Falleció a los 89 años el poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar
Este sábado falleció en La Habana el poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar, Premio Nacional de Literatura en 1989 y miembro de la Academia Cubana de la Lengua desde 1995, la que además presidió. En la actualidad se desempeñaba como presidente de la Casa de las Américas.
En 1958, integró durante la dictadura de Batista el Movimiento de Resistencia Cívica y publicó en la prensa clandestina. Tras el triunfo de la Revolución (enero de 1959) se incorporó nuevamente a la universidad y en 1960 ocupó el cargo de consejero cultural en París.
Entre 1998 y 2013 fue diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y miembro del Consejo de Estado.
Como parte de su extensa trayectoria intelectual fue entre 1947 y 1948 jefe de información de la revista Alba (para la cual entrevistó a Ernest Hemingway) y colaborador desde 1951 de la revista Orígenes,
Luego del triunfo revolucionario de 1959 hasta 1960 la Nueva Revista Cubana, y fue secretario de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), entre 1961 y 1964, donde fundó en 1962 y codirigió hasta 1964, junto a Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y José Rodríguez Feo, la revista Unión.
En 1965 empezó a dirigir la revista que es órgano de la Casa de las Américas, institución que además presidió desde 1986.
Fundó en 1977 y dirigió hasta 1986 el Centro de Estudios Martianos y su Anuario.
Desde 1955 fue profesor de la Universidad de La Habana (que en 1995 lo nombró Profesor Emérito), habiéndolo sido igualmente, entre 1957 y 1958, de la Universidad de Yale.
Doctor en Ciencias Filológicas e investigador titular, profesor honorario (1986) de la Universidad de San Marcos (Lima) y doctor honoris causa de las Universidades de Sofía (1989), Buenos Aires (1993) y Universidad Central de Las Villas (2011).
Entre sus publicaciones se encuentran Órbita de Rubén Martínez Villena (1964), la selección y el prólogo de la antología Cinco escritores de la Revolución rusa (1968) y la antología de poesía Para un mundo amasado por los trabajadores (1973), entre otros muchos trabajos de esa índole. En colaboración con Fayad Jamís compiló la antología Poesía joven de Cuba (1959).
Libros suyos en prosa y verso, traducidos, se han publicado en Alemania, Brasil, Bulgaria, Checoslovaquia, Corea, Cuba, Estados Unidos, Francia, Galicia, Grecia, Italia, Jamaica, Polonia, Portugal, Unión Soviética y Yugoslavia.
Ha escrito textos para filmes de Armand Gatti, Santiago Álvarez, Julio García Espinosa y Alejandro Saderman. Sobre su vida y obra se filmó un documental en Alicante (España), y dos en La Habana, además de un CD-Rom sobre su obra.
Como pequeño homenaje te compartimos imágenes de archivo y algunos de sus poemas:
EL PRIMER OTOÑO DE SUS OJOS
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Hojas color de hierro, color de sangre, color de oro,
Pedazos del castillo del día
Sobre los muertos pensativos.
Mientras la luz se filtra entre las ramas,
El aire frío esparce las memorias.
Es el primer otoño de sus ojos.
Cuánto camino andado hasta la huesa
Donde se han ido ahilando
Los amigos nocturnos del vino
Y los lejanos maestros.
Quedar como ellos profiriendo flores,
Quedar como ellos perfumando umbrosos,
Quedar juntos y dialogar
En plantas renacientes,
Para que nuevos ojos escuchen mañana
En el cristal de otoño
Los murmullos de corazones desvanecidos.
FELICES LOS NORMALES
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A Antonia Eiriz
Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.
LA VOZ
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Qué extraños graznidos de pájaro agonizante,
Qué destrozos, qué revoloteo
Contra las rítmicas jaulas del aire,
Entre deshilachados tangos y sopranos rapidísimas,
Qué borboteo, qué impaciencia
En los rostros que agolpa la febril
Mirada, en la minuciosa mano
Que escruta amorosamente el país
Fragmentario donde, al cabo,
Soliviantando los ojos,
Emerge distante,
Reconocida, familiar, la voz
Que nos anuncia: Cuba libre.
ANIVERSARIO
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Me levanto, aún a oscuras, para llevar a arreglar unas ruedas del auto, que sigue roto,
Y al regreso, cuando ya ha brotado el hermoso y cálido día,
Te asomas a la ventana que da al pasillo de afuera, y me sonríes con tus ojos achinados del amanecer.
Poco después, a punto de marcharme para ir a revisar unos papeles,
Te veo cargando cubos con nuestras hijas,
Porque hace varios días que no entra agua, y estamos sacando en cubos la poca que haya en la cisterna del edificio.
Y aunque tengo ya puesta la guayabera de las reuniones, y en una mano la maleta negra que no debo soltar,
Ayudo algo, con la otra mano, mientras llega el jeep colorado.
Que demora poco, y al cabo me arrastra de allí: tú me dices adiós con la mano.
Tú me decías adiós con la mano desde este mismo edificio,
Pero no desde este mismo apartamento;
Entonces, hace más de veinte años, no podíamos tener uno tan grande como éste de los bajos.
El nuestro era pequeño, y desde aquel balcón que no daba a la calle,
Pero que yo vislumbraba allá al fondo, cuando cruzaba rápido, en las mañanitas frías, hacia las clases innumerables de introducción al universo,
Desde aquel balcón, allá al fondo, día tras día me decías adiós, metida en tu única bata de casa azul, que iba perdiendo su color como una melodía.
Pienso estas cosas, parloteando de otras en el jeep rojo que parece de juguete,
Porque hoy hace veintidós años que nos casamos,
Y quizá hasta lo hubiéramos olvidado de no haber llegado las niñas (digo, las muchachas) a la hora del desayuno,
Con sus lindos papeles pintados, uno con un 22 enorme y (no sé por qué) dos plumas despeluzadas de pavorreal,
Y sobre todo con la luz de sus sonrisas.
¿Y es ésta la mejor manera de celebrar nuestros primeros veintidós años juntos?
Seguramente sí; y no sólo porque quizá esta noche iremos al restorán Moscú,
Donde pediremos caviar negro y vodka, y recordaremos a Moscú y sus amigos, y también a Leningrado, a Bakú, a Ereván;
Sino sobre todo porque los celebraremos con un día como todos los días de esta vida,
De esta vida ya más bien larga, en la que tantas cosas nos han pasado en común:
El esplendor de la historia y la muerte de nuestras madres,
Dos hijas y trabajos y libros y países,
El dolor de la separación y la ráfaga de la confianza, del regreso.
Uno está en el otro como el calor en la llama,
Y si no hemos podido hacernos mejores,
Si no he podido suavizarte no sé qué pena del alma,
Si no has podido arrancarme el temblor,
Es de veras porque no hemos podido.
Tú no eres la mujer más hermosa del planeta,
Esa cuyo rostro dura una o dos semanas en una revista de modas
Y luego se usa para envolver un aguacate o un par de zapatos que llevamos al consolidado;
Sino que eres como la Danae de Rembrandt que nos deslumbró una tarde inacabable en L`Ermitage, y sigue deslumbrándonos;
Una mujer ni bella ni fea, ni joven ni vieja, ni gorda ni flaca,
Una mujer como todas las mujeres y como ella sola,
A quien la certidumbre del amor da un dorado inextinguible,
Y hace que esa mano que se adelanta parecida a un ave
Esté volando todavía, y vuele siempre, en un aire que ahora respiras tú.
Eres eficaz y lúcida como el agua.
Aunque sabes muchas cosas de otros países, de otras lenguas, de otros enigmas,
Perteneces a nuestra tierra tan naturalmente como los arrecifes y las nubes.
Y siendo altiva como una princesa de verdad (es decir, de los cuentos),
Nunca lo parecías más que cuando, en los años de las grandes escaseces,
Hacías cola ante el restorán, de madrugada, para que las muchachas (entonces, las niñas) comieran mejor,
Y, serenamente, le disputabas el lugar al hampón y a la deslenguada.
Un día como todos los días de esta vida.
No pido nada mejor. No quiero nada mejor.
Hasta que llegue el día de la muerte.
UN HOMBRE Y UNA MUJER
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¿Quién ha de ser?
Un hombre y una mujer
Tirso de Molina
Si un hombre y una mujer atraviesan calles que nadie ve sino ellos,
calles populares que van a dar al atardecer, al aire,
con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido
a una música que a un paisaje;
si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso,
y dejan encendidas las paredes,
y hacen volver las caras como atraídas por un toque de trompeta
o por un desfile multicolor de saltimbanquis;
si cuando un hombre y una mujer atraviesan se detiene
la conversación del barrio,
se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros de las esquinas,
las respiraciones fatigadas se hacen suspiros:
¿es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo
de extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia,
como oír hablar un idioma que acaso alguna vez se ha sabido
y del que apenas quedan en las bocas
murmullos y ruinas de murmullos?
LOS FEOS
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A Alejo Carpentier
La mano o el ojo inmortal
Que hizo el cielo estrellado, esta bahía,
Este restorán, esta mesa
(Y hasta hizo el tigre de Blake),
También la hizo a ella, y la hizo fea.
Algo en los ojos, en la nariz,
En la boca un poco demasiado pequeña,
O en la frente interrumpida antes de tiempo
Por cabellos de color confuso;
Algo insalvable para siempre,
Que resiste al creyón de labios y al polvo,
Hace que esta noche, junto a la bahía,
En el restorán El Templete,
Esta noche de suave brisa marina
Y vino tinto y amistad,
Ella esté sola en una mesa,
Mirando quizá en el plato de sopa
La imagen movediza de su cara,
De su cara de fea, que hace vacilar
El orden de todo el universo,
Hasta que llega un hombre feo
Y se sienta a su mesa.
LA POESÍA, LA PIADOSA
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¿Qué hace la poesía, la piadosa,
La lenta, renaciendo inesperada,
Torso puro de ayer, cuando los broncos
Ruidos llenan el aire, y no hay un sitio
En su impecable reino que no colme
La agonía?
Ah, el que se entrega dócil
A los lamentos o a las aleluyas
Que ella proclama, sola, ¿cómo puede
Evitar que su aliento lo estremezca
(Así el aire a las puntas de los árboles)?
La poesía es femenina, pero
Su cuerpo no es de novia, que es de madre.
No se le ven los labios, sí el regazo,
Sí el brazo tosco y ancho. Ella cuida en
La noche de las bárbaras estrellas,
Ella engendra, doliente, ella procura
Abastecer las bocas, y en su lecho,
Más de amargura que placer, el sueño
No se separa de la atroz vigilia.
Ella no sabe sino contar, sino
Apegarse a las cosas torpemente
Para que se le queden a su lado
—Hijos que van creciendo y que una noche
Salen cantando, aullando salen, salen
Hacia las imperiosas servidumbres—.
Y tras ellos va, fiel, la poesía,
La piadosa, la lenta, recreando
Sus rasgos, su manera de ser ciertos
En aquella mañana de aquel día.
CON LAS MISMAS MANOS
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Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que en sus harapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora en vez de dormir bajo los puentes o en los
portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
Las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
Y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez
Que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba
Como ahora a mí.
¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,
Amor, qué lejos —como uno de otro!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad del pastor.
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo
Fumando, después del café.
No hay momento
En que no piense en ti.
Hoy quizá más,
Y mientras ayude a construir esta
escuela
Con las mismas manos de acariciarte.
EL OTRO
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Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¡Quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
sus huesos quedando en los míos,
los ojos que le arrancaron, viendo
por la mirada de mi cara,
y la mano que no es su mano,
que no es ya tampoco la mía,
escribiendo palabras rotas
donde él no está, en la sobrevida?
MI MILICIANA
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Con mi camisa azul de miliciano
Soy más feliz.
Con tu camisa azul
De miliciana, estás en algún sitio,
Como yo, rifle al hombro, quizá viendo
Esas mismas estrellas que ahora veo.
Pienso que estás junto a esa luz lejana.
Que este aire de la noche te recorre
La cara vigilante. Que algún ruido
Puede ser de los dos. Que nos ponemos
De pie a la vez, andando lejos, cerca,
Como si no existiera esta distancia,
Y en vez de estar a solas en la sombra,
Rifle en la mano, oyendo el minucioso
Pecho jadeante de la noche,
estamos
juntos, juntas las manos, las camisas
Azules juntas, y nosotros somos
No los que escuchan, sino el ruido; no
Los que escudriñan a la sombra, sino
Los que en la sombra olvidan a la luz,
Y rumorosamente se sumergen
En la noche alumbrada del amor.