El Cordobazo, las barricadas y las mujeres

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Por Andrea Andújar* En mayo de 1969 Marta Sagadín contaba con 31 años de edad y una reconocida trayectoria en el Partido Comunista de Córdoba, su provincia natal. Se había afiliado a esta organización en 1962 junto con su marido, un obrero de la empresa Industrias Kaiser Argentina S.A., más conocida como IKA. Ella militaba en el barrio donde vivían, llevando a cabo su trabajo político a través de la comisión de Educación organizada por el partido.

Cuando estalló el Cordobazo, Marta se puso en contacto con otras organizaciones barriales para ir al centro de la ciudad. Una vez allí, decidió marchar con las mujeres que tenían a sus maridos entre las columnas de los obreros de Luz y Fuerza, de Fiat, de IKA, del gremio gráfico y del transporte. Verse así, caminando con ellas, le provocó una gran sensación de fuerza y una enorme confianza en el poder de esa clase trabajadora para cambiarlo todo.

La intensidad con la que Marta vivió esa jornada de lucha fue similar a la que sintió Isabel Guzmán, una adolescente que cursaba sus estudios secundarios en una escuela nocturna de la ciudad de Córdoba. El 29 de mayo, cuando supo que había empezado el conflicto, decidió ir a la plaza en la que solía encontrarse con sus compañeros. Rápidamente comenzaron a llegar estudiantes universitarios, amas de casa, empleados informales, niños con sus bicicletas. Isabel y sus amigos resolvieron sumarse a la movilización. Ese día fueron y vinieron por las calles de la ciudad, huyendo de la policía en algunas ocasiones, haciéndole frente en otras. En una de esas idas y vueltas se cruzaron con Agustín Tosco, el dirigente del sindicato de Luz y Fuerza. Marta lo reconoció en esa esquina, parado y hablando con los manifestantes para que mantuvieran la calma. Nunca lo había visto frente a frente. Y nunca lo olvidaría.

Para Cristina Salvarezza, una joven cordobesa nacida en 1946, fue en esos días cuando “obreros y estudiantes, unidos y adelante” (el eslogan que Tosco haría famoso) se volvió una realidad palpable. Ella estudiaba Arquitectura en la Universidad Nacional de Córdoba. También militaba en el “Movimiento contra la Represión”, una organización amplia que reunía a diversas agrupaciones. Cuando Cristina y sus compañeros escucharon por la radio las noticias sobre el avance de las columnas obreras y los enfrentamientos con la policía, decidieron ir para el norte de la ciudad, tal como lo habían acordado anteriormente, para reforzar las barricadas. En el camino se toparon con el Ejército. Un señor a quien no conocían les ofreció refugio, cosa que aceptaron aunque al instante se dieron cuenta que el lugar era una casa mortuoria. No les gustó demasiado la idea. Pero resguardarse allí evitó que los apresaran. Al caer la noche, abandonaron el escondite y retomaron la marcha hacia el centro de la ciudad, caminando juntos mientras comían lo que los vecinos de los edificios, cuando los veían pasar, les regalaban solidariamente.

Las vivencias de Marta, Isabel y Cristina, relatadas aquí a partir de los testimonios publicados en 2018 en el libro de Bibiana Fulchieri El Cordobazo de las mujeres (1), ofrecen algunas pistas para responder la pregunta que abre estas reflexiones. En principio, permiten advertir que efectivamente, las mujeres tuvieron un Cordobazo. Y también, estuvieron en él. ¿Quiénes eran ellas? Si nos detenemos una rato más en estas vivencias, podemos ver que se trataba de mujeres muy distintas entre sí por sus edades, por sus experiencias de vida, por sus preferencias políticas, por sus orígenes de clase. Incluso, por su estado civil. Entre ellas había trabajadoras y estudiantes secundarias, amas de casa y universitarias. Solteras y casadas. Adolescentes, jóvenes y adultas. Algunas militaban en partidos políticos y organizaciones de distinto tipo. Otras no. Pero estuvieron allí, al igual que los varones, marchando y poniendo su cuerpo en el conflicto, en los choques con la policía primero y luego, cuando los y las manifestantes ganaron la pulseada por el control de la ciudad, en los enfrentamientos con el Ejército que intervino para retomarla.

Indudablemente, la presencia de las mujeres en esas jornadas de protesta no fue tan multitudinaria como la de los varones. Seguramente, tampoco fue elevada la participación femenina en las asambleas obreras que condujeron a las dos Centrales Generales de los Trabajadores (CGT) existentes en ese entonces a convocar un paro general por 37 horas para el 29 de mayo de 1969. Después de todo, el descontento más profundo en ese momento, estaba entre los trabajadores automotrices, metalúrgicos y de la energía eléctrica. Las mujeres no integraban esa fuerza laboral que además, conformaba el sector más moderno y dinámico de la industria cordobesa desde finales de la década de 1950. La importancia de estos trabajadores se hacía sentir también en la vida gremial de la provincia. Ellos eran parte de la UOM, del SMATA y de Luz y Fuerza, sindicatos que contaban con gran capacidad de organización y poderío de convocatoria. Cuando la dictadura intentó violentar particularmente sus derechos laborales con medidas que implicaban, entre otras cosas, mayores recortes salariales, esos obreros y sus sindicatos llamaron al paro y a la movilización. Desataron así el Cordobazo, un conflicto que se convirtió en un punto de inflexión en las luchas de la clase trabajadora marcando además el comienzo del fin de la dictadura militar iniciada en junio de 1966. Dejaron también una huella indeleble en la memoria social sobre ese acontecimiento pues esa presencia masculina fue la que se impuso de manera casi exclusiva en el recuerdo de ese pasado.

Sin embargo, las mujeres, como lo permiten entrever los derroteros de Marta, Isabel y Cristina, estuvieron presentes de múltiples maneras y por distintos motivos. Algunas participaron activamente en la movilización, otras lo hicieron desde sus márgenes; algunas fueron para acompañar a sus maridos, otras en solidaridad con ellos y los estudiantes reprimidos; algunas se enfrentaron a la policía, otras dieron refugio a los manifestantes. Algunas estuvieron allí porque la dureza de la política represiva del gobierno de Onganía no las había dejado al margen. Otras, porque tampoco habían quedado afuera de los efectos críticos de su política económica. La muerte de Hilda Guerrero de Molina, una trabajadora asesinada por las fuerzas represivas en 1967 en Tucumán cuando protestaba contra el cierre de los ingenios dispuesto por la dictadura, era prueba suficiente de ello. Pero fuese por las razones que fuese, esa participación les cambió la vida. Como sostiene la historiadora Ana Noguera en las páginas que prologan el libro de Fulchieri, el estar allí, marchando y protestando, escuchando los discursos sobre una Córdoba resistente y revolucionaria, las impulsó a involucrarse en política como nunca antes lo habían hecho para luchar por un mundo mejor, sin desigualdades ni opresiones de ningún tipo. En ese impulso cuestionaron muchas cosas, todas juntas o por separado: la existencia del capitalismo, las relaciones familiares, el lugar de las mujeres en la sociedad, los vínculos amorosos, la opresión masculina, la sexualidad, el aborto y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo.

Esos cuestionamientos asumieron varias formas. La adhesión a las organizaciones de izquierda o al peronismo, la lucha armada o el hippismo, la militancia sindical o  la militancia feminista fueron solo algunas de esas muchas maneras de intentar acabar con la injusticia. Averiguar más sobre ellas, sobre lo que quisieron hacer y lo que pudieron lograr, sobre sus apuestas, sus sueños, su compromiso y sus vínculos, es una tarea aún pendiente. Es un desafío que, a cincuenta años de ese acontecimiento tan potente como fue el Cordobazo, se nos impone también como una parte central de su legado.

(1) Bibiana Fulchieri (2018), El Cordobazo de las mujeres, Córdoba, Editorial Las Nuestras

* Acerca de la autora Andrea Andújar

Historiadora (UBA) e investigadora del CONICET.

 

Fuente-Revista Mestisa de la Universidad Nacional


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