Los transgénicos fracasan, pero los daños persisten – Por Silvia Ribeiro

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Por Silvia Ribeiro *

En los últimos años hemos visto cómo las mayores corporaciones de semillas, fertilizantes y agrotóxicos se han fusionado en dimensiones difíciles de imaginar. Quedan tres megaempresas (Monsanto-Bayer, Syngenta-ChemChina y DuPont-Dow) que dominan más de dos tercios de esos mercados globales.

Paradójicamente, esas empresas que inventaron los transgénicos, están ahora viendo su declive. A 20 años del inicio de la siembra comercial de transgénicos, el ISAAA (instituto digitalizado por las empresas biotecnológicas) reconoció que el área de transgénicos plantados en el mundo disminuye. Es un porcentaje pequeño, pero marca una tendencia, con un millón 800 mil hectáreas menos, según cifras de la propia industria, que siempre son alegres.

Pese a ajustar a su favor las estadísticas en estos 20 años, no pudieron ocultar que solamente 10 países siguen teniendo más de 98 por ciento del área sembrada con transgénicos. Cinco de ellos disminuyeron ahora su área sembrada. En 20 años registraron más de 70 especies cultivables modificadas genéticamente, pero siguen siendo cuatro commodities –soya, maíz, canola y algodón– que representan 99 por ciento de la siembra, casi la totalidad no para alimentación, sino para combustibles y forrajes.

Los transgénicos están tan desprestigiados, que la industria se empeña en que los cultivos manipulados con biotecnologías más recientes se llamen “edición genómica”, intentando ocultar que es ingeniería genética y son otra forma de transgénicos. Cada vez que hablan de alguna de estas tecnologías (como Crispr-Cas9, Talen y otras basadas en biología sintética), señalan que “ahora sí son precisas y se sabe qué parte del genoma están modificando”, admitiendo que con los transgénicos anteriores no tenían –ni tienen– conocimiento ni control de la manipulación y que nos han usado a todos como cobayos para sus experimentos.

Varios testimonios del Tribunal Monsanto mostrarán el impacto devastador en salud pública y contaminación ambiental que ha significado el aumento hasta de 2000 por ciento en el uso de agrotóxicos en las zonas de siembra de transgénicos. No se trata de una progresión del uso de químicos que ya ocurría con los híbridos, sino un aumento exponencial por ser semillas manipuladas para tolerar agrotóxicos, principalmente glifosato, lo cual provocó que más de 20 hierbas invasoras se volvieran tolerantes a éstos.

Los transgénicos fracasan pero las intenciones de las empresas siguen intactas; por eso las fusiones, las nuevas técnicas, las maniobras encubridoras, en pos de aumentar el control de agricultores y consumidores.

Ya vemos también la cresta de la ola del tsunami tecnológico que se ha ido gestando en años, hacia una agricultura robotizada, con drones, GPS, sistemas satelitales y aplicaciones digitales para controlar desde la porción de comida para cada vaca o pollo encerrado, hasta las dosis de químicos en cada mata en grandes monocultivos. Común a todo es que proponen eliminar aún más gente del campo. Según Rob Fraley, de Monsanto, se habían demorado: “Toda la industria agrícola está en una gran transformación. Es la última de las grandes industrias que se digitaliza”, declaró poco antes de aceptar la fusión con Bayer.

En contraste, en México sigue en pie la suspensión de la siembra de maíz transgénico, gracias a la demanda colectiva de un grupo de ciudadanos y organizaciones, mientras en la península de Yucatán están suspendidas las siembras de soya transgénica, en diferentes procesos a cargo de comunidades, organizaciones campesinas y de apicultores, organizaciones ambientales y sociales. El Consejo Regional Indígena Maya de Bacalar, el Colectivo Semillas Nativas Much Kana I’inaj con Educe, la Asamblea de Afectados Ambientales y otras organizaciones, denunciaron que en la propia ley de bioseguridad hay elementos inconstitucionales y expusieron que el modelo agrícola industrial y en particular los transgénicos aseguran el despojo de la tierra y las semillas nativas, la contaminación de suelo y agua, la pérdida de la biodiversidad y daños a la salud y ambiente por el glifosato.

Nuevas trampas transgénicas

A las transnacionales de los transgénicos no les alcanza con tener el monopolio de las semillas comerciales e invadir nuestros campos y alimentos. Además quieren cada vez menos regulaciones y de paso engañar a la gente con otros nombres para sus nuevas biotecnologías, intentando separarlas del rechazo generalizado a los transgénicos. Avanzan también agresivamente en el intento de manipular no solamente cultivos sino también especies silvestres, para hacer “ingeniería genética de ecosistemas”, lo que podría provocar la desaparición de especies enteras.

Todos estos lineamientos estratégicos de la industria biotecnológica transnacional se reflejan en la nueva normativa que la comisión de bioseguridad de Brasil (CNTBio) aprobó el 15 de enero 2018. Con ella, la CNTBio abrió las puertas para que productos derivados de lo que llaman “tecnologías innovadoras de mejoramiento de precisión”, puedan ser considerados no OGM (organismos genéticamente modificados) y que lleguen al campo y a los consumidores sin pasar por evaluación de bioseguridad ni etiquetado.

La estrategia de que los productos de nuevas biotecnologías no se consideren OGM para evadir las leyes de bioseguridad, no es nueva. En Estados Unidos ya se aplicó en algunos productos, como hongos manipulados genéticamente con la biotecnología CRISPR-Cas9. En Europa, la discusión sobre las nuevas biotecnologías lleva un par de años y aún no se resuelve, aunque todo indica que la Unión Europea no permitirá que evadan la regulación, al contrario, podría resultar en cambios a las leyes para hacer evaluaciones de riesgo más exigentes, por las nuevas amenazas que presentan estas tecnologías. Por el contrario, Argentina estableció en 2015 una normativa sumamente general y laxa que permite exentar de evaluación de bioseguridad a los productos de varias nuevas biotecnologías.

Lo nuevo y muy preocupante con la resolución de la CNTBio en Brasil es que además de todo ello, establece explícitamente un canal para aprobar la liberación a campo de impulsores genéticos, a los que llama “técnicas de redireccionamiento genético”, pero para no dejar dudas, lo escribe también en inglés: gene drives. Es el primer país en el mundo que establece canales para liberar al ambiente este tipo de OGM altamente peligrosos.

Se trata de una tecnología diseñada para engañar las leyes naturales de la herencia, haciendo que toda la progenie de plantas, insectos y otros animales que sean manipulados con impulsores genéticos (gene drives), pasen forzosamente esos genes modificados a la totalidad de su progenie. Si la manipulación es para producir, por ej., solamente machos (lo cual ya están intentando con insectos, ratones y plantas), la población –o hasta la especie- podría extinguirse rápidamente. Una vez liberados al ambiente, los seres vivos que haya sido manipulados con esta tecnología no respetarán fronteras, por lo que los países limítrofes de Brasil deberían preocuparse ya mismo de esta amenaza.

Todas las nuevas biotecnologías que se engloban en estas normativas de Brasil y Argentina, son formas de ingeniería genética que entrañan nuevos riesgos e incertidumbres. El hecho de que se hayan o no insertado genes de otras especies –cómo sucede con los transgénicos que ya están en campo- o que la inserción sea en un lugar más exacto, como afirma la industria, no significa que no entrañen riesgos, incluso mayores que los existentes. La doctora Ricarda Steinbrecher, de la Federación de Científicos de Alemania explica que siguen siendo cambios artificiales a los genomas de los organismos, sobre cuyas funciones hay grandes lagunas de conocimiento. Se pueden producir inserciones o silenciamiento de genes “fuera de blanco” –activando o desactivando funciones importantes en los organismos­– que producirán impactos impredecibles en los organismos, en el medio ambiente y en el consumo.

Al igual que en Argentina, esta decisión en Brasil que implica tantos riesgos e impactos fue tomada como una simple decisión administrativa, de una comisión “técnica” –en las que la industria de transgénicos tiene pesada influencia– sin mediar consulta a los campesinos, consumidores y muchos otros que pueden ser afectados, ni pasar por instancias legislativas.

Ante esta situación, los mayores movimientos y organizaciones rurales de Brasil, reunidos en la Articulación Nacional de Trabajadores, Trabajadoras y pueblos del campo, de las aguas y los bosques –una amplia coordinación que incluye al Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) y la Articulación Nacional de Agroecología entre otras 19 organizaciones nacionales­–rechazaron públicamente la decisión de CNTBio y alertaron que Brasil se convertiría en el primer país en el mundo en considerar la liberación de impulsores genéticos, tecnología que no ha sido permitida en ningún otro país, y que Naciones Unidas considera incluso como un arma biológica.

Señalaron además, que los impulsores genéticos, tecnología financiada principalmente por el ejército de Estados Unidos y la Fundación Gates, favorecerán principalmente a las transnacionales de agronegocios, que buscan con esta tecnología restablecer la susceptibilidad de las hierbas invasoras que se han hecho resistentes a sus agrotóxicos, para aumentar sus ventas y de paso, los devastadores impactos de éstos sobre salud, tierras y aguas. O podrían buscar extinguir lo que las empresas consideren “plagas” en los campos, lo cual tendría impactos muy negativos en los ecosistemas y los sistemas de cultivo campesino y agroecológicos.

Esta medida en Brasil es apenas el comienzo de lo que podría seguir en otros países. Urge prepararse, y como en Brasil, resistir estas nuevas trampas de las industrias transgénicas.

* Investigadora uruguayo-mexicana del Grupo ETC


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