Chiquitanía: antes y después – Correo del Sur, Bolivia
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Hace algo más de un mes, cuando los incendios en la Chiquitanía y la Amazonía estaban en vías de alcanzar la pavorosa magnitud que hoy lamentamos, quedó claro que el desastre marcaría una muy profunda línea divisoria en la conciencia colectiva. Algo equivalente a lo que ocurrió a causa del accidente de la central nuclear de Chernóbil en abril de 1986 o del de Fukushima en marzo de 2011.
Fue tan fuerte el impacto que los casos de esas centrales tuvieron en la opinión pública del planeta entero, que las élites gobernantes de los países más importantes del mundo se vieron obligadas a atender los llamados a una rectificación de las políticas públicas, hasta entonces proclives a favorecer el uso de la energía nuclear. Ambas tragedias marcaron un antes y un después de modo que, aún hoy, ambas experiencias son referentes principales cuando se trata de tomar decisiones sobre el tema.
No es exagerado atribuir similar importancia a lo que está ocurriendo estos días en los bosques secos chiquitanos y en las selvas de la Amazonía boliviana y brasileña. No lo es, porque las dantescas imágenes que a diario dan cuenta de la voracidad con que las llamas devoran esos vastos espacios, su vegetación y su fauna son tan espantosas que logran sacudir las fibras íntimas incluso de quienes más despectivamente se refieren a la responsabilidad humana sobre el futuro de nuestro planeta.
Pues es a escala planetaria que se produce ese sacudón conciencial. No podía ser de otro modo, puesto que una de las características de la era en que vivimos es que las noticias e informaciones, las imágenes y las ideas, se mueven con tal fluidez que a su paso se borran las distancias geográficas, culturales, políticas e ideológicas. Sobre todo cuando se trata de las generaciones jóvenes, desastres como la devastación de los bosques chiquitanos o de las selvas amazónicas, el derretimiento de los glaciares o el envenenamiento de los mares son sufridos como propios.
Si eso ocurre a escala global, no podría esperarse menos del impacto que la masiva destrucción de la que estamos siendo testigos directos tiene y tendrá en la conciencia colectiva de la población boliviana. A partir de ahora, quedará nítidamente trazada la línea que separa dos posibilidades de futuro. Y nadie podrá excusarse de la necesidad y obligación de elegir el rumbo a seguir.
Ese dilema es transversal y tendría que ser unánime, como definitiva será la opción entre ignorar las lecciones de este desastre o aprender de ellas y ejercer una vigilancia severa sobre nosotros mismos y los posibles depredadores.