo. Entonces, ¿las PASO son un problema o el simple mensajero de una debilidad estructural de la Argentina?
Matías Triguboff es Docente de la UNAJ y de la UBA. Investigador Asistente CONICET. Director del Proyecto PIO CONICET-UNAJ “Tramas asociativas, organización social y estado. Indagaciones en el período pos- convertibilidad en el territorio de Florencio Varela”.
Pablo Garibaldi es Licenciado en Ciencia Política (UBA) y Magíster en Economía Política (FLACSO). Actualmente realiza el doctorado en Ciencias Sociales (UBA).
Dicta o ha dictado cursos de ciencia política en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad de San Martín y en la Universidad Torcuato Di Tella