Violencia rutinaria y brutalidad disciplinaria: a lo que se enfrenta la “izquierda” continental – Por José Galindo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por José Galindo *

¿Cómo reorganizar a un ejército bajo fuego, que ha sufrido la pérdida de sus principales liderazgos y que está desmoralizado frente a una arremetida ininterrumpida por parte del Imperio? Es el reto de la izquierda en América Latina, que parece enfrentarse a la posibilidad de una segunda larga noche neoliberal. Segunda Guerra Fría, fin de la Tercera Ola Democrática o Reedición del Neoliberalismo; aunque desde enfoques diferentes, puede que estas tres propuestas para nombrar los tiempos que se avecinan no estén incorrectas, y la izquierda debe resolver cómo actuar en cada caso.

Temer que una ola proto-fascista se apodere del continente y proceda a demoler los pocos logros que han conquistado diferentes sectores antes excluidos de nuestras sociedades durante los últimos años, no es una preocupación desatinada o fuera de lugar. Evidentemente, Latinoamérica atraviesa estos días un desplazamiento hacia posiciones ultra conservadoras y reaccionarias en varios de sus países. Se puede hablar incluso de una tendencia restauradora, comprometida con restablecer relaciones de poder que creímos superadas hasta hace poco, que se extiende lentamente a través de la región.

Al mismo tiempo, aunque sí se puede agrupar a gobiernos como los de Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Ecuador, no es posible hacer lo mismo con lo que se piensa usualmente como la “izquierda”; ¿Qué tienen realmente en común el Movimiento Sin Tierra de Brasil, los piqueteros argentinos, los mapuches chilenos y los indígenas ecuatorianos? A diferencia del primer grupo de países, que sí forman una unidad o fuerza conjunta, la “no derecha” no puede ponerse de acuerdo acerca de cómo reconstituirse como una opción viable para nuestras diferentes sociedades y ni siquiera como sujeto político.

Fuerzas conjuntas y ejércitos en dispersión

Los gobiernos de Macri, Bolsonaro, Piñera, Duque y Moreno tienen en común tres orientaciones en cuanto al manejo de sus respectivos Estados: primero, el reciclaje de recetas neoliberales en el manejo de la economía; el desplazamiento de los bloques de poder populares de cada uno de sus países por viejas élites acomodadas que habían perdido poder político durante la última década y media; y tercero, muy importante, el apoyo activo y militante al restablecimiento de la hegemonía estadounidense en Latinoamérica por encima de la incipiente influencia rusa y china que se ha advertido últimamente. En pocas palabras, son neoliberales, antipopulares y proimperialistas. Saben lo que quieren, saben cómo lograrlo y se reconocen entre sí.

Por otro lado, ya fuera del gobierno, las bases que llevaron a los Kirchner, Lula y Correa al poder, tienen poco en común ahora y no se encuentran articuladas en ninguna plataforma de coordinación fuera del Foro de Sao Paolo, que sucede una sola vez al año. Enfrentan diferentes tipos de persecución en cada uno de sus países, y atraviesan sus propias contradicciones internas. Lo que es peor, no cuentan con un liderazgo que sea capaz de convocarlas a todas. EE.UU. es claramente el principal organizador de la derecha continental, pero ¿Quién dirige, impulsa y apoya a las diferentes facciones que resisten ésta restauración conservadora?

Bolivia no se ha propuesto ese papel, y Venezuela está demasiado ocupada tratando de no estallar como para poder asumirlo nuevamente, como en los tiempos de Chávez. Cuba está fuera de cuestión, con un nuevo presidente que construye cada día su legitimidad junto a la gente, pero su papel en el campo internacional es de manera distinta en relación con los tiempos de Fidel. Tenemos, por lo tanto, una “izquierda” que se ha desintegrado como sujeto, cuyos restos se encuentran dispersos y aislados unos de otros, y todos enfrentando diferentes niveles de represión y persecución política.

¿Acaso sólo queda resistir? ¿Tratar de no perecer?

Se pueden identificar dos tipos de gobiernos de derecha en el continente: los reaccionarios, donde están Argentina, Colombia, Brasil y Ecuador; y los conservadores, donde están Chile, Perú y Paraguay. La diferencia entre unos y otros es que los primeros tienen como primera misión ponerle un fin a la ola progresista que se apoderó del continente durante la primera década y media de éste siglo, mientras que los segundos, salvo por cortos periodos, no han visto amenazado el estatus quo de sus sociedades, por lo que simplemente deben abocarse a no perder el poder como clase, pudiendo sostener disputas internas mientras y sólo mientras se impida el ingreso de outsiders. Esto tiene repercusiones directas en la forma en la que actúan sobre los diferentes grupos excluidos de sus sistemas de participación política.

El uso de la violencia

Los gobiernos reaccionarios de Argentina, Colombia, Brasil y Ecuador deben asegurarse que no se vuelvan a dar más episodios de revuelta popular o plebeya en sus territorios, por lo que proceden más agresivamente, mediante el asesinato, la tortura, el encarcelamiento y la persecución judicial. Así, Brasil y Colombia son los países donde las élites conservadoras en el poder se han propuesto la total eliminación física de los descontentos, mediante el uso de las fuerzas represivas del Estado actuando de forma conjunta; mientras que Argentina y Ecuador se limitan, por el momento al encarcelamiento y la persecución judicial. ¿A qué se debe esta diferencia en su modus operandi, donde unos reaccionarios usan la violencia armada y otros no? Eso es asunto de otro artículo. Por otra parte, los gobiernos de Perú, Chile y Paraguay mantienen un comportamiento de represión disciplinaria y ocasional con sus pueblos indígenas y sus trabajadores.

Esto no quiere decir que los conservadores no sean violentos, ni que los reaccionarios no lo hayan sido antes. Desde hace mucho tiempo se vienen asesinando líderes sindicales, activistas de los derechos humanos, ecologistas y descontentos en general en Colombia, de la misma forma que la desigualdad estructural de Brasil ha cobrado vidas desde hace décadas en sus famosas favela; al mismo tiempo, en Chile y Argentina el racismo y el carácter autoritario de sus fuerzas del orden siempre ha tenido víctimas mortales como consecuencia de sus acciones. En otras palabras, la violencia y la represión brutal siempre estuvieron ahí. Incluso en países progresistas como Bolivia y Venezuela las clases dominantes siempre han recurrido a la violencia como mecanismo de disciplinamiento. Lo particular de ahora es que hay un propósito, hay una excusa, hay una razón de castigo. Antes la violencia era para que las clases populares no se salieran de los límites impuestos por el sistema, cualquier institución del Estado podía encargarse de ello; ahora, el Estado en conjunto está abocado a encontrar y destruir toda posibilidad de agenda insurgente.

Los contextos de resistencia

Entonces, los exsoldados de las FARC, los dirigentes sindicales de Colombia, los campesinos sin tierra de Brasil, las masas empobrecidas de ambos países, todos, enfrentan verdaderos carteles del crimen organizado que se encargarán durante los próximos años ha desarticular todo germen de resistencia política. Su violencia es subrepticia, lo cual es peor. En nombre de la seguridad ciudadana y el respeto a la justicia, escuadrones de la muerte y paramilitares se encargarán de eliminar a los enemigos del sistema.

La resistencia aquí no puede ser otra que la armada, o por lo menos la insurgencia. En estos países la derecha se ha propuesto eliminarlos. Resistir es lo primero, reconstituirse como sujeto político lo siguiente, y presentarse como alternativa política lo final; lastimosamente, el PT sin Lula parece ser una fuerza inexistente, lo mismo que las FARC sin el amparo de los Acuerdos de Paz, que en la práctica ya han perdido vigencia desde la llegada de Duque. Ambas fuerzas, que eran las más visibles de sus sociedades, ya no cuentan con el respaldo del resto de la población, no tienen convocatoria y, por lo tanto, su margen de acción es mínimo.

Por otra parte, los habitantes de las villas de Argentina, sus trabajadores de clase media precarizada y sus masas de inmigrantes deben resistir los embates de la agenda neo neoliberal, al mismo tiempo que las fuerzas del orden emplean estrategias de represión duras pero no letales que a la larga tienen el objetivo de normalizar en la mente de las personas la exclusión política y económica de algunos sectores de su sociedad que, seguramente, serán llamados “minorías”, nuevamente. Al mismo tiempo, los miembros más prominentes del Partido Justicialista que se mantienen en el peronismo de izquierdas serán encarcelados y perseguidos judicialmente hasta acabar con sus principales liderazgos. Tampoco cuentan con el apoyo de la mayor parte de su sociedad, por lo que también se encuentran aislados, perseguidos y sin mucho margen de acción. Se podría decir lo mismo de Ecuador, pero a diferencia de Argentina, Lenin Moreno ha logrado eliminar al principal partido que le pudo haber plantado oposición, ¡y desde adentro! Los legisladores de Alianza Ciudadana que aún eran leales al correísmo se encuentra ahora reemplazados por representantes de la banca, el agro negocio y clases medias reaccionarias. Acá, el mismo sujeto que podía organizar a las clases excluidas en una “izquierda” nacional ha desaparecido para todo propósito práctico.

Las naciones indígenas, los estudiantes pobres y las masas de trabajadores precarizados de Chile, Paraguay y Perú enfrentan Estados genocidas y represores que cometen atrocidades contra ellos, pero lo hacen de acuerdo a las leyes, por lo que para el común de las personas, se trata de minorías que deben ser disciplinadas por el bien del resto de la sociedad. Constituirse como sujetos políticos con proyectos de poder parece estar lejos del horizonte por el momento.

Los reductos del progresismo latinoamericano

Hemos obviado en ésta reflexión a Honduras, Nicaragua, El Salvador, Puerto Rico, Haití, Cuba y Centroamérica en general por razones de espacio. A excepción de Cuba y México, casi todos enfrentan diferentes situaciones de convulsión social que los hacen territorios extremadamente peligrosos para la izquierda, particularmente los tres primeros. No obstante, es necesario mencionar a Cuba, Nicaragua y México porque, al menos en cuanto a un mínimo común denominador y en la mente de muchos analistas, podrían ser considerados como reductos del progresismo, junto con Bolivia, Venezuela y Uruguay.

Como dijimos, es al menos cuestionable hacer esta afirmación, la de encasillarlos como gobiernos de izquierda, debido a que tienen orígenes, procedimientos e ideas diferentes en el seno de cada uno de estos gobiernos. Pero todos son una disrupción, aunque sea simbólica, del status quo de sus sociedades. No obstante, es necesario separar la paja del trigo, para saber realmente con lo que se cuenta.

Bolivia, Nicaragua y Venezuela son lo más cercano que tenemos a una izquierda clásica, como la de Cuba que viene del siglo XX; pero incluso éste último país se encuentra atravesando cambios que lo alejan mucho del rol que desempeñó durante la Guerra Fría. Venezuela, por otra parte, sufre las consecuencias de no haber resuelto contradicciones internas y externas que ahora le pasan factura y amenazan con deshacer su gobierno progresista mediante un baño de sangre.

Lo mismo sucede con Nicaragua. Bolivia, finalmente, es el reducto progresista más sólido de toda la región, donde el sujeto político de la izquierda aún cuenta con mucho respaldo de la sociedad y, además, se mantiene en el gobierno, aunque en circunstancias menos favorables que hace años. Tanto en Venezuela como en Nicaragua y Bolivia lo importante es no permitir que las clases conservadoras y reaccionarias vuelvas al poder. La izquierda puede ser más asertiva y proactiva en éstos países. Es más, está obligada a serlo. No enfrenta los mismos obstáculos y enemigos que las del resto del continente. Venezuela, por otra parte, enfrenta los embistes directos de los EE.UU., por lo que su situación es más crítica.

México y Uruguay, por otra parte, son gobiernos progresistas no alineados a los EE.UU., pero con considerables diferencias entre sí. Uruguay es un gobierno progresista que se mantiene dentro de los límites de la institucionalidad de su Estado, que además funciona, y que no encara la necesidad de radicalizarse por supervivencia. México, por otra parte, es un movimiento de reacción contra lo viejo y es difícil e incorrecto catalogarlo como un gobierno de izquierda. En un caso, la izquierda está en el poder y no enfrenta mayores retos; en el otro, la izquierda mexicana no está plenamente representada por este gobierno y aún enfrenta situaciones de violencia comparables a las de países controlados por la derecha como Honduras.

* Politólogo boliviano.


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