¡Nobel de la Paz para Donald Trump y Juan Guaidó! – Por Aram Aharonian
¡Nobel de la Paz para Donald Trump y Juan Guaidó!
Por Aram Aharonian*
Para los golpes de estado hay que estar preparado: hacen falta carros de combate, aviones, destructores, algunos militares con galones y condecoraciones, planes elaborados, centros de tortura, quizá algunos mercenarios y el siempre colaborador e incitador terrorismo mediático cartelizado y trasnacional.
El exsecretario estadounidense Henry Kissinger, premio Nobel de la Paz en 1973 tras perder la guerra de Vietnam, al igual que otros genocidas, sabe bien cómo se juega a esto, como lo intentado (y a veces comprobado) en Cuba, Panamá, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Paraguay, Colombia, India, Granada, Paquistán, Angola, Indonesia, Laos, Camboya…y no pare de contar.
Occidente y la paz, es un matrimonio ejemplar con una bellísima hija llamada democracia, como lo define Luis González Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España..
No todos están (estamos) convencidos que el autoproclamado presidente interino venezolano Juan Guaidó haya siquiera participado en el golpe de estado farsesco del 30 de abril, dejando en el aire la pretensión de no solo Estados Unidos sino también de Canadá y toda la Europa occidental y cristiana por quedarse con las reservas petrolíferas venezolanas, las mayores del mundo. Por unos cuantos negros que mueran, nadie se va a preocupar, cantaba el uruguayo Rubén Rada.
De lo que la prensa hegemónica trasnacional nos quiere convencer es que Occidente acudió en ayuda del pueblo venezolano por la democracia, los derechos humanos, la salud y la educación de la gente, es decir por el pueblo venezolano, para salvarlo del virus del bolivarianismo, de la tiranía de un gobierno constitucional, para salvarlo del comunismo. Los mismos libretos, el mismo guión de Reagan y los Bush.
Con el mismo argumento respaldaron el golpe en Brasil en 1964, el de Augusto Pinochet en Chile en 1973, el de Jorge Videla y los militares argentinos en 1976: la prioridad es defender la sacrosanta democracia. Desde 1960 (¡hace 59 años!) impusieron un cerco, un bloqueo económico y financiero al lagarto verde del Caribe, Cuba, que significó pérdidas de más de 950 mil millones de dólares para la isla.
Y en 1996 aprobaron la ley Helms-Burton que eliminó la posibilidad de hacer negocios dentro de la isla o con el gobierno de Cuba por parte de los ciudadanos estadounidenses, que hoy aplican con mayor fuerza. Todo en nombre de la democracia y la paz mundial.
Y se encargaron de ocupar Haití en nombre de la ONU para impedir la vida digna de los haitianos, pirateando incluso los recursos mundiales para su reconstrucción, tras el terremoto de 2010. De eso los Clinton (Bill y Hillary, ¿los recuerdan?) saben mucho.
Y conservan la base de Guantánamo, en territorio cubano, donde torturan a gente por el delito de ser negritos y musulmanes, en su lucha contra el “terrorismo” que quizá ellos mismos programaron y financiaron.
Nadie puede decir que la culpa la tiene el títere. Eso: la culpa no es de Guaidó, que usa y abusa de resurrecciones mediáticas y virtuales (¡tan alejadas de la realidad!) a pesar de no ser un telepredicador evangélico, sino del que maneja al títere, que aún cree que con amenazas y viejas consignas sesentistas puede amedrentar a los pueblos.
El bloqueo financiero internacional contra Venezuela ha supuesto pérdidas de 350.000 millones de dólares en producción de bienes y servicios entre 2013 y 2017, lo que equivale a entre 8.400 y 12.100 dólares por cada venezolano o al Producto Interior Bruto (PIB) de aproximadamente un año y medio. Todo para defender a los que luchan por la democracia, lo que parece reducirse a apoderarse del petróleo venezolano.
Desde el 5 de abril los EEUU (los nuevos piratas del Caribe) aplicaron medidas coercitivas a embarcaciones y empresas que trabajan para la estatal petrolera venezolana Pdvsa por exportar petróleo a Cuba. El vicepresidente Mike Pence aseguró que Cuba tiene un «sistema de imperio en el hemisferio y por ello se debe generar un cambio político en Venezuela». Así, Washington acusaba a Cuba de beneficiarse del crudo venezolano a cambio de enviar asesores políticos, agentes de inteligencia, militares y médicos.
A la larga cadena de intervenciones ahora se suma la nueva agresión de Trump al territorio de la embajada venezolana en Washington, donde la policía y sus perros irrumpieron en la sede diplomática violando la Convención de Viena y el derecho internacional, acción jamás vista, siquiera en tiempos de guerra, que bien puede crear un.antecedente que permita tomar las embajadas cuando el gobierno de EEUU lo desee.
Son actos de extraterritorialidad, piratería, desconocimiento flagrante del derecho internacional, injerencia y obviamente de soberbia del titiritero.
¿Extrañando a Kissinger?
Sería hora que Donald Trump consulte con Kissinger (aun cuando está muy viejito y chocho ya) para enterarse cómo se dan los golpes de estado, porque estas bravuconadas al estilo Steve Bannon, Mike Pence, Mike Pompeo o Elliot Abrams, que terminan en frustraciones más que un cambio de gobierno bajo el protectorado de Washington, bien pueden terminar en una guerra civil, requisito que parece ser indispensable para lograr acceder al Premio Nobel de la Paz.
Quizá Kissinger les pueda explicar que una guerra no se gana con tuits, que sirven sí para amedrentar e imponer sanciones, bloqueos y pirateo de los recursos y fondos venezolanos y crear un imaginario colectivo proclive a una intervención. Es más: en nombre de la defensa de la democracia, Juan Guaidó pide desesperadamente al Comando Sur de Estados Unidos (es una plegaria, aclaro, no una orden) que ya llegó la hora de una invasión estadounidense.
Quizá el joven autoproclamado no sea consciente que todo se trata de un gran negocio: el petróleo venezolano por la sangre de los venezolanos (no la suya, claro está). Pero no sólo eso: ingentes ingresos para la industria armamentista (una de las mayores financiadoras de la candidatura de Trump) y quizá un negocio también para los mercenarios de Blackwater, dispuestos a usar como carne de cañón a paramilitares chilenos, colombianos y centroamericanos para acabar con ese virus bolivariano que tantas esperanzas despertó en Latinoamérica y el Caribe.
Si quiere el Nobel, Guaidó debe cambiar de asesor de imagen y de mirarse en el espejo de Abrams y Trump: hoy transmite una imagen pésima de un futuro dictador dispuesto a regalar los recursos del país a Estados Unidos, balcanizar el país, ayudar a que el pueblo (¿su pueblo?) vaya muriendo de hambre o por la agresión extranjera, para después limpiar el país de rojos comunistas, si alguno de ellos sobrevive, claro.
¿Por qué no el Nobel? El premio Nobel por la Paz, instituido por el fabricante de armamentos, inventor e industrial sueco Alfred Nobel, ya fue otorgado a Henry Kissinger, a Barack Obama, a Al Gore, a Juan Manuel Santos…
(*) Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la). Autor de Vernos con nuestros propios ojos, La internacional del terror mediático y El asesinato de la verdad.