¿Qué es ser de izquierda en ciencia y tecnología? – Por Renato Dagnino
¿Qué es ser de izquierda en ciencia y tecnología?
Renato Dagnino*
Coincidiendo con mi coterráneo Flavio Aguiar en referencia a que tenemos que hablar de “izquierdas” cada vez más (y con mis colegas de Unicamp sobre la polisemia del término y la heterogeneidad del conjunto) comienzo por enfatizar que las concepciones que tienen sobre ciencia y tecnología (C&T) a pesar de que no hayan sido explicitadas hasta ahora, son muy diferentes a las que se plantean en otros campos. El hecho de que existan discusiones en torno al sentido que deben ser precisadas me aconseja empezar con una taxonomía. Y como siempre que se plantean discusiones por la hegemonía en cualquiera de las coaliciones que llegaran a formar las izquierdas, me dedicaré luego de presentar las dos concepciones dominantes a abogar por la tercera que es con la que me identifico.
Para elaborar la taxonomía me he basado en mi formación de ingeniero-economista. He limitado el espacio analizado al reciente pasado brasileño (o latinoamericano) y su centro al proporcionado por las miradas indisciplinadas de los estudios sobre C&T. Y para presentarla imaginé un cuadro sinóptico. En él luego de enlistar en la primera columna las tres concepciones, detallo en la segunda como ellas comprenden la C&T y en la tercera lo que ellas proponen en materia de política cognitiva (neologismo que propongo para englobar las hasta aún separadas políticas de educación y de C&T) Esto significa que las acciones que se llevaren a cabo, las alianzas con los actores involucrados – instituciones públicas de educación y de investigación, empresas, órganos estatales, movimientos populares – deben privilegiarse en el plano de la política y de los políticos.
El primer concepto sobre C&T presente en un hipotético eje en que se sitúan las izquierdas (cruzado por ideologías sobre asuntos más importantes, pero de corto plazo) lo llamaré socialdemócrata. En él se entiende que la tecnología es la aplicación de la ciencia –verdadera e intrínsecamente buena que avanza neutra y universalmente (en el sentido en no hallarse contaminada por intereses y valores) para producir más, más barato y para mejor satisfacer las necesidades de la sociedad; la mayor parte de las veces debido al uso de la ciencia ya generada por intereses personales; sin ética la tecnología puede ser dañina. Mientras que sometida al control externo y a posteriori por la ética, la ciencia puede ser usada para satisfacer infinitas necesidades de la sociedad.
Al no acordar ese entendimiento en el plano de la política, esta sigue en donde es gobierno una conducta semejante a la que sus pares en los países del capitalismo avanzado adoptaron durante la construcción del estado de bienestar (y que después de propagarlo por el mundo, cambió muy poco con el neoliberalismo) Esto refuerza entonces la tendencia de las comunidades de investigación de las instituciones de educación pública y de investigación a buscar la frontera global de la C&T Con ello se lograría, como se supone que suceda cuando las empresas locales alcancen una competitividad, derramarse sobre el conjunto de la sociedad (bienes y servicios buenos y baratos, mejores y mejor remunerados empleos). Y como la empresa debería aumentar sus actividades de investigación y desarrollo, a los órganos estatales les correspondería subsidiarla. Y estimular a las universidades a insertar en sus programas de enseñanza y de investigación lo que la sociedad idealiza (y que le gustaría que existieran) y la demanda empresaria de conocimientos que por aquí se oye requerir.
Hay que reconocer – como se hace con la excepción que confirma la regla – que en las raras ocasiones en que los actores con poder económico o político pidieron conocimientos no disponibles (como en el caso de la agroindustria, del petróleo) o accesibilidad (aeronáutica) la política de conocimientos instrumentada, de carácter netamente nacional-desarrollista, logró una sinergia atípica en la periferia del capitalismo.
Consciente de que la dinámica global de la C&T controlada por las empresas multinacionales, además de la obsolescencia planificada y del deterioro programado está provocando, también aquí, el desempleo de los profesionales que entrenamos para llevarla a cabo, ese concepto hace que se ayude a alumnos y a profesores a convertirse en emprendedores subsidiando la creación de empresas de base tecnológica (startups) en incubadoras universitarias. Para contraponerse a las externalidades sociales negativas que esa dinámica tiende a provocar, fomenta la responsabilidad social empresaria mediante medidas fiscales y la orientación de los recursos hacia la innovación responsable, financiando programas de investigación y de enseñanza en organizaciones interesadas, públicas y privadas.
El segundo concepto que voy a llamar marxista convencional interpreta que la dinámica de la C&T fue progresivamente captada por el capital y que por lo tanto se halla sometida a su lógica, a sus intereses de acumulación y de explotación de la clase trabajadora. Atribuye al desarrollo de las fuerzas productivas, en el (y durante el) modo de producción capitalista, en el empeño empresarial en aumentar la productividad del trabajo pasible de ser apropiada por ellos, dado que el estatuto de la propiedad privada les garantiza la propiedad de los medios de producción. Pero además entiende que, dado que es lineal e inexorable, este desarrollo será el responsable en el largo plazo del cambio de las formas de producción (esclavistas, feudales, capitalistas, socialistas) conduciéndolas a la forma de producción comunista.
Un control por el lado de la ética (como propone la concepción socialdemócrata) que se incorporase a los espacios en que se administra la C&T además de poco efectivo, no sería conveniente sino hasta contraproducente y hasta antidemocrático, Sería en última instancia una revolución socialista la que permitiría que la misma C&T actualmente opresora. Sería en esta última instancia una revolución socialista lo que permitiría que una misma C&T que hoy es opresora, “apropiada” en el futuro por la clase trabajadora (dado que es neutral y por lo tanto capaz de apoyar cualquier proyecto político) podría ser usada por ella – en el ámbito de otras relaciones sociales de producción – para construir un futuro más justo.
Refutar este planteo en el plano de la política cognitiva, por basarse en la idea de la neutralidad, plantea diferencias que exceden el marco de este texto. Su importancia comparada con el riesgo de traspasar los límites del espacio previsto o peor aún perder en sus meandros al lector que me acompaña, me impulsan a eludir su presentación. A diferencia de lo que ocurre en las áreas de la política como fin cuando se vuelven dominantes distintas ideologías (como las de salud, infraestructura, relaciones exteriores) la C&T debido a su aparente neutralidad (o simplemente, bondad) se ha mostrado indefensa ante las ideologías de quién las formula.
Finalmente, si lo que se necesita para construir el socialismo es una mejor C&T, lo que se debe hacer es imitar lo que mejor se hace en los países líderes. Y cualquier reducción de los recursos que se le destinen será visto como oscurantista. Algo que no implica que no exista una creciente preocupación como cuatro caballeros del apocalipsis – cientificismo, productivismo, innovacionismo y emprendedurismo – que están conduciendo al suicidio a la universidad pública: pero la causa de la velocidad a que galopan parece no haber sido identificada.
El tercer planteo lo llamaré solidario. Antes de describirlo pongo en conocimiento que su carácter contrahegemónico me obliga a exponerlo, a diferencia de los anteriores, de manera sesgada y no neutra.
Se entiende aquí que el conocimiento para la producción de bienes y servicios, lo que contemporáneamente se llama tecnociencia (debido entre otras razones por la interrelación de lo que por una parte se conocía como ciencia y por la otra como tecnología) estuvo siempre y no dejará de estarlo, contaminada con los valores e intereses del actor que controla el proceso productivo: y por lo tanto es quién busca, intenta y puede beneficiarse con su continua transformación. Esto permite comprender que la tecnociencia es una consecuencia cognitiva de las sucesivas crecientemente conocidas y valoradas como exitosas (generalmente en función de su resultado material) por los propietarios de los medios de producción involucrados en dicho proceso.
Este planteo genérico y supra histórico se complementa con otro que va en sentido contrario. Somos en Brasil 210 millones: 160 en edad activa de alrededor de 30 años con empleo. Y nada hay que indique que le empresariado local volverá a invertir y a generar empleos que permitan absorber los 80 millones que no lo tuvieron nunca – y que el futuro de la C&T capitalista permite prever – y nunca lo tendrán. En especial lo referente a la industria manufacturera que hoy emplea apenas a dos millones de personas. Tampoco es legítimo pensar, a la luz de la creciente desigualdad que viene produciéndose en los países avanzados que una política del conocimiento que haga que las empresas sean más competitivas pueda procurar un derrame de bienestar que todavía algunos esperan.
Además de que existe suficiente evidencia de que la racional estrategia de la innovación periférica, imitativa basada en la renovación del equipamiento no es la respuesta a esa política y que se vuelve casi inocua en este plan y el de su miope finalidad.
La primera propuesta explica la degeneración burocrática del socialismo real. El intento de usar una tecnología segmentada, jerarquizada, controladora, heterogestionaria, alienante y de gran escala (o sea capitalista) que sus líderes creían como la mejor para construir el socialismo se estancó debido al gigantismo estatal y las experiencias autogestionarias basadas en la propiedad colectiva de los medios de producción.
Pone también en evidencia que el enfoque de las izquierdas en relación al conocimiento para la producción de bienes y servicios – los valores habituales que visibiliza la sociedad en función de un deseado bienestar – debe basarse en el plano político en los conceptos de la tecnociencia y de la política cognitiva.
La segunda propuesta demuestra que nuestro futuro igualitario, similar a lo que ocurre en otros campos, deberá ser construido de manera diferente a la que proponen las izquierdas de los países avanzados. Las tecnociencias que necesitamos no deberán hallarse contaminada con otros intereses a lo largo de un proceso de reproyección de la tecnociencia capitalista. Tendrá que colocar el potencial tecnocientífico de nuestras instituciones de enseñanza y de investigación (que es prácticamente el único lugar donde se investiga) al servicio de la interacción con actores sociales interesados en nuestra propuesta. Les compete a sus integrantes de izquierda la iniciativa de encontrar la demanda cognitiva encerrada en sus hoy desatendidas necesidades materiales.
Entre los movimientos populares, además de los que ya se vienen agrupando en emprendimientos solidarios, deberán disputar crecientemente el poder de compra de bienes y servicios donde sean gobierno, esta propuesta debe atentar contra los movimientos contrahegemónicos emergentes. Ellos están percibiendo que la continuidad de sus pautas identitarias depende de la atención de los derechos socioeconómicos que les ha sido negado y continúa siéndolo a la mayoría de sus integrantes. Por formar parte de los 80 millones de marginados no tendrán acceso al empleo y al salario que todavía les siguen prometiendo las izquierdas. La ampliación de un canal -alternativo sin ser excluyente- de generación de trabajo y de ingresos que dé salida a su potencial creatividad de valores de uso, también en este caso, es esencial.
La construcción de la plataforma cognitiva de lanzamiento de la economía solidaria que debemos hacer crecer en las grietas de nuestro tejido socio-productivo, la tecnociencia solidaria es un considerable desafío. Pero también como suele suceder en estos casos constituye una formidable oportunidad.
Espero que este texto pueda servir de base para la apertura de un debate, que las izquierdas por razones como las que aquí se exponen, por no querer contrariar a los sectores aliados que se apropiaren del discurso y de la praxis C&T o por no ser esta un área prioritaria, urgente o demandante de recursos han postergado.
Muchos lectores que en el momento en que una coalición reaccionaria instrumenta una política cognitiva que, coherente con su proyecto de gobierno fragiliza las tres concepciones de las izquierdas colocando en jaque su propio sentido. Por varias razones ¡no estoy de acuerdo! Si llegara a producirse el debate, respetando el principio democrático de escuchar los argumentos y las disidencias de las diferentes opiniones, podría suceder que las izquierdas pudieran aprovechar nuestro potencial tecnocientífico para la construcción de una sociedad más solidaria.
*Renato Dagnino es Profesor titular del Departamento de Política Científica y Tecnológica del Instituto de Geociencias de la Unicamp en las áreas de Estudios Sociales de C&T y Gestión Pública. Coordinó el curso de Especialización en Gestión Pública Estratégica realizado en asociación con la Fundación Perseu Abramo