Nuestra mujer – Por Adrián Melo

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Hija natural, morocha y provinciana, conoce desde chica la humillación y el insulto, adolescente huye a la ciudad y al tiempo se tiñe de rubio para devenir otra, es decir, adquiere otra personalidad e identidad: la de la diva de radioteatros y cine, y luego otra, la madrecita de los humildes. Quizás algunas de las claves que permiten analizar los procesos de identificación entre Eva Perón y el mundo de las diversidades sexuales puedan hallarse en esos aspectos de la biografía de “esa mujer”. El mismo recorrido: la injuria, la huida a la ciudad, la necesidad de desarrollar estrategias y negociaciones para poder sobrevivir es el proceso que siguieron muchas vidas de gays, lesbianas y travestis durante el siglo XX si seguimos el análisis de Didier Eribon en Reflexiones sobre la cuestión gay.

Después está la entrega absoluta al amor de un hombre. “Yo no podría renegar jamás de mi fanatismo apasionado por la causa de Perón. Perón, para mí, que lo he analizado profundamente, es perfecto. Quiero que sepan en este momento, que lo quise y lo quiero a Perón con toda mi alma y que Perón es mi sol y mi cielo. No concibo el cielo sin Perón.”

Quizá su figura apasionó a los escritores homosexuales porque su discurso recuerda a los amores desmesurados y desesperados que signaron la vida de muchos de la primera mitad del siglo XX. De hecho, sus palabras parecen guardar alguna semejanza con los sueños del homosexual que presentó Roberto Arlt en El juguete rabioso o con algunos personajes de La brasa en la mano, de Oscar Hermes Villordo, que relata la vida de los gays durante la época peronista.

Asimismo, el lenguaje melodramático, hijo del folletín popular, propio del discurso peronista, también pudo haber generado procesos de fascinación e identificación. Tal como señala Sebreli, la carrera artística de Eva Perón comienza en el teatro, la radio y la cinematografía argentina, continúa en la vida real con el romance entre el coronel y la actriz considerada poco menos que puta, en la romántica carta de amor de Perón desde Martín García y luego en el papel de Primera Dama de Eva con sus aigrettes, pieles, costosísimas joyas y los modelos exclusivos que la convertían en la María Antonieta de los humildes. El melodrama concluye con los abrazos desgarrados de su agonía reproducidos hasta el cansancio en las fotografías de la época, los discursos de barricada ornamentados con ritualismos de folletín burgués, la autobiografía La razón de mi vida que sigue la estructura de la vida y milagros de los santos populares. Y encuentra su cenit en sus espectaculares y fastuosos funerales, que nos recuerdan algún film del neorrealismo italiano, con las caras llorosas de los pobres bajo la lluvia.

Que Eva Perón fascine como una diva, como la heroína de las grandes mujeres de la historia que representaba en los radioteleteatros, o desde el sepia de las fotografías cinematográficas o desde la tapa de la revista Sintonía, prenuncia la adoración gay por ver a sus divas de la segunda mitad del siglo XX interpretando, a su vez, a Evita. Y así se sucedieron Nacha Guevara, Valeria Lynch, Paloma San Basilio, entre otras. Hasta llegar por supuesto a la Diva por antonomasia de los gays, Madonna, interpretando en la película de Alan Parker el musical de Andrew Lloyd Webber y letra de Tim Rice. La Evita ambiciosa, desmedida, villana, prostituta, dispuesta a todo por ascender socialmente, demagógica y tierna con el pueblo trabajador que nos propone la ópera musical Evita se asocia a la figura de Madonna y a la admiración que suscitan las perversas de los melodramas a quienes el sufrimiento, el desamor, el oprobio y las luchas por la supervivencia volvieron necesariamente hiperfuertes, “varonas”, masculinas como una drag.

Putos, pobres y peronistas

Uno de los hitos fundamentales que conectan a la homosexualidad con la figura de Eva Perón es la relación entre ella y el modisto Paco Jamandreu. Según relata este último en sus memorias, titulada La cabeza contra el suelo, una vez asentada en una relación de amistad, Eva se burlaba de Paquito: “Te espero a las ocho. Pero a las ocho. A ver si te encontrás con un chongo en el camino y llegás pasado mañana”.

En otra ocasión, Eva se cruza casualmente con él a la salida de la Fundación una madrugada y después de reprenderlo por vivir yirando y por usar una matraca de auto, le manda regalar a los pocos días un flamante Packard.

Pero a su vez, la ambivalencia de Eva frente a la homosexualidad de su amigo es presentada en otra anécdota. Cierta vez en que Paco y un amigo se hallaban en un bar y una razzia se los llevó a la comisaría por no tener documentos, Paco decidió llamar al número privado que Eva atendía a toda hora. Ella les contestó: “¿Y qué hacen ahí ustedes a estas horas? Eso debe ser un puterío. ¡Jódanse por yiros!”.

Sin duda, el momento más emotivo de la relación es aquel en el cual, a pedido de Perón, Jamandreu diseña una serie de vestidos para hacerle creer a Eva que va a emprender un largo viaje. Ella responde agradecida, que deben achicar las medidas porque está muy flaca y que Paquito tiene tanto talento que debería ser modisto en París. A la salida de la habitación Perón y Paco se miran con ojos llorosos. La escena fue inmortalizada en la película Eva Perón (Desanzo, 1996), así como las palabras que pronuncia el personaje de Paco Jamandreu: “Ser puto y ser pobre es ser Eva Perón”.

En todo caso, las lecturas contradictorias de la figura de Evita (tiene intimidad con homosexuales de los cuales reboza el medio teatral pero no saca a Jamandreu de la comisaría) guardan relación con la ambigüedad de los testimonios respecto del peronismo. Por un lado, organizó en 1946 el régimen contravencional vigente por largos años. Pero, por otro lado, el peronismo parece significar cierto relajo en las costumbres. Como señala Pablo Gasparini, “el peronismo parece tener, con todo, algo de fiesta. El erotismo que nace de ese encuentro de clases es potente. La relación de la marica de clase media con el chongo villero no sólo llenó lamentaciones sino también saunas. Testimonios personales dan cuenta de saunas gays en Buenos Aires en la década del ’50, cuando no los había en Nueva York”.

Si Evita viviera

A su vez, son los escritores gays y lesbianas los que mejor parecen haber comprendido a Evita y los que dejaron las más contundentes expresiones artísticas: aquellas que dan cuenta de ese cruce de oposiciones entre la figura de la santa y de la prostituta a partir de las cuales se construyeron los imaginarios sobre su vida. En Eva Perón, ¿aventurera o militante?, escrito a mediados de los ’70, Juan José Sebreli declara a propósito de Ella: “Convertida en uno de los tabúes más inquietantes y peligrosos de nuestro folklore político, tiene la significación ambivalente de todo tabú; del sacer de los romanos, que significa sagrado, santificado, consagrado, y a la vez abyecto, execrable, impuro. Ella es la musa, la diosa madre y a la vez la mujer demonio, la mandrágora, la mantis religiosa”.

En plena década del ’70, cuando la figura de Eva Perón parecía un tabú intelectual, un mito intocable tanto en su versión angélica como diabólica, Sebreli la reivindica como sujeto político y como imagen plebeya. Frente a la tendencia de convertir a Evita en un objeto mágico de adoración que la neutraliza y la convierte en pieza de museo, Sebreli acentúa todos los aspectos de la vida de Ella que impiden integrarla al orden establecido, que la convierten en la negación misma de ese Orden. Su libro constituye la reivindicación intelectual de la Evita revolucionaria, de la mujer política radicalizada que representa el ala plebeya de la clase obrera y del peronismo e incluso de las luchas de la liberación de la mujer.

Mucha mujer o Evita es hombre

Unos años después, en pleno año de la dictadura militar, María Elena Walsh, mujer y lesbiana, también en su poema “Eva” (1976), identifica la lucha de esa mujer con la de las mujeres en general: con las luchas de las rameras, las madres incesantes, “las reas y las monjas y las violadas en los teleteatros y las que callan pero no consienten”. Proclama a Evita, “loca” y “reina” y le expresa clamorosamente su deseo de “Tener agallas, como vos tuviste,/ fanática, leal, desenfrenada (…)/ Tener agallas para gritar basta/ aunque nos amordacen con cañones”.

A su manera, también Copi, desde su pieza teatral Eva Perón (1970) intenta desacralizar el mito, esta vez, burlándose a carcajadas, atrozmente, de las máscaras de lo sagrado que han cubierto la figura de Evita y haciendo de toda su vida y de su historia una farsa. En su obra, que cuenta las últimas horas de Evita en su lecho de enferma, todo es simulación y mentira: Eva no es la Abanderada de los humildes, no es la defensora del Pueblo trabajador, no tiene cáncer, no muere y tampoco es una mujer, ya que es interpretada por un hombre (Facundo Bo). Según la interpretación de Marcos Rosenzvaig, Copi narra el último día de Evita y se sirve de Evita representada por una travesti para tomar distancia del personaje histórico, desmitificarlo y pensar sobre su condición genérica, es decir preguntarse qué es ser una mujer. Y ser mujer parece decir Copi, cual Judith Butler avant la lettre, es justamente eso: vestirse de mujer. Aún más, la obra termina afirmando la representación de la mujer como una mentira. La Eva Perón autoritaria y fálica que presenta Copi no es una mujer, así no estuviera representada por un hombre, porque no responde a los estereotipos de mujer, es decir, no funciona como debiera funcionar una mujer en la estructura heterosexual dominante. A su vez, los géneros están trastrocados en la obra porque Perón es acusado por Eva de “cobarde” de “impotente” y de “cagón”, está ausente y sufre de migrañas, una dolencia que se suele asociar también a las mujeres.

En una escena fundamental, Eva acusa a Ibiza y a Perón, los dos únicos hombres de la obra: “Ustedes me dejaron caer sola hasta el fondo de mi cáncer. Son unos turros. Me volví loca y estaba sola… Me volví loca, loca, como aquella vez en que hice entregar un auto de carrera a cada puta y ustedes me lo permitieron. Loca. Y ni vos ni él me dijeron que parara. Hasta mi muerte debí hacerla completamente sola. Sola. Cuando iba a las villas miseria y distribuía fajos de billetes y dejaba todo, mis joyas y mi auto, y hasta mi vestido, y me volvía como una loca, desnuda, en taxi, mostrando el culo por la ventanilla, me lo permitieron. Como si ya estuviera muerta, como si yo no fuese más que el recuerdo de una muerta”.

Si el antiperonismo más virulento no se cansaba de señalar que Evita era la que mandaba y llevaba los pantalones en la pareja, si tanto Martínez Estrada como Borges decían que Eva era un macho y la llamaban la mujer del látigo o la mujer de pelo en pecho, Copi no hace más que llevar al extremo esos mitos y en ese paroxismo pone en cuestión todos los géneros y hasta la identidad nacional. La transgeneridad que Copi profundiza en su obra prenuncia algunas de las múltiples identidades que se le darán a Eva en esos años para convertirla en bandera de lucha. Entre ellas, durante los primeros movimientos de liberación gay se afirmaba: “Si Evita viviera, sería tortillera”.

Justamente desde ese antiperonismo que bebió desde su tierna infancia, Copi amalgama elementos típicamente gorilas: la ambición y el resentimiento de Eva y de su madre que reclama durante toda la obra en saber el número de la caja fuerte en Suiza, la corrupción peronista, el pasado oscuro de Eva, la instrumentalización política de los funerales de Eva, pero termina construyendo, quizás inconscientemente, una Eva compleja, con múltiples matices pero, sin duda, radicalizada y acorde con los aires de época en que surgió la obra. Mientras Copi escribía estas líneas, el fantasma de Evita recorría el espectro político argentino. El cadáver de Eva Perón había sido secuestrado el 23 de septiembre de 1955 y en 1970 los montoneros secuestraban y asesinaban a Aramburu y prometían dar cristiana sepultura a sus restos “cuando al Pueblo Argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera Evita”. En la obra de Copi, “Evita está más viva que nunca” después del crimen y la sustitución final de su cuerpo por el cadáver de la enfermera. Como lo intentó Sebreli en su ensayo, Eva Perón no es la momia intocable, divinizada, objeto mágico de adoración mística, sino una mujer salvajemente viva que puede volver y trasponer los límites impuestos por el peronismo, por los militares y por Perón.

La obra de Copi fue estrenada el 2 de marzo de 1970 en el teatro L’Epée de Bois, en París. A mediados de ese mismo mes, explotó una bomba en el teatro, fueron golpeados los actores y se destrozaron los decorados. A la vez, Copi recibía cartas de amenazas de muerte desde Buenos Aires y varios integrantes de su familia tuvieron que exiliarse de Argentina. Mal comprendida en su momento, los peronistas quizá no llegaron a visualizar que, de la manera más atroz, Copi fue el primero en resucitar a Eva, en hacer carne una de las frases más significativas que se dicen sobre ella y que encarnó tantos sueños –y pesadillas– y esperanzas de la Argentina: “Si Evita viviera…”.

El otro poeta gay y argentino que se ocupó de Eva, Néstor Perlongher, en sus poemas “El cadáver” (1980) o “El cadáver de la Nación” (1989), insiste en la belleza y en la impecabilidad del cadáver, en los múltiples cuidados, en la prolijidad del rodete del cadáver de Eva, en la hebilla de su pelo, en las joyas, en el maquillaje para disimular las manchas cancerosas, en las orquídeas, en el esmalte Revlon de sus uñas, en la depilación del bozo, en los ceremoniales que preceden y siguen a su embalsamamiento, en las alquimias del embalsamador doctor Ara. Sin duda, Perlongher ama a Evita como a una diva, pero sólo se atreve a tocarla y adorarla cuando ella ha muerto.

En “Evita vive” (1975), cuento considerado maldito dentro de la literatura argentina, Perlongher consuma el proceso de beatificación. Evita vuelve desde el cielo y ya no es la Evita de Perón, que como señala Horacio González proclamaba “‘Soy fanática y entregaba una frazada” o “repartía máquinas de coser como quien arma barricadas contra aristocracias obtusas”. Es la Evita diva del lumpenproletariado y de los bajos fondos, reventada, con olor a muerta y con las manchas de cáncer en la piel. Es la Evita resucitada que, como a Jesús, pocos reconocen, que regala lotes de marihuana a los pobres “para que los humildes andaran superbién, y nadie se comiera una pálida más”, que tiene la cabeza con el rodete deshecho entre las piernas de un negro, que la chupa mejor que nadie, que se deja manosear y sobar y manosea, fornica y es fornicada y chupa a los marginados, a los negros, a los maricas (las “queridas” a quienes promete un paraíso de chongos, negros, rubios, marineros y bellos muchachos), a la barbarie, y a todos los que hablan el mismo lenguaje que ella: el de la humillación.

En esta Evita, los sueños de redención del lumpenproletariado y de los pobres miserables y reventados (distintos a los obreros ordenados y descamisados que sueña el peronismo) van de la mano con los sueños de liberación social de las locas, los maricas y las travestis.

Para Christian Ferrer: “En los tres cuentos unidos por el título ‘Evita vive’, Perlongher cuenta cómo Eva Perón baja desde el cielo y ronda por hoteles ‘del bajo’, pensiones de mala muerte, conventillos, ‘deptos’; pernocta con un marinero ‘negro’ y una marica, comparte fumo con gays, se acuesta con muchachos, participa en camas redondas; se revela puta, drogadicta, ‘reventada’, va a hacer un ‘rescate’… El Buenos Aires de Evita es aquí un cruce de zona rosa y villa miseria: el conjunto parece un retablo endeble animado por una troupe de marginales, ante los cuales Cristo resucitado se aparece en un Kaiser Carabela a traer la buena nueva de que el paraíso de los humildes asume la forma de una orgía de lúmpenes presidida por una mujer con ‘maneras de princesa ordinaria’ (…) Bastarda, impetuosa y estrella concientizada lo fue. Pero para Néstor Perlongher ella fue, ante todo, lumpen… Néstor reconoció en la idolatría política de la masa peronista hacia Evita al deseo en estado químicamente puro: las valoraciones morales pasan entonces a segundo plano”.

“Evita vive” reivindica a un tiempo la liberación social y sexual y reclama a Evita un rol que no desempeñó bien porque no quiso o porque Perón y el peronismo le impusieron los límites de una vez y para siempre.

La grandeza de las obras de Copi y Perlongher es que parecen asimilar, apropiarse y reinterpretar diversos símbolos y elementos a partir de los cuales se ha construido el mito de Evita: la radio y el cine, la cabellera rubia, el rodete, las joyas y los sombreros, las máquinas de coser, las frazadas, la demagogia y el autoritarismo, las armas compradas al príncipe de Holanda para armar a la clase trabajadora, la simulación y el trasvestismo, el cáncer, los funerales como espectáculo melodramático, el esmalte Revlon de las uñas del cadáver, la necesidad de derramar la propia sangre para entrar en la historia argentina, la instrumentación política de la muerte, el maquillaje, el auténtico dolor de miles de humildes, de marginados, de putos, de lesbianas, de pobres que sintieron que sus vidas no volverían a ser las mismas con la ausencia de Ella.

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