Venezuela, el títere y el titiritero – Por Luis Hernández Navarro

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Luis Hernández Navarro(*)

Una palabra resume el intento de golpe de Estado contra el presidente Nicolás Maduro de este 30 de mayo: fracaso. Faroleando, la oposición venezolana apostó a derrocar al mandatario. Perdió. Después de algunas escaramuzas, su convocatoria se desinfló rápidamente.

Más allá de la escenografía montada para la ocasión y del griterío ensordecedor de quienes fantasean con el fin de la Revolución Bolivariana, el saldo de la jornada es claro. De un lado, los mandos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) se mantienen leales al mandatario venezolano y decenas de miles de chavistas resguardan el Palacio de Miraflores. Del otro, la cabeza visible de la operación, el líder opositor Juan Guaidó, anda a salto de mata, mientras el prófugo Leopoldo López y esposa tuvieron que refugiarse en la embajada de Chile y luego en la de España.

El bluff golpista comenzó temprano en la madrugada. Fue más una representación propagandística que una acción militar en forma. Posando para las cámaras de video en la Autopista del Este, al lado del distribuidor vial Altamira, rodeado de un pequeño grupo de militares desertores, en su mayoría de baja graduación, y policías, con la base militar La Carlota a sus espaldas, Juan Guaidó llamó al pueblo de Venezuela a tomar las calles, dar inicio la fase definitiva de la Operación Libertad y a hacer realidad el «cese definitivo de la usurpación».

Autoproclamándose jefe de las Fuerzas Armadas, el presidente de la Asamblea Nacional arengó a sus uniformados imaginarios: “Hoy convoco a los soldados, y a todas las familias militares a acompañar esta gesta […] Son muchos los militares que se suman […] El momento es ahora”.

General sin tropa, Guaidó giró órdenes, no a través de su alto mando, sino de Twitter: «Pueblo de Venezuela, es necesario que salgamos juntos a la calle. Organizados y juntos movilícense a las principales unidades militares. Pueblo de Caracas, todos a La Carlota», escribió en uno.

“En este momento –mintió en otro– me encuentro con las principales unidades militares de nuestra fuerza armada dando inicio a la fase final de la Operación Libertad”. Ya encarrerado, fantaseó en uno más: «¡Las calles de Venezuela se siguen llenando de gente y más gente!»

Con el factor sorpresa de su lado, los alzados lograron un efímero éxito tempranero: liberar a Leopoldo López, quien cumplía condena en prisión domiciliaria. Y, antes de chocar de frente con la realidad, acompañados de guarimberos armados con pistolas, vivieron unos cuantos minutos de gloria. No les duró mucho. Con ocho tanquetas, cuatro ametralladoras 7.62 y fusiles de alto poder, trancaron la vía e intentaron avanzar sobre La Carlota. No pudieron tomarla.

Se desinflaron más rápido que despacio. Soldados y policías que participaron inicialmente en la escaramuza se retiraron. «Fuimos engañados. Nos dijeron que íbamos a participar en otra operación», denunciaron. La mazorca se fue desgranando paulatinamente. No era aún mediodía, cuando 80 por ciento del personal militar que formaba parte de la asonada abandonó a los jefes de la conjura. Una a una, las ocho tanquetas fueron llevadas a sus lugares de origen.

Desalojados de la autopista, los golpistas trataron de marchar rumbo al Palacio de Miraflores. Tampoco tuvieron fortuna. Las oficinas del presidente estaban rodeados de miles de simpatizantes chavistas. Tuvieron que replegarse hacia el barrio de Altamira.

Menos exitosa aún resultó la convocatoria de Guaidó a que los ciudadanos tomaran las calles. Ni siquiera en los barrios que históricamente controlan, los antichavistas pudieron movilizar la cantidad de simpatizantes que tradicionalmente los han apoyado en todos estos años de lucha opositora.

Con un palmo de narices quedó también el senador estadunidense Marco Rubio, quien anunció en Twitter: «El 1° de mayo Juan Guaidó encabezará lo que potencialmente será el momento definitivo en la lucha contra el régimen de Maduro en Venezuela. Los líderes de las FANB deben defender la Constitución y proteger a los manifestantes de los ataques de las pandillas armadas de Maduro».

El golpe interminable

El descalabro de los antichavistas es el último eslabón de una larga cadena de fracasos golpistas. Apenas el 4 de agosto de 2018, se intentó asesinar, con un ataque de drones, al presidente Maduro. El atentado fue planificado en Colombia, bajo la dirección del político opositor Julio Borges y el apoyo del financista Osmán Alexis Delgado.

Borges es un político y abogado venezolano que participó en 2018 como representante de la oposición en las pláticas de paz celebradas en Santo Domingo, de manera simultánea a la organización del atentado contra Maduro. Junto al empresario Parsifal de Sola, desempeñó un papel clave en la fallida Operación Jericó en 2014-15, que intentó otro golpe de Estado.

Poco después, al comenzar 2019, el coronel retirado Oswaldo Valentín García Palomo coordinó otra fallida tentativa de golpe de Estado contra Maduro. En la acción participaron empresarios, políticos y agentes de la CIA. De acuerdo con el testimonio del coronel retirado, él contactó en Colombia a un funcionario de CIA. Y en ese país se reunió también con el empresario venezolano «Parsifal de Sola y un policía nacional de ese país, quienes me dieron apoyo». Según el ministro Jorge Rodríguez, el policía colombiano es el enlace del golpista con el ex presidente Juan Manuel Santos.

García Palomo fue arrestado el pasado 31 de enero, cuando se internaba en Venezuela para dar el golpe, gracias al trabajo de los servicios de inteligencia locales. Al coronel retirado se le hizo creer que estaba en marcha un levantamiento militar en Caracas, y se puso a su disposición un vehículo para que se trasladara dentro del país.

A partir del 10 de enero pasado, cuando Nicolás Maduro asumió como presidente, se echó a andar desde Washington un nuevo guion. El diputado Juan Guaidó se proclamó presidente encargado de Venezuela. Amenazador y arrogante, Donald Trump puso sus cartas sobre la mesa: en el transcurso de 2019 podría concretarse una intervención militar de su país en Venezuela.

Es sabido que el imperio acostumbra envolver sus agresiones coloniales con juegos de artificio oratorios en favor de los derechos humanos, la democracia y el bienestar. En esta ocasión, el discurso intimidatorio contra la Revolución Bolivariana no fue la excepción. Sólo añadió un ingrediente al guion intervencionista: una inexistente crisis humanitaria.

No son palabras al viento. El discurso de Trump y sus amigos expedicionarios camina de la mano de las declaraciones y maniobras de sus títeres venezolanos. Como un muñeco de madera que mueve las labios para fingir que habla, por la boca de Guaidó se escucha, apenas disimulada, la voz del ventrílocuo imperial. Las bravatas y desplantes del autoproclamado han transportado a la oposición venezolana a los tiempos de su peor abyección y sometimiento.

En esa ruta, con el pretexto de la ayuda alimentaria, el pasado 23 de febrero, titiritero y títeres se la jugaron a tratar de propiciar, desde la frontera colombiana, la ruptura de las FANB, la deserción de altos mandos, el desbordamiento civil y la acción de grupos paramilitares, para intentar ocupar un territorio «liberado», en el cual instalar al gobierno del autoproclamado Guaidó. Desafortunadamente para ellos, la arremetida fracasó. Para desencanto opositor, los militares bolivarianos no se dividieron, contuvieron la embestida del antichavismo y mantuvieron el control del territorio. La unión cívico-militar se mantuvo. La supuesta ayuda alimentaria a territorio venezolano (que incluía material para la lucha callejera y la instalación de guarimbas), llevada a Colombia por Estados Unidos y Chile, no pudo traspasar el bloqueo fronterizo.

Hace más de 20 años que la Venezuela de Hugo Chávez dio a la historia de nuestro continente un giro radical y puso nuevamente en el centro de su horizonte el socialismo. Ni el imperio ni sus vasallos criollos se lo han perdonado jamás. Como tampoco dispensan al presidente Maduro, elegido mayoritaria y democráticamente por su pueblo, no haber abandonado esa ruta y no haberles entregado un poder que no han podido ganar por las buenas en las urnas.

Este 30 de mayo, la Revolución Bolivariana y el presidente Maduro sufrieron otra arremetida imperial. Una más, de una larga cadena de acometidos. Títeres y titiritero se estrellaron de frente con un pueblo que bajo sus pies tiene un mar de petróleo, se niega someterse a los caprichos del colonialismo más pedestre, y que está empeñado en tratar de conquistar el cielo por asalto.

(*) Escritor y periodista, coordinador de la sección de Opinión del diario La Jornada.

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