Nelly Richard: “La revuelta feminista en Chile exige una educación no sexista y sin violencia de género”

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Por Carolina Espinoza

Nelly Richard fue pieza clave en la formación de la Escena de Avanzada en Chile que, a fines de los años setenta, agrupó a artistas como Eugenio Dittborn, Lotty Rosenfeld y el grupo CADA, integrado entre otros por el poeta Raúl Zuita.

El arte crítico fue una de las maneras de resistencia a los horrores de la dictadura de Pinochet, una forma de protesta que ha dejado huella y ha tomado el testigo después de un largo letargo, en las nuevas generaciones.

Por estos días se cumple un año de la huelga feminista universitaria en Chile, un movimiento sin precedentes en la historia del país que denunció masivamente las consecuencias del neoliberalismo a ultranza aplicado a la educación en Chile, pero además, los abusos cometidos hacia las mujeres por profesores y alumnos al interior de la academia. Para Nelly Richard, esta huelga representa, además del desafío al sistema neoliberal, la recuperación del término feminismo, acallado durante años en Chile, bajo el neutralizador rótulo de “género”. Con el lema “Abortar al patriarcado y sus leyes de mercado” el movimiento feminista en Chile es para la investigadora, una verdadera revolución.

La investigadora en los ámbitos de la crítica literaria, historia del arte, estética, filosofía y la teoría feminista, coordina desde este año la línea Políticas y Estéticas de la Memoria en el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía de Madrid.

¿Qué papel jugó el arte crítico en la dictadura de Pinochet?

Durante la dictadura, la escena del arte visual adquirió una fuerza de intensidad crítica que hasta el día de hoy resulta asombrosa. Después del golpe militar, el cuerpo social quedó sumergido en la catástrofe. De a poco fue recobrando la voz en medio del silencio y la desesperación. Se fue armando un campo artístico y cultural de oposición que se expresó de muchas formas. Primero se generaron circuitos alternativos de artistas empeñados en recuperar la narrativa épica dela Unidad Popular, con una estética más bien testimonial basada principalmente en la protesta y la denuncia, la conmemoración y el homenaje para reagrupar a una comunidad rota por el golpe militar en torno a símbolos que actuaban con una función cohesionadora de memoria y de identidad. Dentro del campo de la cultura anti dictatorial, se perfila un grupo de prácticas que luego pasó a designarse como Escena de Avanzada. Se trataba de prácticas que, junto con expresar una postura de resistencia a la dictadura, se caracterizaban por su audacia formal y por su alto grado de autoreflexividad crítica en torno a códigos y lenguajes. El conceptualismo político de esta escena la ubicaba en una distancia a veces polémica de lo que representaba el arte militante de la izquierda ortodoxa.

¿Y cómo te involucras en ello?

Me fui interesando cada vez más de cerca en estas prácticas de arte y escribí Márgenes e Instituciones, que intentaba precisamente dar cuenta de esta voluntad conceptual de reelaboración de la relación entre arte y política fuera de toda subordinación a la ideología del mensaje que antes regía el “arte del compromiso”. La Escena de Avanzada conjugó el experimentalismo crítico de las formas con la búsqueda de nuevos soportes como el cuerpo y la ciudad para involucrar tanto las biografías como la exterioridad social en su gesto de emancipación subjetiva contra la represión. Después de esta primera publicación, seguí deambulando entre las políticas y las estéticas de la memoria y me preocupé también de la teoría feminista. La Revista de Crítica Cultural que fundé en 1990 y dirigí hasta su cierre en 2018 cruzaba estas motivaciones con una reflexión más amplia sobre posdictadura y transición, izquierda y democracia y universidad. Nunca abandoné el campo de las simbolizaciones estéticas y culturales para poner en tensión el discurso de la política institucional o de las ciencias sociales, haciendo valer las fracturas del sentido asociadas a una memoria del trauma.

¿Es posible trabajar con la memoria después de todo el trauma que significaron 17 años de dictadura?

Es que el trabajo con la memoria es clave para el pensamiento crítico. Hay que acordarse de que, en Chile, la dictadura combinó el terrorismo de Estado y su aniquilamiento de los cuerpos con la ‘doctrina del shock’, cuyas políticas económicas convirtieron al país en el primer laboratorio del neoliberalismo en el mundo. La transición conjugó redemocratización con neoliberalismo, sumergiendo a Chile en una sociedad del consumo con sus lenguajes publicitarios y el eslogan comunicacional de una “sociedad transparente”, que premia los lenguajes técnicos y operativos. Todo esto vuelve aún más urgente la tarea de la creación estética y del pensamiento crítico en el rescate de lo precario y residual, lo no integrado.

Una transición que, para muchos, no acaba o tiene límites difusos, y que posibilitó la continuidad del modelo neoliberal.

Es que aún existen varios fantasmas del pasado y sus sombras se proyectan a distintas escalas. El pacto cívico-militar que sella la transición condiciona los límites de una democracia restringida y vigilada. La retórica del consenso es la encargada de jugar con las apariencias del pluralismo y la diversidad, pero evitando siempre los conflictos de posturas que llevan al disenso. La ‘democracia de los acuerdos’ implicó un tipo de realismo político que, en defensa de la gobernabilidad, silenció los conflictos y antagonismos que derivaban de la interpretación histórica del pasado. Esta retórica del consenso implicó moderación y resignación.

Este falso equilibrio político-social del consenso y la imposición del libre mercado en contra del Estado marcaron más de treinta años de transición, hasta la ruptura anti neoliberal que significó el movimiento estudiantil de 2011. Allí los estudiantes salen a la calle para denunciar el lucro tanto en el sistema de educación como en la sociedad entera, contraponiendo lo público a lo privado en su cuestionamiento general a la mercantilización de lo social promovido por el dispositivo neoliberal.

¿Fue entonces el fin de la transición chilena este movimiento estudiantil en 2011?

Sí, hay muchas interpretaciones desde la politología o desde la sociología sobre cuándo terminó la transición. El hecho que no haya acuerdo al respecto deja en evidencia que no hubo un borde nítido entre una temporalidad y otra. Pero me parece que el movimiento estudiantil del 2011, al salir a la calle con la consigna “No + Lucro”, impugna la gramática neoliberal que le dio forma a la sociedad entera con su lógica de la rentabilidad y de las ganancias empresariales. La masiva movilización estudiantil del 2011 en Chile y su defensa de lo público abrieron un nuevo horizonte de lo posible más allá de las lógicas del mercado que lo privatizan todo hasta los saberes profesionales que administran las comisiones de expertos cuyo trabajo especializado dejó casi sin lugar ni función al intelectual crítico.

Esto ha pasado quizá en todas las transiciones…

Claro, esto excede a Chile, pero cada contexto tiene su especificidad. Por ejemplo, en nuestro caso la transición instaura una tecnificación de lo social y una planificación del orden que despolitiza a la ciudadanía, que pasa a llamarse “la gente” como material estadístico de las encuestas de opinión pública. El ordenamiento de lo social regulado por saberes expertos que se basan en cifras y datos dificultó aún más que los residuos más convulsionados de la memoria de la dictadura se pudiesen alojar en alguna textura de experiencia. Es por esto que, en el plano de lo simbólico y lo cultural, las reconfiguraciones más sensibles del recuerdo herido ocurrieron en el campo de la estética y la crítica que tienen un vínculo especial con lo más precario y vulnerable.

Otro hito importante en el ámbito del feminismo que identificas en Chile es la protesta de las estudiantes universitarias en mayo de 2018, que dicen “basta ya” a los abusos en el interior de la academia.

Lo explosivo de la revuelta feminista de mayo 2018 contrasta con que, durante la transición, la palabra “feminismo” fue acallada por el término más neutral de “género” hasta casi desaparecer como referencia. El movimiento feminista en los años 80 en Chile tuvo una decisiva importancia en la recuperación de la democracia a través de las organizaciones de mujeres que se tomaron la calle en contra no sólo del patriarcalismo sino del militarismo de la dictadura. En los inicios de la transición, se crea el Servicio Nacional de la Mujer, que tomó como modelo el Instituto de la Mujer de España. En Chile, ese Servicio Nacional de la Mujer fue gobernado por una hegemonía demócrata cristiana que volvió el signo“mujer” y lo hizo equivalente a “naturaleza” y “familia”. De a poco el Servicio Nacional de la Mujer recurre al término “género” para disipar los acentos más polémicos del feminismo de los 80, que traían el recuerdo vehemente de la anti dictadura. Después de este largo silencio en que casi desaparece el feminismo histórico, explota la revuelta feminista universitaria de mayo 2018. Por un lado, retoma la consigna de No + Lucro del movimiento estudiantil del 2011, pero, además de la educación gratuita, la revuelta feminista exige una educación no sexista y sin violencia de género. Su lema es “Abortar al patriarcado y sus leyes de mercado”. La revuelta feminista de mayo 2018 en Chile dibuja el horizonte simbólico de una revolución cultural que logró desafiar los poderes políticos, económicos y sociales de la sociedad de mercado al mismo tiempo que cuestionó la ideología sexual dominante y su reparto desigual de valor y sentido entre lo masculino y lo femenino que afecta tanto las estructuras públicas como los mundos privados.

Lo triste es que el lucro sigue matando gente en Chile. El país tiene una importante tasa de suicidios y las personas mayores tienen dificultades para jubilarse o para afrontar una enfermedad grave. Esto sigue concitando protestas en las calles.

El movimiento NO + AFP [administradoras de fondos de pensiones, el sistema privado de pensiones que instauró la dictadura en Chile y que no ha sido cambiado] fue masivo en Chile durante estos últimos años. Es parte de un violento malestar en contra del sistema neoliberal, cuya crueldad se manifiesta en varios aspectos de la existencia humana. Siempre habrá que insistir en que el neoliberalismo no es solo una doctrina económica o un conjunto de técnicas de gobernanza, sino una fábrica de subjetividades dóciles que pretenden desactivar cualquier voluntad política de movilizar colectivamente fuerzas de cambio. El feminismo es estratégico justamente porque atraviesa lo subjetivo, lo privado y lo público, lo productivo y lo reproductivo. Su llamado de atención sobre los nuevos regímenes de desigualdad y precarización de las vidas consideradas inferiores, como lo son las de las mujeres, se extiende, más allá de la opresión sexual, a todas las formas de explotación social. Desde ya, no creo que haya posibilidad de que las izquierdas formulen nuevos proyectos de sociedad sin repensarse feministamente.

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