La crisis del periodismo macho: ¿y si el feminismo fuera la respuesta? – Por Berta Gómez
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
Se puede decir que la crisis del periodismo ha alcanzado la categoría de fenómeno circular: opera debido a múltiples causas y a la vez sirve como justificación para la precariedad en los medios. Para quienes acabamos la universidad en los últimos diez años es además nuestro contexto laboral habitual, el único que conocemos. No tenemos respuesta para el cómo hemos llegado hasta aquí, ni tampoco ninguna certeza de que lo de antes fuera mejor.
Una radiografía de este escenario podría ser el libro del periodista David Jiménez publicado recientemente por la editorial Libros del K.O. El Director acumula la experiencia de estar al frente de un diario como El Mundo bajo el escenario de crisis: “El periodismo espectáculo y de tabuco, los sobresueldos, los periodistas anuncio, las prebendas institucionalizadas o la rendición frente al poder de la prensa tradicional, atrapada entre los acuerdos y la búsqueda de audiencias menos exigentes, habían llevado al oficio a su momento más bajo en democracia”. A esta enumeración sangrante de malas prácticas periodísticas le sigue una apuesta por la transformación digital del periódico, pero al mismo tiempo, Jiménez no se aleja de una visión nostálgica del oficio. Sirva como ejemplo la frase que le atribuye a uno de sus redactores jefes: “¡Qué ganas tengo de que pase la puta moda de internet!”.
El Director ocurre en una redacción, pero también en despachos, galas, restaurantes de lujo y otros ambientes ampliamente masculinizados donde los personajes femeninos representan contadas excepciones. Es lo que el periodista define como “machismo sutil”, y que supone, entre otras cosas, que el trabajo de las mujeres sea “juzgado con condescendencia”. Sin embargo, el machismo -sutil o no- que impregna el libro no está solo en los escenarios o en la infrarrepresentación de las mujeres; también aparece en las posiciones que ellas asumen en la trama, en el ramo de flores que le regalan a la mujer de Jiménez para que no se enfade por las ausencias de su marido o en la selección de lo que merece ser narrado: las continuas discusiones sobre los titulares de la portada contrastan con una ausencia total de conversaciones sobre cuidados.
El machismo que se dibuja en El Director no puede verse como un caso particular, sino como una representación de las formas habituales que rigen en el periodismo.
Alba Muñoz, periodista, escritora y columnista, explica esta situación desde su propia experiencia:“Como dinámicas habituales en las redacciones están el robo de ideas, la valoración de los errores femeninos en una escala Richter que nada tiene que ver con la que sacude al compañero, “gaslighting” [violencia luz de gas, que consiste en hacer a la mujer dudar sobre su percepción de la realidad] el asombro/miedo ante la ambición de las mujeres, el maltrato psicológico, tener que esforzarte más para conseguir la misma consideración que tus semejantes masculinos. Es una gran inercia que, si eres mujer, te apaga la voz y te ensombrece”.
Por eso, el machismo que se dibuja en El Director no puede verse como un caso particular, sino como una representación de las formas habituales que rigen en el periodismo: “A las mujeres nos cuesta ser reconocidas, ascendidas y tener un poder que vaya más allá de la gestión y la escritura invisible. En las redacciones habitan dos grandes tipos de especies, las mulas y los pavos reales. Las primeras son imprescindibles —¡qué haríamos sin vosotras!—pero difícilmente saldrán del establo. Los segundos se pasean enseñando su plumaje”, sentencia Muñoz.
Mientras asistimos a un creciente interés de los medios de comunicación por el feminismo en la selección de temas y tratamientos de la información, las estructuras hegemónicamente masculinas continúan vigentes de múltiples formas. Así lo confirma también Lola Fernández, de la Federación Española de Sindicatos de Periodistas: “Ese machismo se expande a las agresiones que sufrimos las trabajadoras, tales como el acoso sexual que sigue existiendo en las redacciones, o el ciberacoso, con tratos vejatorios de alto contenido sexual o con ataques a las familias de las periodistas. Estas fórmulas son muestras de la violencia machista, que no solo se ejercen desde fuera del medio, también desde dentro”.
¿Esto convierte al machismo en otro motivo de la crisis del periodismo? Para Muñoz no hay duda: “Se obvia la interrelación entre el patriarcado y el capitalismo, entre las megacorporaciones mediáticas que se nutren cada vez más de contratos precarios o de colaboraciones casi gratuitas y la feminización de la pobreza, entre las formas de negocio cortoplacistas, basadas en un crecimiento explosivo a toda costa y un espíritu de sacrificio —o motivación, según los términos más actuales— que se concretan en extras sin cobrar, discriminaciones salariales, jornadas inacabables sólo posibles con cuidados asegurados en casa, etc”.
Seamos realistas, hagámoslo rentable
Tanto en el estallido de esta crisis, como en su posterior enquistamiento en forma de precariedad, el concepto de rentabilidad se ha situado en el centro del debate. “Estaría bien que, para empezar, dejáramos de crear medios de comunicación como sueños húmedos de ególatras”, explica Anna Pacheco, periodista y escritora que ha trabajado para Vice y PlayGround, viéndose afectada en ambos casos por el colapso financiero de estas empresas. Para ella, una de las claves pasa por comprender qué designa la palabra “rentabilidad” en estos casos, y si se trata solo de una cuestión de hacer números: “Si en pos de esa rentabilidad nos encontramos con directivos completamente enajenados que solo quieren ver sus ganancias triplicadas año tras año sin importar el desastre que se haga a corto, medio o largo plazo, en ese caso entonces creo que vale la pena reconsiderar qué entendemos por rentabilidad”.
Muñoz cuestiona además la correlación entre rentabilidad y despidos que parece imperar tanto en los “nuevos” como en los “viejos” medios: “Centrarse en la rentabilidad no es la mejor forma ser rentable. Suena paradójico, pero es así. Las soluciones que se han venido aplicando —recortes en producción, precariedad, subcontratación— solo convierten el producto en más barato y menos atractivo”.
Por esto mismo la precariedad y las crisis cíclicas no pueden verse solo como resultado de agentes externos -los cambios en el algoritmo de Facebook, por ejemplo- sino como un problema endémico de la organización empresarial de estos medios. “No me vale que tu modelo sea rentable si para ello explotas a tus trabajadoras”, concluye Noemí López Trujillo, reportera “freelance”. “No me vale, en definitiva, que el modelo de negocio no tenga en cuenta el bienestar social así como el bienestar de sus empleadas y empleados”, añade.
Y ahora, ¿dónde vamos a trabajar?
Cuando en enero se anunció el cierre de Buzzfeed y un ERE en Playground que fulminaba a toda su redacción, muchos columnistas -casi autodenominados gurús de la comunicación- se mostraron satisfechos porque se hacía realidad eso que anunciaron desde hace tiempo: ellos sabían hacer periodismo y los demás no, alimentando la falsa dicotomía entre viejos y nuevos medios. “Algunos señores se piensan que el periodismo es solo una máquina de escribir y salir a la calle”, explica Belén Remacha, redactora de eldiario.es, quien recuerda que estos medios “podían llegar a tener mucho potencial para acercarse a las nuevas generaciones con otros formatos y herramientas como test o memes, porque el periodismo superpuro de raza no lo van a leer adolescentes”. Pacheco, por su parte, también reconoce que había elementos positivos: “Si bien considero que en algunos casos sus modelos de negocio pueden ser cuestionables, también admito que son los únicos espacios en los que he podido desarrollar mi trabajo como periodista en condiciones de bastante libertad y con un sueldo a final de mes”.
Y aunque puede que los motivos de estos ERE sean distintos a los que han sucedido en El Mundo o recientemente en El Periódico, lo cierto es que el resultado ha sido el mismo: decenas de periodistas se quedaron sin trabajo. “Lo triste es que en esta profesión nunca hacemos piña, sino que competimos”, declara Muñoz analizando los hechos.
Desde una visión más personal, López Trujillo afirma haber vivido el cierre de estas redacciones con “bastante desazón”, precisamente porque entiende que las opciones para ser periodista siendo mujer y llevar una vida digna son cada vez más reducidas: “Ese ‘hacer lo que me gusta’, aunque lo sigo haciendo, siempre es con muchas dificultades: cobrar poco, echar muchas horas, sentir que tu trabajo no es valorado, la sensación de que si no escribes cada semana no te van a pedir que publiques más… Eso me ha generado una ansiedad brutal y la necesidad de estar siempre ahí, sea cual sea el coste”. Y concluye con resignación: “Ahora mismo, lucho por ser realista en mis expectativas: no dejar que la maquinaria me consuma, intentar disfrutar las cosas que hago, llegar a fin de mes y tener un hijo algún día. Y en todo eso, pues intentar encajarlo con mi vocación. Pero soy consciente de que quizá no sea posible”.
El feminismo como solución y no como posibilidad
“¿Esto se arregla con llevar la paridad mujeres-hombres a las estructuras de los medios?”, se pregunta Lola Fernández. “De entrada, se arregle o no, la paridad debe ser reconocida y aplicada porque es un derecho y como tal debe de establecerse como premisa fundamental”, y recuerda que la Ley integral contra la violencia de género tiene un artículo, el número 14, específico para los medios de comunicación.
Más allá de los mínimos que establece la ley, el feminismo se abre como una posibilidad de mejora cualitativa e incluso cuantitativa en términos de negocio. Ana Requena, redactora jefa de género de eldiario.es, es contundente: “Aplicar la perspectiva de género es muy rentable a nivel económico”. Algo que se demuestra por ejemplo con la inversión que han hecho referentes internacionales como la BBC o The New York Times en herramientas para equilibrar la desigualdad de género. “Esto sucede por una razón muy sencilla: hasta hace poco las audiencias estaban muy masculinizadas, pero ahora hay muchas mujeres acercándose a los medios de comunicación. Tienes un público al que captar que no va a aceptar que se ignore a las mujeres sistemáticamente, que solo se den columnas a hombres o que tengas un tratamiento lamentable de la violencia de género o sexual”, explica Requena. “Quieren medios que también hablen de los cuidados, de la dependencia o de la discriminación salarial”, abunda.
Ella misma encarna una figura creada con el fin de velar por que las transformaciones feministas sean efectivas: “No quiero convertirme en una revisora de textos, se trata más de que haya una posición que intente ayudar a que la perspectiva de género se aplique de forma transversal en todo el medio”.
En esta dirección un caso de especial interés es la revista vasca Argia, que en vez de recurrir a un ERE afrontó su crisis económica proponiendo una organización que reconociera que las dueñas de la revista son sus trabajadoras. “Con esa conciencia, decidimos por unanimidad tener todas el mismo sueldo base, y cobrar 12 pagas, es decir, vivir lo mejor posible durante todo el año”, afirma Estitxu Eizagirre, redactora de la revista. A través de este proceso participativo nació una organización mucho más horizontal –“hemos abolido la figura del director”- en la que tanto los logros como las responsabilidades son compartidas: “Cada trabajadora, además de desempeñar su función, también es miembro en un grupo de proyecto donde se llevan a cabo trabajos que incumben a toda la empresa”.
En Argia, el feminismo no solo determina la selección y gestión de contenidos y colaboraciones sino la estructura misma del trabajo: “No fichamos porque cada cual organiza sus tareas como mejor se amolde a su modo de vida y a su situación familiar, de esta forma las mujeres con cargas familiares no nos quedamos fuera”, explica Eizagirre. La conclusión es contundente: si el machismo nos ha llevado a esta situación de crisis, dejemos que el feminismo nos saque de ella.
¿Y si El Director lo hubiera escrito una becaria?
La primera vez que pisé una redacción fue en octubre de 2015, empezando mi cuarto año de carrera en la Complutense. Fue un periodo de seis meses en la sección de Cultura de El Mundo. Me dio tiempo a ver mi nombre en papel, a entrevistar a gente que admiraba y a sentirme incómoda muchas veces, sobre todo en esa comida privada que organizaron Enrique Cerezo y Santiago Segura en un restaurante de la Castellana. Era el día antes de Nochebuena y solo quedaban dos redactores. “¿Te fías de que vaya ella? Sí, tampoco tenemos a nadie más”.
Me hacía especial ilusión que David Jiménez fuera el director del periódico en aquel momento. Había leído todos sus libros después de escucharle en una charla de mi facultad que consiguió que volviera a gustarme el periodismo.
Recuerdo también a todos esos hombres que gritaban, que se pelaban, que se miraban por encima del hombro y que de vez en cuando volvían para pedir perdón. También a otros que caminaban cabizbajos o resoplando sin parar. Mientras leo El Director, pienso lo inconsciente que era yo de todo lo que él cuenta, pero a la vez me ayuda a entender por qué casi nunca me sentí parte de ese lugar.