Evita, Historia y Mitología – Por Marysa Navarro

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Por Marysa Navarro

Eva Perón murió el 26 de julio de 1952 en un Buenos Aires frío y lluvioso a las 8 y 25. Tenía apenas 33 años. Pocas horas más tarde, se tomaron las primeras medidas para embalsamar su cuerpo y preparar su velatorio. Al día siguiente, vestida de blanco, en sus manos cruzadas un rosario regalo del Papa Pio XII, fue colocada en un ataúd con tapa de cristal cubierto con la bandera argentina. El cortejo fúnebre salió de la residencia presidencial abriéndose paso entre la multitud que lo aguardaba y se desplazó lentamente hasta el Ministerio de Trabajo y Previsión, donde ella tenía su oficina y donde la esperaba una muchedumbre. Se instaló la capilla ardiente en el hall de entrada con una guardia de cadetes militares y navales. El ataúd, rodeado de claveles blancos, estaba enmarcado por un crucifijo de marfil, de plata y oro, y dos candelabros. Esa misma tarde comenzó el velatorio que se extendió hasta el 11 de agosto por el número extraordinario de personas, tanto de Buenos Aires como de las provincias, que insistían en despedirse de Evita. El 9 de agosto, fue colocada en una cureña de dos metros de altura. Precedida por autoridades militares y seguida por un imponente cortejo funebre fue trasladada al Congreso para recibir los honores debidos a un presidente en ejercicio mientras una muchedumbre silenciosa se apiñaba a lo largo del recorrido. El 10 de agosto, la cureña fue llevada a la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), en una carroza de la central obrera, tirada por trabajadores en ropa de trabajo y seguida por un vehículo lleno de flores, una vez más acompañada por la multitud. En la CGT, se terminó de embalsamar el cuerpo y allí quedó depositado, esperando la construcción de un monumento en honor de la «Jefe Espiritual de la Nación» título que le había concedido el Congreso el 7 de mayo de 1952.

Las personas que en esos días lloraron a Evita y las que festejaron su muerte –las hubo1– reconocían en ella la figura emblemática del Peronismo. Pero sus reacciones reflejaban dos visiones antagónicas, ampliamente compartidas por sectores sociales muy distintos, tanto de su persona como de lo que representaba en el gobierno del General Juan Domingo Perón. Con los años estas representaciones han conformado una verdadera mitología. Se gestaron cuando Perón y Evita se conocieron en los primeros meses del año 1944 y entablaron una relación amorosa que pasó a ser de conocimiento público, por formar parte él del gobierno militar. Se hicieron más complejas una vez que Perón asumió la presidencia y Evita se introdujo abiertamente en la vida política argentina, convirtiéndose en verdades para muchos irrefutables, a medida que se agudizaban las divisiones entre peronistas y antiperonistas y ella se iba transformando en la figura política de mayor relevancia en el país –después del General Perón.

Es una mitología que tiene una vitalidad exhuberante, expresada en una gran variedad de géneros y una fuerza extraordinaria a pesar del tiempo transcurrido y de las adiciones que ha adquirido. Contiene aspectos de las dos visiones antagónicas, pero con un fuerte predominio de la más negativa. Continúa viva hoy, a pesar de que muchos de los elementos que la componen sean probadamente falsos. Como lo demuestran sobretodo las novelas, lo cuentos, los musicales, las obras de teatro, los programas de televisión, los documentales o las películas que se han hecho sobre Evita en las últimas décadas del siglo veinte, su mitología es más poderosa que los hechos a los que supuestamente se refieren2. Así sucede por ejemplo con la disolución de la Sociedad de Beneficencia de la Capital, una institución filantrópica fundada por el primer presidente argentino, Bernardino Rivadavia (1780-1845). A principios del siglo veinte, administraba numerosas instituciones –hospitales, asilos y maternidades– con fondos proporcionados por el Estado y estaba dirigida por un grupo de señoras que pertenecían desde su fundación a lo más rancio de la sociedad argentina. La versión más aceptada, pero no por ello verdadera, es que en 1946, Evita tuvo una influencia decisiva en el traspaso de la administración de la Sociedad de Beneficencia a manos del Estado. Evita habría exigido la desaparición de la Sociedad por un supuesto desplante que le hicieron las damas que dirigían la misma. Sin embargo, los hechos indican que la desintegración de la Sociedad de Beneficencia fue parte de la reforma de la salud pública y de la asistencia social llevada a cabo por los gobiernos militares surgidos del golpe del 4 de junio de 1943. Como lo demuestran claramente las fuentes documentales, el primer decreto que incidió sobre la situación de la Sociedad de Beneficencia fue anunciado el 21 de octubre de 1943, cuando Perón y Evita ni siquiera se conocían.3 La Sociedad de Beneficencia fue afectada por dos decretos adicionales anunciados en agosto de 1944 y septiembre del mismo año. Su transferencia al Estado por ley tuvo lugar en Septiembre de 1946– cuando Evita recién iniciaba su carrera política.

La muerte de Evita marcó el momento en que empezaron a publicarse varias obras que tienen particular importancia por presentar las dos versiones diametralmente opuestas de la misma persona que componen la mitología evitista. Durante las dos primeras presidencias de Perón (1946-1952 y 1952-1955) se publicaron en la Argentina numerosos trabajos sobre Evita, con títulos tales como Evita. Alma inspiradora de la justicia social en América; Eva de América. Madonna de los humildes; Grandeza y proyección de Eva Perón, Semblanza heróica de Eva Perón y La mística social de Eva Perón.4 Son obras cortas, fundamentalmente hagiográficas, que no escatiman las alabanzas, donde los hechos parecen tener poca importancia. Por lo general dejan de lado la infancia y juventud de Evita, no dicen ni donde nació, no hablan de su familia, de su educación o de su vida de actriz y se centran en las actividades que empezó a desarrollar en el campo social una vez que Perón asciende al poder. En estas obras, Evita aparece como la esposa y madre perfecta, que se olvida de sí misma para volcarse en los otros. Con generosidad infinita, ayuda a los obreros, a los pobres, a los niños y a los ancianos, y nunca se olvida de los más desvalidos. Es una mujer que no busca honores, muy al contrario. La mueve solamente el amor –a Perón y a los descamisados. Trabaja denodadamente porque el pueblo lo necesita y porque quiere ayudar a Perón. Hermosa, espiritual, abnegada, generosa, incansable y sacrificada hasta la muerte, es el símbolo trágico y profundamente doloroso (por su muerte temprana) de todo lo mejor que hay en el peronismo o sea la Evita buena, el «Hada Maravillosa», la «Primera Samaritana», el «Consuelo de los Humildes», el «Puente de Amor entre Perón y los Descamisados», la «Dama de la Esperanza» títulos que le daba la prensa peronista y que usaban frecuentemente políticos y funcionarios del gobierno. Era una mujer excepcional, incomparable con el resto de los o las mortales, un ser que se aproximaba solamente a la madre por excelencia, o sea la Virgen María, una verdadera santa, Santa Evita.

Estos textos reproducían en gran medida la imagen de Evita que los servicios de información del gobierno, así como la prensa peronista, ya sea en revistas como Mundo Argentino o periódicos como Democracia, no se cansaban de ensalzar, la gran mayoría de los políticos peronistas no tenían reparos en repetir una y otra vez y aparece en toda su dimensión en su autobiografía, La razón de mi vida.5 En este texto, lo haya escrito ella o no, es el que ella quiso que se publicara como si fuera suyo, Evita cuenta sus actividades diarias, con los que vienen a pedir su ayuda, con los sindicatos, etc. pero calla los detalles de su vida hasta su encuentro con Perón. Nada dice del pueblo en que nació, de quiénes eran sus padres, no describe a su hermano que tanto quería, a sus tres hermanas y pasa de largo sus años de actriz en Buenos Aires, hasta «el día maravilloso» en que se encontró con Perón. Un comentario de La razón de mi vida publicado en Democracia apuntaba que la única voz que había tenido una resonancia igual a la de Evita era «la voz de Jesús».6

En sus últimas semanas de vida empezaron a multiplicarse desenfrenadamente los homenajes a Evita. El Congreso aprobó la construcción de un monumento para ella después de ochenta y cuatro discursos ditirámbicos. Durante las sesiones, la senadora Hilda Nélida Castiñeira la comparó favorablemente con Catalina la Grande, Isabel de Inglaterra, Juana de Arco e Isabel de España y la senadora Juanita Larrauri señaló: «No habrá palabras para decir todo lo que ha luchado por su pueblo. No habrá palabras para decir todo lo que nos ha dado. Eva Perón ha dejado jirones de su salud… luchando para los obreros, sus queridos ‘descamisados’. Eva Perón ha dado parte de su vida, trabajando noche y día por su pueblo y por su Patria»7.

En los meses siguientes a su muerte continuaron los homenajes. La provincia de la Pampa tomó el nombre de Eva Perón y la ciudad de La Plata pasó a llamarse también Eva Perón. La razón de mi vida fue declarada texto de lectura escolar y todas las noches antes del noticiero oficial un anunciador recordaba al público que eran las ocho y veinticinco, hora en que Eva Perón había pasado a la inmortalidad. Y como en los días en que miles de mujeres y hombres, ancianos y jóvenes esperaban hora tras hora para ver su féretro, tocarlo y besarlo llorando, en los barrios de la capital y pueblos del interior se multiplicaron pequeños altares donde la gente se arrodillaba para rezar frente a una foto de Evita con un crespón negro, flores y velas. En los kioskos vendían estampas de Evita, representando a la Virgen María.

A la figura de Evita propagada por el gobierno y los que genuinamente la querían, se contrapuso ese mismo año otra imagen, que también existía desde la década de los cuarenta, en forma de rumores y chismes –la anti-Evita. En 1952, se publicaron tres libros, que conforman la base de la mitología antiperonista sobre Evita: El mito de Eva Duarte, del dirigente socialista Américo Ghioldi, publicado en el Uruguay, donde él estaba exilado;8 Bloody Precedent, escrito por la periodista norteamericana Fleur Cowles y The Woman with the Whip: Eva Perón, de María Flores. Estas dos últimas obras fueron publicadas en Nueva York, en inglés.9 Bloody Precedent nunca fue traducida al castellano. La de María Flores, la más famosa, fue traducida y publicada en la Argentina en 1955, en cuanto se produjo el derrocamiento de Perón, bajo el título Eva Perón: La mujer del látigo, con el verdadero nombre de la autora, la novelista y periodista anglo-argentina, Mary Main.

La mujer del látigo fue la primera biografía de Evita y es el libro que más ha influído sobre la mitología anti-Evita. Main viajó a la Argentina desde los Estados Unidos donde ella vivía desde la segunda guerra mundial con un contrato para escribir un libro sobre Evita. En Buenos Aires habló con periodistas y políticos de la oposición, según confesó en una entrevista publicada en The Advocate, Stanford, Connecticut, el 5 de abril de 1980, aunque solamente menciona a uno, Alfredo Palacios, un viejo legislador socialista, también exilado. Main presenta a Evita como una mujerzuela de familia pobre, hija natural, sin educación, que había aprendido muy pronto «que ella no podía permitirse dar ventaja a nadie y que el hombre era su enemigo natural o un tonto que una chica inteligente podía explotar».10 Según ella, se fue a Buenos Aires muy joven, con el cantante de tango Agustín Magaldi. Al parecer, pronto demostró tener «un talento fenomenal para atraer a «hombres influyentes y usarlos»» y cuando conseguía uno «no abandonaba facilmente a su víctima, sino que lo perseguía personalmente y por correo para extraer de él la última gota de uso»11. La Evita de Mary Main es una mujer dura, ambiciosa, mala actriz, resentida y sedienta de venganza por su origen social y la vida difícil que había tenido. De allí su odio por todos los que no son de su mismo origen social y en especial la oligarquía. Decide entrar en el mundo de la política para vengarse. Ella es el verdadero poder en la Argentina peronista. Ella es la que manda, es «La Mujer del Látigo» en la Argentina de Perón.

La obra de Ghioldi es un ataque a Perón y Evita. Para Ghioldi, Evita tenía «gusto en manejar a los hombres», cuya psicología conocía particularmente bien. Usaba un lenguaje burdo, «nada culto» y estaba poseída por una «dominadora ambición».12 Ghioldi entiende que Evita se había introducido en la estructura de poder por decisión de Perón. Era por lo tanto el complemento perfecto del totalitarismo argentino, lo que lo diferenciaba verdaderamente de los otros totalitarismos europeos. Señala también que Evita tenía un antecedente en la historia argentina, Encarnación Ezcurra (1795-1838), la enérgica esposa del caudillo federal Juan Manuel de Rosas (1893-1877), que de gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1929, pasó a dominar las Provincias Unidas con su ayuda, resistió el bloqueo Franco-Inglés en 1845 pero fue derrotado en 1852, por una coalición de liberales, encabezados por los Unitarios. Por su apoyo a la causa federal durante la llamada Revolución de los Restauradores, Encarnación fue declarada «Heroína de la Federación». Para Ghioldi, como para varias generaciones de historiadores argentinos, Rosas era un dictador que había perseguido despiadadamente a los liberales y había retrasado la unificación y pacificación de la nueva república. Rosas había sido un tirano en el siglo diecinueve, Perón lo era en el veinte y los dos tenían una mujer poderosa detrás de ellos.13

Este es también el enfoque de Bloody Precedent, obra escrita por Fleur Cowles, editora de una revista de lujo sobre moda, arte y sociedad llamada Flair, después de una visita de cinco días y medio a la Argentina, en julio de 1950. Fue a Buenos Aires con un grupo de empresarios, acompañando a su esposo, Gardner Cowles, dueño de Look entre otras publicaciones. Fueron recibidos por Perón y Evita que la invitó a acompañarla en sus actividades un día entero. El libro está dedicado a Alberto Gainza Paz, abogado, editor de La Prensa, uno de los grandes periódicos argentinos en ese momento. Perteneciente a una familia de abolengo, enemigo de los militares que tomaron el poder el 4 de junio de 1943, fue un crítico acérrimo del gobierno peronista que usó su poder para suspender la publicación de La Prensa y entregarla al sindicato de canillitas.

El texto está dividido en dos partes, la primera dedicada a Encarnación y a Rosas, y la segunda a «Juan y Eva Perón». El precedente sangriento del título es Encarnación. Según Cowles ni Rosas ni Perón hubieran alcanzado el poder sin Encarnación o Evita. Su Evita es una mujer verdaderamente extraordinaria, de gran energía, incansable y muy ambiciosa, que mandaba a los sindicatos, escribía ella misma los proyectos de leyes, tomaba las decisiones «del partido», si bien no indica si se trataba del Partido Peronista o la Rama Femenina del Partido Peronista, vigilaba que se cumplieran sus órdenes, hasta en la fábricas, etc. etc.

Estas obras y otras que conforman la mitologia anti-Evita, se centran en su personalidad, en su carácter y soslayan enteramente la dimensión política de sus actividades. En todas ellas hay una fuerte resistencia a pensarla desde lo político y por lo tanto a aceptar que a ella le interesara intensa y apasionadamente lo político. Esto es lo que sucede también en varios ensayos que aparecieron una vez que Perón fue derrocado en 1955: Eva Perón. Su verdadera vida; Esa noche de Perón; Eva la predestinada, alucinante historia de éxitos y frustraciones y ¿Qué es esto? Catilinaria, éste último del célebre escritor Ezequiel Martínez Estrada.14 Escritos cuando el peronismo había sido derrotado por la Revolución Libertadora, con Evita muerta y Perón exilado, con miles de peronistas en la cárcel o en el exilio, tenían el propósito de revelar «la verdadera» naturaleza del peronismo, desenmascarar a Perón, demostrar el fraude que había sido y atacar despiadadamete a Evita, cosa que a menudo anunciaban sin miramientos en los prefacios. Son críticas crueles, desmesuradas que rebosaban odio, escritas por políticos, ensayistas, novelistas o periodistas. Son, sin excepción, textos sospechosos porque están repletos de anécdotas, chismes, rumores e insinuaciones que se repiten en casi todos ellos, una y otra vez. Al igual que los que buscaban ensalzar a Evita, no revelan sus fuentes, carecen de las debidas notas de pie de página y claro está, tampoco ofrecen bibliografías. El retrato que hacen de Evita es el de una mujerzuela atrevida, inculta, histérica y vulgar, mala actriz, de origen social dudoso, por la vida de su madre. Antes de conocer a Perón había tenido numerosas relaciones con otros hombres, civiles y militares. Era una mujer ambiciosa e hipócrita que encarnaba todo lo peor del peronismo –la chusma en el poder. Ella mandaba en la pareja, como lo hacía en el país. Era verdaderamente «la mujer del látigo», que podía más que Perón porque él era un cobarde, lo que lo hacía aún más despreciable ya que la cobardía, inadmisible en un argentino que se preciara de tal, lo era mucho más aún en un militar. Para Ezequiel Martínez Estrada, Evita se comportaba en realidad como un hombre, «en la pareja, ella era el hombre y Perón la mujer».15 Y para los militares de la Revolución Libertadora que derrocaron a Perón, Evita era «la nueva Encarnación Ezcurra» del Segundo Tirano o del «tirano prófugo» como lo llamaban. En octubre de 1955, el gobierno del General Eduardo Lonardi creó una Comisión Nacional de Investigaciones compuesta por civiles y militares para investigar al gobierno del dictador, su propaganda –que tuvo en Evita «su más poderoso instrumento»– sus poderes destructivos y sacar a luz todas las mentiras propagadas por él.16 El título del informe: El Libro negro de la segunda tiranía.

Encabezados por el General Pedro Eugenio Aramburu, un nuevo grupo de militares tomó el poder el 15 de Noviembre de 1955. Estaban convencidos de la necesidad de depurar la Argentina de todo resabio peronista. Entre otras medidas, disolvieron el Partido Peronista, encarcelaron a numerosos militantes e inhabilitaron a los dirigentes, intervinieron los sindicatos y derogaron la Constitución de 1949 con su legislación social y laboral. Reprimieron la tentativa de rebelión liderada por el General Juan José Valle (10-12 de junio de 1956) con su fusilamiento y el de otros militares y la ejecución de militantes civiles y militares en los basurales de José León Suárez. Borraron el nombre de Perón y Evita de calles, edificicios, municipios, ciudades y provincias. Destruyeron sus estatuas y sus fotos y quemaron los libros que hablaban de ellos. Tener una foto de Evita o de Perón, fue declarado un crimen penado con varios meses de cárcel. Se ensañaron particularmente con ella. Intentaron reescribir su vida, reemplazando la versión peronista con otra que reflejara lo que ellos pensaban de ella. Trataron de borrar la idea de su cuerpo embalsamado, que esperaba todavía en la CGT la construcción de un monumento. Primero lo encerraron en el tercer piso de la central obrera y luego escondieron el lugar en que lo pusieron. Finalmente, en una operación ultra secreta, fue transportado fuera del país y depositado en un lugar desconocido, o sea que fue desaparecido. Evita se transformó así en la primer desaparecida de una larga lista de desaparecidos que veinte años después dejaría otra dictadura militar.

La fascinación de innumerables argentinos y extranjeros por Eva Perón se ha centrado sobretodo en esta mitología. El personaje histórico que dio origen a esas imágenes estereotipadas, odiado profundamentos por unos y querido ciegamente por otros, ha suscitado mucho menos curiosidad que la iconografía evitista. Por lo general, hasta hace pocos años atrás la búsqueda de una posible verdad histórica no ha guiado los pasos de quienes se han acercado a Eva Perón –si bien durante mucho tiempo tampoco existieron las condiciones políticas en la Argentina para hacerlo. En consecuencia, las obras que sobre ella se han escrito desde los años cincuenta tienden a ser elucubraciones más o menos talentosas sobre su carácter o su personalidad que guardan poca relación con el personaje histórico.

La mitología evitista comienza a tomar forma poco después de que se inicia su relación con el entonces coronel Perón, en enero de 1944. Perón tenía 48 años. Era alto, buen mozo, con una sonrisa gardeliana y viudo. Por su parte, Evita o Eva Duarte, cumpliría en unos meses 25 años, de pelo negro, ojos oscuros y sonrisa dulce, había hecho teatro cuando llegó a Buenos Aires de su provincia natal, y mientras llegaba el triunfo en el cine, hacía radioteatro. No escondieron su relación, y según el lenguaje de la epoca, Evita se convirtió «la amante» del coronel.

Desde el 4 de junio de 1943, la Argentina estaba en manos de una dictadura militar, encabezada por el General Pedro Pablo Ramírez. En esa fecha un golpe de estado en el que jugó un papel importante un grupo de coroneles entre los que estaba Perón, puso fin a un período de gobiernos conservadores, conocido como la Década Infame. Para los sectores preocupados por la expansión del fascismo y del nazismo en Europa y el curso de la Segunda Guerra Mundial, la Revolución del 4 de Junio como la llamaron sus propulsores, en su mayoría militares nacionalistas, fue desde el primer momento un acontecimiento ominoso por la continuación de la política de neutralidad anunciada por el nuevo gobierno. Esta era una política que mientras los Estados Unidos fueron neutrales no planteó problemas con este país pero los enfrentó una vez que el Japón atacó Pearl Harbour en diciembre de 1941. La «política de solidaridad hemisférica» propiciada por los Estados Unidos encontró una oposición más fuerte en los militares argentinos una vez que se produjo el golpe del 4 de Junio. A los ojos del Departamento de Estado no tardaron en convertirse en nazifascistas.

Los enfrentamientos entre los partidarios de los ejércitos aliados y los que defiendían la neutralidad argentina, entre los que ciertamente había pro-nazis tanto entre civiles como militares, y la oposición al gobierno tanto desde la derecha como desde la izquierda, se vieron exacerbados por la política social del gobierno de facto. Liderada por el coronel Perón desde la Secretaria de Trabajo y Previsión, tuvo pronto una inusitada trascendencia. La reacción de la clase obrera y de sectores del movimiento obrero organizado –entre los que había gremios comunistas, socialistas y sindicalistas– ante sus medidas no era uniforme pero ganaba cada vez más adeptos, especialmente entre socialistas, sindicalistas y trabajadores que buscaban agremiarse. Su rápido ascenso, de Director del Departamento de Trabajo y Secretario del Ministro de Guerra, a Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y Vice Presidente lo transformó muy pronto en la figura más cuestionada del gobierno del General Edelmiro J. Farrell. Para los Estados Unidos, si el gobierno argentino estaba en manos de militares nazifascisas tal como ellos lo creían, Perón era un peligroso demagogo que se preparaba para tomar el poder.

La relación entre Perón y Evita se fortaleció en unos meses de gran agitación política en los que se sucedían las crisis. Evita continuaba haciendo radioteatro, filmó una película en la que tuvo el papel protagónico, pero también se involucró en las actividades que Perón desarrollaba participando en un programa de propaganda de la Secretaría de Trabajo y Previsión. En una sociedad, pacata e hipócrita como lo era la argentina en esos años, no es de extrañar que pronto surgieran rumores sobre la vida privada de Evita y se hicieran comentarios sobre su origen social, su falta de educación y especialmente su profesión. La vida privada de Perón era también un problema para sus compañeros de armas pues consideraban que su relación con Evita era inapropiada para un oficial de las Fuerzas Armadas. Pero su gestión en la Secretaría de Trabajo, su creciente popularidad en los sectores sindicales, inclusive en los del Partido Socialista y su creciente poder en el gobierno de Farrell eran todavía más preocupantes.

El 9 de octubre de 1945, un grupo de oficiales de Campo de Mayo exigió la renuncia de Perón a los tres cargos que ocupaba y su encarcelamiento en la isla Martín García. Pero en la madrugada del 17 de octubre, miles de obreros dejaron sus trabajos y se dirigieron a Plaza de Mayo. Se instalaron frente a la Casa Rosada, sede del gobierno, exigiendo la presencia de Perón, lo que consiguieron ya entrada la noche. Cuatro días más tarde, Perón y Evita se casaron por lo civil, con una ceremonia religiosa el 10 de diciembre.

Perón lanzó su candidatura a la presidencia con el respaldo del Partido Laborista, creado por sindicalistas el 24 de octubre de 1946 y la Junta Renovadora de la Unión Cívica Radical, un desprendimiento de la Unión Cívica Radical que se organizó en noviembre de ese mismo año. La oposición fue a las elecciones el 24 de febrero de 1946 segura de su triunfo. Dejó de lado sus diferencias y se unió en un frente que abarcaba al Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Progresista y la Unión Cívica Radical, y recibió el apoyo abierto y entusiasta del embajador de los Estados Unidos, Spruille Braden. Perón ganó las elecciones con el 56% de los votos. Promovido a general, tomó posesión de su cargo el 4 de junio de 1946. La primera dama era su esposa de pocos meses, Doña María Eva Duarte de Perón, la joven actriz que había sido su «amante» cuando se llamaba Eva Duarte.

El triunfo de Perón marcó el fin de una era. En el ámbito político se inició un período signado por la pérdida de poder del establishment político, algo que la oposición no esperaba y le costó aceptar. Pero no se trataba solamente de las élites tradicionales como el caso de los conservadores, que no se repusieron de su derrota, sino también la agonía primero y luego la casi desaparición de un partido político de excepcional trayectoria en el continente, como es el caso del Partido Socialista, que vio su ala sindical desintegrarse ante el avance peronista. Únicamente la Unión Cívica Radical sobrevivió y hasta obtuvo representantes en la Cámara de Diputados.

Las elecciones de febrero dieron a Perón todas las gobernaciones, el Senado y una amplia mayoría en la Cámara de Diputados. La oposición se fue debilitando aún más, ante un gobierno que se mostraba cada vez más seguro de sí mismo, arrogante y triunfalista, y que pronto no tendrá reparos en controlar la prensa opositora, si bien desde el exterior, en ciudades como Montevideo y Nueva York, ésta seguirá encontrando aliados y los medios que necesitaba para continuar sus críticas al peronismo. De allí por ejemplo que los primeros ataques a Evita y al gobierno peronista fueran las tres obras mencionadas anteriormente, escritas precisamente en esas ciudades.

Surgen nuevos protagonistas políticos, empezando con el movimiento obrero organizado, con características ideológicas muy distintas de las que había tenido anteriormente pues después de eliminar los resabios del Partido Comunista y el Partido Socialista en él, pasará a formar parte del Movimiento Peronista. A partir de 1947, año en que las argentinas reciben el derecho al voto después de haber luchado por él desde principios de siglo, Evita, que no tenía antecedentes ni feministas ni sufragistas, apoyará esta reivindicación y sobretodo se ocupará de empadronar a las mujeres de los sectores populares, fundar la Rama Femenina del Partido Peronista y organizar la campaña de las mujeres peronistas para la reelección de Perón en 1951.

Es un momento en que las vestimentas que lucían los señores, el saco, la pajarita o la corbata y la galera, usada hasta hacía muy poco tiempo, se guardan en los armarios con bolitas de alcanfor, para dar lugar a las mangas de camisa remangadas y los breteles, ropa hasta entonces de la clase obrera. Los hombres del peronismo ya no tratan de vestirse como señores que se precian de serlo. Es un momento en que aparecen personajes inquietantes como «los descamisados», como se llamarán las primeras generaciones de peronistas, y más tarde «cabecitas negras», todos ellos surgidos de un mundo desconocido o ignorado por las clases dirigentes; un momento en que bellísimos recintos como el Teatro Colón, construido en 1908 para el deleite exclusivo de una clase social refinada, que vive en casonas construidas por arquitectos franceses, viaja regularmente a Europa, segura de su poder y de su estatus, son invadidos por dirigentes sindicales y obreros porque así lo determina «La Nueva Argentina de Perón». Hasta el balcón de la Casa Rosada, durante toda su historia cerrado, como corresponde a las casas de buenas familias, no solamente se abre, sino que se transforma en algo así como un patio de vecindad, un verdadero conventillo, cuando el Presidente en mangas de camisa, saluda con los brazos en alto a los miles y miles de peronistas sudorosos que invaden Plaza de Mayo y se instalan en ella para celebrar un 1° de mayo o un 17 de octubre.

Es una Argentina en la que el gobierno ha llegado al poder por una elección, pero se proclama revolucionario y además heredero de la revolución del 4 de junio, aunque ésta haya sido ostensiblemente un golpe militar –un golpe que por otra parte, la oposición continuará definiendo como el inicio del «nazifascismo» en la Argentina, como lo recalcaría años más tarde la Comisión Nacional de Investigaciones de la Revolución Libertadora. A pesar de que la retórica gubernamental en un primer momento insista en acentuar los cambios revolucionarios –y Evita pronto se hará cargo de esa retórica y la mantendrá viva hasta el fin de sus días– la realidad es que la Argentina de las estancias pampeanas, los petits hôtels en Buenos Aires, las galeras y los viajes a Francia, comienza a democratizarse, impulsada por la continuación de la política de redistribución de ingresos –aunque no fuera sino en algunos aspectos. No obstante sus limitaciones, sin embargo, este es un proceso que sacude a los sectores que se ven desplazados del poder. Provoca ansiedades y también temor, en particular cuando los dirigentes políticos, la prensa del gobierno y hasta la primera dama anuncian que en la Argentina de Perón el Presidente es el Primer Trabajador, ella se dirige a los obreros diciéndoles «Mis queridos Descamisados de la Patria» o simplemente «Compañeros». Es un mundo nuevo, en el que cada vez son más los dirigentes sindicales que son elegidos legisladores o nombrados embajadores o ministros y en el campo, los peones tienen derecho a vacaciones y se atreven a exigirlas, pues tienen un Estatuto del Peón, que salió de la Secretaría de Trabajo cuando Perón la dirigía. En las fábricas, los obreros ya no son seres a los cuales el patrón habla de vos y puede mandar a su gusto, sino hombres y mujeres con dignidad y con derechos, como lo repiten los dirigentes sindicales y Evita lo proclama insistentemente.

Los miedos y las ansiedades se veían reforzados por la eficiente propaganda del gobierno que anunciaba diariamente las glorias de su gestión revolucionaria en «La Nueva Argentina de Perón» y recordaba a todos a quien se las debían. Era un país en el que la propaganda oficial declaraba que se habían terminado los privilegios, que los niños y los ancianos eran los únicos privilegiados. En el que la esposa del presidente, en la mente de muchos la que verdaderamente mandaba en la Argentina, pronunciaba discursos incendiarios desde el balcón de la Casa Rosada, que era donde con voz pausada Perón daba explicaciones, y donde no había hablado nunca ninguna mujer. Con un lenguaje apasionado, con fuertes ecos de sus días de radioteatro, no dejaba de recordar a los peronistas los beneficios que habían obtenido con Perón. Les pedía fidelidad a Perón, que lo cuidaran de sus enemigos, traidores y vendepatrias, advirtiendo de paso a los comunistas y a los oligarcas, que se les había acabado la buena vida y que tuvieran cuidado con lo que hacían.

Mientras los sectores populares y en especial la clase obrera disfrutaba de los cambios y se regodeaba con el estilo combativo de Evita y con sus discursos más revanchistas, los sectores más acomodados se veían sobrepasados por los acontecimientos. Para todos, sin embargo, estaba claro que una nueva era había empezado en la Argentina y tanto para los peronistas como los antiperonistas, el símbolo emblemático de la Nueva Argentina era indudablemente Evita.

En ella se reconocen «los descamisados» que van a visitarla en su oficina en busca de su ayuda para resolver problemas personales, familiares o sindicales. Ella les recuerda que es como ellos, que si parece ser diferente se lo debe a Perón, como ellos también le deben todos los beneficios que ahora disfrutan. En ella se reconocen también las jóvenes que como ella viajan a Buenos Aires en busca de trabajo, de una vida mejor, de un sueño o leen novelas rosas o fotonovelas, escuchan radionovelas o ven películas, pues Evita encarna las fantasías de la pantalla grande, fueran hechas en Hollywood o por Argentina Sono Film. Pero no saben que Evita es una fantasía sin igual porque «Su Historia» es excepcional, solamente suya, única. «Su Historia» comienza cuando ella se casa, es decir cuando por lo general termina la novela de amor. En la película de Evita no hay happy ending porque el beso final de su película es el comienzo de «Su Historia», o sea de su vida con Perón y de su entrada en La Historia.

Es el ejemplo supremo, pero sin parangón y por lo tanto excepcional, de «la Nueva Mujer en la Nueva Argentina». Como en otros países, es un momento histórico en el que se rechaza a las mujeres feministas para alabar a las mujeres femeninas, ante todo esposas y madres. Pero en la Argentina de Perón hay también un rechazo a las mujeres de clase alta, no solamente por razones de clase, sino por su movilización en 1945, junto con las feministas, contra la dictadura militar y Perón en particular. Si bien hay un retorno a la domesticidad y la feminidad, es distinta a la que existía en los años treinta pues aumentan los niveles educativos de las mujeres y las posibilidades laborales de las que han ingresado a la fuerza de trabajo se amplían. Evita es la nueva feminidad, con un pie anclado en el ámbito privado y otro en el público y a pesar de que con los años cambiará enormemente su vida, no se moverá de allí.

En el primer año del gobierno peronista se hacía llamar Doña María Eva Duarte de Perón, esposa del Presidente a quien acompañaba en funciones protocolares, con mucha mayor frecuencia que sus predecesoras. A veces hasta lo sustituye en algunas ceremonias pero muy pronto desarrollará una serie de actividades que conformarán una nueva realidad política, verdaderamente excepcional en una primera dama –y no solamente en la Argentina.

Hacia 1951, su nombre oficial había cambiado, era Eva Perón, pero para los descamisados seguía siendo como ellos, por lo tanto era «la compañera Evita». Por el trabajo que había realizado por y con los descamisados era también «La Abanderada de los Descamisados» título que ella usaba con orgullo y que reflejaba su liderazgo carismático de las masas peronistas. Era un liderazgo que no competía con el de Perón, porque él era, había sido y siempre sería «El Conductor». Lo reforzaba y lo complementaba.

En su corta carrera política Evita no ocupó ningún cargo electivo o gubernamental, si bien trató de hacerlo en una ocasión. El 22 de agosto de 1951, en un acto multitudinaria que tuvo lugar en la Avenida 9 de Julio, la Rama Femenina del Partido Peronista y la CGT propusieron su candidatura a la vicepresidencia. La concentración terminó sin que ella aceptara o rechazara claramente la oferta. Pero el 31 de agosto en un mensaje radial Evita presentó su renuncia indeclinable a la candidatura a la vicepresidencia. Finalizó su mensaje diciendo: «Renuncio a los honores, no a la lucha. Mi puesto de batalla es el trabajo».17 A pesar de que tanto la CGT como la Rama Femenina no tenían condiciones para preparar un acto como el del 22 de agosto sin alguna forma de asentimiento por parte de Evita y de Perón, tuvieron que desistir del proyecto por la oposición militar al mismo que él no quiso o no pudo obviar. El «renunciamiento» de Evita no alcanzó sin embargo a calmar las preocupaciones de las fuerzas armadas. El 28 de septiembre de 1951 el General Luciano Benjamín Menéndez encabezó un levantamiento que fue rápidamente reprimido.

Evita era, en esos momentos, la segunda figura política, después de Perón, Presidenta de la Fundación Eva Perón, una institución de grandes recursos que ella controlaba y usaba para construir casas para ancianos, hospitales, escuelas, instituciones para jóvenes que llegaban a Buenos Aires del interior, repartir máquinas de coser, distribuir pan dulce y sidra a quienes los quisieran en las Navidades y regalar una sede nueva a la CGT, entre muchas otras cosas. Era también miembro del Consejo Superior del Partido Peronista, la única mujer en él, y Presidenta del Partido Peronista Femenino o Rama Femenina, que presidía y dirigía con mano férrea y como lo hacía desde los primeros meses de la presidencia de Perón se reunía casi diariamente con líderes sindicales como él lo había hecho cuando era Secretario de Trabajo, o sea era su nexo directo con el movimiento obrero organizado. Aunque siempre acompañaba a Perón en sus funciones protocolares, tenía sus propias obligaciones con los sindicatos, los políticos peronistas, el PPF y un intenso trabajo con la Fundación, cuya construcción de hospitales, hogares-escuelas, hogares de tránsito, hogares de ancianos, clínicas y hoteles, vigilaba celosamente. Y como si esto fuera poco, pronunciaba constantemente discursos cargados de emoción, de tono dramático, con un lenguaje apasionado, donde la precisión y el análisis brillaban por su ausencia. En ellos declamaba su amor infinito por Perón, por «los descamisados de la Patria», los ancianos y los niños y juraba defender las conquistas que él les había dado «cueste lo que cueste y caiga quien caiga» hasta el fin de su vida. Y todo lo hacía impecablemente vestida y enjoyada, peinada a la perfección, sin una mecha rubia fuera de su lugar, las uñas cuidadosamente pintadas y perfumada con perfume francés. Elegante, bellísima y sonriente, era el modelo a imitar, ensalzado hasta las nubes por la maquinaria de propaganda peronista y sus admiradores –por lo tanto de nuevo sin parangón– lejana e inalcanzable, aunque fueran muchas niñas argentinas a las que llamarán Eva. Como señala Carolyn Heilbrun, las mujeres excepcionales «son la prueba de que las mujeres pueden hacer lo que se les antoja, pero al ser únicas y los demás ser hombres, son también la prueba que ninguna otra puede hacerlo».18

La excepcionalidad de Evita la separaba de todas la otras primeras damas argentinas. Ninguna había acompañado a su esposo en funciones protocolares con la frecuencia en que ella lo hacía. Ninguna había hecho un viaje oficial sola a España, se había paseado por varios países europeos como si fuera la cosa más natural del mundo en su vida. Ningún argentino o argentina había salido en la tapa de Time antes de julio de 1947, fecha en que su sonrisa recorrió el mundo entero, cortesía de la revista. Ninguna otra Primera Dama había ido a trabajar diariamente, como ella lo hacía a veces hasta entrada la noche. Ninguna mujer había hablado desde el balcón de la Casa Rosada antes que ella lo hiciera por primera vez en 1948 y muy pocas eran las personas que podían tomar un micrófono y hablar con la soltura que ella lo hacía.

La excepcionalidad de Evita la distanciaba de las mujeres, aún de aquellas que eran sus más fervientas admiradoras y hacía que su poder político, que por otra parte era real y se hacía sentir pues ella lo ejercía, pareciera irresistible a sus enemigos. A éstos, les costaba aceptar que esa jovenzuela, apenas una actriz de radioteatro hacía solamente unos pocos años, fuera esa mujer tan poderosa cuya sonrisa radiante aparecía en carteles, periódicos y revistas. La veían hasta en los noticieros cada vez que iban al cine, hablándoles, vigilándolos, interpelándolos con tono acusatorio. Era un irritante constante para ellos, sentían su cólera, su odio y para ellos era el símbolo de todo lo que andaba mal en la Argentina, de la corrupción de las instituciones y de la demagogia, decadencia y vulgaridad que se habían instalado en el país con el gobierno de Perón. Para ellos, Evita era una furia incontrolable, una fuerza de la naturaleza que se había desatado en el país. Había acumulado un poder inusitado, excepcional, desde 1946, un poder que causaba un enorme temor entre sus enemigos, como lo indica un rumor que corrió por Buenos Aires en el año 1952.

Ese año, la psicoanalista Marie Langer publicó un libro titulado Fantasías eternas a la luz del psicoanálisis, que volvió a editar ampliado en 1957, después de la caída de Perón.19 Fantasías eternas es un análisis de varios mitos, que ella denomina «mitos sociales». Los define como reacciones colectivas en situaciones excepcionales, relacionadas con la figura materna. Su modelo es un trabajo de Marie Bonaparte escrito en 1945 sobre los mitos que surgieron en Inglaterra y Alemania a finales de la segunda guerra mundial.

Langer analiza tres mitos que aparecieron en la Argentina bajo el gobiero peronista y otro mito referente a Isabel Ia. de Inglaterra. Su trabajo sobre la Argentina se centra sobretodo en un mito que ella recogió –como también lo hicieron otros colegas suyos– en 1952. Es el mito del niño asado. Según el relato de Langer, el cuento tiene lugar en Buenos Aires. Una joven pareja de clase acomodada que vive en una bonita casa tiene un bebe. La madre cuida al niño y una noche finalmente se dispone a salir a cenar con el esposo. Dejan al niño con una empleada doméstica y cuando regresan entrada la noche, encuentran la casa con todas las luces encendidas, la mesa puesta en el comedor y a la criada sentada en la cabecera. Está vestida con el traje de novia de la dueña de casa y encima de la mesa, en una bandeja, está el bebé asado. El cuento tiene varios finales posibles, todos violentos.

Para Langer el mito del niño asado tenía como figura focal a la madre, indudablemente Evita, que reinaba todopoderosa en esos momentos. Langer ve en ella un personaje que refleja el miedo profundo y generalizado que la burguesía argentina tenía de Eva Perón.

Pero es posible hacer una lectura diferente de este relato pues 1952 es también el año en que se agrava la enfermedad de Evita. Morirá el 26 de Julio de 1952. Por lo tanto ya no es la mujer todopoderosa o lo es por muy poco tiempo más.

Si centramos el relato en la mujer que asa al niño, se pone el vestido de novia y se sienta en la cabecera de la mesa, la situación cambia apreciablemente pues la conclusión immediata es que ella quiere ocupar el lugar de esposa y madre en la casa. Pero como es la empleada doméstica, es decir un ser de clase inferior que convive con la familia pero no forma parte de ella y trabaja para ella, al atreverse a querer desplazar a su señora del lugar que le correponde como tal, es usurpadora por partida doble. Es transgresora y subversiva y por si esto fuera poco, violenta.

Desde esta perspectiva, el personaje de la empleada doméstica es una figura que nos permite vislumbrar el miedo profundo que existía en algunos sectores sociales ante los cambios acaecidos en la década de los cuarenta, cuando las cosas parecían estar al revés de lo que debían ser. El mito nos revela su vulnerabilidad e inseguridad al entender que la gente que apoyaba al peronismo era mucha, tanta que hasta se había metido en las casas, estaba instalada allí y no se iría nunca más. Por otra parte era también la confirmación que bajo el peronismo ya nada era sagrado, ni siquiera se respetaba la santidad del hogar. Las empleadas domésticas se habían convertido en trabajadoras, en el lenguaje de la época, conformaban la quinta columna del régimen peronista, ante las que no se podía hablar pues eran «espías del régimen» y sobretodo, «espías de Evita».

El mito también nos muestra el rechazo que producía Evita en aquellos sectores que se sentían vigilados por ella –cosa que ella declaraba hacer metafóricamente pero que ellos aceptaban literalmente. Era un rechazo a su clase por mucho que fuera esposa del Presidente, se cubriera de joyas y se vistiera en París; un rechazo a su insistencia en entrometerse en el mundo de la política y desarrollar actividades para las cuales no solamente no estaba preparada por provenir de una clase social baja y tener una educación limitada, sino por ser totalmente inapropiadas para una mujer, es decir un ser subordinado tanto desde el punto de vista legal como social, que tenía derechos civiles limitados y hasta 1952, ni siquiera había votado en elecciones nacionales. Cuando escuchaban sus discursos en los que expresaba a voz en cuello y sin inhibiciones sus amores, sus cóleras y sus odios, poco importaba que Evita aceptara los límites que le imponía su condición de género y demostrara ser una esposa ejemplar y una madre paradigmática que no necesitaba tener hijos pues estaba dedicada al bienestar de los descamisados, los desvalidos, los pobres y los niños –todos ellos hijos suyos.

Su presencia en actos públicos era una reafirmación constante de su ser Evita, de esa persona excepcional en la que se había transformado, orgullosa de su liderazgo carismáitco, segura de su derecho a tener poder y ejercerlo. Era un ser que parecía no tener límites a su voluntad y a la ambición que se había despertado en ella. Para colmo, en un acto de atrevimiento sin igual en esos años, había tenido la audacia de querer ser vicepresidente.

No es de extrañar que la mitología antiperonista se ensañara con ella, insistiendo en sus cóleras, su sed insaciable de venganza, su supuesto resentimiento, su ambición y su dominio sobre Perón. De allí su preocupación con su origen social, su falta de educación, su vida de actriz y su ilegitimidad. Cuanto más cargaban las tintas, justificaban la ilegitimidad del lugar que ocupaba en la vida política argentina. Era la gran impostora, transgresora, subversiva, resentida, la intrusa y manipuladora –la usurpadora por excelencia. De allí los esfuerzos por borrarla y reescribirla.

A principios de los años setenta cuando todavía la Argentina seguía en manos de sucesivos gobiernos militares, aunque ya empezaba a desintegrarse el esquema institucional centrado en la exclusión del peronismo, un pequeño grupo de jóvenes peronistas creó una organización guerrillera que llamaron Montoneros. Tomando a Evita como bandera y reivindicación, tenían como objetivos luchar por el retorno de Perón a la Argentina y poner fin a las dictaduras militares, empezando con la del gobierno militar de turno.

Revelaron su existencia al país el 29 de mayo de 1970 con un golpe espectacular: el secuestro del ex-Presidente General Pedro Eugenio Aramburu por el «Comando Juan José Valle de la Organización Montoneros». Lo sacaron de su casa y lo llevaron a una estancia de la provincia de Buenos Aires donde fue sometido a un juicio revolucionario, acusado de traición a la patria por el fusilamiento del General Juan José Valle y las muertes del basural de José León Suárez, así como la desaparición del cuerpo de Evita. Los Montoneros anunciaron que había sido condenado a muerte y ejecutado y que su cuerpo sería devuelto a sus familiares «cuando al pueblo argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera Evita». De hecho, el canje se hizo una vez que las negociaciones entre un emisario del Presidente General Alejandro Agustín Lanusse y Perón llegaron a un acuerdo que permitió la participación del peronismo –pero no de Perón– en las elecciones, su retorno al país después de dieciocho años de exilio y la devolución del cuerpo de Evita. El 2 de septiembre de 1971, éste fue desenterrado del cementerio de Milán donde yacía en una tumba con el nombre de María Maggi de Magistris y entregado a Perón en su residencia madrileña.

La Evita Montonera de los años setenta es la figura emblemática de la Revolución Peronista imaginada por la juventud peronista. Era la Evita revolucionaria por excelencia, militante, peronista fanática, sectaria, implacable, que anunciaba a voz en cuello su compromiso incondicional con la justicia social sin importarle las consecuencias y se proclamaba dispuesta a dar la vida por Perón. Se reproducían frases de sus discursos más apasionados en periódicos, revistas, panfletos y en las paredes de las ciudades. Era una Evita que si hubiera vivido no hubiera permitido el triunfo de la Revolución Libertadora porque hubiera armado al pueblo. Así prometió hacerlo en su último discurso desde el balcón de la Casa Rosada, el 1° de mayo de 1952, en el que aseguró:

Si es preciso haremos justicia con nuestras propias manos. Yo le pido a Dios no permita a esos insensatos [traidores] levantar la mano contra Perón, porque guay de ese día! mi General, yo saldré con el pueblo trabajador, yo saldré con las mujeres del pueblo, yo saldré con los descamisados de la Patria… porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar más por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora.

En las manifestaciones, flameaban las banderas de Montoneros y la juventud gritaba: «Si Evita viviera sería Montonera». Hasta tenía una apariencia diferente. No era la Evita que posaba, sonriente, elegantemente vestida, enjoyada y maquillada, sino una muchacha joven, de cara limpia, sin maquillaje, de sonrisa amplia, acogedora, con el pelo largo y suelto, al viento.

La Evita Montonera no fue un desvarío y no fue inventada, pero es una Evita unidimensional, descontextualizada, separada de Perón y de cierto modo contrapuesta a él. Sin decirlo explícitamente, la vieja imagen del Perón cobarde es su contrapartida. Es lo que permite aislarla y distanciarla tanto de él como de su nueva esposa María Estela Martínez de Perón y realzar su militancia. Es un reflejo de las divisiones existentes en el peronismo y especialmente de la progresiva radicalización de la juventud peronista, enfrentada en un primer momento al sector sindical y en una segunda etapa al mismo Perón, una vez que se inicia su tercera presidencia (12 de octubre de 1973-1 de julio de 1974). El 1° de mayo de 1974, Perón expulsó de Plaza de Mayo a una columna de Montoneros llamándolos «estúpidos» e «imberbes». El paso siguiente que dieron fue entrar a la clandestinidad y tomar las armas contra su gobierno.

La popularidad de Evita Montonera fue fugaz. Nunca se extendió fuera del país y se extinguió con el golpe de Estado del 24 de de marzo de 1976 y el gobierno de facto de las juntas, compuestas por los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas (1976-1983). Pero durante los años de la dictadura, cuando reinaba el terrorismo de Estado en la Argentina y se multiplicaban las desapariciones forzadas y los campos de concentración, el resto del mundo redescubrió a la anti-Evita y seducidos por la música en que vino envuelta, se enamoró de ella. En 1976, dos ingleses, Tim Rice y Andrew Lloyd Webber desenpolvaron la Evita mitológica de Fleur Cowles y Mary Main. Compusieron una ópera que dos años más tarde, en una puesta en escena basada en ellas, completada con resabios nazifascistas y adornada con un Che de pacotilla, empezó a recorrer los escenarios de las grandes ciudades antes de ser película. La producción contó con la asesoría de Cowles, que lo hizo gustosa porque como explicó en sus memorias lo que ella quería, «era impedir cualquier idealización de esa horrible mujer».21

La fascinación internacional con la mitología anti-Evita no ha dejado de ganar adeptos hasta el presente, alimentada por nuevos textos fantasiosos. Son cada vez más numerosas las personas que una vez atrapadas en sus redes, vuelan hasta Buenos Aires donde descubren que pueden visitar la tumba de Evita en el cementerio de la Recoleta y su Museo en una casa de la Fundación Eva Perón.

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