Mujeres zapatistas: un encuentro desde la distancia – Por Lorena Bermejo
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Lorena Bermejo*
En esta misma fecha, en 2018, se llevaba a cabo el primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, una confluencia de identidades múltiples, autopercibidas bajo el término mujer que se encontraron en Chiapas, México, convocadas por las mujeres zapatistas para intercambiar conocimientos y momentos: tejer redes para seguir construyendo ese otro mundo que viene a desplazar el sistema patriarcal. Este año, debido a la coyuntura política en el sur mexicano, no se pudo llevar a cabo el encuentro presencial en territorio zapatista.
El tiempo zapatista antepone la perseverancia ante la urgencia. Paciencia, resistencia, y un actuar consciente son algunos de sus pilares ideológicos. Desde el 94’ hasta hoy, avanzaron hacia la defensa de su territorio, la autogestión, y la organización autónoma dentro de los caracoles de Chiapas. Hoy son un movimiento anticapitalista que combate el sistema desde la práctica y desde la teoría, 28 municipios autónomos que representan la resistencia a un sistema económico social que nos da satisfacción a cambio de vacío, abundancia artificial a cambio de destrucción del medio ambiente donde habitamos. Desde su lugar, los y las zapatistas son una amenaza porque no dependen del capitalismo, y desde su rincón, lo destruyen. “Ellos tienen una respuesta contra el sistema, porque si bien el zapatismo no surge como antipatriarcal, es la resistencia que puede atentar contra el sistema de opresión”, afirma Rocío Badoza Menduiña, argentina que reside en México, integrante del Colectivo El Andén, de Cipoletti, un espacio autónomo que resiste hace once años en asamblea permanente, luchando contra el capitalismo, el imperialismo y el sistema patriarcal.
En diciembre del 2017 las mujeres zapatistas invitaron a las mujeres del mundo a encontrarse y generar un espacio para intercambiar distintas formas de hacer frente a las problemáticas del género. La convocatoria fue para el 10 de marzo de 2018, y cuando llegó el momento cientos de mujeres se hicieron presentes en el caracol Tzotz Choj, territorio autónomo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En una época de visibilización del movimiento campesino indígena mexicano, no es casual que haya sido convocado el Encuentro: ese mismo año, desde el movimiento introdujeron en la escena política a Patricia Marichuy, médica tradicional y vocera electa por el Consejo Indígena de Gobierno (CIG) para representar a los pueblos originarios del sur mexicano. Marichuy no llegó a las urnas, pero el objetivo del zapatismo no es disputar el poder de los partidos ni la bandera presidencial: la candidatura fue una estrategia para hacer eco de las problemáticas de los pueblos campesinos y originarios. Hoy, con el progresismo en la cúpula, la situación no es distinta a la de cualquier otro Gobierno: “estas enfermedades del capitalismo no solo están arriba sino que también están introducidas en las personas de abajo”, afirma Diana Itzú Luna, integrante del Espacio de Lucha Contra el Olvido y la Represión (ELCOR) que lleva once años en Chiapas. La autonomía de los pueblos implica resistencia contra todo “mal gobierno”, que lleve adelante proyectos que destruyen la tierra y el agua, insumos básicos para la forma de vida campesina.
El gobierno de Andrés Manuel Lopez Obrador (AMLO) no fue por otro camino, y este verano avanzó con novedades que avivan el conflicto entre los intereses económicos y los de las comunidades rurales originarias: después de aprobar el soñado Tren Maya, el Gobierno anunció que se haría una consulta para decidir sobre el futuro del Proyecto Industrial Morelos, un gasoducto, un acueducto subterráneo, una central termoeléctrica y un centro distribuidor de energía de la Comisión Federal de Electricidad, instalaciones que atraviesan más de sesenta comunidades campesinas de los estados de Tlaxcala, Puebla y Morelos. Luego de este anuncio, el 20 de febrero apareció muerto Samir Flores, referente del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y Agua Morelos-Puebla, Tlaxcala (FPDTA-MPT) opositor a la planta. Si bien su asesinato aún no fue esclarecido, no es casual que haya sucedido a tres días de la consulta popular, que se realizó sin reparos en el luto, durante el 23 y 24 de febrero. Con más de la mitad de la población sin haber asistido, y una carta redactada y firmada en asamblea popular para oponerse al megaproyecto, AMLO anunció el éxito de la consulta y la continuación de las operaciones en la planta de Morelos.
En este contexto, las mujeres zapatistas convocaron a un encuentro a la distancia: “tu rincón es tu rincón, compañera y hermana, y ahí te toca, como a nosotras nos toca acá en tierras zapatistas”. Así afirma el comunicado que lanzaron para explicar por qué este año no se hará el Encuentro: “y si hacen el encuentro en tu mundo y te preguntan dónde están pues las zapatistas, que por qué no llegan, tú diles la verdad, diles que las zapatistas están luchando en su rincón por su libertad”. La experiencia zapatista es una forma diferente de mirar el mundo, y hacer el Encuentro implicó abrirse y compartir esas formas diversas. “Ellas parten de que el machismo tiene que ver con el capitalismo: en cada lugar donde estemos tenemos que estar atentas a luchar contra ese enemigo común”, explica Luisina Bresler, ex integrante de la Red de Solidaridad con Chiapas, que participó del Encuentro en 2018. Luisina recuerda que, cuando se construyó la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, los y las zapatistas llamaron a las organizaciones cercanas al movimiento a preguntarse, hacia adentro, lo que para ellos son cuestiones principales: “¿quiénes somos, qué queremos hacer, cómo vemos al mundo?”. En la vorágine de las urgencias, esas preguntas se nos escapan: “si algo no incomoda, no sirve, por eso es necesario volver a esas preguntas”, afirma Bresler.
“Cuando una va a una comunidad zapatista, lo primero que recibe es cariño, respeto. No te van a juzgar. Ese cariño es lo que nos falta, porque el capitalismo nos ha enseñado siempre a competir”, reflexiona Diana Itzu Luna, que además de ser integrante del ELCOR, es adherente a la Sexta, momento clave a partir del cual la importancia de las cuestiones de género y la lucha de las mujeres zapatistas, empieza a crecer cada vez más hacia adentro del movimiento, a pesar de que el primer antecedente sea anterior, incluso anterior al levantamiento zapatista, cuando en 1993 proclamaron la Ley Revolucionaria de Mujeres, donde exigían participar en la lucha revolucionaria y en los asuntos comunales, ser elegidas para los roles de gobierno, recibir un salario justo, elegir cuántos hijos tener, elegir libremente a su pareja, prohibir la violencia física y la violación, y establecer castigos severos para quienes no dejen cumplir estos derechos. “En el zapatismo no hay femicidios de hombres que asesinan mujeres por ser mujeres, sino que es el Estado el que asesina mujeres por ser mujeres zapatistas”, denuncia Rocío B. Menduiña, a partir de lo experimentado el año pasado en el Encuentro de Mujeres que Luchan. Según ella, las mujeres zapatistas tienen en su caminar una lucha que está impresa en el cuerpo: al nacer en un contexto donde la defensa de la independencia y del territorio es lo principal, se dejan de lado todos los personalismos en pos de mirar los objetivos del colectivo, que tienen como fin último el de sobrevivir. “La lucha de las mujeres, en todas las tierras, es la lucha por vivir”, concluye Bresler.
Estudiante de Ciencias de la Comunicación (UBA), Argentina.
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