¿Hacia una nueva ola de independencias? – Por Esteban Torres, especial para NODAL

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¿Hacia una nueva ola de independencias?

Por Esteban Torres

El movimiento histórico de América Latina se viene conformando desde las invasiones española y portuguesa en un juego de apropiación mundial a partir de la interacción entre oleadas de integración desde arriba, oleadas de independencias y oleadas de integración desde abajo. Las primeras se correspondieron con movimientos duraderos de apropiación descendentes y las dos restantes con procesos más inestables de apropiación ascendentes. Mientras que las oleadas desde arriba se precipitaron desde los centros globales dominantes (primero España y Portugal; luego Inglaterra y actualmente Estados Unidos), las oleadas desde abajo fueron movimientos de contestación y de unificación desplegados desde los propios enclaves periféricos. Las olas de independización condensaron en su avance las primeras fuerzas de ruptura y de debilitamiento de las olas de integración desde arriba, así como las primeras combustiones necesarias para la generación de olas de integración desde abajo. A lo largo de la historia de América Latina es posible observar que no todas las olas de independencias lograron conducir sus impulsos de ruptura, más o menos reactivos, hacia la conquista de una potencia colectiva con la envergadura suficiente como para poder precipitar olas de integración regional desde abajo.

Con la estabilización de las primeras revoluciones a principios del siglo XIX se crearon los estados en la región como estados periféricos, supeditados estructuralmente a los estados dominantes del Centro. A partir de la conformación de su infra-estructura periférica el estado latinoamericano fue evolucionando a lo largo de la historia atendiendo a dos formas generales: una forma vasalla y una forma autonomista. Desde aquellos tiempos revolucionarios hasta hoy la precipitación de olas de independencias en América Latina dependió del avance de experiencias de construcción de estados autonomistas que se fueron influenciando unas a otras pero rara vez estuvieron coordinadas entre sí. En cambio, el despliegue de las olas de integración desde abajo necesitó en todos los casos de la concertación de al menos tres estados autonomistas de las cinco principales economías de la región. Tal escala de acumulación de efectos autonomistas se convirtió en el piso a partir del cual las fuerzas rebeldes pudieron aspirar en términos realistas a una expansión política y económica horizontal a gran escala en la región. A partir del siglo XX, con el avance del proceso de interdependencia global, Argentina y Brasil se convirtieron, cada una por su cuenta, en piezas imprescindibles para la creación de oleadas plebeyas en América Latina.

Dada la envergadura de sus economías, siempre bastó con que alguno de dichos países atlánticos se opusiera al proceso de integración autonomista para que éste no pudiera proyectarse como una ola expansiva. De este modo, si una resolución progresista exitosa del factor nacional resultó suficiente para desatar la creación de un estado autonomista, se hizo necesaria una construcción de alcance regional para sostener el avance de los procesos ascendentes de cada país periférico, así como para transitar hacia un proceso de integración desde abajo. La observación de este hecho social resulta fundamental a la hora de previsualizar el futuro de los procesos de cambio social en la región, en particular de aquellos considerados progresistas.

Con el previsible retorno al gobierno del peronismo progresista en la Argentina se abren nuevos interrogantes que movilizan los registros comentados. ¿Se iniciará en la Argentina un proceso de independización, destinado a transitar desde un cúmulo de micro-impulsos hacia nuevos macro-impulsos ascendentes? ¿Estaremos frente a un nuevo estado autonomista, así como frente a una constelación autonomista reforzada en la región con el impulso suficiente como para influir en el tablero político de Brasil? Dado que la reconversión autonomista del gigante latinoamericano es un requisito para la propalación de una nueva ola de independencias en la región, ¿estará el bloque regional autonomista en condiciones de mantener sus respectivos impulsos de independencia nacionales hasta tanto Brasil pueda cambiar de orientación? El escenario de previsible recomposición estatal de baja intensidad en la Argentina, ¿se estará desenvolviendo en el marco de la actualización ascendente de la gran ola imperial norteamericana iniciada a principios del siglo XX? ¿O será que los actuales procesos de cambio social en el país y en América Latina están siendo des-sujetados parcialmente por la descomposición gradual de dicha ola, en el marco de un deslizamiento estructural hacia una cuarta ola de integración comandada por la República Popular China? ¿Cuánto y cómo incidirán las luchas de macro-apropiación entre Estados Unidos, China y Rusia en los procesos de integración en América Latina? ¿Con qué alianzas y apoyos externos podrá contar el nuevo gobierno argentino para expandir el bloque autonomista en la región?

Dependiendo de cómo se despliegue el juego de apropiación mundial, lo que puede ocurrir con la llegada al gobierno del binomio Alberto Fernández – Cristina Fernández, es que comience a extenderse por el país macro-impulsos de independencia con posibilidades de incidir en la proliferación de nuevos gérmenes y micro-impulsos de independencia en un plano regional. Se puede esperar que el triunfo de los Fernández refuerce en el corto plazo el bloque inter-estatal autonomista en América Latina, principalmente a partir de una alianza política con el gobierno de López Obrador en México. La expansión de este núcleo progresista dependerá en lo inmediato de las voluntades y de la potencia que puedan reunir ambos actores para diseñar un nuevo armado autonómico en la región que logre reagrupar a los actuales gobiernos de Bolivia, de Uruguay y sobre todo de Venezuela. Tal proceso de convergencia liderado por los países progresistas más fuertes deberá ir acompañado de la reactivación de aquellos dispositivos de integración desde abajo que fueron relegados en los últimos años por el bloque inter-estatal vasallo y neoliberal que se expandió por la región. Me refiero sobre todo a la UNASUR, a la CELAC y a la agenda del Mercosur consensuada en la región antes del “giro a la derecha”. El éxito de tal recomposición institucional dependerá de la posibilidad de debilitar el Prosur, la Alianza del Pacífico y el Grupo de Lima, por ser éstos los principales dispositivos neoliberales que hoy aglutinan a los estados vasallos de la región. La auspiciosa conformación del Grupo de Puebla este año, con la participación de Alberto Férnandez y de una fracción considerable de los principales líderes progresistas de la región y de España -actualmente en funciones de oposición- es un indicio del modo en que podrían reorganizarse los programas integracionistas hacia el futuro. En cualquier caso, de concretarse el nuevo bloque de gobiernos progresistas indicado, y de contar con las alianzas externas suficientes en cantidad y en potencia, posiblemente se pueda incidir de modo significativo en la expansión del proceso de germinación independentista en Brasil, así como en la potenciación de sus impulsos ascendentes. De esa manera se podrán generar oportunidades para caminar hacia el triunfo electoral de alguna fuerza autonomista en el país vecino. Recién a partir de una reconversión autonomista de Brasil y del impacto que ello traería aparejado en el tablero regional se podrá iniciar la desactivación de la tercera ola de integración desde arriba que en la actualidad está conduciendo el saqueo a gran escala de América Latina. Finalmente, la concreción de un nuevo “giro a la izquierda” en América Latina dependerá de las posibilidades concretas de Argentina de reducir la nueva dependencia económica generada en torno a su brutal deuda externa, así como de una evolución favorable del juego de apropiación mundial. En relación a éste último, si China y Rusia logran sostener su avance económico sobre la región, desplazando a empresas e intereses norteamericanos, se pueden generar nuevos relajamientos en las formas de dominación de Estados Unidos sobre nuestro continente. En cualquier caso, hay motivos suficientes para ilusionarse con la llegada del nuevo gobierno, y al mismo tiempo razones suficientes para moderar toda expectativa de cambio estructural.

*Profesor de sociología en la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina


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