Costa Rica: río revuelto – Por Rafael Cuevas Molina

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Por Rafael Cuevas Molina *

En Costa Rica, el ambiente de descontento, incertidumbre, temor y enojo ha venido creciendo, con altas y bajas, desde hace poco más de un año. Amplios sectores de la población se sintieron amenazados en sus valores y modo de vida en enero del 2018, cuando la expresión política de grupos neopentecostales puntearon en las encuestas para presidente.

Con el fin de evitar su arribo al poder, se conformó una coalición que llevó al gobierno al actual presidente de la República, Carlos Alvarado. Se trató de un amplísimo movimiento que cobijó bajo su alero muy diversas posiciones políticas, intereses y expectativas, y que tuvo su núcleo generador y dinamizador en población urbana de clase media residente mayoritariamente en barrios del Gran Área Metropolitana.

La victoria de Carlos Alvarado sobre su contrincante neopentecostal fue recibida con un suspiro de alivio por un poco más del 60% de la población que votó por él. Desde el bando triunfador se escucharon análisis que, muy a lo costarricense, atribuían la victoria a una aparente intuición o sexto sentido del costarricense que, en momentos de riesgo, sabe eludir el peligro y enrumbarse hacia un camino que distinguiría al país en el concierto de las naciones.

La euforia, sin embargo, no duró mucho. Pronto, el nuevo gobierno estableció alianzas con grupos de conservadores cobijados en partidos tradicionales y decidió cogobernar con ellos. El punto central de su plan de gobierno fue una reforma fiscal regresiva que golpea sobre todo a los grupos menos favorecidos, mientras a los grandes capitales evasores se les condonan sus deudas. Inmediatamente después, envió a la Asamblea Legislativa una ley del empleo público que se ganó la oposición de ese amplio sector de trabajadores y sus sindicatos, los más fuertes del país.

Asimismo, todos los restos que aún quedan del Estado de Bienestar construido en la segunda mitad del siglo XX se puso bajo un ataque sin precedentes. Instituciones públicas emblemáticas como las universidades, la banca estatal, el instituto rector de la energía y las telecomunicaciones, etc. han sido satanizadas por una clase política de baja estofa, que no duda en usar la desinformación, la mentira y el maltrato aún en la Asamblea Legislativa.

El este contexto de desasosiego y malestar, en la semana que termina explotaron protestas y manifestaciones por todo el país. Seguramente el elemento catalizador es la inminente entrada en vigor del impuesto al valor agregado (IVA), que implica no solo un aumento en el costo de la vida, sino que viene acompañado de la obligación de presentar facturas electrónicas que implican engorrosos trámites que requieren de la contratación de especialistas imposibles de pagar por pequeños y medianos empresarios.

Los primeros en reaccionar fueron los dueños de furgones que transportan mercancías a lo largo y ancho de la maltrecha red vial del país, quienes se siente afectados no solo por el IVA sino por los deficientes y caros servicios prestados por la empresa concesionaria del servicio portuario en la costa del Caribe.

Casi al mismo tiempo, pescadores abandonados a su suerte desde hace décadas perdieron la paciencia y, al no ser recibidos por el presidente, botaron los portones de la casa presidencial, entraron en tropel y alguien hizo detonar un cabo de dinamita.

Paralelamente, grupos estudiantiles se largaron a la calle pidiendo la renuncia del ministro de educación, enarbolando una lista de reivindicaciones que parece inspirada en la agenda de los grupos neopentecostales vencidos en la pasada contienda electoral.

La clase política tradicional no atina más que a apelar a lo que cataloga como tradición pacifista de los costarricenses y a la amenaza.

El amplio apoyo con el que llegó al gobierno Carlos Alvarado se esfumó, y las piedras zumban en el cielo encapotado de la temporada lluviosa costarricense. Las redes sociales hierven con fake news que se convierten en movilizadores de la iracundia de la población. El panorama parece el de una guerra de todos contra todos.

Seguramente, la conflictividad social y política que está viviendo el país no conoce antecedentes en, por lo menos, los últimos cincuenta años. Es el resultado de la aplicación del modelo neoliberal que en estos días ha apretado el acelerador cebándose sobre los restos del naufragio y atornillando cada vez más a un país que se preciaba por sus indicadores sociales.

El panorama no es nada halagüeño.

* Académico, presidente de AUNA Costa Rica


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