Argentina | Un acuerdo que profundiza la primarización de la economía – Por Fernando Alonso

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

El Mercosur y la Unión Europea anunciaron el cierre de negociaciones para establecer una zona de libre comercio cuya instrumentación demandará todavía la ratificación del parlamento europeo y los congresos de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Esto abre interrogantes sobre la verdadera posibilidad de que se concrete, que dependerá en buena medida de que el presidente Mauricio Macri logre la reelección y pueda llevar adelante su política de shock de reformas con la que espera terminar de desarmar el Estado de bienestar y dar lugar a una economía neoconservadora.

El acuerdo comenzó a negociarse en 1995, cuando también gobernaba el neoliberalismo en Argentina y Brasil y se congeló durante la década de progresismo en la región, que encarnaron las presidencias de Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva donde se puso como prioridad el desarrollo de la región.

Las negociaciones se reactivaron en 2016, con la llegada de Macri al poder y se culminaron antes de que llegue al fin de su mandato tanto con la intención de mostrarlo como un logro de gestión en la campaña electoral como de dar repuestas a las exigencias que llegan paralelas al acuerdo de asistencia del Fondo Monetario Internacional.

El proceso de globalización de la economía estuvo siempre basado en el libre flujo de bienes y servicios, con imposiciones a favor de los grandes grupos económicos, lo que significó congelar los procesos de desarrollo de los países y resignar soberanías. Las naciones desarrolladas fueron las primeras en buscar este tipo de acuerdos comerciales, que les abren los mercados para sus productos y les garantizan el abastecimiento de materia prima.

En la mirada mercantilista, el acuerdo de Mercosur y Unión Europea crea un mercado de bienes y servicios de 800 millones de consumidores y casi una cuarta parte del PBI mundial.

Pero lo que parece a veces no lo es. Países como Argentina, con una industria en grado de desarrollo se encuentra de un día a otro en la necesidad de competir con industrias altamente desarrolladas, con fácil acceso al crédito a tasas extremadamente bajas.

Hubo un caso testigo para graficar las asimetrías. En la década del ’90, la YPF recién privatizada inició un plan de expansión que le permitió la internacionalización, adquiriendo empresas en Bolivia, Ecuador y Estados Unidos, entre otros países. En plena etapa de expansión llegó una propuesta de Repsol, una petrolera española de menor envergadura sin desarrollo de tecnología ni producción propia. Sentados en la mesa de negociación, YPF tenía las condiciones para absorber a Repsol y dar un paso más en la creación de una multinacional de origen argentino. Pero algo falló. Repsol fue capaz de conseguir financiamiento de bancos europeos a una tasa de 4% – 5%. YPF no logró nunca una tasa menor al doble. En los términos planteados, el chico, una empresa mediana española, se llevó la joya de la abuela. Los argentinos saben el resultado de la pérdida de soberanía que significó. años de desinversión hasta perder el autoabastecimiento en mérito a obtener rápidos resultados para los accionistas españoles.

Los defensores del acuerdo señalan ahora que Argentina tiene posibilidades de incrementar las ventas de productos agrícolas, productos de molienda y carne bovina. También para diversas economías regionales, entre ellos frutas, miel, pesca y algunas variedades de vinos. Otra vez el modelo de exportar producción primaria e importar productos industrializados. Eso significa empleos de menor calidad y salarios más bajos para los argentinos. Los salarios industriales, siempre más altos, y todo el desarrollo científico y tecnológico asociado se quedará en Europa.

Argentina, por su característica de país agropecuario, mantiene una histórica confrontación entre el campo y la industria que nunca logró sintetizar en un modelo de desarrollo. Con la llegada de Macri al poder se empezó a hablar del modelo australiano como la imagen en la que aspiraban a reflejarse. Pero Australia tiene el doble de recursos naturales y la mitad de población que Argentina.

Casi cuatro años después y a las puertas de unas elecciones que no lo muestran como el preferido para lograr la reelección, Macri vuelve a insistir con su plan de desindustrializar el país.

El modelo que propone el Gobierno, de primarización de la producción y atracción del turismo, es insuficiente para el desarrollo del país y solo funcional a los intereses de los países desarrollados a los que siempre respondió a lo largo de su gestión.

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