Brasil: desastre ambiental deja río muerto

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Tres años después del vertido de toneladas de lodo cargado de minerales pesados que arrasó con un pueblo en Minas Gerais, poco se ha avanzado en la recuperación de la zona afectada.

El 5 de noviembre del 2015 se produjo la peor catástrofe ambiental en el estado suroriental de Minas Gerais al romperse los diques de contención de las represas Fundão y Santárem, controladas por la empresa Samarco Mineração, proyecto conjunto de las dos principales mineras del mundo, la brasileña Vale y la anglo-australiana BHP Billiton. Los embalses fueron construidos para depositar los residuos provenientes de la extracción de mineral de hierro en diversas minas de la región.

La localidad de Bento Rodrigues, a 35 km de la ciudad de Mariana, unos 120 km al sur de Belo Horizonte, la capital del estado, fue arrasada por el lodo, dejando 19 muertos, 14 de ellos trabajadores de la empresa. Los 650 km del cauce del río Doce y sus afluentes Gualaçu del Norte y Carmo, hasta su desembocadura en el Atlántico, fueron contaminados por más de 40 millones de TM de lodo con alto contenido de metales pesados, incluyendo aluminio, mercurio, hierro, bario, cobre, plomo y boro.

Además, el derrame afectó a 230 municipios en Minas Gerais y Espírito Santo que se abastecen de las aguas de los mencionados ríos. Más de un millón de personas resultaron damnificadas y las comunidades de pescadores vieron desaparecer su única fuente de subsistencia. Ambientalistas consideran que es imposible recuperar los ríos y los residuos permanecerán por lo menos un siglo.

Según un reportaje de noviembre del 2017 del informativo español Público, “no sonó la sirena como se debería hacer en estos casos. Tampoco se atendieron las advertencias de la Secretaría de Medio Ambiente sobre la fragilidad del dique que contenía los residuos tóxicos de la minera. Trabajaban sin haber obtenido la renovación de la licencia ambiental. Y no disponían de un plan de contingencia y de prevención de riesgos actualizado. Así fue como el 5 de noviembre del 2015 se cumplieron todos los pronósticos. El dique de la minera Samarco se rompió y un mar de residuos tóxicos, concretamente 44 millones de metros cúbicos —el equivalente del contenido de agua de 17,600 piscinas olímpicas— acabó con la vida de 19 personas, la historia de 300 familias, y con el 80% del ecosistema de la quinta mayor cuenca hidrográfica de Brasil”.

Multas impagas

Samarco creó la Fundación Renova para encargarse de las indemnizaciones y reparaciones a los afectados. Público señaló que “los que tenían una casa pero la usaban como segunda residencia recibirían [el equivalente en reales a] 3,000 euros. Los que se quedaron sin su residencia principal, 6,000 euros. Y aquellos que perdieron a familiares, un total de 30,000 euros. Las 300 familias reubicadas deberían recibir un salario mensual de 350 euros por quedarse no sólo sin hogar, sino sin su trabajo: la agricultura y la pesca”.

El Instituto Brasileño de Medio Ambiente (IBAMA) y los gobiernos de Minas Gerais y Espírito Santo impusieron a Samarco multas por 552 millones de reales (US$145.5 millones), de las cuales sólo habría pagado el 1%. Samarco también fue acusada de falsificar documentos y ocultar la situación de la represa Fundão, según informaciones periodísticas.

Tras el desastre, el gobierno suspendió todas las actividades de Samarco. En ese momento, la empresa producía anualmente alrededor de 22 millones de TM de hierro.

Una delegación de la organización ambiental internacional Ecologistas en Acción visitó la zona del desastre a fines del 2017, encontrando que seguía cubierta por el lodo.

En Paracatu de Baixo, “río bueno” en lengua tupí, los 300 habitantes lograron escapar y ahora se encuentran refugiados en Mariana. “Perdieron su comunidad y sus medios de subsistencia”, señaló Martin Mantxo, uno de los integrantes de la delegación.

“Todo lo cubre un rojo que persiste en el suelo”, agregó. “La tierra no produce, sepultada por ese lodo mezclado con metales pesados. En los edificios y árboles, una marca muestra hasta dónde se inundó. Los árboles tampoco lucen ninguna hoja. El polvo de lodo está generando muchas enfermedades. Los niños que nacieron hasta entonces o de poca edad han desarrollado alergias y problemas respiratorios. A todo eso se suma la poca capacidad económica de los damnificados, aún peor tras la tragedia”.

En Bento Rodrigues, manifestó Mantxo, “los árboles muestran los 15 m de la altura que el lodazal cubrió. La riada entró pero al llegar a una zona estrecha de rocas, no pudo pasar y volvió con fuerza arrasándolo todo. Por el posible impacto de otro embalse, Bento Rodrigues fue desalojado”.

Sistema afectado

El 2 de octubre del 2018, tres años después del desastre, fiscales de Minas Gerais llegaron a un acuerdo final con Samarco para efectuar el pago de las compensaciones a los familiares de las víctimas, así como a quienes perdieron sus viviendas y otras propiedades. Aunque la empresa todavía no cumple con realizar las labores de limpieza y recuperación de la zona afectada, ya anunció que reanudará sus operaciones a principios del 2020.

Expertos, como el profesor Marcus Vinícius Polignano, que monitorea la actividad económica y su impacto ambiental en las cuencas hidrográficas de la región, citado por el portal español teinteresa en un reportaje publicado en noviembre del 2017, aseguran que un 80% del río Doçe está perdido. “La densidad de los residuos minerales y la pérdida de oxígeno del agua dejaron 11 TM de peces muertos en un caudal que por tramos aparece totalmente seco, obstruido por el barro”, dijo.

La afirmación de Polignano coincide con la investigación sobre la calidad del agua del río Doce llevada a cabo a fines del 2017 por la organización no gubernamental SOS Mata Atlantica que reveló que casi el 90% de los 18 lugares evaluados mostró una calidad mala o pésima: el agua no es apta para consumo humano.

El investigador Carlos Alfredo Joly, del Instituto de Biología de la Universidad de Campinas, aseguró a teinteresa que “todo el ecosistema está afectado, no estaremos vivos para ver una mínima recuperación de la vegetación perdida”, agregando que habrá “un efecto crónico: cuando llueva sobre el río, los residuos retomarán su camino hacia el mar y la contaminación del agua será intermitente”.

“La situación se puede resumir en dos palabras: río muerto”, lamentó Magalhães. “Ya no sirve para nada, ni para riego, ni para los animales, ni mucho menos para el consumo humano”.


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