La farsa de las élites es la encrucijada de la Nación – Carta Maior, Brasil

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Quedó claro como el agua mineral que el engranaje movido desde 2014 llamado Operación Lavado de Autos (o Lava Jato, como se llama en Brasil), vitoreada por la prensa hegemónica como “la más grande investigación de corrupción de la historia”, sirvió de pantalla a una farsa jurídica cuyos detalles han emergido ahora a través de los devastadores diálogos internos de la operación, los que han sido revelados por el portal The Intercept y su periodista estrella, Glenn Greenwald, el mismo del Caso Snowden.

Grabaciones ampliamente compartidas por la sociedad en ese momento suenan como diálogos de una película de Costa Gavras, el maestro del cinema político.

Un comando secreto, liderado por un juez de provincia amante de lo estadunidense e claramente derechista, diseñado para llevar a la cárcel el más grande líder popular de la historia brasileña, que encabezaba la carrera presidencial, para que la izquierda no llegara al poder por quinta vez consecutiva.

Todos sabían que fue así, pero ahora la hipocresía y el cinismo perdieron el sostén.

Más que una película, la realidad política de los últimos cinco años ha quedado al desnudo, tras desmentirse la narrativa dominante. De hecho, como siempre alertaron los críticos a la llamada “República de Curitiba” – como llamaban al equipo formado por el juez Sérgio Moro (hoy ministro de Justicia de Bolsonaro) y los fiscales de la provincia.

Carta Maior siempre estuvo entre esos críticos, y seguirá haciendo ese trabajo, ahora con un dossier especial, que presentará una visión panorámica sobre las pérdidas y daños de estos cinco años de la operación, y los desafíos que se imponen ahora para que se dé un rescate progresista de la nación brasileña.

No será un tiempo para nostalgias o ilusiones.

Estamos ante uno de los más fulminantes procesos de destrucción económico de un país, con la simultanea deshidratación do su sistema democrático, que pasa también por la obstrucción de los ya frágiles canales de participación popular sobre los destinos de la sociedad, además del desecho de nuestro bien más preciado: nuestra soberanía.

El hecho repite lo que ha pasado en Cuba, Chile, Irán, Nicaragua, Afganistán, Irak, Siria, Yemen, Somalia, Libia, Níger y Venezuela. Todos casos fuertemente apoyados por los medios hegemónicos de Estados Unidos y de toda Latino América.

Durante el último lustro, se dio una serie de eventos cuidadosamente preparados para moldear a la opinión pública, con el denso lubrificante de un periodismo cómplice, poniendo a la democracia y la subjetividad nacional de rodillas.

La quinta más grande demografía del planeta, octava economía del mundo, dueña del mayor hallazgo petrolero del Siglo XXI, fue atacada y fragilizada hasta la postración.

Quedó como una montaña desordenada de reputaciones destruidas. La ociosidad industrial generada por ese ataque resultó en un desempleo alarmante. El aumento de la pobreza invadió los hogares de la clase media, trajo de vuelta el hambre a las periferias. El sabotaje al Estado impulsó un furioso proceso de debilitamiento social, con la retirada de derechos y ataques a la autoestima del pueblo, cerrando el cerco de la orfandad social y nacional.

Todo ese desaliento deja clara la determinación de la operación en deshacer todas las dimensiones de la soberanía, sin la cual no hay proyecto de desarrollo ni democracia que se sostenga.

Entre los dientes de ese engranaje expropiadora fueron masticados el PT (Partido de los Trabajadores) y las demás organizaciones progresistas.

Estatales y bancos públicos que dan escala económica y estratégica a las políticas de interés nacional pasaron a ser saboteados desde adentro.

Grandes empresas que detienen la experticia necesaria a los proyectos estructurantes de infraestructura agonizan en un desmonte criminal.

El país aguarda ansioso que el extraordinario trabajo periodístico presentado por el portal The Intercept revele los contenidos de los acuerdos de lenidad firmados por “libre presión” y producidos por el sometimiento de la ley e las debidas autorizaciones de los órganos públicos del Estado brasileño, a través de fuertes amenazas.

La posición internacional del país se redujo y quedó del tamaño y forma que sirven a los intereses estadunidenses.

Una afinada alianza entre los medios hegemónicos, el Poder Judicial y la plutocracia local y global liquidó el abrigo de identidad entre el pueblo y la nación, legitimando la extinción de los lazos y obligaciones de la nación con relación a su gente, sobre todo la más humilde.

Todo el país fue calculadamente puesto bajo la gerencia de un único poder ordenador: el mercado, sobre todo su brazo financiero internacional.

El gobierno actúa como una tropa de ocupación orientada a la depredación y el saqueo de su propio pueblo.

El barco desgobernado se acerca al naufragio, comandado por un almirante desequilibrado, más preocupado en escribir en Twitter sus tonteras e insultos a opositores, incapaz de liderar y construir.

Su misión es otra.

Bolsonaro fue elegido por su desastrosa capacidad de rebajar, agredir, destruir, desarticular y promover el desorden tal que genere un pueblo huérfano y una nación deshuesada.

Han derrumbado uno por uno todos los contrapuntos institucionales, sociales y económicos erguidos secularmente como límites a la ganancia omnívora de las élites, lo que produjo una de las sociedades más desiguales del planeta – en este país un 28% de la riqueza está en manos do 1% de los más ricos, contra un promedio mundial de 22%, según recuerda Thomas Piketty.

El blanco principal de ese proyecto es nuestra soberanía, atacada sin bombas, sin tropas, adoptando el modelo de guerra híbrida contra la nación, y el lawfare contra personalidades.

Lula da Silva y la Constitución son los grandes obstáculos. Nuestra carta magna, promulgada en 5 de octubre de 1988, nunca fue aceptada por las élites, atacada desde el primer minuto, sobre todo en los ocho años de gobierno de Fernando Henrique Cardoso.

Las victorias de Lula y del PT en 2002, 2006, 2010 y 2014 jamás fueron aceptadas por el conservadurismo y el gran capital nacional e internacional.

La constituyente que acabó definitivamente con la dictadura jamás fue digerida por los conservadores, al haber nacido despegada de la ascensión neoliberal en lo mundo, gracias a la fuerza acumulada por las calles en su lucha por la democracia.

Destruirla da sentido funcional a la aberración que se llevó al poder en 2018.

Recordemos que desconstitucionalizar la economía también fue el ítem fundamental del programa presidencial de Geraldo Alckmin, el candidato de la derecha tradicional brasileña en 2018, que tenía como gurú económico al ultra liberal Pérsio Arida.

En 2018, tras cuatro intentos fracasados del PSDB de completar el servicio iniciado por Fernando Henrique Cardoso, y faltando días para un nuevo fracaso en las urnas de esa derecha tradicional, las élites decidieron realizar un plan de contingencia.

Los diálogos ahora revelados por The Intercept muestran la acción coordinada para estrangular a la historia.

La vergonzosa resignificación de la palabra Brasil en el ambiente internacional resulta de la ecuménica percepción, ahora documentada, de cómo el país se desplomó tan rápidamente, tras una acción minuciosamente planeada, impulsada contra una sociedad aturdida y manipulada por quienes deberían alertarla de esos peligros con isonomía.

La profilaxis ética de los torquemadas de Curitiba queda evidente, al exponerse la acción criminal y demoledora de la alianza de los medios con la más nefasto del mundo financiero, el sistema jurídico, los sectores militares el Departamento de Estado norteamericano.

Eso es lo que muestran los diálogos, listos para una película de Costa Gavras, revelados ahora por The Intercept.

No hay espacio para la ingenuidad.

Nada de eso se haría sin la ayuda del espionaje, el respaldo militar y económico de los grandes intereses norteamericanos en subyugar la más grande economía occidental de las que todavía luchan por el desarrollo, fortalecida por un gigantesco hallazgo petrolero y un horizonte de soberanía económica y tecnológica que eso puede proporcionar.

El intento de saqueo devastador requiere la capacidad de usar la ilegalidad y la violencia con impunidad.

La Operación Lavado de Autos supo actuar quirúrgicamente, y con la frialdad de un asesino a sueldo.

Se crearon las condiciones para emboscada a las fragilidades institucionales, cuando el ciclo de desarrollo de los primeros gobiernos del PT se había agotado, y era necesario otro pacto con la sociedad.

Entre las alternativas disponibles, la supremacía del mercado sobre los intereses sociales e nacionales difícilmente tendría la preferencia en las urnas.

Como no la ha tenido desde 2002.

Las encuestas indicaban que no la tendría tampoco en 2018.

Hay que reconocer, sin embargo, que la estrategia golpista ha sido exitosa al menos hasta ahora.

El desmonte de la nación pode ser documentado en múltiplos frentes, creando una muralla de basura que aleja el camino que puede llevar este presente insoportable a la reinvención del futuro brasileño.

Un conjunto de factores impone obstáculos estructurales nuevos a las fuerzas democráticas y progresistas, determinadas a rescatar la soberanía de la nación y rehacer el pacto su desarrollo.

La nostalgia del ciclo anterior no sirve como respuesta a las nuevas exigencias de la historia.

El mundo vigente entre 2002 y 2014 ya no existe.

La geopolítica fue alterada; la globalización está en jaque; la agenda conservadora es una fuerza influyente, violenta y destructiva.

Tratar de repetir el ciclo exitoso anterior, en los mismos términos, solamente reafirmará su agotamiento, en un nuevo colapso anticipado, posiblemente arrematado por un golpe aún más violento.

La determinación profunda de la derecha de promover un recrudecimiento de los conflictos no puede ser subestimada.

la humanidad toda sufre los efectos de la crisis generada por el agotamiento del proyecto neoliberal impuesto a un planeta aplastado por los desequilibrios sociales y ambientales sistémicos.

El vórtice de la tempestad es el desorden financiero.

Un stock sin igual de riqueza ficticia arde en las manos de los mercados en todo el mundo, en la búsqueda por abrigos a la plusvalía, por hacer la transfusión capaz de evitar la devaluación abrupta de la cual 2008 fue prenuncio.

Reconducir la riqueza financiera a los carriles de la producción y de la emancipación social es unos de los nuevos requisitos para la soberanía y el desarrollo.

El objeto en cuestión es el anhelo de este momento, en Brasil y en todo el mundo, que vive una alocada danza de sillas.

No hay contrapartida material que acomode la monstruosa ruleta especulativa.

Los tantos saqueos a la riqueza planetaria ya acumulan valor igual a del doble del PIB mundial: US$ 170 billones contra US$ 80 billones, respectivamente.

Y no para de crecer.

En contrapartida, la parte del PIB estadunidense destinada al trabajo, por ejemplo, cayó de casi un 69% antes de la crisis de 2008 a un 66,4% ahora.

Que eso ocurra en el capitalismo más fuerte del planeta, donde la economía crece hace diez años, pero que ostenta una tasa de desempleo (visible) más baja en medio siglo (3,6%), solo confirmar la actual naturaleza desgarradora de la lógica de los libres mercados, lo que se quiere imponer en nuestras tierras a fierro y fuego.

La incertidumbre, la angustia y el desempleo agregados a esa paradoja que asfixia a la clase media en el campo y en las ciudades explican el crecimiento de la xenofobia, del nacionalismo, de los líderes extremistas y del viento fascista que sopla en todas las latitudes.

Las fuerzas democráticas y progresistas brasileñas no pueden subestimar las responsabilidades organizativas y programáticas que ese divisor impone.

La principal de ellas es recuperar la coherencia entre el proyecto de democratización social para Brasil y la contrapartida de recuperación de los recursos necesarios a la retomada de la inversión productiva – lo que requiere el enfrentamiento del poder financiero, que solo es viable con retomada de un poder popular que genere la fuerza y el consentimiento amplio para rescatar la soberanía y la credibilidad a la lucha por el desarrollo en este largo amanecer del Siglo XXI.

Carta Maior

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