Bolsonaro amenaza con desmantelar la Agencia Nacional de Cine de Brasil
Bolsonaro dice que terminará con Ancine si no puede imponer mecanismos de censura
Jair Bolsonaro declaró el viernes que si no es posible imponer mecanismos de censura, se extinguirá la Agencia Nacional de Cine (Ancine). «Tendrá un filtro, sí. Ya que es una agencia federal, si no puede tener un filtro, cerraremos Ancine. «La privatizaremos, transferiremos o cerraremos», dijo, utilizando un neologismo para la palabra censura.
Al preguntarle qué «filtro» quería imponer a Ancine, Bolsonaro respondió simplemente «Cultural».
Ancine es una agencia cuyas funciones son la promoción, regulación y supervisión del mercado cinematográfico y audiovisual en Brasil.
Bruna Surfistinha
La agencia se ha convertido en el objetivo preferido de la política de exterminio cultural del presidente después de que criticó lo que llamó proyectos «absurdos» aprobados por la agencia.
Bolsonaro dijo que «no admite ver películas como Bruna Surfistinha con el apoyo del dinero público».
La declaración fue refutada por Antonia Pellegrino, guionista de la película: «La ceguera y la ignorancia llevan a la censura».
Este viernes, Bolsonaro volvió a criticar el uso de dinero público para hacer «películas pornográficas» y defendió que el cine brasileño hable de «héroes brasileños».
«Tenemos muchos héroes en Brasil, y la gente no habla de ellos, no les importan.»Tenemos que perpetuar, afirmar, devolver el valor a estas personas que en el pasado dieron su vida, se comprometieron a hacer que Brasil sea independiente, sea democrático y sueñe con un futuro que nos pertenezca a todos», agregó.
Revista Forum (Traducción Nodal Cultura)
Jair Bolsonaro no tiene la menor idea de lo que es Ancine
Por Tony Goes
«No puedo admitir que, con dinero público, se hagan películas como Bruna Surfistinha”.
No fue la primera vez que Jair Bolsonaro emitió una opinión irrazonable e desinformada. Así ocurrió durante el discurso del presidente en el evento que conmemoró los primeros 200 días de su gobierno realizado el pasado jueves 18, cuando sorprendió a los presentes y sacudió a la industria del entretenimiento brasileña.
«Bruna Surstinha» no es una película erótica, mucho menos pornográfica. Sí, tienes desnudos parciales y algunas escenas de sexo, pero quienquiera que lo esté viendo para exitarse, terminará frustrado.
Es el drama de la joven Rachel (Deborah Secco), que se convierte en prostituta después de sentirse rechazada por la familia y compañeros de clase.
Lanzado en 2011, el largometraje de Marcos Baldini está inspirado en los recuerdos de la ex prostituta Raquel Pacheco. El libro se convirtió en un éxito de ventas, y sus derechos sobre la pantalla fueron disputados por varios productores
«Bruna Surstinha» llevó más de dos millones de espectadores a los cines -el doble del número necesario para considerar un éxito a una película nacional-. La historia se adaptó más tarde a una serie de televisión, que ya va por la cuarta la temporada.
Pero estos datos impresionantes no le importan a Jair Bolsonaro. Dudo incluso que él haya visto el filme – debe haber sido el primer título que le vino a la mente-. Lo que el presidente quiere, una vez más, es agitar a sus votantes más conservadores y religiosos. Pero al decir que el dinero público no puede financiar obras como «Bruna Surstinha», él demuestra no haber entendido lo que es o para que sirve a Ancine.
La Agencia Nacional de Cine fue creada en 2001, en espacio vacía dejado por la extinta Embralme. No es como Bolsonaro parece creer, una empresa estatal diseñada para producir valores que enaltecen los valores patrios. Es una entidad dedicada a fomentar un brazo de la economía: la industria del cine brasilera.
Numerosas actividades económicas reciben incentivos estatales, tanto en la industria como en la agricultura. El objetivo es crear empleos, fortalecer la producción nacional contra la presencia extranjera y hasta aumentar la recaudación de impuestos.
Pero la extrema derecha eligió la cultura como su archienemigo (y con razón para ellos, dicho sea de paso). Durante años una campaña informal en las redes sociales ha estado pintando a los artistas y intelectuales como parásitos, que maman de las tetas del estado y solo producen irrelevancias y obscenidades.
La verdad es muy distinta. Producir cultura no es simple en ningún país del mundo, ni siquiera en los más avanzados. Por eso hay agencias que promueven actividades culturales en Francia, Italia, Alemania e incluso en los Estados Unidos, la meca del presidente.
Bolsonaro quiere anclar Ancine a la jefatura de gabienete, donde está el núcleo duro del gobierno, probablemente para poder indicir en el proceso de selección de proyectos. Él mismo quiere practicar el «activismo» que tanto critíca en aquellos con los que no comulga.
Mucho más acertada sería la transferencia de Ancine y el Fondo Sectorial al ministerio de economía, como defiende el sector audiovisual y como estaba previsto en la medida provisional que creó la agencia.
Porque el negocio audiovisual es un negocio serio. Millones de familias brasileñas dependen del mismo. Las películas y los programas de televisión generan ingresos, trabajo e incluso el famoso «poder suave», el poder de influir en corazones y mentes, no bélicos, del que disfruta un país culturalmente fuerte.
Por cierto, no llegaremos pronto.
F5 – Folha de Sao Paulo (Traducción de Nodal Cultura)
¿El cine brasileño en riesgo?
El presidente Jair Bolsonaro dijo el viernes que pretende transformar la Agencia Nacional de Cine (ANCINE) en una secretaría vinculada a uno de los ministerios del gobierno y que tendrá «filtros culturales» para la selección de lo que la agencia fomentará.
Bolsonaro ha usado la película Bruna Surfistinha de Marcus Baldini, a la que se refiere como «pornográfica», para justificar los cambios en la Ancine. «Yo no voy a perder tiempo con Bruna Surfistinha, tengo 64 años. Pero tengo una hija de ocho», dijo en tono de broma durante una conferencia de prensa.
Poco antes, volvió a considerar la posibilidad de cerrar Ancine si la agencia pública no se adapta a las reglas impuestas por la administración actual. «¿Ancine? creo que está en Leblon (barrio de Río de Janeiro), pero vendrán a Brasilia», dijo. “Estamos estudiando la posibilidad de reconvertir la agencia a través de una ley o tal vez cerrarla. Debemos dejar a la iniciativa privada hacer una película «, dijo el presidente.
Después de las declaraciones de Jair Bolsonaro, Vida & Arte escuchó a profesionales en el área audiovisual. Bete Jaguaribe, directora de la Escuela Porto Iracema de Artes, cree que las expresiones del presidente, en caso de concretarse, pueden impulsar una crisis de desempleo en el país. «Terminar con Ancine significa destruir empleo. La industria audiovisual es la más potente del mundo. En este momento Brasil está experimentando una crisis de empleo. El hombre quiere terminar con una industria que genera 300 mil empleos. Esto es una locura», dispara. «Él no podrá destruirlo. Tenemos que reaccionar», afirma.
Lenildo Gomes, administrador cultural, define al gobierno actual como «autoritario». «El presidente Bolsonaro está acabando con la autonomía de los procesos creativos. Ese intento de control por parte del Estado es muy serio. Luchamos para que el arte sea autónomo. Y la declaración del presidente pone a nuestra lucha en una situación difícil». Luego agregó: «Aún cuando Ancine no sea cerrada, va a sufrir una reestructuración muy grande. No veo esto con buenos ojos ya que va a afectar directamente nuestra cultura audiovisual».
El cineasta Rosemberg Cariry evalúa el control de contenido como una «forma de censura». «Esto es censura y por lo tanto es inconstitucional. Este escenario que intentan instalar nos recuerda los tiempos de la dictadura. Vivimos tiempos oscuros. La posibilidad de desaparición de Ancine puede representar un gran desastre para la cultura y la economía brasileñas. La destrucción de esta industria tan importante para el desarrollo económico y la construcción de la identidad de la nación, representa una acción perjudicial para nuestros intereses», declaró.
Mercado intenso
Justo al comienzo de Bruna Surfistinha, la película de 2011 protagonizada por Deborah Secco, lo que aparece en la pantalla en negro son los logotipos de las compañías que hicieron posible la realización del trabajo. Aparecen los de las empresas privadas – productor, coproductor, distribuidor- y, luego, los de la Agencia Nacional del Cine y el Fondo Sectorial del Audiovisual. Cada película hecha en Brasil lleva alrededor de una docena de estos logotipos, a veces más, a veces menos. Los que más repiten son los de apoyo y patrocinio público. ¡Y eso es bueno! Cada uno de esos logotipos, públicos y privados, significa una multitud de trabajos directos e indirectos. Bruna Surfistinha fue criticada por el presidente Jair Bolsonaro, quien dijo que «no admitiría» que las películas como esta, sobre la historia de una ex prostituta, se hicieran con el apoyo de Ancine. La justificación del cierre sería contra aquellos que defienden distintas causas a través del cine y a favor de lo que llaman «defensa de la familia».
La película atacada por el presidente llevó a más de 2 millones de brasileños al cine, ganó más de R $ 20 millones en la taquilla, generó más de 400 empleos directos e indirectos; se estima además que dejó más de R $ 10 millones en impuestos directos e indirectos.
Sin embargo no hay que defender las películas solo por sus datos estadísticos o por el impacto financiero que generan. Las películas tratan de lo simbólico, lo intangible. Hay quienes no mueven millones ni en producción ni en taquilla y son muy importantes para el cine brasileño. Incluso el discurso en contra de Bruna Surfistinha por la «defensa de la familia» es sesgado. Al ver la película se entiende que la familia es uno de los temas principales tratados en el trabajo. Consejo: está disponible en GloboPlay, TelecinePlay y Netflix.
O Povo (Traducción de Nodal Cultura)
Toda una industria se formó en Brasil alrededor del Ancine
Por Inácio Araujo
Las políticas de Ancine, que comenzaron en 2001 bajo la presidencia de la de Gustavo Dahl, hizo el cine brasileño, que estaba prácticamente ausente de las pantallas desde el final del Embrafilme (e incluso antes), lograra quebrar la rivalidad histórica con la televisión.
Paralelamente al incentivo a la producción regional, Ancine ha creado mecanismos para la elección de proyectos de incentivos de manera despersonalizada (con un sistema de puntuación que favorece a productores con mejor desempeño), al mismo tiempo que los concursos cubrieron el desarrollo y realización de proyectos tanto para películas como para series de televisión, video juegos, etc.
Como resultado, el cine brasileño recuperó gradualmente el prestigio internacional perdido hacía algunas decadas. Con Ancine se han logrado éxitos institucionales relevantes, como la obligatoriedad de la presencia de la producción nacional en canales de televisión pagos, por ejemplo.
Alrededor de Ancine fue creada, en resumen, lo que podría llamarse una industria audiovisual: al menos una actividad profesional continua, capaz no solo de ahorrar divisas sino también conseguir ingresos para Brasil.
Tamaño éxito se contradice con un gobierno que tiene la intención de salvar a Brasil con quimioterapia. Por muy metafórico que sea, entiendesa a esto como un tratamiento de shock extremadamente violento que tendrá graves efectos secundarios.
Pero eso parece importarle poco al gobierno. Desde el primer momento lo dejó claro. Para ellos la cultura es el principal cáncer que afecta al país.
La pluma Bic para firmar el acto de posesión del mandato parece haber firmado también esta suerte de receta de este tratamiento de shock contra los males que deben abordarse: la escritura, el pensamiento, las artes, las ciencias. La misma pluma, por cierto, aún no ha firmado el decreto que regula la cuota de pantalla para películas brasileñas de este año. No importa que los efectos secundarios afecten al empleo del sector y a la economía en general. El objetivo es erradicar el mal mayor.
El tratamiento, es cierto, no puede comenzar con un simple bolígrafo. Para cerrar el Ancine, necesita una ley, ya que fue creado por ley. Esto se puede arreglar, ya que, el proceso de desmantelamiento está lanzado y nadie podrá arrepentirse: todo fue más que anunciado.
Folha de S. Paulo (Traducción de Nodal Cultura)
Bolsonaro diz que vai acabar com a Ancine se não puder impor mecanismos de censura
Jair Bolsonaro declarou nesta sexta-feira (19) que se não for possível impor mecanismos de censura vai extinguir a Agência Nacional do Cinema (Ancine). “Vai ter um filtro sim. Já que é um órgão federal, se não puder ter filtro, nós extinguiremos a Ancine. Privatizaremos, passarei ou extinguiremos”, afirmou, usando um neologismo bolsonarista para a palavra censura.
Questionado sobre qual “filtro” desejaria impor à Ancine, Bolsonaro respondeu: “Culturais, pô”.
Vinculada ao Ministério da Cidadania, a Ancine é uma agência reguladora que tem como atribuições o fomento, a regulação e a fiscalização do mercado do cinema e do audiovisual no Brasil.
Bruna Surfistinha
A agência virou o novo alvo preferencial da política de extermínio cultural do presidente nesta semana, após ele fazer críticas ao que considera projetos “absurdos” aprovados pelo órgão.
Bolsonaro disse que “não admite ver filmes como Bruna Surfistinha sendo apoiado com dinheiro público”.
A declaração foi rebatida por Antonia Pellegrino, roteirista do filme: “Cegueira e ignorância levam à censura“.
Nesta sexta, Bolsonaro voltou a criticar o uso do dinheiro público para fazer “filmes pornográficos” e defendeu que o cinema brasileiro passe a falar dos “heróis brasileiros”.
“Temos tantos heróis no Brasil, e a gente não fala dos heróis do Brasil, não toca no assunto. Temos que perpetuar, fazer valer, dar valor a essas pessoas no passado deram sua vida, se empenharam para que o Brasil fosse independente lá atrás, fosse democrático e sonha-se com um futuro que pertence a todos nós”, complementou.
Jair Bolsonaro não faz a menor ideia do que é a Ancine
“Não posso admitir que, com dinheiro público, se façam lmes como o da Bruna Surstinha. Não dá»
Não foi a primeira vez que Jair Bolsonaro disparou uma opinião descabida e desinformada. Mesmo assim, a fala do presidente durante o evento que comemorou os 200 primeiros dias de sua gestão, realizado nesta quinta (18) em Brasília, surpreendeu a plateia e abalou a indústria brasileira do entretenimento.
“Bruna Surstinha” não chega a ser um lme erótico, muito menos pornográco. Sim, tem nudez (parcial) e algumas cenas de sexo –mas quem for assisti-lo para se excitar vai acabar brochando.
O drama da jovem Raquel (Deborah Secco), que se torna prostituta depois de se sentir rejeitada pela família e pelos colegas de escola, é mais pungente do que qualquer trepada.
Lançado em 2011, o longa de Marcos Baldini é inspirado nas memórias da ex-prostituta Raquel Pacheco. O livro se tornou um best-seller, e seus direitos para a tela foram disputados por várias produtoras.
Uma disputa justicada. “Bruna Surstinha” levou mais de dois milhões de espectadores aos cinemas – o dobro do número necessário para que um filme nacional seja considerado um grande sucesso. A história depois foi adaptada para uma série de TV, que já está indo para a quarta temporada.
Mas esses dados impressionantes não interessam a Jair Bolsonaro. Duvido até mesmo que ele tenha visto o fillme – deve ter sido o primeiro título que lhe veio à cabeça, ajudado pelo recall da marca.
O que o presidente quer, mais uma vez, é acenar a seus eleitores mais conservadores e religiosos. Mas, ao
dizer que o dinheiro público não pode nanciar obras como “Bruna Surstinha”, ele demonstra não ter entendido o que é nem para que serve a Ancine.
A Agência Nacional do Cinema foi criada em 2001, no vácuo da extinta Embralme. Não é, como Bolsonaro parece crer, uma empresa estatal destinada a produzir lmes que enalteçam os valores pátrios. É uma entidade voltada a fomentar um braço da economia: a indústria cinematográca brasileira.
Inúmeras atividades econômicas recebem incentivos estatais, na indústria e na agricultura. O objetivo é criar empregos, fortalecer a produção nacional frente à concorrência estrangeira e até aumentar a arrecadação de impostos.
Mas a extrema-direita elegeu a cultura como sua arqui-inimiga (e com razão, diga-se de passagem). Há anos que uma campanha informal nas redes sociais vem pintando os artistas e intelectuais como parasitas, que mamam nas tetas do Estado e só produzem irrelevâncias e obscenidades.
A verdade é bem outra. Produzir cultura não é simples em nenhum país do mundo, mesmo nos mais avançados. É por isto que existem agências fomentadoras de atividades culturais na França, na Itália, na Alemanha e até mesmo nos Estados Unidos, a meca do presidente.
Bolsonaro quer atrelar a Ancine à Casa Civil, o núcleo duro do governo, provavelmente para se intrometer no processo de seleção dos projetos. Quer ele mesmo praticar o “ativismo” de que tanto acusa com quem não comunga.
Muito mais acertada seria a transferência da Ancine e do Fundo Setorial para o ministério da Economia, como defende a classe cinematográca e como já estava previsto na medida provisória que criou a agência.
Porque o negócio do audiovisual é coisa séria. Milhões de famílias brasileiras dependem dele. Filmes e programas de TV geram renda, trabalho e até o famoso “soft power” –o poder de inuenciar corações e mentes, não-bélico, de que desfruta um país culturalmente forte.
Pelo jeito, não vamos chegar lá tão cedo.
Cinema brasileiro em risco?
O presidente Jair Bolsonaro afirmou na última sexta-feira, 19, que pretende transformar a Agência Nacional do Cinema (Ancine) em uma secretaria vinculada a algum dos ministérios do Governo e disse que ela terá «filtros culturais» para a seleção do que será fomentado pelo órgão.
Bolsonaro tem usado o filme Bruna Surfistinha (de Marcus Baldini), ao qual se refere como «pornográfico», para justificar mudanças na Agência Nacional do Cinema (Ancine). «Eu não, pô. Vou perder tempo com Bruna Surfistinha? Tô com 64 anos de idade. Se bem que, tenho uma filha de oito anos, sem aditivos», disse em tom de brincadeira durante coletiva de imprensa.
Pouco antes, ele voltou a considerar a possibilidade de extinguir a Ancine, caso a agência pública não se adapte às regras impostas pela atual gestão. «Dinheiro público não vai ser usado para fazer filme pornográfico e ponto final. Acho que ninguém pode concordar com isso. A Ancine acho que é no Leblon (bairro do Rio de Janeiro)? Virão para Brasília», afirmou. «Estamos estudando a possibilidade, tem que ser lei, de voltar a ser agência ou quem sabe extingui-la. Deixa para a iniciativa privada fazer filme», disse ainda o presidente.
Após as declarações de Jair Bolsonaro, o Vida&Arte ouviu profissionais da área do audiovisual que repercutiram as expectativas sobre o cenário. Bete Jaguaribe, diretora da escola Porto Iracema das Artes, acredita que as intervenções do presidente, caso sejam concretizadas, podem impulsionar a crise do desemprego no País. «Acabar com a Ancine significa destruir um campo de emprego. O audiovisual é a economia mais potente do mundo. Num momento em que o Brasil está vivendo uma crise de emprego. Aí, o cara quer acabar com uma industria que gera 300 mil empregos. Isso é uma loucura», dispara. «Ele não vai conseguir destruir isso. Precisamos reagir», provoca.
Lenildo Gomes, gestor cultural, define o atual Governo como «autoritário». «O presidente Bolsonaro está acabando com a autonomia dos processos criativos. Acho que ele não conhece e não respeita o que é um processo criativo. Essa tentativa de controle do Estado é muito séria. A gente luta para que a arte seja autônoma. E a declaração do presidente coloca nossa luta numa situação difícil», afirma. Lenildo complementa: «Se a Ancine não acabar, ela vai passar por uma reestruturação muito grande. Não vejo com bons olhos. Isso afeta diretamente nossa cultura do audiovisual de forma muito ruim», aposta.
O cineasta Rosemberg Cariry avalia o controle de conteúdo como uma «proposta de censura». «Essa censura é, portanto, inconstitucional. Esse cenário que estão tentando instalar nos lembra os tempos da ditadura. Vivemos tempos obscuros. A possibilidade de extinção da Ancine pode representar um grande desastre para a cultura e para a economia brasileira. A destruição dessa indústria tão importante para o desenvolvimento econômico e a construção identitária da nação, representa uma ação danosa aos nossos interesses», declara.
Mercado intenso
Logo no início de Bruna Surfistinha, filme de 2011 estrelado por Deborah Secco, o que surge na tela preta são as logos das empresas que possibilitaram a concretização da obra. Aparecem as das empresas privadas – produtora, coprodutora, distribuidora… – e, então, as da Agência Nacional do Cinema e do Fundo Setorial do Audiovisual. Cada filme feito no Brasil leva por volta de uma dezena desses logos, ora mais, ora menos. As que mais se repetem são as de apoio e patrocínio público. E que bom! Cada presença de cada logo, entre as públicas e as privadas, significa um sem-número de empregos diretos e indiretos surgindo, de reais circulando desde a pré-produção até a exibição nas salas. Bruna Surfistinha foi criticado pelo presidente Jair Bolsonaro, que afirmou que «não admitiria» que filmes como aquele sobre a ex-garota de programa fossem feitos com apoio da Ancine. A justificativa seria contra o «ativismo» e em «defesa da família». Circula nas redes sociais uma imagem que reúne informações facilmente comprováveis sobre o longa: ele levou mais de 2 milhões de brasileiros ao cinema, fez mais de R$ 20 milhões de bilheteria, gerou mais de 400 empregos diretos e indiretos; há ainda a estimativa de que ele movimentou mais de R$ 10 milhões em impostos diretos e indiretos. Não precisaríamos estar defendendo filme «A» ou «B» pelos seus dados numéricos ou impacto financeiro. Filmes lidam com o simbólico, o intangível. Há aqueles que não movimentam milhões nem na produção, nem na bilheteria, e são importantes da mesma maneira para o cinema brasileiro. Até o discurso contrário a Bruna Surfistinha pela «defesa da família», porém, também é enviesado. Assistindo ao filme, veja só, entende-se que família é um dos principais temas tratados na obra. Dica: ele está disponível na GloboPlay, TelecinePlay e na Netflix.
Toda uma indústria se formou no Brasil em torno da Ancine
Por Inácio Araujo
De certo é muito coerente. As políticas da Ancine, iniciadas em 2001 sob a presidência de Gustavo Dahl, conseguiram que o cinema brasileiro, praticamente ausente das telas desde o final da Embrafilme (e até antes), rompesse enfim a histórica rivalidade com a televisão.
Paralelamente ao incentivo à produção regional, a Ancine criou mecanismos para tornar a escolha de projetos incentivados impessoal (com um sistema de pontuação que favorecia produtoras e realizadores de melhor performance), ao mesmo tempo em que seus concursos abrangiam desenvolvimento e realização de projetos tanto para filmes como para séries de TV, games etc.
Com isso, o cinema brasileiro recuperou aos poucos o prestígio internacional perdido há algumas décadas. Sob a Ancine, foram obtidos êxitos institucionais relevantes, como a obrigatoriedade de produção nacional em canais de TV por assinatura, por exemplo.
Em torno da Ancine criou-se, em suma, o que se pode quase chamar de indústria do audiovisual: ao menos uma atividade profissional contínua, capaz não só de economizar divisas como de produzi-las para o Brasil.
Tamanho êxito é certamente contraditório com um governo que pretende salvar o Brasil a poder de quimioterapia. Por metafórica que seja, entenda-se por isso um tratamento de choque violentíssimo, com efeitos colaterais graves.
Mas isso parece importar pouco ao governo. Desde o primeiro instante ele deixou claro que a cultura é o principal câncer que afeta o país.
A caneta Bic para assinar o termo de posse funcionou como uma espécie de prescrição do tratamento de choque e dos males a ser combatidos —escrita, pensamento, artes, ciências. A mesma caneta, aliás, não assinou, até hoje, o decreto que regulamenta a cota de tela para filmes brasileiros neste ano. Não importa, portanto, que os efeitos colaterais afetem o emprego do setor e a economia em geral. O objetivo é extirpar o mal maior.
O tratamento, é verdade, não pode começar com uma mera canetada Bic. Para fechar a Ancine, é preciso uma lei, já que ela foi criada por lei. Isso se arranja, já que, de todo modo, o processo de desmonte está lançado, e ninguém poderá desdizer: tudo foi mais que anunciado.